componer una cancion. Ese goce, Senor… ?no lo habria cambiado por nada! Y cuando Celeste se acercaba a mi para quejarse del comportamiento de su profesora de matematicas, ?como explicarle que yo habitaba otro mundo, donde no existian las profesoras de matematicas y donde a duras penas -con gran esfuerzo mio- cabian las hijas adolescentes?
– Josefa tiene suenos de raso brillante -dijo un dia Violeta.
– Te equivocas -le respondi con dureza-. No tengo suenos.
Parte de mis fobias tiene que ver con la comida. Con razon Celeste esta en la que esta. Yo odiaba a cualquier ser humano que comiese en mi presencia. Si se trataba de alguien cercano, el odio era mas intenso. Lo observaba comer -fuera quien fuera- y comenzaba el proceso de detestarlo, de considerarlo un bruto, un inadecuado, un obsceno. Las unicas veces que he comprendido el acto de matar ha sido en esas circunstancias. No me sucedia en lugares abiertos o en restaurantes, mas bien tenia relacion con la intimidad. Una persona masticando chicle se me desfiguraba hasta el punto de que la descartaba humanamente. Hablo en pasado porque, tomando antidepresivos, algo he mejorado; pero no del todo. Nunca pude tomar desayuno romanticamente, en la cama, con un hombre. La primera tostada me descomponia. Tanto Roberto como Andres lo entendieron como una enfermedad y no me provocaban. Siempre habia musica de fondo donde quiera que yo comiese. Instintivamente, fui armando una infraestructura que me permitiera vivir con mi fobia. Espeluznantes, por su maldad, han sido los pensamientos que he llegado a tejer sobre personas comunes y corrientes en el momento en que han realizado el inocente acto de comer. Si veo en la television una escena de gente comiendo, pongo inmediatamente el mute, mas aun si es una de esas peliculas yanquis donde hablan con la boca llena. Conozco minuciosamente la forma de comer de cada uno a mi alrededor, el sonido preciso de sus mandibulas, la forma de tragar y de utilizar la lengua. He llegado a pensar que comer debiera ser tan privado como orinar o defecar; ojala los comedores se convirtieran en banos para nunca mas ser el testigo obligado de tan repugnante actividad.
Mi ultimo almuerzo con Pamela fue espantoso, y lo fue ademas por tantas otras razones. Mi amiga comia con avaricia, lanzandome miradas nerviosas y apologeticas, mascando impudicamente, triturando como solo puede hacerlo una mujer obsesiva. La deteste para siempre.
Otra de mis fobias eran los miedos nocturnos. Si me dejaban sola en una casa, por mas protegida que estuviese, me nublaban las fantasias de sangre y cuchillos. Cuando me quede sola con los ninos y no tenia dinero para servicio domestico, mi pobre hermano se veia obligado a alojar en mi casa. Si no, lo hacia mi mama. Violeta vivia en Roma entonces, y solo Dios sabe cuanta falta me hizo.
Al menos, frente al dinero no sufro de fobia alguna. Saco los saldos de mi cuenta bancaria solo cuando debo esperar en una consulta medica o en la antesala de alguien importante. Por lo tanto, los calculo para aprovechar el tiempo muerto. Si no, no me importa en absoluto. Con esto quiero explicar que no necesito restar y sumar, porque tengo suficiente dinero.
Mi slogan personal paso a ser: No, no estoy, no estare, no deseo estar.
Definitivamente, nunca senti el llamado impetuoso y caritativo de salvar a las multitudes, o a nadie en particular. La gente me daba lo mismo. Ni siquiera he sentido caridad hacia esta mujer que llevo en mis huesos. Mis ojos siempre han apuntado al proximo acontecimiento. No podia perder tiempo en lo trivial. He tenido poca sensibilidad para entender el funcionamiento simple del ser humano que se me ha puesto al frente. El porcentaje de la humanidad que solamente come, trabaja y duerme es demasiado alto. ?No estamos destinados, despues de todo, a hacer algo mas?
Segun la letra de mis canciones, yo les cantaba a las personas y al amor. A medida que el escepticismo se fue apoderando de mi, comence a sentirme mentirosa: enganaba a mi propio publico. Se lo comente a Violeta durante el ultimo verano de la casa del molino. Me propuso que confeccionara una lista de mis carinos, anotando alli a quienes no deseo dejar de querer, y que hiciera el chequeo de esta lista el proximo verano. «Si empieza a disminuir», me dijo, «debes preocuparte; si no, debes atribuir este descarino generalizado solo a la selectividad que viene con la edad y que despues de todo, Josefa, es un signo de madurez.»
No hice la lista, por si acaso. De todos modos, habria sido muy corta.
Comprendi, a poco andar, lo dificil que iba a ser que me tomaran en serio con el canto. Siendo mujer, ?por Dios que cuesta que la tomen en serio a una en cualquier campo!
Escuchaba a Marlene Dietrich una tarde. Terciopelo y ronquera su voz, y ni siquiera en su propia lengua: esa leve torpeza con el ingles de las canciones de los anos treinta, transformandose en sensualidad pura. Me interrumpe Celeste:
– No tenia idea de que la Dietrich canto alguna vez.
– Por favor, sientate conmigo y escuchala -le pido yo.
– Ay, mama, tengo cosas mas serias que hacer.
Un dia se filmaba un video documental en mi casa, con un gran equipo de produccion. Me entrevistaban sobre el tema de la discriminacion de la mujer en el arte. Como ya he contado, las camaras me producen angustia; por lo tanto, pedi que me hicieran la entrevista en mi casa, no en el set, para estar mas relajada. En pleno rodaje, un ruido: la aspiradora. Ahi, a metros de nosotros, Zulema trabajaba feliz de la vida. El director, con paciencia, dice: «Ya, todo de nuevo.» Yo miro a Zulema con ojos asesinos, preguntandome si se atreveria a pasar la aspiradora durante una reunion de Andres. Desaparece.
– Cuentanos, Josefa -dice el periodista-, ?en que sentido te sientes discriminada frente a un equivalente masculino?
Empiezo con mi discurso, explicando por que a las mujeres no nos toman en serio. Y siento las risas de los camarografos. En ese momento Andres salia del escritorio y, al abrir la puerta, paso a llevar uno de los tripodes.
– Perdon, se me habia olvidado que estaba la tele…
Mire al equipo.
– Relaten esta escena en vez de entrevistarme -les dije, vencida-. Resulta bastante menos teorico que mis palabras.
No sacaba nada con enfrentar a Andres. Sus intenciones nunca dejan de ser positivas.
Esta imagen de las nuevas mujeres que somos nos llevara al derrame cerebral. Ademas de llevar una casa, de parir y criar a los hijos, de trabajar (?de autofinanciarnos!) y -ojala- de alimentar tambien el espiritu, debemos ser inteligentes y sexualmente competitivas… Pero no solo eso, tambien debemos darle la oportunidad a nuestra pareja de sentirse alguien diferente del proveedor -dicho sea de paso, y se sienta como se sienta frente al tema, objetivamente ya no es el proveedor-; esto es, dejarle espacio para su ser afectivo. Pavimentamos el camino para ese nuevo yo
de los hombres y gastamos energias en lograr que se lo crean, cuando en nuestro fuero interno sabemos que es sobre nosotras, y solamente sobre nosotras, que recae la responsabilidad de toda la vida afectiva. El afecto, en la familia y en todos lados, sigue dependiendo ciento por ciento de nuestras recargadas espaldas.
Las mias tuvieron mas peso del que normalmente le toca a una mujer en la vida.
Veniamos del campo, Roberto y yo. El manejaba, yo ponia en la casetera una cinta de Satie. Era una tarde de sol. Habiamos dejado a los ninos con mis padres y planeamos esta arrancada como un par de adolescentes. Ni necesitabamos verbalizarlo: eramos jovenes y felices. Roberto tenia el brazo descubierto, la camisa era de manga corta. Tuve un impulso irrefrenable. El mismo brazo, esos miles de pelos cortos, claros contra el sol de la tarde y, como siempre frente al volante la mano atenta a los cambios del auto, ajena a mi. El impulso erotico: lo toque. Es todo lo que recuerdo antes del camion que se nos precipito encima.
A mi no me paso nada. Roberto murio.
Nunca mas pude volver a olerlo.
A partir de ese dia la fragilidad paso a ser mi mas lacerante obsesion. La he disfrazado de mil maneras para no vivir con la conciencia de ella en la mente. Pero me envuelve, me estrangula, como si su presion en mis cartilagos me amoratara, me asfixiara, me matara.
Mantener a mis dos hijos fue una tarea ardua: miles de horas de clase en tres diferentes colegios, padre y madre a la vez… La musica, olvidada. Suspendidos todos los placeres, porque sacar adelante esa casa y esos ninos era el mandato. Oscuros fueron esos tiempos, muy oscuros. Y mi aspecto no lo desmentia. No volvi a