por lo que entre nosotros y ellos no ha sido dicho.
Tal como despues de la desaparicion de Ernesto, tambien tras la desaparicion de Augusto yo habia buscado consuelo en la religion. Hacia poco habia conocido a un jesuita aleman, tenia apenas algun ano mas que yo. Percatandose de mi incomodidad con las funciones religiosas, tras un par de entrevistas me propuso que nos viesemos en algun sitio que no fuese la iglesia.
Dado que a los dos nos gustaba caminar, decidimos pasear juntos. Venia a buscarme todos los miercoles por la tarde calzando zapatos de montanero y llevando una vieja mochila; su cara me gustaba mucho, tenia el rostro surcado y serio de un hombre que ha crecido en las montanas. Al principio me intimidaba el hecho de que fuese cura, todas las cosas que le contaba se las contaba a medias: tenia miedo de causar escandalo, de atraer condenas sobre mi cabeza, juicios sin compasion. Despues, cierto dia, mientras descansabamos sentados sobre una piedra, me dijo: «Usted se hace dano a si misma, ?sabe? Solamente a si misma.» A partir de ese momento deje de mentir, le abri mi corazon como no lo habia hecho con ninguna otra persona desde la muerte de Ernesto. Hablando y hablando, muy pronto olvide que tenia ante mi a un eclesiastico. Contrariamente a otros curas que habia conocido, no empleaba palabras de condena ni de consuelo, todo lo empalagoso de los mensajes mas corrientes le era extrano. Habia en el una especie de dureza que a primera vista parecia una forma de rechazo. «Solo el dolor hace crecer -decia-, pero al dolor hay que enfrentarlo directamente; quien se escabulle o se compadece esta destinado a perder.»
Vencer, perder, los terminos guerreros que utilizaba servian para describir una lucha silenciosa, totalmente interior. En su opinion, el corazon del hombre era como la tierra, una mitad iluminada por el sol y la otra en la sombra. Ni siquiera los santos tenian luz en todas partes. «Por el simple hecho de que existe el cuerpo -decia-, somos sombra de todas maneras, somos anfibios como las ranas: una parte de nosotros vive aqui, en lo bajo, y la otra tiende hacia lo alto. Vivir es tan solo tener conciencia de esto, saberlo, luchar para que la luz no desaparezca derrotada por la sombra. Desconfie de quien es perfecto -me decia-, de quien tiene las soluciones ya listas en el bolsillo, desconfie de todo, salvo de lo que le dice su corazon.» Yo le escuchaba fascinada, nunca habia encontrado a nadie que expresase tan bien todo aquello que desde hacia tiempo se agitaba en mi interior sin lograr salir fuera. Con sus palabras cobraban forma mis pensamientos, repentinamente tenia un camino ante mi, recorrerlo ya no me parecia imposible.
A veces en la mochila llevaba algun libro por el que sentia un carino especial; cuando haciamos un alto en el camino me leia algunos fragmentos con su voz clara y severa. A su lado descubri las oraciones de los monjes rusos, la oracion del corazon, comprendi los pasajes del Evangelio y de la Biblia que hasta entonces me habian parecido oscuros. Durante todos los anos que habian pasado desde la desaparicion de Ernesto yo ciertamente habia recorrido un camino interior, pero era un camino que se limitaba al conocimiento de mi misma. A lo largo de aquel camino me habia encontrado, en determinado momento, ante una pared: sabia que mas alla de esa pared el camino proseguia, mas luminoso y mas amplio, pero no sabia como superar el obstaculo. Un dia, durante un chaparron repentino, nos guarecimos dentro de una gruta. «? Que se hace para tener fe?», le pregunte alli dentro. «No se hace, la fe viene. Usted ya la tiene, pero su orgullo le impide admitirlo, se plantea demasiadas preguntas, complica las cosas que son simples. En realidad, solo tiene un miedo tremendo. Dejese llevar y lo que ha de venir vendra.»
Volvia a casa de aquellos paseos cada vez mas confundida, mas insegura. Era desagradable, ya te lo he dicho, sus palabras me herian. Muchas veces senti deseos de no volver a verlo mas, el martes por la noche me decia «ahora le llamo por telefono, le digo que no venga porque no me encuentro bien»; en cambio no le telefoneaba. El miercoles por la tarde lo esperaba ante la puerta, puntual, con sus zapatones y su mochila.
Nuestras excursiones duraron poco mas de un ano, sus superiores lo apartaron de su encargo de un dia para otro.
Tal vez lo que te he contado te lleve a pensar que el padre Thomas era un hombre arrogante, que habia vehemencia o fanatismo en sus palabras y en su vision del mundo. No era asi: en el fondo era la persona mas placida y mansa que yo haya conocido jamas, no era un soldado de Dios. Si algun misticismo habia en su personalidad, era un misticismo totalmente concreto, anclado en los asuntos cotidianos.
«Estamos aqui, ahora», repetia constantemente.
Al despedirse, ante la puerta me entrego un sobre. Habia dentro una tarjeta postal con un paisaje de pastizales montaneses. «El reino de Dios esta dentro de vosotros» estaba impreso arriba en aleman, y detras el, con su caligrafia, habia escrito: «Sentada bajo la encina no sea usted, sino la encina; en el bosque sea el bosque, en el prado sea prado, entre los hombres sea con los hombres.»
El reino de Dios esta dentro de vosotros, ?recuerdas? Esa frase ya me habia impresionado cuando vivia en L’Aquila como esposa infeliz. En aquel entonces, cerrando los ojos, deslizandome con la mirada hacia el interior, no conseguia ver nada. Tras mi encuentro con el padre Thomas algo habia cambiado, seguia sin ver nada, pero ya no se trataba de una ceguera absoluta: a lo lejos empezaba a haber un resplandor, de vez en cuando, y durante brevisimos instantes lograba olvidarme de mi misma. Era una luz pequena, debil, apenas una llamita, habria bastado un soplo para apagarla. Pero el hecho de que existiera me daba una extrana levedad, no era felicidad lo que sentia, sino jubilo. No habia euforia, exaltacion, no me sentia mas sabia ni mas en lo alto. Lo que dentro de mi crecia era tan solo una serena conciencia de existir.
Prado sobre el prado, encina bajo la encina, persona entre las personas.
Esta manana, precedida por
Iba en busca del belen; para encontrarlo tuve que abrir varias cajas y los dos baules mas grandes. Me encontre entre las manos, envueltos en papel de periodico y trapos viejos, los juguetes de cuando Ilaria era nina, su muneca predilecta.
Debajo, relucientes y perfectamente conservados, estaban los insectos de Augusto y su lente de aumento, todo el equipo que utilizaba para coleccionarlos. En un frasco para caramelos, no lejos, atadas con una cinta roja, estaban las cartas de Ernesto. No habia nada tuyo, tu eres joven, estas viva, el desvan no es todavia tu sitio.
Al abrir las bolsas que contenia uno de los baules tambien encontre las pocas cosas de mi infancia que se habian salvado del derrumbe de la casa. Estaban chamuscadas, ennegrecidas, las saque de su envoltorio como si fuesen reliquias. En su mayor parte eran objetos de cocina: un barreno esmaltado, un azucarero de ceramica azul y blanca, algun que otro cubierto, un molde para tartas y al final, desencuadernadas y sin cubierta, las hojas de un libro. ?De que libro se trataba? No lograba recordarlo. Solo cuando lo cogi delicadamente y empece a recorrer sus primeras lineas todo volvio a mi memoria. Fue una emocion fortisima: no era un libro cualquiera, sino el que mas habia querido de nina, el que me habia hecho sonar mas que ningun otro. Se llamaba