millones y tengan casas y coches cualquier cantidad mientras otros que viven hacinados y con muchos hijos ?no tienen ni siquiera un pan para darles a sus hijos! No se ria asi, que sonso: la tierra tiene que ser para el que la trabaja.

– Perdoname -el parecia encantado-. ?Sabes que sos una cruza perfecta entre la Pasionaria y Periquita?

Que estupido, penso Irene.

El saco los cigarrillos. Le ofrecio a Irene.

– No fumo.

– No fumas -repitio el, como si estuviera registrando algo; o como si el hecho de que ella hubiese rechazado el cigarrillo tuviera una importancia insensata-. Volviendo a lo nuestro… no me vas a negar que no solo de tierra debe vivir el hombre. Bueno, para decirlo de algun modo: yo soy una especie de trabajador de las almas -Irene iba a hablar; el la apunto con el dedo, enojado-. Trabajar el alma, dije, que no siempre es lo mismo que tenerla. Mas bien todo lo contrario.

Irene iba a decirle que a nadie le gusta trabajar lo que no tiene -?Kropotkine!-, y entonces creyo entender. Nosotros, los frios, los que no tenemos alma, penso con arrogancia. Se sintio magnifica.

– No, claro -dijo-, no siempre es lo mismo.

El estiro el labio inferior como quien dice “caramba”.

– Tampoco es tan simple -dijo-. A lo mejor no es una carencia sino mas bien una exacerbacion del alma. Algo asi como una hipertrofia.

Ufa, penso Irene, por que no se decide de una vez.

– Cierto -dijo-, hay veces en que una siente que el alma no le cabe en el pecho.

La carcajada de el la tomo por sorpresa.

– ?Pero vos entendes las cosas de verdad o sos muy mentirosa?

Irene tambien se rio. Empezaba a entenderlo. O a darse cuenta de que el la entendia.

– Las dos cosas. Bah, no se. No entiendo todo. Eso de los trabajadores de las almas me parece que no lo entiendo muy bien. O no me gusta, no se.

Un fulgor de afecto brillo por primera vez en los ojos de el. Lo apago.

– Mira, no es para tanto, a veces exagero. Lo que pasa es que la gente suele querer cosas y ni sabe que las quiere. Yo a veces creo que me doy cuenta, eso es todo. ?Viste el pelado de ayer?

– No.

Solo tengo ojos para ti. La cabeza lo canturreo de golpe, contra su voluntad.

– No importa, creeme, tenia ganas de odiarme. Y bueno, le di un buen motivo. Le recorde que el pueblo es peronista y me levante a su mujer. Y a la de vestido negro, ?la viste?

– ?La vieja chota esa que servia whisky?

– Mi madre, que cruel es la juventud. Si, esa. Andaba buscando guerra asi que le dije alguna galanteria, que tiene de malo.

– Se ve que para usted todas las mujeres querian guerra anoche. La verdad, se la paso haciendo el picaflor con todas.

– ?El picaflor! Que arcaica. ?De donde saliste vos?

Irene se sintio enloquecer.

– Soy muy tanguera -dijo.

– Tanguera. Tangos y Kropotkine -senalo el cuaderno abierto-. ?Y eso?

– Analisis matematico -dijo Irene con sobriedad.

– Analisis matematico, bueno, como diria un viejo libidinoso, esta chica es un boccato di cardinale.

Para servir a usted, penso Irene.

– Yo no soy bocado de nadie -dijo con furia.

– Era un piropo -el saco un cigarrillo-. A tu medida, sospecho. Y acordate siempre que es asi como te digo - distraidamente le ofrecio un cigarrillo; ella acepto-. Hay tipos que nacieron cornudos y senoras a las que no les gusta nada ser virtuosas -suspiro con aire de cansancio-. Y mocosas que andan pidiendo a gritos que las corrompan -encendio el cigarrillo de Irene; ella no tosio-. Y algunos vinimos para enredar un poco los hilos de la Providencia -No la miraba a Irene: miraba por la ventana-. Cosa de darle a-cada-cual-segun-su-necesidad, como dijo nuestro comun amigo -Observaba con atencion a una nena que saltaba en un pie-. ?Que te parece, cara de luna?

Irene se sobresalto. O tal vez borrosamente intuyo algo y, en apariencia, se sobresalto.

– … y eso es lo unico que importa -decia Alfredo Etchart mirando a la nena-. La superficie. Ese es el limite. Aunque me partas el craneo en dos nunca vas a llegar mas alla.

Entonces si la miro. Fue algo raro. Como si lo estuviera ganando una especie de ternura, o de piedad. O tal vez el impulso de protegerla de algo.

– ?Estas asustada? -dijo. Y era el (escribiria Irene) el que parecia asustado.

– Partame el craneo en dos y va a ver.

El juego era dificil y habia que estar muy atenta para no cometer errores. Pero a ella le resultaba mas familiar que el ajedrez. Y mucho mas divertido.

– Ademas, no se si tiene tanta razon. A veces una sabe lo que los otros estan pensando. Yo casi siempre se.

– Que interesante -la ternura fue arrasada de su cara. Aire burlon-. Mirame, a ver. ?Que estoy pensando ahora? -asqueroso, penso Irene-. Ah, se calla, tramposa. Muy bien, entonces voy a adivinar yo lo que estas pensando vos. Hmm… ?Lo digo? Lo digo. Pensas que hablo mucho, que teorizo mucho, pero que, en el fondo, lo unico que me preocupa es que voy a acabar acostandome con vos. ?Y? ?Lo pienso o no lo pienso? Digamos, senorita, que usted lo piensa. En fin, la juventud a veces es demasiado atropellada, no cree en las formas. Pero yo si. Y, para tu tranquilidad, te aviso que encima soy timido, me falta dar un largo rodeo, que expresion, a que ahora tambien se lo que estas pensando: que soy el hijo de puta mas hijo de puta que conociste en tu vida. ?Acerte?

– Usted lo piensa -dijo Irene con odio real-. Lo que yo pienso es que, si se proponia divertirme, por eso de sus teorias digo, mejor me hubiese llevado a ver una del Pajaro Loco.

El se golpeo la frente con la palma. Aire de contricion.

– Perdon, senorita Escrupulosidad. Parece que me equivoque feo esta vez, a veces me pasa. Perdon otra vez. Habria podido jurar que estos juegos no te eran del todo desconocidos.

Ah, no. Irene se sentia capaz de pelear a muerte con Alfredo Etchart, de defender con unas y dientes su reducto. Pero que el no pusiese en duda su natural perversidad. ?Equivocarse feo, profesor? Si a los cuatro anos ella ya conocia el efecto de su flequillo, si ya entonces se reia en secreto del candor de los adultos que veian en su cara redonda la imagen del candor. ?No fue entonces que ella dio el primer paso irreparable hacia esta tarde en el Constantinopla? La infanta de los cachetes se metio en la region vedada -se vio- y un segundo despues del pecado, y un segundo antes del castigo, miro a Guirnalda (los ojos chispeantes de calculada malicia) y dijo: “Tenes que perdonarme, mama: son travesuras infantiles”. Para que Guirnalda se ria y perdone. Y trece anos despues Alfredo Etchart tambien se ria, confiado por primera vez. Y me elija a mi.

– Ves -dijo el, y se lo veia entusiasmado-, eso es justamente lo que yo decia.

Irene sacudio la cabeza.

– Pero es que eso no se dice.

Y era como si se lo estuviera diciendo a si misma, esto no se dice, gran pajarona, ?que hiciste? Desesperada de verdad, subitamente sabiendo que habia un viejo sueno de amor que se perdia para siempre, o una posibilidad de descanso en el amor que se habia clausurado -que ella habia clausurado- antes de que pudiese siquiera empezar a ser. Nunca ya descanso ni inocencia para Irene. ?Que habia hecho? Si su corazon gritaba: Quiero ser debil, quiero que me cobijes.

– No, no -ella seguia sacudiendo la cabeza a despecho de su orgullo. Como si a sacudidas pudiera echar de si misma esa sensacion de saber, tambien ahora, lo que cada gesto suyo estaba buscando-. Eso es, no se, una tactica secreta, a lo mejor. Pero no se dice a los otros.

– Cierto, a los otros no. Solamente se te dice a vos. Un modo de la “tactica secreta”, ?o no? Decirte cosas que te escandalizan, o que deberian escandalizarte, ?no es un modo de ponerte contenta? -saco un cigarrillo y dejo el atado en el centro de la mesa; Irene lo miro con cierto temor, ?o con cierta tentacion?-. ?Sabes cual es tu tragedia? Que tenes una lucidez que no va con tu cara -e inicio el movimiento de tocarle la mejilla; pero se detuvo

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