– Pensas en henide -dijo el.
– ?En quien?
El no se rio.
– En henide. No es una persona, es una forma de pensamiento. Te puedo tutear, ?no?
Se esta burlando de mi. ?O a su manera no?
– Y claro. Todos me tutean.
– Lo de “todos” estuvo de mas. Ya vamos a hablar de eso.
– De que.
– Del viejito ese de la fiesta.
– Ah, ese -indiferencia teatral-. Ni se quien es -encogimiento de hombros-. ?Que es una henide?
– ?Oiste hablar de Weininger?
Irene tuvo que admitir que no y puso cara de alumna atenta, pero no le gustaba nada no saber tantas cosas. Las henides, dijo el, eran los datos psiquicos en estado primitivo. Durante la primera infancia y en los seres inferiores (y a Irene la sacudio el deseo de pegarle) la vida psiquica estaba constituida por henides, y en la henide absoluta no era posible el lenguaje, claro. Pero hasta los hombres que habian alcanzado el mas alto grado de inteligencia (ella empezo a sentirse mejor) encontraban en su psiquis partes oscuras y, por lo tanto, inexpresables (?mucho mejor!). En la etapa en que los contenidos estaban en forma de henides uno giraba en torno al objeto y en cada tentativa iba corrigiendose y decia “esta no es todavia la palabra exacta”, lo que representaba una inseguridad en el juicio. (?Muchisimo mejor!, esto era justamente lo que le pasaba a ella. Y pensar que ahora hasta le podia dar un nombre: henide. Su vida empezaba a organizarse. Y todo fue bien, hasta que aparecieron las mujeres.) Ocurre que en la etapa en que los hombres ya tenian sus contenidos psiquicos en forma articulada, las mujeres seguian pensando en henide (?que mujeres?, penso Irene). La prueba de eso, decia Weininger (dijo el), era que cada vez que la mujer trataba de expresar un nuevo juicio esperaba que el hombre le clarificase sus representaciones oscuras, le interpretase las henides (?por que no te haces un enema de puloil y te vas a escribir Safac al cielo?), de ahi que muchas mujeres no pudiesen amar a un hombre que no fuera mas inteligente que ellas, que hasta experimentasen repugnancia sexual hacia aquellos hombres que les daban la razon en todo. En resumen, decia Weininger (dijo el) la funcion sexual del hombre tipo ante la mujer tipo era transformarla en consciente.
– Que amable el hombre tipo -salto Irene. Demasiado enojada, cuidado-. Lo que es yo no conozco a ningun tipo que me pueda transformar en consciente a mi… Mas de lo que soy.
Los ojos azules fijos en su cara. ?Risa interna? ?Ya te voy a dar yo a vos? Irene sintio que se ponia colorada. Minga.
– Lo que quiero decir…
– Ya se lo que queres decir. ?Y por que soy un farsante?
– No dije que era, dije que parecia. No se. No se como explicarselo. Habla con los otros como si le importaran. Esa clase de gente, digo, como si le importaran muchisimo. Y la verdad que le importan un reverendo… -se interrumpio-. Le importan un cuerno.
– Muy lindo no te queda decir “reverendo carajo”, pero ya que llegaste hasta ahi, mejor que sigas hasta el final.
– La proxima vez lo voy a tener en cuenta.
El parecio estudiarla.
– No me cabe la menor duda -dijo-. ?Y entonces?
– Entonces que.
– Esa clase de gente, habiamos quedado. Me importaban un reverendo carajo. ?Y entonces?
– Y se porta como si le importaran. Eso era todo.
– Es decir que no parezco. Soy un farsante.
Irene sacudio la cabeza con decision.
– No, no. Usted no es un farsante porque no lo hace para enganar a los demas. Usted -y se trabo. Sabia lo que queria decir pero no sabia como. ?Las henides! No debia permitir que las henides la devoraran. No usufructua, ?yes! Se sintio poderosa-. Usted no usufructua, eso. No usufructua con sus mentiras -extraordinario: nunca antes habia dicho esa palabra; ni siquiera sabia que sabia su significado-. Usted lo hace para. Es decir, no se, ser un farsante es algo asqueroso pero usted -volvio a interrumpirse.
– ?Yo no soy asqueroso?
– Ufa -dijo Irene-. Al fin siempre echa agua para su molino.
El se rio. A Irene le sorprendio algo en esa risa. La alegria. La alegria era sorprendente en su cara, algo como una transgresion. O un descuido.
– La cuestion es que tan enojada conmigo no estabas -dijo el, y le quedaban como manchones de alegria.
– Quien le dijo. Claro que estaba enojada. Me daba una rabia barbara que perdiera asi el tiempo con todos esos estupidos, no se, que les hiciera creer que se los tomaba en serio.
– Oiga, mocosa -la expresion de el habia dejado de ser amistosa-, ?quien le hizo creer que la gente, toda la gente, no es digna de que yo y usted la tomemos en serio?
Irene hablo con furia.
– Usted se divertia -dijo-. Yo lo estuve mirando todo el tiempo. Usted se divertia a costa de los otros -y ahora se divierte a mi costa, habria necesitado decirle, pero ?tu abuela!, ese gusto si que no se lo iba a dar-. Estaba como del otro lado, no se, como mirandolos de afuera.
Bruscamente el acerco su cara a la de ella.
– Y vos, como sabes esas cosas.
Una embestida, escribiria trece anos despues. La mirada era una embestida para probar cuando se caia ella. Tu abuela.
– Soy perspicaz -de pronto se habia puesto contenta; nunca habia tenido un interlocutor tan selecto: todo estaba permitido-. Perspicaz y picarona.
El levanto un dedo. Advertencia.
– Ojo -dijo-, mira que la bota de potro no es pa’ todos -con aire enojado se quedo mirando una mano temblorosa: el mozo que servia cafe. Subitamente se rio-. Pero esta bien. Vos tambien te divertis. ?Sabes una cosa? Los de anoche tambien se divertian. A su manera. Mira que buen tipo soy en el fondo -se puso a revolver el cafe. Acto inutil, penso Irene, porque no le habia puesto azucar. Estaba tan abstraido que ella no se animo a avisarle-. Y es asi -dijo por fin-, a cada cual segun su necesidad, como dijo Kropotkine.
Kropotkine, mi madre, habia dicho Kropotkine. Adios adolescente picarona, que efimera fue tu vida. Ahora, a poner cara de estudiante revolucionaria. Jamas reconocer que no se sabe quien es Kropotkine. Suficiente con Weininger. Al fin y al cabo, el Manifiesto Comunista bien que lo ha leido y los Elementos de Filosofia de Politzer tambien. Que con semejante nombrecito era ruso, eso es fija. Lo que ella no ve tan claro es que ese Kropotkine haya podido decir lo que ahora esta diciendo Alfredo Etchart: que uno a veces los ve tan satisfechos, Irene, y en el fondo tan hartos, que casi es un acto de amor complicarles un poco la vida.
– Pero Kropotkine no lo dijo en ese sentido -dijo Irene, y se sintio inteligentisima.
El sonrio.
– Se ve que la realidad no tiene secretos para vos -tomo un trago de cafe-. Pero esto esta asqueroso.
– No le puso azucar.
– Gracias, nena. La proxima vez avisame antes -echo los terrones; revolvio-. ?Y en que sentido lo dijo Kropotkine?
– Bueno, Kropotkine… -mirada ambigua de el; imposible discernir si se esta divirtiendo a costa de una ignorante, o lo deslumbra que ella pueda nombrar con naturalidad a Kropotkine, o se siente una especie de imbecil por estar perdiendo el tiempo con una mocosa engreida. Cosa suya: yo no lo invite-. Lo que quiso decir Kropotkine -volvio a empezar con decision. Y fue como si la seguridad de su tono la arrastrara, como si el oirse, entusiasmada y vehemente, la convenciera de que sabia lo que estaba diciendo porque de pronto estaba rodando por una pendiente en la que habia mucho campo, y hombres desamparados que lo cultivaban sin amor, y un gordo refulgente contemplando su propiedad desde un auto platinado junto a una rubia tambien platinada, y lo que habia dicho Kropotkine era que es una verguenza que haya hombres, unos pocos hombres, que exploten a