pagases tu.» Te impresiono mucho esa reaccion mia tan extremada. En el fondo, al proponerme lo del psicoanalista creias estar proponiendome un mal menor. Aunque no protestaste, me imagino que pensarias que era demasiado vieja para entender estas cosas, o que estaba demasiado poco informada. Te equivocas. Yo ya habia oido hablar de Freud cuando era nina. Uno de los hermanos de mi padre era medico y, habiendo estudiado en Viena, muy pronto entro en contacto con sus teorias. Las abrazo con entusiasmo, y cada vez que venia a casa a comer trataba de convencer a mis padres de su eficacia. «Nunca me haras creer que si sueno que como spaghetti es porque tengo miedo a la muerte -tronaba mi madre-. Si sueno con spaghetti quiere decir solo una cosa, que tengo hambre.» De nada valian los intentos de mi tio, que trataba de explicarle que esa tozudez suya dependia de una inhibicion, que su terror ante la muerte era inequivoco, porque los spaghetti no eran otra cosa que gusanos, y en gusanos nos convertiriamos todos algun dia. ?Sabes que hacia entonces mi madre? Tras un instante de silencio, espetaba con su voz de soprano: «Entonces, ?y si sueno con macarrones?»

Pero mis encuentros con el psicoanalisis no se agotan en esta anecdota infantil. Tu madre se puso en manos de un psicoanalista, o presunto psicoanalista, durante casi diez anos; cuando murio, todavia acudia a su consulta; por lo tanto, aunque indirectamente, tuve ocasion de seguir dia a dia todo el desarrollo de esa relacion. Al principio, a decir verdad, no me contaba nada acerca de esas cosas, ya sabes que estan cubiertas por el secreto profesional. Pero lo que en seguida me llamo la atencion, y en sentido negativo, fue la inmediata y total sensacion de dependencia. Transcurrido apenas un mes, ya toda su vida orbitaba alrededor de esa cita, alrededor de lo que ocurria durante esa hora entre aquel senor y ella. Celos, diras. Tal vez, incluso es posible, pero no era lo principal; lo que me angustiaba, mas bien, era el desagrado de verla esclavizada por una nueva dependencia: primero habia sido la politica, ahora la relacion con ese senor. Ilaria lo habia conocido durante su ultimo ano de estadia en Padua y, efectivamente, iba a Padua todas las semanas. Cuando me comunico esa nueva actividad suya yo me quede algo perpleja y le dije: «?Realmente crees que es necesario ir hasta alla para encontrar un buen medico?»

Por una parte, su decision de recurrir a un medico para salir de su estado de crisis permanente me daba una sensacion de alivio. En el fondo, decia para mis adentros, si Ilaria habia decidido pedir ayuda a alguien, se trataba ya de un paso adelante; pero, por otra parte, conociendo su fragilidad, me sentia ansiosa a causa de la eleccion de la persona en cuyas manos se habia puesto. Entrar en la cabeza de otra persona es siempre un asunto extremadamente delicado. «?Como lo has conocido? -le preguntaba entonces-. ?Alguien te lo ha recomendado?» Pero ella se encogia de hombros como unica respuesta. «?Que quieres entender?», decia, truncando la frase con un silencio de suficiencia.

Aunque en Trieste vivia en su propia casa, por su cuenta, teniamos la costumbre de vernos a la hora de la comida por lo menos una vez por semana. En tales ocasiones, desde el comienzo de la terapia nuestros dialogos habian sido de una gran superficialidad deliberada. Hablabamos de las cosas que habian ocurrido en la ciudad, del tiempo; si hacia buen tiempo y en la ciudad no habia pasado nada, no hablabamos apenas.

Pero ya desde su tercer o cuarto viaje a Padua me percate de un cambio. En vez de hablar ambas de naderias, era ella la que me interrogaba: queria saberlo todo acerca del pasado, de mi, de su padre, de nuestras relaciones. No habia afecto en sus preguntas, ni curiosidad: el tono era el de un interrogatorio; repetia varias veces la pregunta, insistiendo sobre insignificantes detalles, insinuaba dudas sobre episodios que ella misma habia vivido y recordaba perfectamente; en esas circunstancias no me parecia estar hablando con mi hija, sino con un comisario que a toda costa queria hacerme confesar un delito. Cierto dia, impacientandome, le dije: «Habla claro, dime solamente adonde quieres llegar.» Me miro con una mirada levemente ironica, cogio un tenedor, golpeo con el la copa, y cuando la copa resono cling, dijo: «Tan solo a un sitio, al final del recorrido. Quiero saber cuando y por que tu y tu marido me despuntasteis las alas.»

Aquel almuerzo fue el ultimo en el que le permiti someterme a ese fuego graneado de preguntas; a la semana siguiente, por telefono, le dije que podia venir a casa pero con una condicion: que entre nosotras hubiese un dialogo, no un proceso.

?Tenia motivos para tener miedo? Claro, claro que los tenia, habia muchas cosas de las que hubiera tenido que hablar con Ilaria, pero no me parecia justo ni sano desvelar asuntos tan delicados bajo la presion de un interrogatorio; si le hubiera seguido el juego, en vez de inaugurar una relacion nueva entre personas adultas, yo habria sido solamente y para siempre culpable y ella para siempre victima, sin posibilidad de rescate.

Volvi a hablar con ella de su terapia pocos meses despues. A esas alturas llevaba a cabo con su doctor unos retiros que duraban el fin de semana entero; habia adelgazado mucho y en lo que discurria habia como un desvario que nunca le habia oido antes. Le conte lo del hermano de su abuelo, lo de sus primeros contactos con el psicoanalisis, y despues, como si tal cosa, le pregunte: «?A que escuela pertenece tu psicoanalista?» «A ninguna -repuso ella-, o, mejor dicho, a una que ha fundado por su cuenta.»

A partir de ese momento, lo que hasta entonces habia sido una simple ansiedad se convirtio en una preocupacion autentica y profunda. Consegui enterarme del nombre del medico y tras una breve investigacion tambien que no era medico ni mucho menos. Las esperanzas que al principio habia alimentado acerca de los efectos de la terapia se derrumbaron de golpe. Naturalmente, no era la falta de titulacion en si misma lo que me hacia abrigar sospechas, sino que a esa falta de titulacion se sumaba la comprobacion de que las condiciones de Ilaria eran cada vez peores. Si el tratamiento hubiera sido valido, pensaba, tras una fase inicial de malestar hubiera tenido que producirse una de mayor bienestar; lentamente, entre dudas y recaidas, hubiera tenido que abrirse paso la toma de conciencia. En cambio, poco a poco Ilaria habia dejado de interesarse por todo lo que la rodeaba. Hacia anos que habia terminado sus estudios y no se dedicaba a nada; se habia alejado de los pocos amigos que tenia, su unica actividad era escrutar, su actividad interior con la obsesividad de un entomologo. El mundo entero orbitaba alrededor de lo que habia sonado durante la noche, o alrededor de una frase que su padre o yo le habiamos dicho veinte anos atras. Ante este deterioro de su vida me sentia impotente por completo.

Tan solo tres veranos despues se abrio un resquicio de esperanza durante algunas semanas. Poco despues de Pascua le habia propuesto que viajasemos juntas; con gran sorpresa mia, en vez de rechazar a priori la idea, Ilaria, levantando la mirada del plato, habia dicho: «?Y adonde podriamos ir?» «No se -repuse-, adonde quieras, adonde se te ocurra.»

Esa misma tarde aguardamos con impaciencia a que abrieran las agencias de viajes. Durante semanas las recorrimos minuciosamente en busca de algo que nos agradase. Optamos al fin por Grecia -Creta y Santorini- para finales de mayo. Las cuestiones practicas que habiamos de resolver antes de emprender el viaje nos unieron en una complicidad que nunca antes habiamos vivido. Ella estaba obsesionada con las maletas, con el terror de olvidar algo de fundamental importancia; a fin de tranquilizarla, le compre una pequena libreta: «Apunta todo lo que te hace falta -le dije- y una vez metida cada cosa en la maleta, traza una senal al lado.»

Por las noches, en el momento de ir a acostarme, lamentaba no haber pensado antes que un viaje era una manera excelente de intentar volver a hilvanar la relacion. El viernes antes del viaje, Ilaria me llamo por telefono; su voz sonaba metalica. Creo que hablaba desde alguna cabina de la calle. «Tengo, que ir a Padua -me dijo-, a lo sumo regresare el martes por la noche.» «?Es realmente necesario?», pregunte; pero ya habia colgado el auricular.

Hasta el jueves siguiente no tuve noticias de ella. A las dos sono el telefono. Su tono oscilaba entre la dureza y el pesar. «Lo siento -dijo-, pero no voy a viajar a Grecia.» Esperaba mi reaccion, yo tambien la esperaba. Tras unos segundos, conteste: «Yo tambien lo siento mucho. De todas maneras, viajare igualmente.» Percibio mi decepcion y trato de justificarse. «Si viajo estare huyendo de mi misma», susurro.

Como bien puedes imaginarte, fueron unas vacaciones tristisimas: me esforzaba por seguir a los guias, por interesarme en el paisaje, en la arqueologia; en realidad no hacia otra cosa que pensar en tu madre, en la direccion que estaba tomando su vida.

Ilaria, me decia, es como un campesino que, tras haber sembrado la huerta y haber visto brotar las primeras plantitas, se ve asaltado por el temor de que algo pueda danarlas. Entonces, para protegerlas de la intemperie,

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