que me aguarda. La ultima frase de una novela de Mishima persigue mis pasos y me alcanza: «La musica se deja oir. No cesa nunca.»
No cesa, Javier, no cesa.
No cesa, Violeta.
No cesa.
20.
El 28 de julio de 1994 amanecio gelido y brillante, la nitidez de la cordillera la transformo en plata. El avion aterrizo sobre la ciudad de Santiago.
En mi falda, el paquete que Violeta me ha entregado al partir. Lo desenvolvi apenas hubimos despegado de Ciudad de Guatemala. Me abrace a el, llorando a las mujeres -ciertas mujeres- incapacitadas para encontrar solas su interioridad. Porque, lamentablemente, yo soy una de ellas, de las que no lo logran sino en el reflejo de otra. Porque no he sabido mirarme de frente, porque he necesitado de otra femineidad -aunque fuese mi opuesta- para hacer mi propio relato.
Palpe los bordes y ellos me protegieron en esa noche de puro aire.
Era un tejido, un tapiz rectangular de amplias medidas. ?Cuantos momentos de los ojos de Violeta, de las manos de Violeta, estaban alli? ?Cuanto de mi dulce vecina de la verde selva, arpillerista azul, verde y granate?
Se combinaban grandes manchas verdes, mil tonalidades de este color danzante y floral, con areas pequenas -siempre verdes- sobreponiendose unas a otras. ?Cuantos verdes encontro Violeta en la seda, en la lana, en el algodon? Unos tenues hilos dorados salpicaban el fondo con una luz de oro.
Abajo, al lado derecho, casi bordeando el fin del tapiz, brillaban, apretadas, diversas flores con los colores de la artesania antiguena: azul, amarillo y verde. Los petalos de cada flor arrinconaban a la vecina, penetrandose entre ellas sin darse respiro. Al centro de este manojo, con sus grandes alas arqueadas, el pajaro huichol. Era como oir a Violeta, con voz calida y entusiasta: es el que cierra las puertas del cielo, Josefa, para no dejar entrar el mal en la tierra.
(«Soy una mestiza», fueron anoche sus ultimas palabras, su conclusion, «y mi madre y mi abuela lo fueron. A traves de ellas, que me unen y abrigan, recupero el habla de las primeras habitantes de estas tierras americanas.»)
En un pequeno papel de rosas, de esos que comprabamos juntas en la libreria de la Casa del Conde, sujeto en un costado por un alfiler, me escribio: «Las pistas del verde me fueron depositadas desde el Llanquihue al sur hasta Oaxaca al norte. Antigua formo el bosque.» Fue entonces que repare en las letras bordadas en negro que emergian del final de la tela, esas letras que conozco desde tiempos inmemoriales. Lei: EL ULTIMO BOSQUE.
ORA PRO NOBIS
A nosotras, las otras, nos entregaron el pasado y los recuerdos. Nos escatimaron el presente. Hoy, por primera vez, nos aceptan ser testigos del aca.
Un trozo de cielo se asomo por los ventanales del taller de Violeta, a esa hora el cielo de Antigua estaba hecho de pajaros. Fue a esa hora, terminada la fiesta del bautizo, que cuatro mujeres ingresaron con sigilo al santuario de la creacion. Misteriosamente desocupado, el bastidor -por primera vez sin tela en el- se arrima a la muralla; solo un enorme espacio vacio, de altos muros y piso fresco. A lo lejos, el sonido de alguna campana que doblo a esa misma hora.
La luz incierta vio a las cuatro mujeres sentarse en el suelo sobre sus rodillas. Y aunque huidiza esta luz, alcanzo a mirarlas tomandose de las manos, formando el circulo.
Se oyo la voz de una de ellas. ?Oraba?
Y los espiritus -aquellos, los tutelares- parecieron traspasar los ventanales, colandose en el espacio ritual de la tarde, susurrando un cantico de celebracion, de sanacion, a traves de sus nombres olvidados.
Hasta que nosotras, las otras, oimos las letanias.
– Soy Violeta, madre de Jacinta, hija de Cayetana, nieta de Carlota.
– Soy Josefa, madre de Celeste, hija de Marta, nieta de Adriana.
– Soy Jacinta, hija de Violeta, nieta de Cayetana, bisnieta de Carlota.
– Soy Celeste, hija de Josefa, nieta de Marta, bisnieta de Adriana.
Y comenzo la polifonia, el llamado de las voces confundiendose, entramandose, urdiendo entre ellas la alianza. Hasta que se apago la ultima, la primera, la que repitio, perennizando el gesto:
– Soy Violeta, hija de Cayetana, nieta de Carlota… soy Violeta.
AGRADECIMIENTOS
Al Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes, por el financiamiento de la primera parte: «Fin de fiesta.»
A Paula Serrano, por todo.
A Elisa Castro, por sus generosas lecturas y sugerencias.
A mi amigo -al que prometi no nombrar-, por la dimension de su aporte.
A Alberto Fuguet, por su complicidad.
A Sol Serrano, Gonzalo Contreras y Hector Soto, cada uno sabe bien por que.
A Karin Riedemann y Monica Herrera, por su apoyo, por quererme y soportarme.
A Marcelo Maturana.
Y, por cierto, a la ciudad de Antigua, en Guatemala, que me regalo esta novela.
Marcela Serrano
[1] Y el cuerpo entero de la mujer suplica por el dolor del parto./ Y entonces