sabemos aceptarlo. A los cuatro o cinco anos yo nada sabia de religion, de Dios, de todos los jaleos que los hombres han montado hablando de esas cosas.

?Sabes? Cuando hubo que decidir si cursabas o no las horas de religion en la escuela, estuve largo tiempo indecisa sobre lo que correspondia hacer. Por un lado, recordaba que catastrofico habia sido mi encuentro con los dogmas; por el otro, estaba absolutamente segura de que en la educacion, ademas de ocuparse de la mente, era necesario ocuparse tambien del espiritu. La solucion llego por su cuenta, el mismisimo dia en que murio tu primer hamster. Lo sostenias en la mano y me mirabas perpleja. «?Donde esta ahora?», me preguntaste. Te conteste repitiendo tu pregunta: «En tu opinion, ?donde esta ahora?» ?Recuerdas lo que me contestaste? «Esta en dos sitios: un poco esta aqui, otro poco entre las nubes.» Esa misma tarde lo enterramos con un pequeno funeral. Arrodillada ante el diminuto tumulo rezaste tu oracion: «Que seas feliz, Tony. Algun dia volveremos a vernos.»

Tal vez nunca te lo habia dicho, pero mis primeros cinco anos de colegio los hice con las monjas, en el Instituto del Sagrado Corazon. Eso, puedes creerme, no fue un dano desdenable para mi mente ya tan bailarina. A la entrada del colegio, las monjas tenian puesto durante todo el ano un gran pesebre. Estaba Jesus en el establo con el padre, la madre, el buey, el asno, y alrededor montanas y barrancos de carton piedra poblados tan solo por un rebano de ovejitas. Cada ovejita era una alumna y, segun su conducta durante la jornada, la alejaban o la acercaban al establo de Jesus. Todas las mananas, antes de ir a clase, pasabamos por delante y al pasar nos veiamos obligadas a considerar nuestra posicion. En el lado mas alejado del establo habia un barranco profundisimo y alli era donde estaban las mas malas, con dos patitas ya suspendidas sobre el vacio. Entre los seis y los diez anos vivi condicionada por los pasos que daba mi corderito. Inutil que te diga que casi nunca se movio del borde del precipicio.

En mi fuero interno, con toda mi voluntad, trataba de respetar los mandamientos que me habian ensenado. Lo hacia por ese natural sentido de conformismo propio de los ninos, pero no solamente por eso: realmente estaba convencida de que era necesario ser buena, no mentir, no ser vanidosa. Pese a ello, siempre estaba a punto de caer. ?Por que? Por pequeneces. Cuando llorando me dirigia a la madre superiora para preguntarle el motivo del enesimo desplazamiento, me contestaba: «Porque ayer llevabas en el pelo un lazo demasiado grande… Porque una companera te oyo canturrear cuando salias del colegio… Porque no te lavaste las manos antes de sentarte a la mesa.» ?Te das cuenta? Una vez mas, mis culpas eran exteriores: identicas, iguales a las que me imputaba mi madre. No se ensenaba la coherencia, sino el conformismo. Cierto dia, al llegar al borde del barranco, estalle en llanto diciendo: «?Pero yo amo a Jesus!» Entonces, la monja mas proxima, ?sabes que dijo? «?Ah! Ademas de desordenada eres tambien embustera. Si verdaderamente amases a Jesus mantendrias mas ordenadas tus libretas.» Y ?paf!, empujando con el indice, hizo caer mi ovejita al precipicio.

Creo que despues de aquel episodio no dormi durante dos meses enteros. En cuanto cerraba los ojos, sentia que bajo mi espalda la tela del colchon se convertia en llamas y que unas voces horribles grunian detras de mi diciendo: «Aguarda, que ahora venimos a buscarte.» Naturalmente, nunca conte nada de todo esto a mis padres. Al verme palida y nerviosa, mi madre decia: «La nina esta agotada», y yo, sin rechistar, tragaba una tras otra las cucharadas de jarabe reconstituyente.

A saber cuantas personas sensibles e inteligentes se han alejado para siempre de los asuntos del espiritu gracias a episodios como ese. Cada vez que escucho que alguien dice que han sido hermosos los anos de colegio, y que los anora, me quedo cortada. Para mi, aquel periodo fue uno de los mas feos de mi existencia; mas aun, acaso absolutamente el peor, por la sensacion de impotencia que lo dominaba. A lo largo de toda la escuela primaria me debati ferozmente entre la voluntad de conservarme fiel a lo que sentia dentro de mi y el deseo de adherirme, pese a que lo intuia como falso, a lo que los demas creian.

Es extrano, pero al evocar ahora las emociones de aquel periodo tengo la sensacion de que mi gran crisis de crecimiento no se produjo, como siempre ocurre, en la adolescencia, sino justamente en aquellos anos de infancia. A los doce, a los trece, a los catorce anos, ya estaba en posesion de una triste estabilidad muy mia. Poco a poco las grandes preguntas metafisicas se habian alejado de mi para dejar espacio a fantasias nuevas e inocuas. Los domingos y fiestas de rigor iba a misa con mi madre y me arrodillaba con aire compungido, para recibir la hostia, pero mientras lo hacia estaba pensando en otras cosas. Esa era tan solo una de las pequenas representaciones que habia de interpretar para vivir tranquila. Por eso no te inscribi en la hora de educacion religiosa, ni me arrepenti jamas de no haberlo hecho. Cuando, con tu curiosidad infantil, me planteabas preguntas sobre el tema, trataba de contestarte de una manera directa y serena, respetando el misterio que hay en cada uno de nosotros. Y cuando dejaste de hacerme preguntas, discretamente deje de hablarte de ello. En estos asuntos no es posible empujar o tironear, de lo contrario ocurre lo mismo que pasa con los vendedores ambulantes: cuanto mas proclaman las bondades de su producto, mas se tiene 1a sospecha de que se trata de una estafa. Contigo solo he tratado de no apagar lo que ya habia. Por lo demas, he aguardado.

No creas, sin embargo, que mi camino fue tan simple; aunque a los cuatro anos habia intuido el aliento que envuelve las cosas, a los siete ya lo habia olvidado. Durante los primeros tiempos, es cierto, todavia oia la musica: hundida en lo mas hondo, pero estaba. Parecia un torrente en la garganta de una montana: si me quedaba quieta y prestaba atencion, desde el borde del despenadero lograba percibir su rumor. Mas tarde el torrente se convirtio en un viejo aparato de radio, un aparato que esta a punto de romperse. Por un instante la melodia estallaba con demasiada fuerza; al instante siguiente habia desaparecido por completo.

Mi padre y mi madre no perdian ocasion de echarme en cara mi habito cantarin. Cierta vez, durante la comida, incluso me toco una bofetada -mi primera bofetada- porque se me habia escapado un tarareo. «En la mesa no se canta», habia tronado mi padre. «Y no se ha de cantar si no se es cantante», habia anadido mi madre. Yo lloraba y repetia entre lagrimas: «Pero a mi me canta dentro.» Para mis padres era absolutamente incomprensible cualquier cosa que se apartase del mundo concreto de la materia. ?Como podia entonces conservar mi musica? Me hubiera hecho falta por lo menos el destino de un santo. Y el mio, en cambio, era el cruel destino de la normalidad.

Poco a poco desaparecio la musica, y con ella la sensacion de honda alegria que me habia acompanado durante los primeros anos. La alegria, ?sabes?, es justamente lo que mas he anorado. Posteriormente, seguro que si, incluso he sido feliz; pero la felicidad es, respecto a la alegria, como una lampara electrica respecto al sol. La felicidad siempre tiene un objeto, somos felices por algo, es un sentimiento cuya existencia depende de lo exterior. La alegria, en cambio, no tiene objeto. Te posee sin ningun motivo aparente, en su esencia se parece al sol arde gracias a la combustion de su propio corazon.

A lo largo de los anos me he abandonado a mi misma, a la parte mas profunda de mi, para convertirme en otra persona, la que mis padres confiaban que llegase a ser. He dejado mi personalidad para adquirir un caracter. El caracter, ya tendras ocasion de comprobarlo, es mucho mas apreciado en el mundo que la personalidad.

Pero caracter y personalidad, contrariamente a lo que se suele creer, no se acompanan; es mas, la mayor parte de las veces se excluyen de manera perentoria el uno al otro. Mi madre, por ejemplo, tenia un caracter fuerte, estaba segura de cada uno de sus actos y no habia nada, absolutamente nada, que pudiese quebrar esa seguridad suya. Yo era exactamente todo lo contrario. En la vida cotidiana no habia ni una sola cosa que me causara entusiasmo. Ante cada eleccion titubeaba, vacilaba tanto que, al final, quien estaba a mi lado se impacientaba y decidia por mi.

No creas que fue un proceso natural abandonar la personalidad para fingir un caracter. Algo en el fondo de mi seguia rebelandose: una parte queria seguir siendo yo misma, en tanto que la obra, para ser querida, debia adaptarse a las exigencias del mundo. ?Que dura batalla! Detestaba a mi madre, a esa manera suya superficial y vacia de actuar. La detestaba y, sin embargo, lentamente y contra mi voluntad, me estaba volviendo precisamente como ella. Esta es la extorsion grande y terrible de la educacion, a la que es casi imposible sustraerse. Ningun nino puede vivir sin amor. Por eso nos acomodamos al modelo que se nos impone, incluso si no lo encontramos justo. El efecto de este mecanismo no desaparece con la edad adulta. Cuando eres madre vuelve a aflorar sin que tu te des cuenta o lo quieras, vuelve a condicionar tus acciones. De tal suerte yo, cuando nacio tu madre, estaba absolutamente segura de que me comportaria de diferente manera.

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