buzon y a partir de la semana siguiente empece a esperar la respuesta. No recibi su carta a la semana siguiente y tampoco en las semanas que siguieron. Nunca me habia ocurrido eso de tener que aguardar tanto tiempo. Pense al principio en algun despiste postal, despues que tal vez estuviera enfermo y no hubiese podido acudir a su consulta para retirar el correo. Un mes despues le escribi una breve nota que tampoco tuvo respuesta. Con el transcurso de los dias empece a sentirme como una casa en cuyos cimientos se ha infiltrado una vena de agua. Al principio era un fluir sutil, discreto, lamia apenas las estructuras de hormigon, pero despues, con el paso del tiempo, se habia engrosado, era mas impetuoso, bajo su fuerza el hormigon se habia convertido en arena. Aunque la casa todavia se sostenia, aunque en apariencia todo era normal, yo sabia que no era cierto, que bastaria el mas ligero golpe para que se derrumbase la fachada y todo lo demas, para que cayese sobre si misma como un castillo de naipes.
Cuando asisti al congreso era apenas la sombra de mi misma. Tras haber hecho acto de presencia en Mantua fui directamente a Ferrara, alli trate de enterarme de que podia haber ocurrido. En la consulta no habia nadie; observandola desde la calle se veian los postigos siempre cerrados. Al dia siguiente me meti en una biblioteca y solicite consultar los periodicos de los meses anteriores. Alli, en una breve nota, lo vi todo escrito. Regresando por la noche de visitar a un paciente, habia perdido el control de su coche y habia chocado contra un gran platano; la muerte se habia producido casi en el acto. El dia y la hora correspondian exactamente con los del derrumbe dentro de mi armario.
En cierta ocasion, en una de esas revistillas que me trae la senora Razman de vez en cuando, en la pagina dedicada a los astros lei que a las muertes violentas las rige Marte en la octava casa. Segun lo que decia el articulo, quien nace bajo esta configuracion astral esta destinado a no morir serenamente en su cama. A saber si en el Cielo de Ernesto y de Ilaria brillaba esa siniestra asociacion. Con mas de veinte anos de por medio, padre e hija se fueron de la misma manera, estrellandose con el coche contra un arbol.
Tras la muerte de Ernesto me hundi en un profundisimo agotamiento. De golpe me habia dado cuenta de que la luz con que habia brillado durante los ultimos anos no provenia de mi interior, sino que era solamente una luz reflejada. La felicidad, el amor a la vida que habia experimentado, en realidad no me pertenecian verdaderamente, solo habia funcionado como un espejo. Ernesto emanaba luz y yo la reflejaba. Una vez desaparecido el, todo volvia a ser opaco. La vision de Ilaria ya no me alegraba, sino que me causaba irritacion; estaba alterada hasta tal extremo que hasta llegue a dudar de que realmente fuese hija de Ernesto. Este cambio no se le escapo; con sus antenas de nina sensible se dio cuenta de mi repulsa, se volvio caprichosa y prepotente. Ahora era ella la planta joven y vital, yo el viejo arbol listo para ser sofocado. Husmeaba mis sentimientos de culpa como un sabueso, los utilizaba para llegar mas arriba. La casa se habia convertido en un pequeno infierno de rencillas y chillidos.
A fin de aliviarme de aquel peso, Augusto habia contratado a una mujer para que se ocupase de la nina. Durante algun tiempo habia intentado lograr que se entusiasmase por los insectos, pero despues de tres o cuatro intentos -ya que en cada ocasion ella gritaba «?que asco!»- dejo correr el asunto. De repente emergieron sus anos, mas que el padre parecia el abuelo de su hija, la trataba con un talante amable, pero distante. Cuando pasaba delante del espejo yo tambien me veia muy avejentada, mis rasgos transparentaban una dureza que antes jamas habian tenido. Descuidarme era una manera de manifestar el desprecio que sentia hacia mi misma. Entre la escuela y la mujer de servicio tenia por entonces mucho tiempo libre. La inquietud me impulsaba a pasarlo generalmente moviendome; cogia el coche y recorria de un lado a otro el Carso, conducia sumida en una especie de trance.
Retome algunas de las lecturas religiosas que habia emprendido durante mi estadia en L’Aquila. Buscaba afanosamente entre aquellas paginas una respuesta. Caminando repetia para mis adentros la frase de san Agustin ante la muerte de la madre: «No nos entristezcamos por haberla perdido, sino agradezcamos el haberla tenido.»
Una amiga me habia hecho entrevistar dos o tres veces con su confesor: de tales encuentros yo salia mas desalentada que antes. Sus palabras eran empalagosas, exaltaban la fuerza de la fe, como si la fe fuese un producto alimentario que pudiera comprar en la primera tienda que encontrase por la calle. No conseguia comprender la perdida de Ernesto, y el descubrimiento de que carecia de una luz propia dificultaba mas aun mis intentos por encontrar una respuesta. ?Ves? Cuando lo conoci, cuando nacio nuestro amor, me habia convencido de que toda mi vida estaba solucionada, me sentia feliz de existir por todo aquello que existia conmigo; sentia que habia llegado al punto mas elevado de mi camino, al punto mas estable, estaba segura de que nada ni nadie podria lograr arrancarme de alli. Habia en mi interior esa seguridad un poco orgullosa de las personas que lo entienden todo. Durante muchos anos me habia sentido segura de haber recorrido el camino con mis propias piernas; en realidad, no habia dado ni un solo paso sola. Aunque nunca me habia dado cuenta, debajo de mi habia un caballo, era el quien habia avanzado por el camino, no yo. En el momento en el que desaparecio el caballo repare en mis pies, en hasta que extremo eran debiles; yo queria caminar y mis tobillos cedian, los pasos que daba eran los pasos inseguros de un nino muy pequeno o de un viejo. Por un momento pense en aferrarme a un baston cualquiera: la religion podia ser uno, el trabajo otro. Fue una idea que tuvo brevisima duracion. Casi en seguida comprendi que se iba a tratar del enesimo error. A los cuarenta anos ya no hay lugar para los errores. Si de pronto nos encontramos desnudos, es necesario tener el coraje de contemplarse en el espejo tal como uno es. Tenia que empezarlo todo desde el principio. Claro, pero, ?desde donde? Tan facil era decirlo, como dificil hacerlo. ?Donde estaba yo? ?Quien era? ?Cuando habia sido yo misma por ultima vez?
Ya te lo he dicho, merodeaba durante tardes enteras por la meseta. A veces, cuando intuia que la soledad iba a empeorar todavia mas mi humor, deambulaba por la ciudad; mezclandome con la multitud recorria las calles mas conocidas buscando algun tipo de alivio. A esas alturas era como si tuviera un trabajo, salia cuando Augusto salia y regresaba cuando el regresaba. El medico que se ocupaba de mi me habia dicho que en ciertos casos de agotamiento era normal el deseo de moverse tanto. Dado que no tenia ideas de suicidio, no era nada arriesgado dejarme deambular por ahi; en su opinion, a fuerza de correr terminaria por calmarme. Augusto habia aceptado sus explicaciones, aunque no se si verdaderamente las creia o si era simplemente por desidia e inercia; de todas maneras yo le agradecia ese hacerse a un lado, ese no poner obstaculos a mi gran inquietud.
En una cosa, de todas maneras, el medico tenia razon; sumida en ese gran agotamiento depresivo, no tenia ideas suicidas. Es extrano, pero realmente era asi: tras la muerte de Ernesto no pense en matarme ni por un instante, no creas que era Ilaria lo que me retenia. Ya te lo he dicho: en aquel momento no me importaba lo mas minimo ella. Mas bien, en alguna parte de mi intuia que esa perdida tan repentina no era -no debia, no podia ser- una finalidad en si misma. Habia un sentido en ella, yo percibia ese sentido ante mi como un peldano gigantesco. ?Estaba alli para que yo lo superase? Probablemente si, pero no lograba imaginar que podia haber detras, que veda una vez que hubiese subido.
Cierto dia llegue con el coche a un sitio en el que nunca habia estado anteriormente. Habia una iglesita con un pequeno cementerio alrededor; a los lados unas colinas cubiertas de maleza, sobre la cima de una de ellas se divisaba el pinaculo claro de una fortaleza. Poco mas alla de la iglesia habia dos o tres casas de campesinos, gallinas que rebuscaban libremente en la calle, un perro negro ladrando. En un cartel decia «Samatorza». Samatorza, el sonido evocaba la soledad, el sitio justo donde ordenar los pensamientos. De alli arrancaba un sendero pedregoso y empece a recorrerlo sin preguntarme adonde conducia. El sol ya se estaba poniendo pero, cuanto mas avanzaba, menos ganas tenia de detenerme. De vez en cuando algun arrendajo me sobresaltaba. Algo habia que me llamaba, que me impulsaba a avanzar: de que se trataba era cosa que comprendi solamente cuando llegue al espacio abierto de un claro, cuando alli en el centro pude ver, placida y majestuosa, con las ramas abiertas como brazos dispuestos a recibirme, una encina enorme.
Es ridiculo decirlo, pero, apenas la vi, mi corazon empezo a latir de otra manera, mas que latir aleteaba, parecia un animalito contento, solo latia de esa manera cuando veia a Ernesto. Me sente a su lado, la acaricie, apoye la espalda y la nuca contra su tronco.
Anoche nevo; apenas me desperte vi todo el jardin blanco.