habia tantas necesidades. Ahora solo iban al colegio con formalidad de los doce a los dieciocho y era obligatorio mandarlos. Aparte de las asignaturas como gramatica y ciencias, recibian clases de 'maternidad', fueran hombres o mujeres. Los varones salian duchos en cambiar panales, sacar erutos, chinear y cuidar cipotes. Les ensenaban que no tenian que pegarles a los hijos y un monton de cosas de esas de sicologos. No era mala idea.

A el le gustaba el sistema de la Presidenta. Era distinto por lo menos. Alli en el barrio el gobierno les habia ayudado pero tambien los puso a trabajar. Ellos mismos, hombres y mujeres, jovenes y viejos, construyeron la escuela, las guarderias, el comedor comunal y rellenaron las calles con piedrin. A los que antes eran empleados publicos les venian bien esos trabajos para bajar las barrigas y ademas sentirse parte del resto. Los mas letrados daban clases y alfabetizaban. En el barrio tenian meses, ademas, de no pagar por el agua porque la labor de limpieza en que se habian afanado bien que dio resultado y ganaron mes a mes los concursos que los premiaban con el servicio gratuito. Ahora los chavalos andaban con palos con un clavo en la punta recogiendo papeles. Las mamas los mandaban a hacer eso apenas llegaban de la escuela. Uno no se daba cuenta, penso Jose sonando su campana, de la diferencia que hacia un lugar limpio hasta que lo tenia. La Presidenta habia insistido tanto en aquello de la limpieza de las calles porque decia que la suciedad de afuera hacia mas facil vivir con la suciedad de adentro, la suciedad del alma que por tantos anos les habia hecho perder el norte de la honradez y no tener escrupulos para aprovecharse del projimo. El nunca penso que una cosa tuviera que ver con la otra, pero tenia que admitir que era cierto: ver las calles limpias y vivir en un barrio sin basura le cambiaba la mente a uno; hacia que dieran ganas de superarse, de vivir mas bonito, de arreglar los andenes, las cunetas, los minusculos jardines. Eso de creer que los hombres no tendrian nada que hacer si dejaban de trabajar en el Estado bien pronto se habia disipado. Hilario, su amigo, que antes era policia, hasta le llego a confesar que sin esa medida de la Presidenta, el jamas se habria percatado del gusto que le daba ver crecer a sus hijos de cerca. Ni se lo digas a nadie, pero es la pura verdad, le advirtio. A varios les pasaba. Jose se preguntaba si no les pasaria a mas de los que se atrevian a admitirlo. Era incomodo, la verdad, aceptar que aquella revolucion de las mujeres bien que daba frutos. No fuera a ser que se les subiera a la cabeza. Para el, que mandaran ellas no era el fin del mundo. Las mujeres tenian su gracia para hacer las cosas. Les costo a todos los machos verlo al principio, pero poco a poco el tal felicismo habia ido pegando. Tal vez las eroticas hasta volvian a ganar si la Presidenta no mejoraba y habia que elegir gobierno nuevo.

El recordaba los disturbios cuando mandaron a los hombres a sus casas. El desalojo de los varones empezo como al mes o dos de instalado el nuevo gobierno y los sorprendio a todos. Aunque solo se aplico a los empleados del Estado y cada uno recibio, en reconocimiento a los servicios prestados a la nacion, el salario equivalente a seis meses de trabajo, la conmocion fue mayuscula. En los ministerios mas machos, como el de Defensa y del Interior, algunos cabos y sargentos intentaron alzarse en armas. Sin embargo el amago de rebelion no prospero. Las generalas que dejara en el ejercito una fenecida revolucion tomaron las riendas del desorden, les quitaron las armas y los forzaron a cumplir el mandato de la Presidenta. Los soldados salieron de sus cuarteles desarmados, vestidos de civil, sin mas mando que el de cualquier cristiano. Pasaron meses antes de que se reorganizaran las fuerzas publicas con el monton de mujeres que se metieron a policias, entre ellas Azucena. Pero bueno, ya los tranques del trafico, la robadera que se desato y los reclamos de los militares iban cediendo. A las mujeres policias, con la cooperacion del gobierno coreano las entrenaron como karatekas y ademas las suplieron con unos aparatos extranos que electrizaban, tasers se llamaban, donados por Suecia, Finlandia, Alemania y Estados Unidos. Los chinos, por su parte, segun se decia, contribuyeron con aerosoles, gases inmovilizadores y dardos tranquilizantes. Buen susto se llevaron los pendencieros que creian que con ser mas grandes que ellas iban a poder desobedecerles. Eva Salvatierra, que tenia de ingenio lo que le faltaba de corpulencia, logro con esos aparatos crear una fuerza publica eficaz. (No le habia fallado sino hasta el atentado, pero como dice el refran, al mejor mono se le cae el banano.)

Instalado en las aceras de las diferentes dependencias ministeriales, con su carrito de raspado, Jose de la Aritmetica vio a los hombres llorar al despedirse de sus oficinas, sus secretarias y los vehiculos del Estado que tan acostumbrados estaban a considerar suyos y usar para sus paseos domingueros. Mientras por una puerta salian los hombres, por la otra, en cada edificio publico, entraban las mujeres que se ofrecieron para sustituirlos. Eran muchas, segun se entero el, las que a pesar de los titulos universitarios que tenian, apenas habian trabajado un ano o dos antes de casarse. Apenas parian e incluso antes, los maridos las recluian en las casas. Era como vergonzoso para la mentalidad de ellos que la mujer trabajara. No era su caso. Para el, Mercedes era su socia. Si ella no hacia los siropes del raspado, el no tenia nada que vender mas que hielo. Pero claro, no era lo mismo trabajar los dos en la casa que, de pronto, verse sin mujer que lavara, cocinara y planchara, todas esas cosas que la Presidenta insinuo que tendrian que hacer los varones y a las que ella llamo 'responsabilidades familiares'. Nadie se engano. Los hombres no eran ningunos dundos, aunque estuvieran adundados por la falta de la tesoterrona. Por seis meses, nada menos, ellos tendrian las responsabilidades de ellas, segun lo dispuesto por la Presidenta en una decision inapelable.

Buen negocio hizo el en esos dias porque ciudadanos y ciudadanas de oficios varios que laboraban en las cercanias de cada ministerio u oficina publica se aglomeraron en las aceras a presenciar aquel trasiego de puestos y a comer sus raspados. El los oia hablar. No se ponian de acuerdo mas que en el pasmo ante aquella extrana disposicion, un experimento totalmente nuevo en la historia del pais que, por su misma audacia, les paralizaba el entendimiento. Quiero que me den al menos el beneficio de la duda, pidio la Presidenta. El pais habia sido victima de la catastrofe de una ristra de gobiernos corruptos e ineptos, explico en la comparecencia donde anuncio las medidas extraordinarias de su flamante gobierno; por lo mismo ella, con la venia que los votos de la mayoria le dispensaban, se veia en la obligacion de agarrar fuerte el timon y poner manos a la obra de inmediato para enderezar el rumbo de aquella nacion que navegaba como barco a la deriva. La Presidenta habia sido muy grafica explicando con metaforas deportivas por que iban a descansar de los hombres por una temporada. Dijo que era como cuando en el beisbol habia jugadores que se quedaban en el dog out. Las mujeres necesitaban que los hombres se quedaran en el temporalmente, porque aquel partido lo tenian que pichar, batear, cachar y correr las mujeres.

El pais por esos dias se vio invadido por una bateria descomunal de periodistas extranjeros que con sus flashes y equipos corrian de aqui para alla fotografiando a los servidores publicos al salir de sus oficinas cargados con las fotos de los hijos y las esposas, las bolas de beisbol firmadas por sus peloteros favoritos, los calendarios, las gorras, las tazas de cafe y cuanta parafernalia personal contenian sus recien desalojados escritorios. Ninguno de los periodistas fue mejor testigo del cambio que Jose de la Aritmetica. Sonando su campana o cepillando el hielo, escucho comentarios que iban desde el 'Que le vamos a hacer, hermano, a lo mejor ellas tienen razon y nos caen bien estas vacaciones', hasta los que se las daban de importantes diciendo con rabia: 'Quiero verlas solitas, no les doy ni una semana' o los que exclamaban: 'Es lo que le faltaba a este pais, que nos volvieramos locos. Solo eso nos faltaba, pasar de la corrupcion a la locura'.

A Jose de la Aritmetica el espectaculo le recordo viejas imagenes de guerras y catastrofes. Pero bien claro estuvo de que estos nuevos desempleados se iban a su casa con sueldo y promesas de otro trabajo en pocos meses. No tenian tanto de que quejarse. A fin de cuentas, que mas querian que estar todo el dia en sus casas, con sus hijos, en shorts y chinelas de hule.

Las gafas de sol

Viviana las reconocio sobre la repisa y se le hizo un nudo en la garganta. Eran sencillas y baratas, pero le habian servido tanto tiempo que aun recordaba la busqueda desesperada y al final infructuosa que emprendio al percatarse de que las habia perdido. Removio cielo y tierra, es decir, casa, coche y oficina, y realizo un peregrinaje desesperado por todos los sitios por donde habia andado en los dias previos: '?No han encontrado unas gafas de sol?' y siempre le contestaban que si, era lo peor. Parecia que las gafas de sol eran omnipresentes entre los objetos perdidos. Llegaban los empleados, las camareras, con dos o tres pares de gafas, pero no eran las suyas.

Asombroso cuanto se podia evocar al mirar ciertas cosas. Sucedia lo que con los perfumes o el olor de las galletas de jengibre que no mas percibirlo la trasladaba a su infancia, a la casa de Marisa, la amiga de su mama con quien ella se quedaba cuando Consuelo se iba de viaje. La casa era grande y oscura y en las tardes se llenaba de neblina. Marisa era buena pero tan pulcra que ella siempre sentia que ensuciaba y que debia andar de puntillas

Вы читаете El pais de las mujeres
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×