liberar. No me cree. Nos ve vivir aqui, en esta mansion; piensa que estamos nadando en oro. No nos ve trajinando de noche con velas y quinques porque nos hemos quedado sin aceite para el generador. No ve a mi hermana fregando suelos y lavando platos con agua fria… -Agito una mano hacia el escritorio-. He escrito cartas al banco y he solicitado una licencia de construccion. Ayer hable del agua y la electricidad con un funcionario del ayuntamiento. No me alento mucho; dijo que aqui estabamos demasiado aislados para que valga la pena. Pero, por supuesto, todo hay que gestionarlo por escrito. Necesitan planos e informes de peritos, y Dios sabe que mas. Supongo que son para que circulen por diez departamentos distintos antes de rechazarlos formalmente…
Habia empezado a hablar casi sin querer, pero como si tuviese dentro una especie de muelle y sus palabras lo desenrollasen: mientras el hablaba yo observaba el amargo cambio que se operaba en las bellas facciones de su cara marcada de cicatrices, la agitacion con que alzaba y dejaba caer las manos, y de repente recorde que David Graham me habia dicho que Roderick habia sufrido un «trastorno nervioso» despues de su accidente. Hasta entonces yo habia pensado que su actitud era despreocupada; ahora comprendi que era algo completamente distinto: quiza agotamiento, quiza una manera estudiada de combatir la inquietud; quiza incluso una tension tan absoluta y habitual que parecia languidez.
Advirtio mi mirada pensativa. Guardo silencio, dando otra calada intensa, y se tomo su tiempo para expeler el humo. Dijo, con una voz diferente:
– No me deje seguir. Puedo resultar muy pesado.
– Al contrario -conteste-. Me interesa lo que dice.
Pero estaba claramente empenado en cambiar de tema, y durante cinco o diez minutos hablamos de otras cosas. Cada cierto tiempo, en medio de la charla, yo me acercaba a examinarle la pierna y le preguntaba como iba el musculo. «Muy bien», decia el cada vez, pero yo veia su cara colorada y adivinaba que le dolia un poco. Pronto fue evidente que la piel habia empezado a picarle. Roderick se llevaba la mano al borde de los electrodos y se frotaba. Cuando finalmente desconecte la maquina y le quite las ligaduras, se rasco vigorosamente con los dedos la pantorrilla de arriba abajo, aliviado al verse libre.
Como yo habia esperado, la piel tratada parecia caliente y humeda, de un color casi escarlata. La enjugue, la rocie con unos polvos y friccione el musculo con los dedos durante otro par de minutos. Pero obviamente una cosa era estar conectado a un aparato impersonal y otra muy distinta que yo me acuclillara delante de Roderick para masajearle la pierna rapidamente con las manos calientes y empolvadas: se movia, impaciente, y al final le deje levantarse. Se puso el calcetin y la zapatilla y se bajo la pernera, todo ello en silencio. Pero despues de haber dado unos pasos por la habitacion se volvio a mirarme y dijo, como sorprendido y contento:
– Oiga, no esta tan mal. No esta nada mal.
Entonces cai en la cuenta de cuanto habia deseado yo que la prueba fuera un exito.
– Camine mas y dejeme que le vea… -dije-. Si, no hay duda de que se mueve con mas soltura. Pero no se exceda. Es un buen comienzo, pero tenemos que avanzar despacio. Por el momento, debe mantener el musculo caliente. Tiene linimento, me figuro.
Miro dubitativo alrededor de la habitacion.
– Creo que me dieron alguna locion cuando me mandaron a casa.
– Da igual. Le hare otra receta.
– Oh, vamos, escuche. No se tome mas molestias.
– Ya se lo dije, ?no? Me esta haciendo un favor.
– Bueno…
Yo habia previsto esta situacion exactamente y habia llevado una botella en el maletin. Se la di y se quedo mirando la etiqueta mientras yo volvia junto a la maquina. Cuando estaba recogiendo las gasas llamaron a la puerta y me sobresalte levemente, porque no habia oido pasos: a pesar de los dos ventanales, la madera de las paredes aislaba la habitacion, como si fuera un camarote bajo la cubierta de un transatlantico. Roderick grito que entraran, y se abrio la puerta. Gyp irrumpio en el cuarto y vino trotando hacia mi, y detras de el, con mas tiento, entro Caroline. Llevaba una camiseta de manga corta, remetida al desgaire en la pretina de una falda de algodon informe.
– ?Te han asado bien, Roddie? -dijo.
– Estoy frito -contesto el.
– ?Y esa es la maquina? ?Vaya! Parece del doctor Frankenstein, ?no?
Observo como yo guardaba el aparato en su estuche y despues miro a su hermano, que flexionaba y doblaba la pierna, absorto. Debio de notar en su postura y su expresion el alivio que le habia producido el tratamiento, porque me dirigio una mirada seria y agradecida que en cierto modo me agrado casi mas que el exito de la terapia. Pero despues, como avergonzada de su emocion, se alejo para recoger del suelo un pedazo de papel, y empezo a quejarse desenfadadamente de lo desordenado que era Roderick.
– ?Ojala hubiera maquinas para mantener las habitaciones ordenadas! - dijo.
Roderick habia destapado la botella de linimento y se la estaba acercando a la nariz.
– Creia que ya teniamos una. Se llama Betty. Si no, ?para que le pagamos?
– No le haga caso, doctor. Nunca deja entrar aqui a la pobre Betty.
– ?No consigo que no entre! -dijo el-. ?Y cambia las cosas de sitio y las pone donde no las encuentro, y luego dice que no las ha tocado!
Hablaba ahora distraidamente, de nuevo junto a su escritorio magnetico, despues de haber dejado el linimento y olvidado la pierna; luego abrio una carpeta de papel manila, con una esquina doblada, y despues de mirarla con el ceno fruncido, con un gesto igualmente automatico empezo a sacar el librillo y el tabaco para liar un cigarrillo.
Vi que Caroline le observaba otra vez con cara seria.
– Ojala dejaras esa porqueria -dijo. Fue hasta uno de los paneles de roble de la pared y paso la mano por la madera-. Mira estos pobres paneles. El humo los esta destruyendo. Habria que encerarlos o aceitarlos.
– Oh, toda la casa necesita
Senalo con un gesto el techo de yeso, que yo habia pensado que el tiempo habia tenido de color marfil, pero que ahora comprendi que estaba manchado de un amarillo irregular de nicotina por medio siglo de jugadores de billar fumando puros.
Roderick no tardo en concentrarse en sus papeles y Caroline y yo captamos la indirecta y le dejamos solo. Con una vaga senal, prometio que enseguida vendria a tomar el te con nosotros.
Su hermana sacudio la cabeza.
– Estara aqui horas -murmuro, cuando nos alejamos de la puerta-. Ojala me dejara compartir el trabajo, pero no quiere… De todos modos, la pierna esta mejor, ?verdad? No se como agradecerle su ayuda.
– Podria ayudarse el mismo haciendo los ejercicios apropiados -dije-. Un poco de masaje todos los dias seria muy beneficioso para el musculo. Le he dado linimento: ?se ocupara usted de que lo use?
– Hare lo posible. Pero supongo que se habra dado cuenta de lo dejado que es. -Aminoro el paso-. ?Que opinion tiene de el, sinceramente?
– Creo que es un hombre fundamentalmente muy sano. Creo tambien que es encantador, por cierto. Es una lastima que le hayan permitido tener asi el cuarto y que los asuntos de trabajo se impongan a todo lo demas.
– Si, lo se. Nuestro padre dirigia la finca desde la biblioteca. Roderick usa su antiguo escritorio, pero no recuerdo haberlo visto tan caotico en aquellos tiempos, y eso que habia que controlar cuatro granjas, no una. Este lado del Hall era «el de los hombres», para entendernos, y siempre estaba lleno.