hombres son extremadamente fragiles, ingenuos: llevan en su interior resortes muy primitivos, basta apretar uno de estos para que caigan en la sarten como pescaditos fritos. Yo lo comprendi bastante tardiamente, pero mis amigas lo sabian ya entonces, a los quince o dieciseis anos.

Con natural talento aceptaban misivas o las rechazaban, escribian las propias con una u otra entonacion, concertaban citas y no acudian, o acudian muy tarde. Mientras bailaban, frotaban la parte adecuada del cuerpo y, al hacerlo, miraban al hombre a los ojos con la expresion intensa de las jovenes cervatillas. Esa es la malicia femenina, esos son los halagos que llevan a tener exito con los hombres. Pero yo, date cuenta, era como una patata, no entendia absolutamente nada de lo que ocurria a mi alrededor. Aunque pueda parecerte extrano, habia en mi un profundo sentimiento de lealtad y esa lealtad me decia que jamas, jamas, podria enredar a un hombre. Pensaba que algun dia encontraria a un joven con quien pudiera hablar hasta bien entrada la noche sin cansarme; hablando y hablando nos dariamos cuenta de que veiamos las cosas de la misma manera, de que experimentabamos las mismas emociones. Entonces naceria el amor, se trataria de un amor fundado en la amistad, en la estima, no en la facilidad del enredo.

Yo queria una amistad amorosa, y en eso era muy viril, viril en el sentido antiguo. Era la relacion en condiciones de igualdad, creo, lo que infundia terror a mis pretendientes. Asi, lentamente, habia terminado por verme relegada al papel que habitualmente corresponde a las feas. Tenia muchos amigos, pero se trataba de amistades en una sola direccion: acudian a mi solamente para confesarme sus penas de amor. Mis amigas se iban casando una tras otra. Durante cierto periodo de mi vida, creo que no hice otra cosa que asistir a bodas. Mis coetaneas empezaban a tener ninos y yo era siempre la tia soltera, vivia con mis padres, en casa, y estaba casi resignada a seguir siendo senorita eternamente. «A saber que tienes en la cabeza -decia mi madre-, ?sera posible que no te guste Fulano, ni tampoco Mengano?» Para ellos era evidente que mis dificultades con el otro sexo eran consecuencia de mi caracter singular. ?Que si lamentaba eso? No lo se.

A decir verdad, no sentia en mi interior el deseo ardiente de formar una familia. La idea de traer un hijo al mundo me provocaba cierta desconfianza. Habia sufrido demasiado de nina y tenia miedo de hacer sufrir de la misma manera a una criatura inocente. Ademas, aunque vivia aun en casa de mis padres, era totalmente independiente, duena y senora de cada hora de mis jornadas. A fin de ganar algun dinero daba clases de recuperacion de griego y latin, mis materias predilectas. Aparte de eso, no tenia otros compromisos: podia pasar tardes enteras en la biblioteca municipal sin tener que rendir cuentas a nadie, podia hacer excursiones a la montana cada vez que me diera la gana.

En otras palabras, mi vida, comparada con la de otras mujeres, era libre, y yo tenia mucho miedo de perder esa libertad. Y, sin embargo, toda esa libertad, toda esa aparente felicidad, a medida que pasaba el tiempo la sentia cada vez mas falsa, mas forzada. La soledad, que al principio me habia parecido un privilegio, empezaba a pesarme. Mis padres se estaban volviendo viejos, mi padre habia sufrido un ataque de apoplejia y caminaba mal. Yo lo acompanaba diariamente, cogiendolo del brazo, a comprar el periodico. Por aquel entonces tenia veintisiete o veintiocho anos. Viendo mi imagen reflejada junto a la de el en los escaparates, de pronto me senti tambien yo vieja y comprendi cual era el rumbo que estaba tomando mi vida: de ahi a poco el se iba a morir, mi madre lo seguiria, yo me quedaria sola en una gran casa llena de libros; para pasar el tiempo tal vez me pondria a bordar o acaso a pintar acuarelas y los anos irian volando uno tras otro. Hasta que alguien, una manana, preocupado al no verme desde hacia dias, llamaria a los bomberos: los bomberos desfondarian la puerta y encontrarian mi cuerpo tendido en el suelo. Estaba muerta, y lo que de mi quedaba no era muy distinto del casco seco que dejan en el suelo los insectos cuando mueren.

Sentia marchitarse mi cuerpo de mujer sin haber vivido y eso me inundaba de una gran tristeza. Ademas me sentia sola, muy sola. Desde que existia no habia tenido nunca a nadie con quien hablar, quiero decir con quien hablar de verdad. Ciertamente era muy inteligente, leia mucho, como decia mi padre con cierto orgullo, a fin de cuentas: «Olga nunca se casara porque tiene demasiada cabeza.» Pero toda esa supuesta inteligencia no conducia a ninguna parte, que se yo: no era capaz de emprender un gran viaje, ni de estudiar algo en profundidad. Me sentia las alas despuntadas por el hecho de no haber ido a la universidad. En realidad, la causa de mi ineptitud, de mi incapacidad de lograr que mis dotes dieran fruto, no provenia de eso. En el fondo, Schliemann habia descubierto Troya siendo un autodidacta, ?no? Mi freno era otro: un pequeno muerto en mi interior, ?te acuerdas? Era el quien me frenaba, era el quien me impedia avanzar. Yo me quedaba quieta y aguardaba. ?A que? No tenia la menor idea.

El dia que Augusto vino por primera vez a nuestra casa habia nevado. Lo recuerdo porque en esta comarca rara vez nieva y porque, precisamente a causa de la nieve, ese dia nuestro invitado a comer llego con retraso. Como mi padre, Augusto se dedicaba a la importacion de cafe. Habia venido a Trieste para interesarse por la compra de nuestra empresa. Despues de su ataque de apoplejia mi padre, que no tenia herederos varones, habia decidido deshacerse de la empresa para pasar en paz sus ultimos anos. A primera vista, Augusto me parecio muy antipatico. Venia de Italia, como deciamos nosotros, y al igual que todos los italianos tenia una afectacion que yo encontraba irritante. Es extrano, pero a menudo ocurre que determinadas personas, importantes en nuestra existencia, al principio no nos gustan nada. Tras la comida mi padre se retiro a descansar y a mi me dejaron en la sala acompanando a nuestro huesped en espera de que para el llegase la hora de coger el tren. Estaba de lo mas fastidiada. Durante esa hora, o poco mas, que pasamos juntos, lo trate sin muchos miramientos. A cada pregunta suya contestaba con un monosilabo, y si el se quedaba callado, yo tambien. Cuando, ya ante la puerta, me dijo: «Mis respetos, senorita», le tendi la mano con la misma distancia con que una aristocrata se la concede a un hombre de rango inferior.

«Para ser italiano, el senor Augusto es simpatico», habia dicho mi madre esa noche mientras cenabamos. «Es una persona honrada -habia contestado mi padre-. Y tambien habil en los negocios.» En ese momento, adivina lo que ocurrio. Mi lengua actuo por su cuenta: «?Y no lleva anillo de boda!», exclame con repentina vivacidad. Cuando mi padre repuso: «Efectivamente, el pobre es viudo», yo ya estaba roja como un tomate y profundamente avergonzada.

Dos dias despues, al volver de dar una clase, encontre en la entrada de casa un paquete envuelto en papel de plata. Era el primer paquete que recibia en mi vida. No conseguia imaginar quien podia habermelo enviado. Bajo el paquete habia una nota. ?Conoce estos dulces? Debajo, la firma de Augusto.

Por la noche, con esos dulces sobre la mesita de noche, no lograba conciliar el sueno. «Los habra enviado por cortesia hacia mi padre», decia para mis adentros, y, mientras tanto, me comia una tras otra las piezas de mazapan. Volvio a Trieste tres semanas despues, «por negocios», segun dijo durante el almuerzo, pero en vez de marcharse en seguida como la vez anterior, se quedo en la ciudad algun tiempo mas. Antes de despedirse le pidio permiso a mi padre para llevarme a dar un paseo por la ciudad en su coche, y mi padre, sin siquiera consultarme, se lo concedio. Toda la tarde estuvimos dando vueltas por las calles de la ciudad; el hablaba poco, me pedia informacion sobre los monumentos y despues se quedaba callado, escuchandome. Me escuchaba, eso era para mi un autentico milagro.

La manana del dia en que se marcho me hizo enviar un ramo de rosas rojas. Mi madre estaba de lo mas excitada, yo simulaba no estarlo, pero para abrir el sobre y leer la nota aguarde muchas horas. En breve sus visitas se volvieron semanales. Todos los sabados venia a Trieste y volvia a partir hacia su ciudad el domingo. ?Recuerdas lo que hacia el Principito para domesticar al zorro? Iba todos los dias a plantarse ante su madriguera y aguardaba a que saliera. De esa manera, poco a poco, el zorro aprendio a conocerlo y a no tenerle miedo. No solo eso, sino que aprendio tambien a emocionarse ante la vista de todo aquello que le recordase a su pequeno amigo. Seducida mediante la misma tactica, yo tambien, esperandolo, empezaba a agitarme desde el jueves. El proceso de domesticacion habia empezado. Despues de un mes, toda mi vida orbitaba alrededor de la espera del fin de semana. En poco tiempo, una gran confianza se habia establecido entre nosotros. Con el, por fin, podia hablar: el apreciaba mi inteligencia y mi anhelo de saber; yo apreciaba su mesura, su disponibilidad para escuchar, esa sensacion de seguridad y proteccion que los hombres maduros pueden brindar a una mujer joven.

Nos casamos en una sobria ceremonia el dia 1 de junio de 1940. Diez dias despues, Italia entro en guerra. Por razones de seguridad, mi madre se refugio en una aldea de montana, en el Veneto, en tanto que yo me instale en L'Aquila con mi marido.

A ti, que la historia de aquellos anos solamente la has leido, que en vez de vivirla la has estudiado, te

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