Es ridiculo que a mi edad todavia me impresione tanto una guerra. En el fondo, diariamente se libran docenas y docenas en el mundo, a lo largo de ochenta anos deberia haberme forjado algo asi como un callo, un habito. Pero, desde que naci, la hierba alta y amarillenta del Carso ha sido atravesada por refugiados y ejercitos, victoriosos o en desbandada: primero los contingentes de infanteria de la Gran Guerra con el estallido de las bombas en la meseta; despues el desfile de los supervivientes de las campanas de Rusia y de Grecia; las matanzas fascistas y nazis; los estragos en las
Hace mas o menos un ano, cuando me dirigia en tren de Trieste a Venecia, viaje en el mismo compartimento en que lo hacia una medium. Era una senora algo mas joven que yo, con un sombrerito aplanado en la cabeza. Naturalmente, yo no sabia que se trataba de una medium, lo revelo ella conversando con su vecina de asiento.
«?Sabe usted? -le decia mientras cruzabamos la meseta del Carso-. Si camino por esta zona oigo todas las voces de los muertos, no puedo dar un par de pasos sin quedar aturdida. Gritan todos de una manera terrible: cuanto mas jovenes han muerto, con mas fuerza gritan.» Despues le explico que, en los sitios en que se habia producido alguna accion violenta, algo quedaba para siempre alterado en la atmosfera: el aire queda corroido, ya no es compacto, y esa corrosion, en vez de liberar sentimientos benevolos a manera de contrapeso, favorece la realizacion de nuevos excesos. En otras palabras: donde se ha derramado sangre volvera a derramarse sangre, y sobre esta mas y mas aun. «La tierra -habia dicho la medium concluyendo su comentario-, es como un vampiro: apenas prueba la sangre quiere mas sangre fresca, cada vez mas.»
Durante muchos anos me he preguntado si este sitio en el que nos ha tocado vivir no incubara en si una maldicion; me lo he preguntado y me lo sigo preguntando sin conseguir darme una respuesta. ?Recuerdas cuantas veces fuimos juntas a la fortaleza de Monrupino? En los dias de
Gracias a la magia de la memoria, todo aparece ante mis ojos como si estuviera en el mirador de la fortaleza. No falta nada, ni siquiera el sonido del viento, los aromas de la estacion que he escogido. Me quedo alli, contemplo los pilares de piedra caliza erosionados por el tiempo, el gran espacio despejado en que se ejercitan los tanques, el oscuro promontorio de Istria zambullido en el azul del mar, miro en torno y por enesima vez me pregunto: si hay una nota discordante, ?donde esta?
Amo este paisaje, y tal vez este amor me impida resolver el asunto; lo unico que se con certeza es la influencia del aspecto exterior sobre el caracter de quienes viven en estos parajes. Si frecuentemente soy tan aspera y brusca, si tu tambien lo eres, se lo debemos al Carso, a su erosion, a sus colores, al viento que lo flagela. Si hubieramos nacido, ?yo que se!, entre las colinas de la Umbria, acaso hubieramos sido mas placidas, la exasperacion no habria formado parte de nuestro temperamento. ?Hubiera sido mejor? No lo se, es imposible imaginar una condicion que no se ha vivido.
De todas maneras, una pequena maldicion si que la hubo, hoy: esta manana, al ir a la cocina encontre a la mirla exanime entre sus trapos. Ya durante los ultimos dos dias habia manifestado indicios de malestar, comia menos y frecuentemente se amodorraba entre uno y otro bocado. La muerte debio de producirse poco antes del amanecer porque, cuando la cogi entre mis manos, la cabeza se bamboleaba de un lado a otro como si dentro se le hubiera roto el muelle. Era ligera, fragil, estaba fria. La acaricie un poco antes de envolverla en un trapito, queria darle un poco de calor. Afuera caia un aguanieve tupida; encerre a
?Recuerdas, cuando eras pequena, a cuantos socorrimos e intentamos salvar? Despues de cada dia ventoso encontrabamos algun pajarillo herido: eran jilgueros, herrerillos, gorriones, mirlos, en cierta ocasion incluso un piquituerto. Haciamos todo lo posible por curarlos, pero casi nunca nuestros cuidados tenian exito: de un dia para otro, sin senal premonitoria alguna, los encontrabamos muertos. ?Que tragedia ese dia, entonces! Aunque ya habia ocurrido muchas veces, te perturbabas igual. Despues del sepelio te enjugabas la nariz y los ojos con la palma de la mano y despues te encerrabas en tu habitacion «para establecer espacio».
Cierto dia me preguntaste como lograriamos encontrar a tu mama; el cielo era tan grande que resultaba muy facil extraviarse. Yo te dije que el cielo era una especie de gran hotel, alli arriba cada uno tenia una habitacion y en esa habitacion volvian a encontrarse todas las personas que se habian querido y se quedaban juntas para siempre. Durante algun tiempo esa explicacion te habia tranquilizado. Solo cuando murio tu cuarto o quinto pececillo rojo volviste al tema y me preguntaste: «?Y si no hay mas espacio?» «Si no hay espacio -conteste-, hay que cerrar los ojos y repetir durante todo un minuto «habitacion ensanchate'. Entonces inmediatamente la habitacion se vuelve mas grande.»
?Todavia guardas en la memoria estas imagenes infantiles o tu coraza las ha enviado al exilio? Yo solo las he recordado hoy mientras enterraba la mirla. «Habitacion ensanchate», ?que hermosa magia! Claro, entre tu madre, los hamsters, los gorriones y los pececillos rojos, tu habitacion ya debe estar repleta como las tribunas de un estadio. pronto tambien yo ire alla: ?me aceptaras en tu habitacion o tendre que alquilar una al lado? ?Podre invitar a la primera persona que he amado, podre por fin lograr que conozcas a tu verdadero abuelo?
?En que pensaba, que me imaginaba aquel atardecer de septiembre cuando me apeaba del tren en la estacion de Porretta? En nada, absolutamente en nada. En el aire se percibia el olor de los castanos y mi primera preocupacion habia sido encontrar la pension en la que tenia reservada una habitacion. Por entonces era todavia muy ingenua, desconocia el incesante trabajo del destino, la unica conviccion que tenia era que las cosas ocurrian segun el uso bueno o menos bueno que hiciera de mi voluntad. En el instante en que habia puesto los pies y apoyado la maleta sobre el anden, mi voluntad se habia reducido a cero: no queria nada, o, mejor dicho, queria solamente una cosa, estar en paz.
A tu abuelo lo vi desde la primera noche: comia con otra persona en el comedor de mi pension. Aparte de un viejo caballero, no habia mas huespedes. Estaba discutiendo de politica bastante animadamente, el tono de su voz me molesto en seguida. Durante la cena lo mire fijamente un par de veces con expresion mas bien de fastidio. ?Menuda sorpresa tuve al dia siguiente al descubrir que precisamente el era el medico del establecimiento termal! Durante unos diez minutos me estuvo interrogando sobre el estado de mi salud; cuando llego el momento de desvestirme me ocurrio algo muy embarazoso: empece a sudar como si estuviera realizando un gran esfuerzo. Al auscultarme el corazon, exclamo: «?Vaya, que susto!», y se echo a reir de una manera mas bien disgustante. En cuanto empezo a accionar el manometro de la presion, la columna de mercurio inmediatamente, subio de golpe a los valores mas altos. «?Sufre usted de hipertension?», me pregunto entonces. Yo estaba furiosa conmigo misma, trataba de repetir para mis adentros: «A que viene tanto miedo, no es mas que un medico que hace su trabajo, no es normal ni serio que me agite de esta forma.» Sin embargo, por mas que me lo repitiese no conseguia serenarme. Ante la puerta, al tiempo que me entregaba la receta, me estrecho la mano. «Descanse, recobre el aliento -dijo-, de lo contrario ni siquiera las aguas podran lograr nada.»
Esa misma noche, despues de haber cenado vino a sentarse a mi mesa. Al dia siguiente ya paseabamos juntos, conversando, por las calles del pueblo. Esa impetuosa vivacidad que al principio me habia irritado tanto, ahora empezaba a despertar mi curiosidad. En todo lo que decia habia pasion, arrebato; era imposible estar a su