– Caroline me ha dicho lo que esta haciendo por Roderick. Le agradezco muchisimo que se interese por el. ?Cree realmente que ese tratamiento sera beneficioso?
– Bueno, hasta ahora los sintomas son buenos.
– Mas que buenos -dijo Caroline, sentandose en el sofa con un ruido sordo-. El doctor se hace el modesto. Es un verdadero cambio, madre.
– ?Pues que maravilla! Ya sabe, doctor, lo mucho que trabaja Roderick. Pobre chico. Me temo que no tiene la mano que tenia su padre para la finca. No tiene su sensibilidad para la tierra y sus cosas.
Intui que era verdad. Pero dije cortesmente que no estaba seguro de que la sensibilidad para el campo siguiera siendo importante, a juzgar por las dificultades que afrontaban los granjeros; y con esa prontitud para agradar que caracteriza a la gente realmente encantadora, ella contesto al instante:
– Si, por supuesto. Supongo que usted sabe de esto mucho mas que yo… Pero digame, creo que Caroline le ha ensenado la casa.
– Si, en efecto.
– ?Y le ha gustado?
– Muchisimo.
– Me alegro. Naturalmente, es una sombra de lo que fue. Pero tenemos la suerte de haberla conservado, como mis hijos me recuerdan continuamente… Para mi, las casas del siglo XVIII son las mas bonitas. Fue un siglo tan civilizado… La casa victoriana donde yo creci era un verdadero adefesio. Ahora es un internado catolico, y debo decir que las monjas estan muy contentas alli. Me preocupan, sin embargo, las pobres ninas, con tantos pasillos oscuros y tantas vueltas de escalera. Cuando yo era nina deciamos que estaba embrujada; no creo que lo estuviese. Ahora quiza si. Mi padre murio alli y odiaba a los catolicos con toda su alma… Habra oido hablar de todos los cambios que ha habido en Standish, ?no?
– Si -asenti-. Bueno, sobre todo las cosas que me cuentan mis pacientes.
Standish era una «mansion» de las inmediaciones, una casa solariega isabelina cuyos propietarios, la familia Randall, habian abandonado el pais para emprender una nueva vida en Sudafrica. La casa habia estado desocupada dos anos, pero recientemente la habian vendido: el comprador era un londinense llamado Peter Baker-Hyde, un arquitecto que trabajaba en Coventry, y que adquirio Standish como retiro campestre porque poseia un «encanto apartado».
– Tengo entendido que tiene mujer y dos ninas, y dos automoviles caros, pero no caballos ni perros. Y he oido que tiene un buen historial de guerra; se comporto como un heroe en Italia. Es evidente que le han ido bien las cosas: parece ser que ha gastado un monton de dinero en restaurar la casa.
Lo dije con una pizca de despecho, porque ninguno de los nuevos ricos de Standish habia solicitado mis servicios: aquella misma semana me habia enterado de que Baker-Hyde se habia incorporado a la lista de uno de mis rivales, el doctor Seeley.
Caroline se rio.
– Es un constructor, ?no? Seguramente echara abajo Standish y construira una pista de patinaje. O quiza venda la casa a los americanos. La embarcaran rumbo a Estados Unidos y la reconstruiran alli, como hicieron con el priorato de Warwick. Dicen que a un americano le puedes vender un pedacito de madera negra diciendole que procede del bosque de Arden [1], o que Shakespeare estornudo encima, o cosas por el estilo.
– ?Que cinica eres! -dijo su madre-. Creo que los Baker-Hyde parecen encantadores. En los tiempos que corren quedan en el condado tan pocas personas realmente agradables que deberiamos agradecerles que se instalen en Standish. Me siento casi en una isla desierta cuando pienso en todas esas mansiones y lo que ha sido de ellas. Umberslade Hall, donde iba a cazar el padre del coronel, esta ahora llena de secretarias. Woodcote esta deshabitada, y creo que tambien Meriden Hall. Charlecote y Coughton han pasado a ser publicas…
Suspiraba al hablar, su tono se volvia serio y casi quejumbroso, y por un segundo aparento la edad que tenia. Luego volvio la cabeza y cambio de expresion. Al igual que yo, habia captado fuera, en el pasillo, el debil tintineo resonante de porcelana y cucharillas de te. Se llevo una mano al pecho, se inclino hacia mi y dijo, con un murmullo de falsa inquietud:
– Ahi viene lo que mi hijo llama «la polca del esqueleto». Vera, Betty tiene un autentico talento para tirar tazas. Y no tenemos suficiente cuberteria… -El tintineo se hizo mas fuerte y ella cerro los ojos-. ?Oh, el suspense! -A traves de la puerta abierta grito-: ?Mira donde pisas, Betty!
– ?Ya miro, senora! -fue la respuesta indignada, y al momento la chica aparecio en la entrada, cenuda y sonrojada mientras maniobraba con la amplia bandeja de caoba.
Me levante para ayudarla, pero Caroline se levanto al mismo tiempo. Cogio diestramente la bandeja de las manos de Betty y la inspecciono despues de dejarla en la mesa.
– ?Ni una sola gota derramada! Debe de ser en su honor, doctor. ?Has visto que ha venido a vernos el doctor Faraday, Betty? ?Te acuerdas de aquella vez que te saco del apuro con una cura milagrosa?
Betty bajo la cabeza.
– Si, senorita.
Yo dije, sonriendo:
– ?Como estas, Betty?
– Muy bien, gracias, senor.
– Me alegro de saberlo y de verte con tan buen aspecto. ?Y ademas tan elegante!
Lo dije sin malicia, pero a ella se le oscurecio un poco el semblante, como si sospechara que me burlaba de ella, y entonces recorde que se habia quejado del «vestido y la cofia espantosos» que los Ayres le obligaban a ponerse. Lo cierto es que su atuendo era bastante singular, un vestido negro y un delantal blanco, los punos almidonados y un cuello que empequenecian sus munecas y su garganta de nina; y en la cabeza llevaba una cofia recargada de flecos, una de aquellas cosas que yo no recordaba haber visto en un salon de Warwickshire desde antes de la guerra. Pero en aquel escenario anticuado y de una elegancia desastrada era algo dificil imaginarla vestida de otra manera.
Y parecia bastante saludable, y se esmero en distribuir las tazas y las porciones de bizcocho como si se estuviera adaptando muy bien a la casa. Cuando termino, incluso inclino la cabeza, al modo de una reverencia incompleta. La senora Ayres dijo: «Gracias, Betty, asi esta bien», y la criada se dio media vuelta y se retiro. Oimos el retumbo y el crujido de sus zapatos de suela solida cuando se dirigia de regreso al sotano.
Caroline puso en el suelo un cuenco de te para que Gyp lo lamiese y dijo:
– Pobre Betty. No es una camarera innata.
Pero su madre se mostro indulgente.
– Oh, hay que darle mas tiempo. Siempre recuerdo que mi tia abuela decia que una casa bien gobernada era como una ostra. Las chicas te llegan como granos de arenilla; diez anos despues, se marchan como perlas.
Se dirigia tanto a mi como a Caroline, olvidando obviamente, de momento, que mi propia madre habia sido uno de los granos de arenilla de los que hablaba su tia abuela. Creo que hasta Caroline lo habia olvidado. Estaban sentadas comodamente en sus asientos, degustando el te y el bizcocho que Betty les habia preparado y luego les habia traido torpemente y a continuacion habia cortado y servido en unos platos y tazas que, al sonar una campanilla, pronto recogeria y lavaria… Esta vez no dije nada, sin embargo. Yo tambien degustaba el te y el pastel. Pues si la casa, al igual que una ostra, estaba moldeando a Betty, refinandola y ocultandola con una capa minuscula tras otra de su propio encanto particular, supongo que ya habia iniciado un proceso similar conmigo.
Tal como Caroline habia vaticinado, su hermano no vino a tomar el te con nosotros aquel dia: fue ella la que un poco mas tarde me acompano hasta mi coche. Me pregunto si volvia directamente a Lidcote; le dije que proyectaba visitar a alguien en otro pueblo, y cuando le dije el nombre ella dijo: