Ahora, aparte de la habitacion de Roderick, es como si toda esta parte de la casa no existiera en absoluto.
Hablaba con indiferencia, pero para mi era algo nuevo y curioso pensar que habian crecido en una casa con tantas habitaciones desocupadas donde encerrarse sin que nadie te encontrara. Cuando se lo dije a Caroline, ella lanzo aquella risa compungida.
– ?Le aseguro que la novedad pasa enseguida! Muy pronto empiezas a verlas como si fueran parientes pobres y pesados, porque no puedes abandonarlos totalmente, pero sufren accidentes o enferman y acaban costando mas dinero que el que hubiera hecho falta para jubilarlos. Es una pena, porque hay algunas habitaciones muy bonitas… Aunque podria ensenarle toda la casa, ?le gustaria? Siempre y cuando me prometa apartar la mirada de los peores rincones. La visita de seis peniques. ?Que me dice?
Parecia realmente interesada en la idea y dije que me encantaria, con tal de que no hicieramos esperar a su madre. Ella dijo:
– Oh, mi madre en el fondo es una autentica eduardiana: le parece una barbarie tomar el te antes de las cuatro. ?Que hora es? -Eran solo las tres y media pasadas-. Tenemos tiempo de sobra. Empecemos por la fachada.
Chasqueo los dedos para llamar a Gyp, que se nos habia adelantado trotando, y volvimos a pasar por delante de la habitacion de Roderick.
– El vestibulo ya lo ha visto, por supuesto -dijo, cuando llegamos alli y yo deposite el maletin y la maquina de la terapia-. El suelo es de marmol de Carrara y tiene siete centimetros y medio de espesor; por eso son abovedados los techos de las habitaciones de debajo. Cuesta horrores abrillantarlo. La escalera: fue considerada una hazana de ingenieria cuando la instalaron, debido al segundo rellano abierto; no hay muchas como esta. Mi padre decia que se parecia a la de unos grandes almacenes. Mi abuela se negaba a utilizarla; le daba vertigo… Alli esta nuestra antigua sala matutina; no se la voy a ensenar porque esta totalmente vacia y demasiado destartalada. Pero entremos aqui.
Abrio la puerta de una habitacion a oscuras, y cuando la atraveso y abrio las ventanas para que entrara la luz, resulto que era una biblioteca agradable y bastante espaciosa. Sin embargo, la mayoria de los anaqueles estaban cubiertos de fundas para el polvo, y parte del mobiliario obviamente habia desaparecido: Caroline se dirigio a una vitrina protegida por una malla metalica y saco un par de libros que, segun dijo, eran los mejores de la casa, pero vi que la habitacion ya no era lo que habia sido y que no quedaba gran cosa que admirar. Ella se acerco a la chimenea y miro hacia arriba por el tiro, preocupada por la caida de hollin sobre la rejilla; despues cerro los postigos y me llevo a la habitacion contigua, el antiguo despacho de la finca que ya habia mencionado, revestido de paneles como la habitacion de Roderick y con similares detalles goticos. La siguiente puerta era la de su hermano, y justo despues estaba el arco encortinado que conducia al sotano. Los atravesamos ambos y llegamos al «cuarto de las botas», una estancia que olia a moho y estaba llena de impermeables, botas de agua estropeadas, raquetas de tenis y mazos de
Volvio a llamar a Gyp con un chasquido y seguimos andando.
– ?No se aburre? -pregunto.
– En absoluto.
– ?Soy una buena guia?
– Una guia excelente.
– Pero, madre mia, aqui hay una de las cosas que le he dicho que no mire. ?Oh, y ahora se rie de nosotros! No es justo.
Tuve que explicarle por que sonreia; el panel al que se referia era el lugar donde yo habia arrancado, tantos anos antes, la bellota de yeso. Le conte el episodio con cierta cautela, sin saber muy bien como reaccionaria. Pero ella abrio los ojos, como cautivada.
– ?Oh, que divertido! ?Y de verdad mi madre le entrego una medalla? ?Como la reina Alejandra? Me pregunto si ella se acordara.
– Por favor, no se lo diga -dije-. Estoy seguro de que no se acuerda. Aquel dia yo era uno mas entre unos cincuenta diablillos con las rodillas mugrientas.
– ?Y ya entonces le gustaba la casa?
– Lo suficiente para querer destrozarla.
– Bueno -dijo amablemente-. No le reprocho que quisiera romper estas molduras ridiculas. Estaban pidiendo que las arrancasen. Me temo que Roddie y yo, entre los dos, probablemente completamos lo que usted habia empezado… Aunque ?no es extrano? Usted vio Hundreds antes que el o yo.
– Es cierto -dije, sorprendido por la idea.
Nos alejamos de las molduras rotas y continuamos el recorrido. Ella dirigio mi atencion hacia una corta hilera de retratos, lienzos sucios sobre pesados marcos dorados. Y, al igual que en un decorado de mansion majestuosa de una pelicula norteamericana, dijo que aquello era «el album de familia».
– Creo que no hay ninguno muy bueno ni valioso ni nada -dijo-. Se vendieron todos los que valian algo, junto con los mejores muebles. Pero son divertidos, si no le molesta la mala iluminacion.
Senalo el primer retrato.
– Este es William Barber Ayres, el hombre que construyo el Hall. Todo un senorito, como todos los Ayres, pero evidentemente bastante cercano: tenemos cartas que le escribio el arquitecto, quejandose de los honorarios pendientes y mas o menos amenazandole con mandarle unos matones… El siguiente es Matthew Ayres, que llevo tropas a Boston. Volvio desprestigiado, con una esposa americana, y murio tres meses despues; nos gusta decir que le enveneno ella… Y este es Ralph Billington Ayres, el sobrino de Matthew, el tahur de la familia, que durante un tiempo dirigio una segunda finca en Norfolk y que, como un vividor de una novela de Georgette Heyer, lo perdio todo en una sola partida de cartas… Y esta es Catherine Ayres, su nuera y mi bisabuela. Era una heredera irlandesa de caballos de carreras, y restablecio la fortuna familiar. Se decia que nunca se acercaba a un caballo por miedo a asustarlo. Esta claro de quien he heredado mis rasgos, ?no?
Lo dijo riendo, porque la mujer del cuadro era espantosamente fea, pero lo cierto es que Caroline se le parecia, aunque solo un poco; y me choco ligeramente advertirlo, porque descubri que me habia acostumbrado tanto a sus desajustadas facciones masculinas como a las cicatrices de Roderick. Hice un educado ademan de objecion, pero ella ya se alejaba de los cuadros. Dijo que le quedaban dos habitaciones por ensenarme, pero que «reservaria la mejor para el final». La que me mostro a continuacion ya era bastante deslumbrante: un comedor adornado con palidos motivos
Este corredor iba de norte a sur y las habitaciones, en consecuencia, daban al oeste. La tarde era luminosa, la luz entraba como una cuchilla a traves de las rendijas de las contraventanas, e incluso mientras ella levantaba el pestillo vi que el espacio donde estabamos era amplio e imponente, con diversos muebles dispersos y envueltos en fundas. Pero cuando empujo los postigos chirriantes y a mi alrededor cobraron vida los detalles, me quede tan atonito que me eche a reir.
La habitacion era un salon octogonal, de unos doce metros de ancho. Un papel de un amarillo vivo cubria las paredes, y habia una alfombra con dibujos verdosos; la chimenea era de una blancura inmaculada, y del centro del techo recargado de molduras colgaba una gran arana de cristal y oro.
– Vaya locura, ?eh? -dijo Caroline, riendose tambien.
– ?Es increible! -dije-. Nunca se adivinaria esto viendo el resto de la casa, tan relativamente sobria.
– Ah, bueno. Estoy segura de que el arquitecto original habria llorado si hubiera sabido lo que se avecinaba. Fue Ralph Billington Ayres, ?se acuerda, el dandy de la familia? Anadio esta habitacion alla por la decada de 1820, cuando todavia conservaba casi todo su dinero. Por lo visto les entusiasmaba el amarillo en aquella epoca, a saber por que. El papel es el original, por eso le tenemos apego. Como ve -dijo,