lado y no sentirse contagiada por el calor que emanaba cada frase suya, por el calor de su cuerpo.

Hace tiempo lei en un periodico que, segun las ultimas teorias, el amor no nace del corazon, sino de la nariz. Cuando dos personas se encuentran y se gustan empiezan a enviarse unas pequenas hormonas cuyo nombre no recuerdo; esas hormonas entran por la nariz para subir hasta el cerebro y alli, en algun secreto meandro, desatan la tempestad del amor. En otras palabras, concluia el articulo, los sentimientos no son otra cosa que invisibles hedores. ?Que tonteria tan absurda! Quien ha experimentado el amor verdadero en su existencia, el amor grande y sin palabras, sabe que esta clase de afirmaciones no son otra cosa que el enesimo golpe bajo para enviar hacia el exilio al corazon. Ciertamente, el olor de la persona amada provoca grandes turbaciones. Pero para provocarlas antes tiene que haber habido otra cosa, alguna cosa que, estoy segura, es muy distinta de un sencillo hedor.

Estando junto a Ernesto durante esos dias, por primera vez en mi vida tuve la sensacion de que mi cuerpo no tenia limites. Sentia a mi alrededor una especie de halo impalpable, era como si los contornos fuesen mas amplios y esa amplitud vibrase en el aire con cada movimiento. ?Sabes como se comportan las plantas cuando durante algunos dias no las riegas? Las hojas se ablandan, en vez de elevarse hacia la luz cuelgan hacia abajo como las orejas de un conejo deprimido. Pues mi vida, durante los anos anteriores, habia sido justamente similar a la de una planta sin agua: el rocio nocturno me habia brindado la nutricion minima indispensable para sobrevivir, pero aparte de esta no recibia otra cosa, tenia las fuerzas para sostenerme de pie y nada mas. Es suficiente mojar la planta una vez sola para que se recobre, para que se yergan sus hojas. Eso me ocurrio la primera semana. A los seis dias de mi llegada, al mirarme en el espejo por la manana me di cuenta de que era otra. La piel era mas lisa, la mirada mas luminosa, mientras me vestia empece a cantar, cosa que no hacia desde que era nina.

Oyendo esta historia desde fuera, tal vez te resulte natural pensar que bajo la euforia habria algunas preguntas, una inquietud, un tormento. En el fondo era una mujer casada, ?como podia aceptar con ligereza la compania de otro hombre? No habia pregunta alguna, sin embargo, ninguna sospecha, y no porque fuese particularmente falta de prejuicio. Mas bien porque lo que estaba viviendo se referia al cuerpo, solamente al cuerpo. Era como un cachorro que, tras haber vagabundeado largamente por las calles en invierno, encuentra un cubil calido: no se pregunta nada y se queda alli, disfrutando la tibieza. Ademas, la estima que tenia de mis encantos femeninos era muy baja y, por consiguiente, ni siquiera me rozaba la idea de que un hombre pudiera sentir esa clase de interes por mi.

El primer domingo, mientras me dirigia a pie a oir misa, Ernesto se me acerco al volante de un coche. «?Adonde va?», me pregunto asomandose por la ventanilla. Apenas se lo dije abrio la portezuela diciendo: «Creame, Dios se quedara mucho mas contento si en vez de ir a la iglesia viene a darse un hermoso paseo por los bosques.» Tras largos trayectos y muchas curvas llegamos a un sitio en el que se abria un sendero que se perdia entre los castanos. Yo no llevaba el calzado adecuado para caminar por un suelo accidentado y tropezaba constantemente. Cuando Ernesto me cogio la mano, me parecio la cosa mas natural del mundo. Caminamos largo rato en silencio. En el aire ya se percibia el olor del otono, la tierra estaba humeda, en la copa de los arboles amarilleaban las hojas y la luz, al pasar entre ellas, se atenuaba en diferentes tonalidades. De pronto, en medio de un claro, dimos con un enorme castano. Acordandome de mi encina me acerque, primero lo acaricie con la mano, despues apoye una mejilla sobre su corteza. En seguida Ernesto apoyo su cabeza junto a la mia. Desde que nos habiamos conocido nunca nuestros ojos habian estado tan proximos.

Al dia siguiente no quise verlo. La amistad se estaba transformando en otra cosa y necesitaba reflexionar. No era una chiquilla, sino una mujer casada con todas sus responsabilidades; el tambien estaba casado, y por anadidura tenia un hijo. Lo habia previsto todo en mi existencia hasta la vejez y el hecho de que irrumpiera algo que no habia calculado me llenaba de una gran ansiedad. No sabia como habia de comportarme. Al primer impacto lo nuevo da miedo, para conseguir avanzar es necesario superar esa sensacion de alarma. De tal suerte, en determinado momento pensaba: «Es una gran tonteria, la mas grande de mi vida; tengo que olvidarlo todo y borrar lo poco que ha habido.» Al momento siguiente me decia que la tonteria mas grande iba a ser justamente dejarlo correr, porque era la primera vez desde mi infancia que me sentia viva, todo vibraba a mi alrededor y dentro de mi, me parecia imposible tener que renunciar a ese nuevo estado. Ademas, naturalmente, tenia una sospecha, la sospecha que sienten o por lo menos sentian todas las mujeres: es decir, que me estuviese tomando el pelo, que quisiera divertirse y nada mas. Todos esos pensamientos se agitaban en mi cabeza mientras estaba sola en esa triste habitacion de pension.

Esa noche no logre conciliar el sueno hasta las cuatro, estaba demasiado excitada. Pero a la manana siguiente no me sentia fatigada ni mucho menos: mientras me vestia empece a cantar; en esas pocas horas habia brotado en mi interior un anhelo tremendo de vivir. El decimo dia de mi estadia envie a Augusto una postal: Aire excelente, cocina mediocre. Confiemos, habia escrito, despidiendome con un abrazo afectuoso. La noche anterior la habia pasado con Ernesto.

Durante esa noche repentinamente me habia dado cuenta de una cosa, y era que entre nuestra alma y nuestro cuerpo hay muchas pequenas ventanas y a traves de estas, si estan abiertas, pasan las emociones, si estan entornadas se cuelan apenas; tan solo el amor puede abrirlas de par en par a todas y de golpe, como una rafaga de viento.

Durante la ultima semana de mi permanencia en Porretta estuvimos siempre juntos; dabamos largos paseos y hablabamos hasta quedarnos con la garganta reseca. ?Que diferentes eran las cosas que decia Ernesto de las de Augusto! Todo en el era pasion, entusiasmo, sabia entrar en los argumentos mas dificiles con una sencillez absoluta. A menudo hablabamos de Dios, de la posibilidad de que ademas de la realidad tangible hubiese alguna otra cosa. El habia militado en la Resistencia, mas de una vez habia visto la muerte cara a cara. En esos momentos habia nacido en el el pensamiento de alguna cosa superior, no por miedo, sino por la dilatacion de la conciencia en un espacio mas amplio. «No puedo seguir los ritos -me decia-, jamas frecuentare un sitio de culto, nunca podre creer en los dogmas, en las historias que han inventado otros hombres como yo.» Nos robabamos las palabras de la boca, pensabamos las mismas cosas, las deciamos de la misma manera, parecia que nos conocieramos desde hacia anos y no desde hacia dos semanas.

Nos quedaba poco tiempo, las ultimas noches no dormimos mas de una hora, nos adormeciamos el tiempo minimo necesario para recobrar fuerzas. A Ernesto lo apasionaba mucho el tema de la predestinacion. «En la vida de cada hombre -decia-, solo existe una mujer con la cual puede conseguir una union perfecta, y en la vida de cada mujer solo hay un hombre con el que ella puede ser completa.» Pero el encuentro era un destino de pocos, de poquisimos. Todos los demas se veian obligados a vivir en un estado de insatisfaccion, de perpetua nostalgia. «?Cuantos encuentros de esos habra? -decia en la oscuridad del dormitorio-. ?Uno de cada diez mil, uno de cada millon, de cada diez millones?» Uno de cada diez millones, si. Todos los otros son adaptaciones, simpatias epidermicas, transitorias, afinidades fisicas o de caracter, convencionalismos sociales. Tras estas consideraciones no hacia mas que repetir: «?Que afortunados hemos sido, ?no?! ?A saber que hay detras de todo esto!»

El dia de mi partida, esperando el tren en la minuscula estacion, me abrazo y susurro junto a mi oido: «?En que otra vida ya nos hemos conocido?» «En muchas», repuse, y me eche a llorar. Tenia en el bolso, escondidas, sus senas en Ferrara.

Inutil describirte mis sentimientos durante esas largas horas de viaje, eran sentimientos demasiado agitados, demasiado «armados el uno contra el otro». Sabia que durante esas horas tenia que llevar a cabo una metamorfosis, constantemente acudia a la toilette para controlar la expresion de mi rostro. La luminosidad de mi mirada, la sonrisa, tenian que desaparecer, apagarse. Para confirmar la bondad de los aires solo habia de mantenerse el colorido de las mejillas. Tanto mi padre como Augusto encontraron que habia mejorado extraordinariamente. «?Ya sabia que las aguas son milagrosas!», exclamaba mi padre sin cesar, en tanto que Augusto, cosa casi increible tratandose de el, me rodeaba de pequenas galanterias.

Cuando tu tambien experimentes el amor por primera vez, entenderas que variados y comicos pueden ser sus efectos. Mientras no estas enamorada, mientras tu corazon es libre y tu mirada no es de nadie, entre todos los hombres que podrian interesarte ni uno solo se digna prestarte atencion; despues, en el momento en que te sientes atrapada por una unica persona y no te importan los demas absolutamente nada, todos te persiguen, pronuncian dulces palabras, te galantean. Es el efecto de las ventanas que antes te mencione: cuando estan abiertas, el cuerpo da al alma una gran luz e igualmente el alma al cuerpo, con un sistema de espejos se iluminan entre si. En breve se forma a tu alrededor una especie de halo dorado y calido, y ese halo atrae a los hombres como la miel atrae a los osos. Augusto no se habia librado de ese efecto y tampoco yo, aunque te parezca extrano, no tenia ninguna dificultad en ser amable con el. Ciertamente, si Augusto hubiera estado por lo menos un poco mas metido en las cosas del mundo, si hubiera sido algo mas malicioso, no habria tardado en percatarse de

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