a mitad de camino; con violencia, agarro el atado de cigarrillos y se lo guardo en el bolsillo-. Casi ni podes soportar tu lucidez.

– Yo soporto cualquier cosa -dijo Irene, cometiendo pecado de orgullo. Y peor que eso, escribiria. Necesito soportar justamente aquello que me espanta para poder jactarme de mi privilegio. ?Privilegio? En fin; de algun modo hay que llamar a las cosas.

– Sera asi -dijo Alfredo, y esta vez si extendio la mano y le toco la cara.

Ella no hizo ningun movimiento, ni hacia falta. Ya estaba del otro lado. O a lo mejor, penso despues, siempre habia estado alli.

?Como explicaba la sobrina eso?, habia dicho la portera. Que a veces una los veia llegar y hasta daba verguenza mirarlos: dos novios parecian. Pero que otras veces ella (la senorita Irene) no estaba y entonces el (el profesor Etchart) se aparecia con una de esas locas que sabe traer y bueno, lo que debia pasar ahi adentro solo Dios lo sabia. Que una manana casi le da el patatus. Estaba lo mas oronda baldeando el hall de entrada y ?quien sale del ascensor? Ni mas ni menos que el profesor Etchart con una pelirroja que mamita. Y no va justo por la puerta de calle y entra ella, la senorita Irene. Lo mas campante con una bolsa de factura y comiendose un vigilante y yo me dije (la portera dijo) bueno, esta vez se arma. Pero no, que se juntan los tres y se quedan ahi parados y no va el muerto de risa y la senala a ella y le dice a la colorada: te presento a mama. ?A mama! ?Se daba cuenta la sobrina que desacato? Si asi como estaba, sin pintura y comiendose ese vigilante una no le daba mas de, en fin, la portera, que hacia una ponchada de anos que la veia venir a la casa de el, desde que era una mocosita imberbe que si era su hija a sopapo limpio le sacaba esas manas, podia dar fe de que la senorita Irene ya debia tener sus buenos, en fin, no era la cuestion, ?no le parecia a la sobrina?, el cuento es que la colorada la miraba a ella y lo miraba a el y no entendia ni jota. Como para entender. Pero ella lo mas fresca va y les muestra la bolsita y los convida a los dos con factura. El profesor se agarro un sacramento y se lo empezo a comer ahi nomas, se ve que tenia hambre, pero la colorada se ve que no queria saber nada porque meta tironearlo a el de la manga y decirle vamos vamos que se me hace tarde. Despues se les hace tarde, si. Asi que la senorita Irene enfilo para el ascensor y los otros dos para la puerta y, por si eso fuera poco, no va entonces la senorita Irene y le grita al profesor: Vaya con Dios, hijo mio. ?Que le parecia a la sobrina? Una podia pensar que ahi enseguida iba a ocurrir un crimen, ?no? Pero no. Que al rato volvio el profesor solo y a mediodia salieron los dos, mas frescos que una lechuga. ?Que tienen en las venas, le podia explicar la sobrina? ?Que puede sentir una mujer asi?

Campanas. Repiquen las campanas. Que un pajaro enloquezca y estalle una flor. Ay, abstrusos logaritmos neperianos, que facil construir una alegria con palabras: corazones que cantan, campanas que tanen, sol que se derrama sobre las calendulas y los floricundios. Pero no. Ni una campana, ni el estallido de una sola flor. Ni siquiera la mera campanilla del telefono que sin duda la haria saltar de la silla como ha saltado estos cinco dias, inutilmente buah; nada de planidos, perseverancia y valor, la proxima sera. Viendola a Irene Lauson -holgado camison celeste, anteojos, trencitas absurdas, libro de Courant-, aplicada a la resolucion de una derivada, nadie podria suponer los hipocampos, petunias y jilgueritos que guerrean en su corazon. Otra vez palabras. Pero esto no: esto es un hecho. ?Que hace Irene? Escribe un nombre en un claro de su ecuacion diferencial. ?Y lo envuelve en un corazon! Que vulgar. Que igual a cualquier hija de vecino. Adivinanza: ?En que se diferencia nuestra futura Sonia Kowalevska de cualquier hija de vecino? En esto. En esta super-Irene que se le ha instalado detras del hombro y se rie con colmillos; con dedo implacable senala el metodo de derivacion de las funciones exponenciales y le recuerda sin cortapisas que tiene examen dentro de tres horas y ya ha pasado la edad de la pavada. Desde hace cinco dias su preparacion ha dejado bastante que desear. Para ser exacta, desde el jueves 7 de julio en que se produjo aquel singular encuentro en el Constantinopla.

Se quedo junto a la ventana unos segundos mas. Ya no se oia nada. La portera y la sobrina debian haber entrado. De cualquier manera, no podia seguir esperando a Alfredo. Ella entraba a la Caja a las doce y media y ya eran cerca de las doce. Con sumo cuidado saco de la maquina de escribir una pagina donde a la pasada leyo algo sobre un asesinato y un chico; respetuosamente desistio de seguir leyendo. Puso una hoja en blanco y escribio: “Mi nunca olvidado Valmont: ?no le remuerde en la conciencia que me haya costeado hasta su lejano barrio de Flores en vano? No hace falta que me diga que no: su ausencia de sentimientos no me hace mella. Paso violentamente al voseo y a las recomendaciones tipo esposa: acordate que hoy tenemos que ir a buscar la Remington y sobre todo acordate ?por el amor de Dios! que el viejo cierra a las seis -?quien me va a pisar el poncho ahora?-. Ya les invente una historia de lo mas conmovedora a los de la Caja para salir dos horas antes, asi que paso a buscarte por la facultad a las cinco y cuarto. Tenes que contarme bien como fue el primer encuentro con la mirona. ?Hubo algun otro encuentro? ?No andaremos un poco desencontrados nosotros dos?

El telefono sono.

– Hola.

– ?La princesa de Asturias?

Algo adentro de Irene se apaciguo, se ordeno.

– La princesa en persona -dijo-. ?Como sabias que estaba en tu casa?

– Porque yo estoy en tu casa.

– Ay.

– No es para lamentarlo tanto, no te preocupes. Soy una especie de piltrafa.

– No se que habras andado haciendo.

– Eso porque tenes una mente retorcida y puerca. Aunque no lo creas, estuve toda la noche tratando de hacerle entender a una adolescente indignada lo que es el imperativo categorico.

– Lo creo absolutamente -dijo Irene-. Me imagino lo interesada que estaria.

– Todo lo que te imagines es poco. Tiene examen hoy pero no parecia hacerle mucha impresion. Decia que todo eso de Kant le parecia perfectamente inutil pero que se iba a presentar lo mismo a que le fuera mal. Para tener la experiencia.

Sonamos, es de las que se hacen las raras, penso Irene, mientras otra zona de su cerebro registraba los preteritos imperfectos. Nada de “dice” o “le parece”. Decia, le parecia. Dios nos ampare, se ha propuesto cambiarle la cabeza y ya puso manos a la obra.

– Sera bruta -dijo Irene.

– No es bruta. Es decir, en cierto sentido si. Pero en el fondo…

– Ya se -dijo Irene-, en el fondo tiene catacumbas y catedrales. Y hasta un arbolito.

– No seas desalmada. Ya te querria ver a vos a los diecisiete anos y a punto de dar tu primer examen.

Yo tambien me querria ver. Fue apenas una rafaga, el resplandor de un recuerdo, un relampago de dicha alumbrandola sin piedad desde su primer examen.

– Si yo no digo nada -dijo Irene-. Lo que me parece una exageracion es que a esta altura del partido andes por ahi haciendo de profesor particular. Tenes cuarenta y tres anos y, como dijo el retardado ese del otro dia, venis a ser la antorcha encendida, la lampara votiva y no me acuerdo que otros incendios de la literatura argentina. No podes perder una noche entera de tu vida tratando de que una chica entienda el imperativo categorico. Capaz que hasta machete le hiciste.

Oyo la risa de Alfredo y cerro un momento los ojos.

– Pero si vieras que machete. En serio, cuando te cuente vas a estar orgullosa de mi. Es genial; no creo que exista una cosa tan perfecta en toda la historia del machete.

La invadio una involuntaria marea de amor por el hombre que se estaba riendo. La pasion: ese era su secreto.

– Espero que por lo menos le vaya bien -dijo-. Si no, mira que papelon.

– Ahi esta el boton de la rosa. Ella todavia no cree que le va a ir bien. Yo le aposte que si.

– Que le apostaste.

– ?Si pierde? Le dije que algo que no le pensaba decir hasta llegado el momento. Creo que ahi se puso nerviosa. Pese a que se las da de heladera.

– Me imagino -dijo Irene-. ?Y cuando habra llegado ese momento?

– No sabe a que hora le toca rendir, es medio despistada. Le dije que la iba a estar esperando en el barcito de enfrente desde las cuatro y media hasta que las velas no ardan. Me parece que no me cree del todo.

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