comun. Y ademas, en el fondo, tampoco se trataba de una decision, era un frenesi, una avidez de perpetua posesion. Queria a Ernesto dentro de mi, conmigo, a mi lado para siempre. Ahora, al leer de que manera me comporte, probablemente te estremeceras de horror, te preguntaras como no te has dado cuenta antes de que yo ocultaba aspectos tan bajos, tan despreciables. Cuando me apee en la estacion de Trieste hice lo unico que podia hacer: baje del tren como una tierna y enamoradisima esposa. A Augusto inmediatamente le llamo la atencion mi cambio, y en vez de preguntarse que pasaba se dejo implicar.
Un mes mas tarde era mas que plausible que aquel hijo fuera suyo. El dia que le comunique los resultados de los analisis, dejo su despacho a media manana y paso el dia entero conmigo proyectando cambios en la casa por la llegada del nino. Mi padre, cuando acercando mi rostro al suyo le grite la noticia, cogio entre sus manos secas mis manos y se quedo asi un rato, quieto, en tanto que los ojos se le ponian humedos y enrojecidos. Hacia ya tiempo que la sordera lo habia apartado de gran parte de la vida y sus razonamientos se desarrollaban de manera discontinua, entre una y otra frase habia repentinos vacios, retazos o residuos de recuerdos que nada tenian que ver. No se por que, pero ante sus lagrimas, en vez de emocion senti una sutil sensacion de fastidio. En ellas leia retorica y nada mas. De todas maneras, no llego a ver a su nietecita. Murio sin sufrir, mientras dormia, cuando yo estaba en el sexto mes de embarazo. Viendolo acomodado en el ataud me choco hasta que punto se habia resecado y se veia decrepito. Tenia en la cara la misma expresion de siempre, distante y neutra.
Naturalmente, tras haberme enterado del resultado de los analisis, le escribi tambien a Ernesto; su respuesta llego en menos de diez dias. Aguarde unas horas antes de abrir el sobre, estaba muy agitada, temia que dentro hubiera algo desagradable. Solo me decidi a leer el contenido al atardecer; a fin de poder hacerlo libremente me encerre en el reservado de un cafe. Sus palabras eran moderadas y razonables. «No se si esto es lo mejor que se puede hacer -decia-, pero si lo has decidido asi, respeto tu decision.»
Desde aquel dia, allanados todos los obstaculos, empezo mi tranquila espera de madre. ?Me sentia un monstruo? ?Era eso? No lo se. Durante el embarazo y a lo largo de muchos anos despues no senti ni una duda, ni un remordimiento. ?Como conseguia fingir que amaba a un hombre mientras llevaba en el vientre el hijo de otro, al que verdaderamente amaba? Pero ?ves?, en realidad las cosas nunca son tan simples, nunca son blancas o negras, cada tinte lleva consigo muchos matices diferentes. No me costaba nada ser amable y carinosa con Augusto porque verdaderamente le tenia carino. Lo queria de una manera muy distinta de como queria a Ernesto: lo amaba, no ya como una mujer ama a un hombre, sino como una hermana ama a un hermano mayor un poco tedioso. De haber sido el malo todo habria sido diferente, ni en suenos se me habria ocurrido dar a luz un hijo y vivir con un marido asi; pero el era tan solo mortalmente metodico y previsible; aparte de eso, en el fondo era amable y bondadoso. Se sentia feliz de tener ese hijo y a mi me hacia feliz darselo. ?Por que razon habria tenido que revelarle el secreto? Haciendolo habria hundido tres vidas en la infelicidad permanente. Por lo menos, asi pensaba entonces. Ahora que hay libertad de movimientos, de elecciones, puede parecer verdaderamente horrible lo que hice, pero en aquel entonces -cuando me toco vivir aquella situacion- era cosa sumamente corriente, no digo que en cada pareja hubiera un caso asi, pero por cierto era bastante frecuente que una mujer concibiese un hijo con otro hombre en el ambito del matrimonio. ?Y que era lo que ocurria? Lo que me ocurrio a mi: absolutamente nada. El nino nacia, crecia igual que los demas hermanos, llegaba a adulto sin que asomara nunca la menor sospecha. En aquellos tiempos la familia tenia cimientos solidisimos, para destruirla hacia falta mucho mas que un hijo diferente. Asi ocurrio con tu madre. Vino al mundo e inmediatamente fue hija mia y de Augusto. Para mi lo mas importante era que Ilaria era hija del amor y no de la casualidad, de los convencionalismos o del aburrimiento; pensaba que eso eliminaria cualquier otro problema. ?Que equivocada estaba!
Comoquiera que fuese, durante los primeros anos todo siguio su curso de una manera natural, sin sobresaltos. Yo vivia para ella, era -o creia ser- una madre muy afectuosa y solicita. Desde el primer verano habia tomado la costumbre de pasar los meses mas calurosos con la nina en las playas del Adriatico. Habiamos alquilado una casa y Augusto, cada dos o tres semanas, venia a pasar con nosotras el sabado y el domingo.
En aquella playa Ernesto vio por primera vez a su hija. Naturalmente, simulaba ser un perfecto extrano, durante el paseo «casualmente» caminaba a nuestro lado, alquilaba una sombrilla a pocos pasos de distancia y desde alli -cuando no estaba Augusto-, disimulando su atencion detras de un libro o de un periodico, nos observaba durante horas. Despues me escribia por las noches largas cartas registrando todo lo que habia pasado por su cabeza, sus sentimientos hacia nosotras, lo que habia visto. Entretanto, a su mujer tambien le habia nacido otro hijo, el habia dejado el trabajo de temporada en las termas y habia instalado en Ferrara, su ciudad, una consulta medica privada. Aparte de aquellos encuentros simuladamente casuales, en los primeros tres anos de vida de Ilaria no nos vimos mas. Yo estaba muy cautivada por la nina, todas las mananas me despertaba con la alegria de saber que ella existia; aunque hubiese querido no habria podido dedicarme a ninguna otra cosa. Poco antes de despedirnos, durante mi ultima estadia en las termas, Ernesto y yo establecimos un pacto. «Todas las noches -habia dicho Ernesto-, a las once en punto, en cualquier sitio que me encuentre y cualquiera que sea mi situacion, saldre al aire libre y buscare a Sirio. Tu haras lo mismo y asi nuestros pensamientos, aunque estemos muy alejados, aunque no nos hayamos visto desde tiempo atras y lo ignoremos todo el uno del otro, alla arriba volveran a encontrarse y estaran unidos.» Despues salimos al balcon de la pension y desde alli, levantando la mano entre las estrellas, entre Orion y Betelgeuse, me senalo a Sirio.
Anoche me desperto repentinamente un ruido, tarde un poco en darme cuenta de que se trataba del telefono. Cuando me levante ya habia sonado muchas veces y dejo de sonar justo cuando llegue hasta el. Levante el auricular de toda maneras y, con voz insegura y adormilada, dije «digame» dos o tres veces. En vez de regresar a la cama me sente en la butaca cercana. ?Eras tu? ?Quien mas hubiera podido ser? Aquel sonido en el silencio nocturno de la casa me habia impresionado. Volvio a mi mente la historia que una amiga me habia relatado anos atras. Su marido estaba hospitalizado desde hacia tiempo. A causa de la rigidez de los horarios de visita, el dia que el murio ella no habia podido estar a su lado. Agobiada por el dolor de haberlo perdido de esa manera, la primera noche no habia logrado dormir; estaba alli, en la oscuridad, cuando repentinamente sono el telefono. Se extrano, ?como podia ser que alguien la llamase a esas horas para darle el pesame? Mientras tendia la mano hacia el aparato le llamo la atencion algo extrano: del telefono brotaba un halo de luz temblorosa. Cuando atendio la llamada su sorpresa se transformo en terror. En el otro extremo habia una voz lejanisima que hablaba trabajosamente: «Marta -decia entre silbidos y ruidos de fondo-, queria saludarte antes de irme…» Era la voz de su marido. Una vez terminada esa frase habia habido durante un momento un fuerte ruido de viento; inmediatamente despues la linea se corto y se hizo el silencio.
En aquella ocasion mi amiga me habia dado lastima por el estado de profunda turbacion en que se encontraba: la idea de que los muertos escogieran para comunicarse los medios mas modernos me parecia por lo menos extravagante. Sin embargo, aquella historia debe haber dejado algun rastro en mi emotividad. En el fondo, muy en el fondo, en mi parte mas ingenua y mas magica, tambien yo espero que tarde o temprano, en el corazon de la noche, alguien llame por telefono para saludarme desde el Mas Alla. He enterrado a mi hija, a mi marido y al hombre que amaba mas que a nadie en el mundo. Estan muertos, ya no existen; sin embargo, yo sigo comportandome como si fuese la superviviente de un naufragio. La corriente me ha dejado a salvo en una isla, ya no se nada de mis companeros, los perdi de vista en el preciso instante en que la embarcacion volco. Podrian haberse ahogado -y seguramente asi es- pero tambien podria ser que no fuese asi. Aunque hayan transcurrido meses y anos, sigo escrutando las islas cercanas en espera de un vaho, de una senal de humo, de algo que confirme mi sospecha de que todavia viven todos ellos conmigo bajo el mismo cielo.
La noche en que Ernesto murio, me desperto un fuerte ruido. Augusto encendio la luz y exclamo: «?Quien va?» En la habitacion no habia nadie, todo estaba en su sitio. Solo a la manana siguiente me di cuenta, al abrir la puerta del armario, de que en el interior se habian derrumbado todos los estantes: medias, ropa interior y bufandas, todo estaba amontonado.
Ahora puedo decir: «La noche en que Ernesto murio.» Pero entonces yo aun no lo sabia, acababa de recibir una carta suya, no podia imaginar ni siquiera remotamente lo que habia ocurrido. Simplemente pense que la humedad debia de haber debilitado los soportes de los estantes y que a causa del excesivo peso habian cedido. Ilaria tenia cuatro anos, hacia poco que habia empezado a ir al parvulario, mi vida con ella y con Augusto se habia asentado, a esas alturas, en una tranquila cotidianeidad. Por la tarde, despues de la reunion de los latinistas, entre en una cafeteria para escribirle a Ernesto. Dos meses despues iba a haber un congreso en Mantua, era la ocasion que aguardabamos para vernos desde hacia tanto tiempo. Antes de regresar a casa eche la carta al