quien sea.

– Pues hay que reconocer que no les falta razon. Hicimos esa reforma. Nombrarme a mi fue una salida que nos inventamos. En mala hora.

Martina se percato del mal humor de la otra. Cambio de tono.

– Explicamos ampliamente las razones en el caso particular de Viviana. Arman alboroto porque les da la gana.

– Porque quieren deponernos. Esa es la realidad que hay detras de esto, de lo de Viviana.

– ?Estas segura?

– Tengo mis sospechas.

– No hacemos nada con sospechas. Ese es el problema.

Se levanto y se asomo a la ventana. El aullido de las sirenas de los carros-policias se escuchaba en la plaza. Martina se aproximo.

Un gran numero de mujeres policias, con trajes y cascos antimotines bajaban de camionetas y jeeps, formando un semicirculo alrededor de los manifestantes. Todas iban armadas de tasers.

Martina miraba a Eva. Nunca la habia visto tan tensa ni rabiosa.

– Van a ver esos imbeciles lo que son esas mujeres -dijo, por lo bajo, golpeandose con el puno izquierdo la palma de la. mano derecha.

– Calmate, Evita, calmate. No perdas la dulzura de tu caracter.

– ?A vos no te pasa a veces que odias a los hombres? Yo no los odio uno por uno, pero cuando los veo asi, violentos, en grupo, tengo que reconocer que se me sube un desprecio profundo desde quien sabe donde.

– Calmate, Evita -volvio a repetir Martina-. No es el momento. Tenemos que ver que hacemos -se pego a la ventana-. Mira las policias y mira a los hombres volteandose como si quisieran pegarles, ay Dios mio, que desastre.

Ifigenia y Rebeca entraron en ese momento y corrieron a la ventana.

Abajo se oian gritos y rugidos de la gente; la policias forcejeaban moviendose sin separarse para cerrar el circulo sobre los hombres que les gritaban insultos: mujeres de mierda, hijas de puta… Eva seguia dandose con el puno izquierdo en la palma derecha.

– Voy a bajar -dijo-. Esto es demasiado.

– Ni se te ocurra -dijeron las tres a la vez-. Ya no sos la Ministra de Defensa, ahora sos la Presidenta. No se te olvide. No te corresponde -Martina la agarro del brazo. Eva se sacudio la mano de Martina.

Abajo, las policias con los escudos seguian avanzando. Ya varios hombres gritaban revolcandose bajo el efecto de las tasers. A los mas bravos y gritones les iba cayendo la descarga electrica, dejandolos inutilizados por un rato, pero sin acallar la sarta de insultos: brujas, cabronas, putas, lo usual, pero dicho con una agresividad que no se habia manifestado en un buen tiempo.

Del lado de la Presidencial, otro grupo de policias sin cascos se abrieron paso dentro del molote, esposando a los que se reponian en el suelo de la descarga electrica.

A los que iban reduciendo, los empujaban hacia los carros-patrullas. Eran como cincuenta hombres, no muchos, como habia dicho la jefa de seguridad.

Poco a poco la plaza se quedo en silencio. Con las sirenas prendidas, ululando en la noche, una a una se marcharon las patrullas con su cargamento de hombres furiosos, desafiantes.

Tocaron la puerta y entro la jefa de la Policia Nacional, Veronica Alvir, despeinada, sudada. Se cuadro frente a Eva.

– El desalojo es completo -dijo-. Mision cumplida.

Martina contuvo el impulso de decirle que se sentara y se tomara un vaso de agua. La policia era una mujer fuerte, alta, delgada, pero de antebrazos musculosos. Seguro hacia pesas.

Eva se dio por informada con un movimiento de cabeza. ?Que le pasa?, penso Rebeca. Gracias -la oyo decir-. Fichenlos y sueltenlos. Se quedaron solas las cuatro. Eva se dejo caer sobre la silla. Se tapo la cara con las manos un instante.

– Bueno, ya paso -dijo, sacudiendose el pelo.

Ifigenia, Martina y Rebeca se miraron. Rara vez habian visto a Eva, la calma, la impasible, perder los estribos.

– Hay manifestaciones en varias partes de la ciudad -dijo Rebeca-. Tenemos que pensar que hacemos.

– Nada -dijo Martina-. Hay libertad de expresion, de asociacion. No podemos hacer nada; solo podemos intervenir si hay vandalismo o ataques a la propiedad publica o privada. Ustedes se preocupan de eso, yo me preocupo de que los hombres, las mujeres y similares tengan la libertad de manifestarse.

Al dia siguiente, salieron mas hombres a la calle. Esta vez, como anunciara Martina, eran los Machos Erectos Irredentos. Desfilaron por la avenida principal pacificamente, con enormes falos pintados sobre cartulina y otros hechos con tela beige, rellenos de algodon.

Sobre las aceras, las mujeres los veian pasar, unas riendose, otras sacandoles la lengua.

Dia tras dia se sucedian las manifestaciones. ?Elecciones!, ?Elecciones!, gritaban los hombres.

Los conspiradores

Leticia Montero se levanto con una sonrisa del sofa donde veia la television. Sirvio un vaso de vino para ella y un whisky para su marido. Le paso el vaso y choco el suyo con el de el. Iba bien la cosa, le dijo.

– Mujer de poca fe -dijo el haciendo un guino-. Te dije que tuvieras paciencia.

– Me cuesta -dijo ella-, lo reconozco. Por ejemplo, decime que va a pasar ahora.

– Va a ir creciendo esto. Es cuestion de dias.

– ?Y que crees que pase?

– Pues que tendran que ceder.

– Mmmm…

– A menos que vos tengas una idea mejor.

– Las mujeres -dijo Leticia-. Hay que sacar a las mujeres. Hasta ahora solo los hombres han salido.

– ?Brevisima! -dijo el marido abriendo la palma para chocarla contra la de ella-. Give me five.

– Es que si no, no va a funcionar. Hay que sacar a la calle a las amigas de las mujeres de la oposicion que estan en la Asamblea; que las vean, que las oigan. Estan atontadas por esas brujas, quien sabe que pocion les echan en el cafe.

– Yo te pongo todos los recursos: transporte, lo que necesites, pero a vos te toca organizar el ala femenina.

Leticia sonrio maliciosa.

– Por eso no te preocupes -dijo-. No creas que no he aprendido algo de vos todos estos anos. Y decime una cosa: ?que paso con el pistolero?

– Te dije que nada tuve que ver. Fue otro el que se encargo de eso. Yo tuve una participacion irrelevante… Bueno, hasta cierto punto. Se que hay un acuerdo. Nosotros le mantenemos a la mujer si lo capturan. Es lo unico que pidio, que la mantuvieramos y la vigilaramos porque ella se fue donde su mama y no quiere que le ponga los cuernos.

(Material historico)

Transcripcion integra de la tercera entrevista al senor Jose de la Aritmetica

(Ruido de sillas)

J. A.: Buenos dias, dona Presidenta, la felicito por su nombramiento.

E. S.: Gracias, don Jose. Sientese, hagame el favor. (Ruido de sillas). Mire, don

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