– Ah, entonces deberia cruzar el parque y salir por las otras verjas. Es mucho mas rapido que volver por donde ha venido y rodear la casa. Tenga cuidado con los neumaticos, porque el camino es tan malo como este. -Y entonces se le ocurrio una idea-. Pero ?quiza le convendria utilizar el parque mas veces? Como atajo entre pacientes, me refiero.
– Pues si, supongo que si, muchisimo -respondi, pensandolo.
– ?Entonces uselo siempre que quiera! Lamento no haberlo pensado antes. Vera que las verjas estan cerradas con un alambre, pero es simplemente porque desde la guerra hemos empezado a tener problemas con excursionistas que entran. Basta con que lo amarre despues de pasar, el cerrojo nunca esta puesto.
– ?De verdad que no le importa? -dije-. ?Tampoco a su madre ni a su hermano? Mire que le tomo la palabra y pasare por aqui todos los dias.
Ella sonrio.
– Nos gustaria. ?Verdad que si, Gyp?
Retrocedio y se puso las manos en las caderas para observar como arrancaba yo el coche. Despues llamo al perro chasqueando los dedos y se marcharon por el camino de grava.
Rodee la fachada norte de la casa, buscando la entrada del otro sendero: circulaba despacio, inseguro del itinerario, y por casualidad divise las ventanas de la habitacion de Roderick. No vio mi coche, pero yo le vi a el muy claramente segun pasaba: sentado ante su escritorio, con la mejilla apoyada en una mano, miraba los papeles y los libros abiertos como si estuviera sumamente perplejo y cansado.
Capitulo 3
A partir de entonces se convirtio en una parte de mi rutina visitar el Hall los domingos para tratar la pierna de Rod y tomar despues el te con su madre y su hermana. Y pasaba a menudo por alli desde que empece a utilizar Hundreds en mis trayectos entre un paciente y otro. Aguardaba con impaciencia las visitas; representaban un gran contraste con el resto de mi vida cotidiana. Nunca entraba en el parque, cerraba las verjas a mi espalda y recorria el sendero descuidado sin una pequena sensacion de aventura. Al llegar a la casa roja que se desmoronaba, tenia siempre la impresion de que la vida ordinaria se habia desplazado levemente y de que yo habia entrado en un dominio distinto, mas extrano e insolito.
Ademas los Ayres habian empezado a gustarme por si mismos. A la que mas veia era a Caroline. Descubri que paseaba por el parque casi todos los dias, y por tanto topaba muchas veces con sus inconfundibles piernas largas y su figura de anchas caderas, con Gyp a su lado, abriendo paso a traves de la hierba alta. Si ella se encontraba lo bastante cerca, paraba el coche, bajaba la ventanilla y charlabamos como aquella otra vez en la carretera. Ella siempre parecia en mitad de alguna tarea, siempre llevaba una bolsa o un cesto lleno de fruta, de setas o de palos para lena. Pense que tambien podria haber sido la hija de un granjero; cuantas mas cosas veia yo de Hundreds, mas me apenaba que en su vida, como en la de su hermano, hubiese tantos trabajos y tan pocos placeres. Un dia, un vecino mio me regalo un par de tarros de miel de sus colmenas, por haber curado a su hijo de una mala tos ferina. Como me acordaba de que Caroline, en mi primera visita a la casa, habia expresado que anoraba la miel, le regale uno de los tarros. Lo hice como sin darle importancia, pero ella manifesto sorpresa y jubilo al recibir al presente, y levanto el envase hacia la luz del sol para ensenarselo a su madre.
– ?Oh, no deberia!
– ?Por que no? -dije-. Un solteron como yo.
Y la senora Ayres dijo en voz baja, con una pizca casi de reproche:
– Realmente es demasiado amable con nosotros, doctor Faraday.
Pero, en realidad, mi amabilidad se mostraba en cosas nimias; era simplemente que la familia vivia de un modo tan aislado y precario que recibia con mayor intensidad el impacto de cualquier signo casual de buena o mala fortuna. En mitad de septiembre, por ejemplo, cuando llevaba casi un mes tratando a Roderick, el largo verano termino finalmente. Un dia de tormenta precedio a un descenso de la temperatura y a dos o tres rafagas de lluvia recia: el pozo de Hundreds se salvo, el ordeno se realizo con fluidez por primera vez en meses, y el alivio de Rod era tan palpable que casi hacia dano presenciarlo. Se relajo. Pasaba mas tiempo lejos de su escritorio y empezaba a hablar casi con animacion de introducir mejoras en la granja. Contrato a un par de jornaleros para que ayudasen en los cultivos. Y como los cespedes ya crecidos de la casa habian cobrado vida con el cambio de estacion, llamo a Barrett, el hombre que hacia pequenos trabajos en la finca, para que los segase con una guadana. Quedaron exuberantes y pulcramente recortados, como una oveja recien esquilada, realzando la mole imponente de la casa; mas imponente de lo que pretendia serlo; mas, pense, de lo que yo recordaba de aquella visita mia treinta anos atras, cuando era un nino.
Entretanto, en Standish, aquella mansion de las proximidades, el matrimonio Baker-Hyde ya se habia instalado totalmente. Se les veia mas por el vecindario; la senora Ayres se encontro con la senora Baker-Hyde, Diana, en una de sus raras incursiones para hacer compras en Leamington, y le parecio tan encantadora como se habia esperado. De hecho, en virtud de aquel encuentro empezo a pensar en organizar una «pequena reunion» en Hundreds, una ocasion de dar la bienvenida a los recien llegados a la comarca.
Esto debio de ser a finales de septiembre. La senora Ayres me hablo de su proyecto mientras yo estaba sentado con ella y Caroline despues de haber tratado la pierna de Rod. La idea de que abriesen el Hall a desconocidos me perturbo ligeramente, y mi expresion debio de delatarlo.
– Oh, en los viejos tiempos dabamos aqui dos o tres fiestas al ano, ?sabe? -dijo ella-. Incluso durante la guerra me las ingeniaba para organizar regularmente una cena para los oficiales alojados con nosotros. Es cierto que entonces teniamos mas medios. Ahora no podria costearme una cena. Pero tenemos a Betty, al fin y al cabo. Una sirvienta lo cambia todo en estas situaciones, y como minimo podemos confiar en que sabra manejar una licorera. Pensaba en una reunion tranquila con bebidas, no mas de diez personas. Quiza los Desmond y los Rossiter…
– Usted tambien, por supuesto, doctor Faraday -dijo Caroline, mientras la voz de su madre se apagaba.
– Si -dijo su madre-. Si, por supuesto.
Lo dijo con bastante cordialidad, pero con un brevisimo titubeo, y no pude reprocharselo, porque si bien yo era ya un visitante asiduo de la casa, dificilmente se me podia considerar un amigo de la familia. Sin embargo, tras haberme invitado, se puso a planear todo el asunto. Mi unica tarde libre era la del domingo; normalmente la pasaba con los Graham. Pero ella dijo que una noche de domingo era tan buena como cualquier otra, y de inmediato saco su libro de compromisos y propuso algunas fechas.
Aquel dia no pasamos de aqui, y como en mi siguiente visita no se volvio a mencionar la fiesta, me pregunte si, en definitiva, la idea no habria quedado en agua de borrajas. Pero unos dias mas tarde, cuando tomaba el atajo a traves del parque, vi a Caroline. Me dijo que despues de una avalancha de correspondencia entre su madre y Diana Baker-Hyde habian llegado a concertar un encuentro tres domingos mas tarde.
Lo dijo sin mucho entusiasmo. Dije:
– No parece muy ilusionada.
Ella se alzo el cuello de la chaqueta hasta debajo de la barbilla.
– Oh, me limito a acatar lo inevitable -dijo-. Vera, casi todo el mundo considera a mi madre una sonadora incurable, pero en cuanto se le mete una idea en la cabeza no hay manera de quitarsela. Rod dice que organizar una fiesta con la casa en este estado sera como si Sarah Bernhardt interpretara a Julieta con una sola pierna; y debo decir que no le falta razon. Yo me quedaria en la salita toda esa noche, con Gyp y la radio. Me parece mucho mas divertido que ponernos todos de punta en blanco para recibir a gente a la que ni siquiera conocemos y que probablemente no nos caera muy bien.
Hablaba como cohibida y su tono no me sono del todo sincero, y aunque siguio renegando, era evidente que en alguna medida le apetecia la fiesta, porque a lo largo de las dos semanas siguientes se volco en limpiar y ordenar el Hall, recogiendose a menudo el pelo en un turbante y poniendose a