Mas adelante, visitando los poemas uno por uno, encontro «Poem of Women». Volvio a tomar su cuaderno de apuntes y escribio dos versos del poema, con mayusculas:

MY LIFE IS A PAGE RIPPED OUT OF A HOLY BOOK AND

PART OF THE FIRST ONE IS MISSING [4]

Y cierra con su caligrafia caracteristica: «Esto fue escrito para mi, lo se. Debo encontrar esa primera linea que falta.»

Escuchamos desde siempre a Violeta opinar, enfatica: «La soledad de mi madre quedo sellada un dia martes, a las once de la noche, el 24 de enero de 1939, el dia del terremoto de Chillan.»

The fact of a doorframe

means there is something to hold

onto with both hands. [5]

Cuando copio en su diario las tres lineas del primer poema de Adrienne Rich, «The Fact of a Doorframe», penso que otros poemas podrian definirla mejor que aquel, pero lo dejo para mas tarde, cuando la poesia adquiriese su real dimension, mayor que el temblor de la tierra.

Porque la tierra temblo. (Y a pesar de este hecho indesmentible, Violeta iba a escoger mucho despues una zona de volcanes. ?Desafiandolos? Tambien el mar temblo para Eduardo, y el agua se lo llevo todo.)

Pero fue real, nosotras lo vimos. Era de noche ese verano de 1939 cuando Oscar Miranda decidio ir al club. Un partido de domino y un par de copitas, nada mas, le prometio a su esposa Carlota. Ella, combinando paciencia con indiferencia, lo despidio en la puerta y sin otro pensamiento, se dirigio al dormitorio a acostar a su hija Cayetana.

Oscar Miranda no regreso a su hogar ni volvio a ver a su mujer y a su hija de diez anos. El cuerpo de Oscar Miranda quedo atrapado bajo un muro de la fuente de soda que el llamaba «el club». La tierra se abrio, cayeron las paredes y la ciudad se vino abajo.

Cuando el movimiento comenzo en casa de Carlota, ella no dormia aun. Las pequenas lagrimas rosadas de su lampara empezaron a bailar mientras Carlota fijaba los ojos en el techo, preguntandose para que la habria puesto Dios sobre esta tierra. Sin alarmarse de inmediato -nunca perdia el control-, espero a ver si las lagrimas rosadas detenian su movimiento. No se detuvieron. Entonces se dirigio al dormitorio de su hija. Sin despertarla, la levanto y, sujetandola contra su cuerpo grueso, avanzo hasta la entrada, hacia el marco de la unica puerta grande de la casa. La pequena abrio los ojos; desconcertada al verse bajo el alero, abrazo a su mama mientras el mundo se bamboleaba como la nieve en su bola de vidrio cuando ella la sacudia. No, no tenia esa suavidad. Este movimiento era mas fuerte y mas brusco. Hasta que la pared del pasillo que daba a los dormitorios se empezo a resquebrajar, hasta que los cimientos cedieron y la casa se partio en dos.

Ambas recordarian toda la vida los gritos en las calles, esos aullidos perdidos y lejanos, como una musica de fondo para lo inmediato: la caida. Primero, de todos los objetos que las habian rodeado, y luego de las murallas de la casa que habitaban.

Carlota y Cayetana, bajo el marco de esa puerta, no se movieron, no respiraron, no hablaron, no lloraron. La casa cayo y ellas se salvaron.

Carlota miro su entorno, bombardeado por una guerra sin mano del hombre, y corrio con su hija a la unica otra casa que significaba algo para ellas en toda la ciudad. Estaba en el suelo. Solo al dia siguiente lograron penetrar en sus escombros y rescatar a sus habitantes; esa noche, entre las dos, no pudieron hacerlo. Ningun sobreviviente. Carlota los miro: su madre y su padre muertos. Y no tenia mas. Ya habia pasado por la fuente de soda: tambien Oscar Miranda estaba muerto.

Carlota miro por ultima vez su ciudad y la abandono. Las pertenencias a salvar fueron infimas y se pregunto si valdria la pena llevarlas. Luego de pensarlo dos veces, las apilo en un baul de mimbre, barnizado entre amarillo y castano, y aspirando a que su carga fuera la mas liviana las mando en un tren al sur. Con una mano tomo una maleta y con la otra a su hija, y luego de sepultar a los suyos, partio.

Su rumbo fue el mar. Descendieron cuando el tren se detuvo en Concepcion.

Ya instaladas en la pension que pudieron pagar -y lo hizo orgullosamente por adelantado-, compro para su hija un cuaderno a cuadros y un lapiz a mina, se los entrego y le dijo:

– Dibuja. O escribe. Pero no te quedes ahi sin hacer nada. Te he preparado un almuerzo frio, cometelo a la una. No antes, para que no te venga el hambre muy luego en la tarde. Voy a buscar trabajo.

La primera jornada fue descorazonadora. Se ofrecio en tiendas y almacenes. A oficinas no se acerco: ?para que, con la poca preparacion que podia demostrar?

Al cuarto dia llego de vuelta a las diez de la manana. Cayetana escribia un poema sobre los volcanes.

– Listo. Tengo trabajo. No podemos quedarnos en esta pension con el sueldo que voy a ganar. No importa, vamos a arrendar una pieza para las dos en un barrio mas barato.

– ?Donde te contrataron?

– En una paqueteria. Voy a vender de todo, desde botones hasta lapices.

Se trasladaron a Chiguayante. Lograron, luego de mucho pedir e insistir en su condicion de damnificadas, un lugar en la escuela publica del barrio para Cayetana.

Ni Cayetana ni Carlota se consideraron infelices. Tenian techo y comida. Se tenian la una a la otra.

La pieza que arrendaron era amoblada y Carlota mantenia su limpieza impecable. Lo unico propio era el baul de mimbre, que las siguio a cada casa en que vivieron. Solo habia una mesa, una cama que ambas compartian, dos sillas y una cocinilla a carbon en un costado. El bano era comun. La bacinica bajo la cama ayudaba en la noche. Cayetana echo de menos la tina de su casa de Chillan, pero no lo dijo: la tina hundida bajo los escombros del terremoto era menos importante que el cuerpo de su padre tambien hundido.

Todo funciono hasta el dia en que a la cajera de la paqueteria no le cuadro la caja y acusaron a Carlota. Ella, ofendida, renuncio de inmediato.

Vino entonces un tiempo feo. Corto, pero feo. Asi lo recordamos nosotras, y tambien ellas dos. Los empleadores pedian referencias. Carlota no las tenia. Habia pasado un tiempo desde la tragedia de Chillan y ya no era valido -como fue en la escuela y en la paqueteria- presentarse como damnificada. Y sus jefes anteriores no le darian recomendacion alguna si la habian acusado de robo.

La casera fue comprensiva. Un tiempo de fiado, pero un tiempo no mas. No tenian amigos, solo algunos conocidos. Comer se torno dificil.

(Muchos anos mas tarde, nosotras escuchamos a Cayetana decirle a su hija, a la que pario cuando esta historia que relatamos estaba ya en el olvido: «Yo conoci el hambre; tu no sospechas lo que es esa ansiedad.

Creo que la humanidad debiera dividirse en dos: los que han pasado hambre y los que no. Ahi radica toda la diferencia. Tengo disculpas para un par de traumas que nunca tendras tu.»)

En la pieza vecina, la familia que arrendaba tenia una hija de siete anos. A veces Cayetana jugaba con ella, aun considerandola una nina chica. Si la ayudaba a hacer las tareas, la madre le ofrecia quedarse a tomar el te. Preparaba una marraqueta entera de pan para cada una. Cuando esto sucedia, Cayetana podia saltarse la comida y, de paso, aliviar a Carlota.

Pero no duro. Carlota encontro trabajo en una fuente de soda. Debio aprender a servir y a preparar diversos tipos de sandwiches. Los horarios variaron. Entraba tarde, eso le daba tiempo para hacer aseo de manana y preparar la comida. Pero nunca volvio antes de las nueve de la noche, y el peso del invierno aumentaba la densidad de esa hora. Muchas veces llego a casa encontrando a Cayetana acostada, a veces medio dormida. En esos momentos, se acurrucaba en la cama luego de sacarse los zapatos de taco alto que le dolian, y abrazaba a su hija. La apegaba a su pecho por largos y eternos momentos, unicos e irremplazables, jugando con ese pelo castano que crecia rebelde.

Una vez la nina pregunto.

– ?La vida va a ser asi para siempre?

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