senalando diversos puntos donde el viejo empapelado se despegaba de las paredes-, el no parece tan apegado a nosotros. Por desgracia, con el generador apagado, no puedo ensenarle la arana en todo su esplendor; es algo digno de verse cuando esta encendida. Tambien es la original, pero mis padres la hicieron modificar para que funcionara con electricidad cuando se casaron. Daban muchas fiestas en aquella epoca, cuando la casa era todavia lo bastante grandiosa para permitirlo. La alfombra esta hecha trizas, por supuesto. Se puede enrollar a un lado para los bailes.

Me mostro algunas piezas mas de mobiliario, levantando fundas para descubrir la bella silla baja Regencia, la vitrina o el sofa que habia debajo.

– ?Que es eso? -pregunte, senalando un objeto de forma irregular-. ?Un piano?

Destapo una esquina de su cubierta acolchada.

– Un clavicembalo flamenco mas antiguo que la casa. ?No sabra tocarlo?

– Cielo santo, no.

– Yo tampoco. Una pena. La verdad es que alguien deberia tocarlo, pobrecillo.

Pero lo dijo sin excesiva emocion, pasando la mano con expresion seria sobre la caja decorada del instrumento, y luego volvio a taparlo y se encamino a la ventana con los postigos abiertos. La segui hasta alli. La ventana era en realidad un par de puertas largas de cristal que, como las que habia en la habitacion de Roderick y en la salita, daban a una serie de escalones de piedra que bajaban hasta la terraza. Al acercarme vi que aquellos escalones en particular se habian derrumbado: los de arriba todavia sobresalian del alfeizar, pero los demas yacian diseminados sobre la grava, un metro y pico mas abajo, oscuros y erosionados como si llevaran alli algun tiempo. Sin inmutarse, Caroline agarro el picaporte de las puertas, las abrio y salimos al pequeno precipicio en el aire suave, caliente y aromatico que dominaba el lado oeste del jardin. Pense que en otra epoca el cesped debio de estar segado e igualado: quiza fuese un campo de croquet. Ahora el terreno era desigual, desnivelado por toperas y cardos, y en algunos lugares la hierba llegaba hasta las rodillas. Mas alla de los arbustos dispersos habia matas de hayas purpura, de un hermoso color vivo, pero sin orden ni concierto; y observe que, mas lejos, los dos enormes olmos ingleses sin podar debian de proyectar sombras sobre todo el paisaje a la puesta de sol.

Al fondo, a la derecha, habia un punado de edificios anexos, el garaje y los establos en desuso. Sobre la puerta de entrada habia un gran reloj blanco.

– Las nueve menos veinte -dije sonriendo, mirando las agujas decorativas, que estaban encoladas.

Caroline asintio.

– Roddie y yo las pegamos cuando se rompio. -Y, al ver mi expresion perpleja, anadio-: Las nueve menos veinte es la hora en que se paran los relojes de la senorita Havisham en Grandes esperanzas. Entonces nos parecio divertidisimo. Reconozco que ahora ya no es tan gracioso… Detras de los establos estaban los jardines antiguos…, los huertos y demas.

Yo solo veia el muro. Era del mismo ladrillo rojo, disparejo y tenue; una abertura en forma de arco permitia vislumbrar unos senderos de toba y arriates devorados por malezas, y lo que pense que seria un membrillo o un nispero y, como me encantan los jardines tapiados, dije sin pensarlo que me gustaria echarles un vistazo.

Caroline consulto su reloj y dijo, animosamente:

– Todavia tenemos casi diez minutos. Por aqui se va mas rapido.

– ?Por aqui?

Se apoyo en el quicio de la puerta, se inclino hacia delante y flexiono las piernas.

– O sea, saltando.

La contuve.

– Oh, no. Ya no tengo edad para estas cosas. Iremos otro dia, ?de acuerdo?

– ?Seguro?

– Totalmente.

– Bueno, esta bien.

Parecio apenada. Creo que el recorrido la habia agitado; o bien simplemente mostraba su juventud. Se quedo a mi lado unos minutos, pero despues deambulo de nuevo por la habitacion para asegurarse de que los muebles estaban bien cubiertos, y levanto un par de esquinas de la alfombra para ver si habia polillas y lepismas.

– Adios, pobre salon abandonado -dijo, despues de cerrar la ventana y pasar el cerrojo del postigo, y volvimos atras, medio a ciegas, hasta salir al pasillo. Y como ella lo habia dicho como suspirando, mientras giraba la llave de la habitacion dije:

– Me alegro mucho de haber visto la casa. Es preciosa.

– ?Le parece?

– ?A usted no?

– Oh, supongo que no esta tan mal, la vieja mole.

Por una vez, me crispo su actitud de colegiala jovial.

– Vamos, Caroline, mas formalidad -dije.

Era la primera vez que yo usaba su nombre de pila, y quiza esto, combinado con mi tono de ligera reprension, la cohibio. Se ruborizo de aquel modo tan poco favorecedor, y su jovialidad desaparecio. Al topar con mi mirada dijo, como si capitulara:

– Tiene razon. Hundreds es precioso. ?Pero es una especie de preciosidad monstrua! Hay que alimentarlo continuamente, con dinero y trabajo. Y cuando sientes encima del hombro que te miran -senalo la hilera de sombrios retratos-, puede empezar a parecerte una carga pesadisima… Es peor para Rod, porque ademas tiene la responsabilidad de ser el amo. Ya ve, no quiere defraudar a la gente.

Adverti que tenia una habilidad especial para desviar de ella la conversacion.

– Estoy seguro de que su hermano hace todo lo que puede. Y usted tambien.

Pero amortiguaron mis palabras las rapidas, sonoras campanadas de las cuatro que dio uno de los relojes de la casa, y Caroline me toco el brazo y se le despejo el semblante.

– Vamos. Mi madre nos espera. La visita de seis peniques incluye refrigerios, ?no se olvide!

Asi que recorrimos el pasillo hasta donde comenzaba el siguiente, y entramos en la salita.

Encontramos a la senora Ayres sentada ante su escritorio, encolando un papelito. Casi dio muestras de culpabilidad al vernos, aunque no se me ocurrio por que; despues vi que el papel era en realidad un sello sin franquear que evidentemente ya habia pasado por la oficina de correos.

– La verdad, me temo que esto no es del todo legal -dijo, mientras pegaba el sello en un sobre-. Pero Dios sabe que vivimos en una epoca muy anarquica. No me denunciara, ?verdad, doctor Faraday?

– No solo no lo hare, sino que con mucho gusto sere complice del delito -dije-. Si quiere, echare la carta al correo en Lidcote.

– ?Si? Muy amable. Los carteros son tan negligentes hoy dia… Antes de la guerra, Wills, el cartero, venia hasta la misma puerta dos veces al dia. El hombre que hace el reparto ahora se queja de la distancia. Ya podemos estar agradecidos de que no nos deje el correo al final del sendero.

Cruzo la habitacion mientras hablaba, haciendo un gesto breve y elegante con una de sus manos esbeltas y enjoyadas, y la segui hasta las butacas al lado de la chimenea. Vestia mas o menos igual que en mi primera visita, un lino oscuro arrugado, una bufanda de seda anudada al cuello y un par de zapatos embetunados que atraian un poco la mirada. Me miro con afecto y dijo:

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