compra una buena pieza de plastico que resista el agua y el viento y la coloca sobre el cultivo; para mantener alejados los pulgones y las larvas, rocia las plantas con abundantes dosis de insecticida. El suyo es un trabajo sin descanso, no hay momento del dia o de la noche en que no piense en su huerta y en la manera de defenderla. Despues, una manana, al levantar el plastico, tiene la fea sorpresa de encontrar que todas las plantas estan podridas, muertas. Si las hubiera dejado crecer libremente, algunas habrian muerto lo mismo, pero otras habrian sobrevivido. El viento y los insectos habrian llevado otras plantas que hubieran crecido junto a las plantadas por el; algunas serian hierbajos y las arrancaria, pero otras tal vez se hubieran convertido en flores que con sus colores habrian alegrado la monotonia de la huerta. ?Entiendes? Asi son las cosas, en la vida hace falta tener generosidad: cultivar el pequeno caracter propio sin ver nada mas de lo que hay alrededor significa seguir respirando pero estar ya muerto.
Imponiendo una excesiva rigidez a la mente, Ilaria habia suprimido en su interior la voz del corazon. De tanto discutir con ella, yo incluso tenia miedo de pronunciar esa palabra. En cierta ocasion, cuando era una adolescente, le dije: «el corazon es el centro del
Actualmente el corazon hace pensar en seguida en algo ingenuo, adocenado. En mi juventud todavia se podia nombrar con desenvoltura; ahora en cambio es un vocablo que ya nadie utiliza. Las pocas veces que se lo nombra es tan solo para aludir a su mal funcionamiento: no es el corazon por entero, sino solamente una isquemia coronaria, una leve patologia auricular. Pero nadie alude a el, al hecho de que es el centro del alma humana. A menudo me he preguntado cual podia ser la razon de este ostracismo. «Quien confia en su corazon es un mentecato», decia a menudo Augusto citando la Biblia. ?Por que habria de ser un mentecato? ?Tal vez porque el corazon se parece a una camara de combustion? ?Porque alli dentro hay tinieblas, tinieblas y fuego? Tan moderna es la mente, como antiguo el corazon. Se piensa entonces que quien hace caso al corazon se aproxima al mundo animal, a la falta de control, mientras que quien hace caso a la razon se acerca a las reflexiones mas elevadas. ?Y si no fuesen asi las cosas, si fuese verdad exactamente lo contrario? ?Y si ese exceso de razon fuese lo que deja desnutrida a la vida?
Durante el viaje de regreso de Grecia habia tomado la costumbre de pasar parte de la manana cerca del puente de mando. Me gustaba atisbar adentro, mirar el radar y todos esos ingenios complicados que indicaban hacia donde estabamos yendo. Alli, cierto dia, observando las diferentes antenas que vibraban en el aire, pense que el hombre se parece cada vez mas a una radio que solamente es capaz de sintonizar una franja de frecuencia. Ocurre en parte como con las radios portatiles que encuentras como obsequio en los detergentes: aunque en el dial estan indicadas todas las frecuencias, en realidad al mover el sintonizador solo logras captar una o dos a lo sumo; todas las demas siguen siendo zumbidos en el aire. Me parece que el uso excesivo de la mente produce mas o menos el mismo efecto: de toda la realidad que nos rodea solo logramos captar una parte restringida. Y en esa parte frecuentemente impera la confusion porque esta toda repleta de palabras, y las palabras, la mayor parte de las veces, en lugar de conducirnos a un sitio mas amplio nos hacen dar vueltas como un tiovivo.
La comprension exige silencio. Cuando era joven no lo sabia, lo se ahora que merodeo por la casa muda y solitaria como un pez en su esferica pecera de cristal. Es como limpiar el suelo sucio con una escoba o con una fregona mojada: si usas la escoba, gran parte del polvo se eleva en el aire y vuelve a caer sobre los objetos de la habitacion; si usas la fregona mojada, en cambio, el suelo queda reluciente y limpio. El silencio es como la fregona humeda, aleja para siempre la opacidad del polvo. La mente es prisionera de las palabras, si hay un ritmo que le pertenece es el ritmo desordenado de los pensamientos; el corazon, en cambio, respira, es el unico que late entre todos los organos, y es ese latir lo que le permite entrar en sintonia con otros latidos mas vastos. A veces, mas por distraccion que por otro motivo, me ocurre que dejo conectada la television la tarde entera; aunque no la mire, su rumor me sigue por las habitaciones, y por la noche, al irme a la cama estoy mucho mas nerviosa que de costumbre y me cuesta conciliar el sueno. El ruido constante, el estrepito, es una especie de droga: cuando estas habituado no puedes prescindir de el.
No quiero adelantarme demasiado, por lo menos no ahora. En las paginas que he escrito hoy parece, en parte, como si hubiese preparado una tarta mezclando recetas diferentes -un poco de almendra y despues el requeson, pasas de Corinto y ron, melindros y mazapan, chocolate y fresas-; en otras palabras, una de esas cosas terribles que en cierta ocasion me hiciste probar diciendo que se llamaba
?Imaginate luego si cayese en manos de algun psicologo! Podria escribir un ensayo entero sobre la relacion fracasada con mi hija, sobre todo aquello que inhibi. Y aunque hubiera inhibido algo, ?que importancia tiene, a estas alturas? Tenia una hija y la he perdido. Murio estrellandose con su coche: ese mismo dia yo le habia revelado -que ese padre que, segun ella, tanto dano le habia causado, no era su verdadero padre. Tengo presente aquel dia como la pelicula de un filme, solo que en vez de moverse en el proyector esta clavada en la pared. Se de memoria la secuencia de las escenas, y conozco cada escena detalladamente. Nada se me escapa, todo late en mis pensamientos cuando estoy despierta y cuando duermo. Seguira latiendo incluso despues de mi muerte.
La pequena mirla se ha despertado. Con intervalos regulares asoma la cabeza por el agujero y emite un pio decidido. «Tengo hambre -parece decir-, ?a que esperas para darme de comer?» Me puse de pie, abri la nevera y mire si habia algo que sirviera para ella. Como no habia nada, llame por telefono al senor Walter para preguntarle si tenia lombrices. Mientras marcaba el numero, le dije: «Feliz de ti, pequenaja, que has nacido de un huevo y tras el primer vuelo has olvidado el aspecto de tus progenitores.»
Esta manana, poco antes de las nueve, llego a casa Walter con su esposa y con un saquito de gusanillos. Eran larvas de la harina: las habia conseguido gracias a un primo suyo que es aficionado a la pesca. Con su ayuda saque delicadamente la pequena mirla de su caja; bajo las suaves plumas del pecho el corazon latia como enloquecido. Con una pequena pinza de metal cogi gusanillos del platito y se los ofreci. Por mas que se los moviera de manera apetitosa delante del pico, no queria saber nada. «Abraselo con un mondadientes -me incitaba entonces el senor Walter-, o a viva fuerza con los dedos»; pero yo, naturalmente, no me atrevia a hacerlo. De pronto recorde, por la experiencia de haber criado juntas tantos pajarillos, que hay que estimularles el pico por un costado, y asi lo hice. Efectivamente, como si detras hubiera tenido un resorte, inmediatamente la pequena mirla abrio el pico. Despues de tres larvas ya estaba satisfecha. La senora Razman preparo un cafe -yo ya no puedo hacerlo desde que tengo la mano defectuosa- y nos quedamos un rato charlando de todo un poco. Sin la amabilidad y disponibilidad de ellos mi vida seria mucho mas dificil. Dentro de algunos dias iran a un vivero para comprar bulbos y semillas de cara a la primavera proxima. Me invitaron a ir con ellos. No les dije ni que si, ni que no; hemos quedado de acuerdo en hablar por telefono manana a las nueve.
Aquel dia era el 8 de mayo. Yo habia pasado la manana ocupandome del jardin: habian florecido las milenramas y el cerezo estaba cubierto de brotes. A la hora de la comida, sin previo aviso, aparecio tu madre. En silencio se me acerco por la espalda. «?Sorpresa!», grito repentinamente, y yo del susto deje caer el rastrillo. La expresion de su rostro contrastaba con el entusiasmo falsamente alegre de su exclamacion. Estaba amarillenta y tenia la boca contraida. Al hablar se pasaba constantemente la mano por el pelo, se apartaba los cabellos del rostro, se metia en la boca un mechon.
En esos ultimos tiempos aquel era su estado natural: al verla asi no me preocupe, por lo menos no mas que otras veces. Le pregunte donde estabas. Me dijo que te habia dejado jugando en casa de una amiga. Mientras ibamos hacia la casa se saco de un bolsillo un ramito de nomeolvides todo espachurrado. «Es el dia de la madre», dijo, y se quedo inmovil mirandome con las flores en la mano, sin decidirse a dar un paso. Entonces el paso lo di yo, me le acerque y la abrace carinosamente dandole las gracias. Al sentir contra el mio el contacto de su cuerpo me senti perturbada. Habia en ella una terrible rigidez; cuando la abrace se habia endurecido aun mas. Yo tenia la