gatas al lado de Betty y la asistenta diaria, la senora Bazeley. Cada vez que yo visitaba la casa veia alfombras colgadas y sacudidas, cuadros nuevos en paredes vacias y diversos muebles salidos de un trastero.

– ?Se diria que viene Su Majestad! -me dijo la senora Bazeley, un domingo en que fui a la cocina en busca de mas agua salada para el tratamiento de Rod. Ella habia venido un dia adicional-. No se, todo este jaleo. ?A la pobre Betty le han salido callos! Betty, ensenale los dedos al doctor.

Betty estaba sentada a la mesa, limpiando una serie de objetos de plata con un limpiametales y un trapo blanco, pero al oir las palabras de la otra mujer dejo el trapo y me mostro las palmas extendidas: complacida por la atencion, creo. Al cabo de tres meses en Hundreds, sus manos de nina habian engordado y estaban manchadas, pero le agarre la yema de un dedo y se lo sacudi.

– ?Vamos! -dije-. Mucho peor se te pondrian las manos en el campo… o en una fabrica, sin ir mas lejos. Son buenas manos de aldeana, si, senor.

– ?Manos de aldeana! -dijo la senora Bazeley, mientras Betty, con aire ofendido, reanudaba el abrillantado de la plata- Lo peor fue limpiar las aranas de cristal. La semana pasada, la senorita Caroline le hizo limpiar cada maldita lagrima. Disculpe mi lenguaje, doctor. Pero esas aranas habria que echarlas abajo. En otra epoca vendrian unos hombres para llevarselas a Brummagem [2] y tirarlas alli. Y todo este ajetreo que nos tiene pasmadas -repitio- es por un par de tragos; ni siquiera una cena. Y los que vienen son gente de Londres, ?no?

Pero los preparativos continuaron, y adverti que la senora Bazeley trabajaba con tanto ahinco como los demas. A fin de cuentas, era dificil que no te sedujera la novedad del suceso, porque en aquel ano de racionamiento estricto hasta una pequena fiesta privada resultaba una delicia. Como aun no habia visto a los Baker-Hyde, sentia curiosidad por conocerlos, y tambien por ver el Hall engalanado al estilo de sus tiempos mas grandiosos. Para mi propia sorpresa y disgusto, descubri que incluso yo estaba un poco nervioso. Sentia que debia estar a la altura de la ocasion, y no estaba muy seguro de lograrlo. Fui a cortarme el pelo el viernes del fin de semana acordado. El sabado le pedi a mi ama de llaves, la senora Rush, que desenterrara mi ropa de gala. Encontro polillas en las costuras del traje y la camisa con algunas partes tan gastadas que tuvo que cortarle el faldon para remendarla. Cuando finalmente me mire en el espejo empanado de la puerta del ropero, mi aspecto de arreglo de ultima hora no era muy alentador. Hacia poco que habia empezado a perder pelo y, recien cortado, mis sienes parecian despobladas. Habia visitado de noche a un paciente y estaba adormilado por la vigilia. Me parecia a mi padre, comprendi consternado, o al aspecto que habria tenido mi padre si alguna vez se hubiera puesto un traje de etiqueta: como si yo me hubiera sentido mas a gusto con la chaqueta marron y el delantal de un tendero.

Graham y Anne, divertidos por la idea de que me codease con los Ayres en vez de cenar el domingo con ellos, me pidieron que fuera a beber algo en su casa antes de salir para la fiesta. Entre timidamente y, como habia previsto, Graham solto una carcajada al verme vestido de aquella manera. Anne, mas bondadosa, me paso un cepillo por los hombros y me obligo a deshacer la corbata para hacerme ella misma el nudo.

– Ya esta. Estas muy guapo -me dijo cuando termino, con ese tono que usan las mujeres para piropear a los hombres poco apuestos.

– ?Espero que lleves camiseta! -dijo Graham-. Morrison fue a una fiesta en el Hall hace unos anos. Dijo que fue la noche mas fria de su vida.

Coincidio que el caluroso verano habia dado paso a un otono muy cambiante, y que el dia habia sido frio y humedo. La lluvia arrecio cuando sali de Lidcote, transformando las polvorientas carreteras rurales en arroyos de barro. Tuve que correr desde el coche con una manta encima de la cabeza para abrir las verjas del parque, y cuando al final del sendero pegajoso y mojado aparque en la explanada de grava, mire el Hall con cierta fascinacion: nunca habia estado alli a una hora tan tardia y, con su silueta irregular, parecia estar difuminandose en la creciente oscuridad del cielo. Corri hacia la escalera y tire de la campanilla; la lluvia caia a chorro ahora, como un balde de agua. Nadie vino a abrirme. Mi sombrero empezaba a combarse alrededor de las orejas. Asi que al final, temiendo ahogarme, abri la puerta sin cerrojo y entre.

Era una de las jugarretas de la casa que hubiese atmosferas tan distintas dentro y fuera de la misma. El sonido de la lluvia se amortiguo cuando empuje la puerta para cerrarla, y vi que unas tenues luces electricas iluminaban el vestibulo, lo bastante fuertes para destacar el brillo del suelo de marmol recien encerado. Habia floreros en todas las mesas, rosas del verano ya pasado y crisantemos de bronce. El piso de arriba estaba debilmente alumbrado y el de mas arriba todavia mas oscuro, de tal forma que la escalera ascendia hacia las penumbras; la cupula de cristal en el techo retenia la ultima luz crepuscular y parecia suspendida en la oscuridad, como un disco translucido. El silencio era perfecto. Cuando me hube quitado el sombrero empapado y sacudido el agua de los hombros avance un paso sin hacer ruido y me quede un momento mirando hacia arriba en el centro del suelo reluciente.

Luego segui avanzando por el corredor del sur. Descubri que la salita estaba caldeada e iluminada, pero vacia; mas adelante, vi una luz mas fuerte en la puerta abierta del salon y me encamine hacia alli. Al oir mis pasos, Gyp empezo a ladrar; un segundo despues vino a mi encuentro brincando, con ganas de fiestas. Le siguio la voz de Caroline:

– ?Eres tu, Roddie?

En sus palabras habia una nota de tension. Yo segui andando y conteste, un poco acobardado:

– ?Solo soy yo, me temo! El doctor Faraday. Espero que no le importe que haya entrado. ?Llego demasiado temprano?

Oi que se reia.

– Que va. Somos nosotros los que nos hemos retrasado horrores. ?Venga aqui! No puedo ir donde usted.

Descubri que hablaba desde lo alto de una escalera pequena, en una de las paredes del fondo del salon. Al principio no comprendi por que; la habitacion me tenia deslumbrado. Ya era imponente la primera vez que la vi, a media luz y con los muebles enfundados, pero ahora todas las butacas y sofas delicados estaban al descubierto, y la arana -una de las que, era de suponer, habian producido ampollas a Betty- llameaba como un horno. Tambien estaban encendidas otras lamparas mas pequenas, y captaban la luz, y la reflejaban, unos toques dorados en diversos ornamentos y espejos, y sobre todo el amarillo Regencia, aun vivo, de las paredes.

Caroline me vio pestanear.

– No se preocupe, los ojos dejaran de llorarle enseguida -dijo-. Quitese el abrigo y sirvase algo de beber. Mi madre se esta vistiendo y Rod ha ido a resolver algun problema en la granja. Pero yo casi he terminado aqui.

Entonces vi lo que estaba haciendo: recorria la habitacion con un punado de tachuelas para sujetar los bordes de papel amarillo que se estaban desprendiendo o formaban jorobas en las paredes. Cruce la habitacion para ayudarla, pero cuando llegue a su lado ella clavo la ultima chincheta; entonces le sostuve la escalera de madera y le ofreci la mano para que bajara. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado, levantando el dobladillo de la falda: llevaba un vestido de noche de chiflon azul y zapatos y guantes plateados, y el pelo recogido en un costado con un pasador de estras. El vestido era viejo y, a decir verdad, no le sentaba muy bien. El escote bajo mostraba las claviculas prominentes y los tendones de la garganta, y el corpino era demasiado prieto para la turgencia de su busto. Tenia un toque de color en los parpados y colorete en las mejillas, y la boca pintada de carmin era asombrosamente llena y grande. Pense realmente que habria estado mucho mas bonita y mas natural con la cara restregada y una de sus faldas informes y viejas y una blusa de algodon, y que hubiera preferido verla de ese modo vestida. Pero en aquella cruda luz era consciente de mis propias deficiencias. Cuando ella, agarrada a mi mano, toco el suelo, dije:

– Esta preciosa, Caroline.

Sus mejillas coloradas adquirieron un tono mas sonrosado. Evitando mi mirada, le hablo al perro:

– ?Y todavia no ha bebido nada! Figurate lo guapa que estare vista desde el fondo de un coctel, ?eh, Gyp?

Comprendi que estaba incomoda y que no era la Caroline de siempre. Supuse que simplemente estaria inquieta por la reunion de la noche. Tiro de la campanilla para llamar a Betty; se oyo el

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