presentaron como el senor Morley, el hermano menor de la senora Baker-Hyde.
– Veran, suelo pasar los fines de semana aqui, con Diana y Peter -dijo, mientras estrechaba la mano de los presentes-, y he pensado en acercarme. No habremos empezado con el pie izquierdo, ?eh? -Llamo a su cunado-: ?Peter! ?Te van a echar del condado, amigo mio!
Se referia a sus trajes de calle, porque Bill Desmond, Rossiter y yo ibamos vestidos de etiqueta al viejo estilo, y la senora Ayres y las demas mujeres llevaban vestidos largos. Pero la familia Baker-Hyde parecia dispuesta a minimizar, riendose, su embarazo por esta causa; de hecho, en cierto modo, fuimos los demas los que acabamos pensando que estabamos mal vestidos.
No se trataba de que el matrimonio Baker-Hyde hubiera adoptado una actitud condescendiente. Al contrario, debo decir que aquella noche me parecieron perfectamente agradables y educados, pero tenian una especie de refinamiento que me hizo comprender por que algunos lugarenos pudieran haberles considerado ignorantes de las costumbres rurales. La nina poseia parte del aplomo de sus padres y estaba claramente dispuesta a charlar en un plano de igualdad con los adultos, pero en el fondo seguia siendo una nina. Por ejemplo, parecia hacerle gracia la figura de Betty con su delantal y su cofia, e hizo aspavientos fingiendo que le asustaba Gyp. Cuando sirvieron las bebidas le dieron una limonada, pero se obceco tanto en que le dieran vino que su padre al final le vertio en el vaso un poco del contenido del suyo. Los adultos de Warwickshire observaron con una consternacion fascinada como el jerez desaparecia en el vaso de Gillian.
Desde el principio me indispuse con Morley, el hermano de la senora Baker- Hyde. Calcule que tendria unos veintisiete anos: llevaba el pelo engominado y gafas americanas sin montura, y se las ingenio para darnos a conocer muy pronto que trabajaba para una agencia de publicidad londinense, pero que ya empezaba a hacerse un nombre en la industria del cine «escribiendo tratamientos». Por suerte para nosotros, no explico en que consistia un tratamiento, y Rossiter, que oyo mal el final de la conversacion, supuso que Morley seria, como yo, medico, confusion que tardo en aclararse unos minutos. Morley se rio con indulgencia del malentendido. Vi que me examinaba y me desestimaba mientras tomaba su coctel a sorbos; al cabo de diez minutos, vi que despreciaba a todo nuestro grupo. Sin embargo, la senora Ayres, en su calidad de anfitriona, parecia resuelta a darle la bienvenida. «Tiene que conocer a los Desmond, senor Morley», oi que le decia, mientras le llevaba de un grupito a otro. Y luego, cuando ella volvio a reunirse con Rossiter y conmigo delante de la chimenea, nos dijo: «Sientense, caballeros… Usted tambien, senor Morley».
Le tomo del brazo y se quedo un momento sin saber muy bien donde ponerle; por ultimo, y con una aparente informalidad, le condujo al sofa. Lo ocupaban Caroline y la senora Rossiter, pero era un sofa amplio. Morley dudo un segundo y luego, con un aire de capitulacion, tomo asiento en el espacio que quedaba al lado de Caroline. Cuando el se sento, ella se inclino hacia delante para hacer algun ajuste en el collar de Gyp; fue un movimiento tan visiblemente falso que pense «?Pobre Caroline!», creyendo que se estaria preguntando como escabullirse. Pero despues se echo hacia atras y le vi la cara, y parecio extranamente cohibida cuando se llevo la mano al pelo en un gesto femenino, impropio de ella. La mire primero a ella y despues a Morley, cuya postura tambien parecia algo forzada. Recorde todos los trabajos y preparativos que se habian realizado para la velada; recorde la fragilidad anterior de Caroline. Y con una sensacion curiosamente oscura y falsa comprendi de repente por que se habia organizado la fiesta y que esperaba obtener de ella la senora Ayres y tambien, obviamente, Caroline.
En el preciso momento en que cai en la cuenta, la senora Rossiter se levanto del sofa.
– Hay que dejar a los jovenes que hablen -murmuro, mirandonos a su marido y a mi con una expresion picara de persona madura. Y acto seguido, tendiendo su vaso vacio-: Doctor Faraday, ?seria tan amable de servirme un poco mas de jerez?
Lleve el vaso al aparador y le servi la bebida. Al hacerlo capte mi propia imagen en uno de los muchos espejos de la habitacion: a la luz implacable, con la botella en la mano, parecia mas que nunca un tendero que empezaba a quedarse calvo. Cuando devolvi el vaso a la senora Rossiter, me lo agradecio exageradamente: «Muchisimas gracias». Pero sonrio como lo habia hecho la senora Ayres cuando le hice el mismo favor, mirando a otra parte mientras me hablaba. Y luego reanudo la conversacion con su marido.
Quiza fue debido a mi animo abatido, quiza fue por causa del lustre de los Baker-Hyde, con el que nada podia competir, pero la fiesta, que apenas habia empezado a animarse, parecio que de algun modo perdia brillo. Incluso pense que el salon quedaba extranamente reducido ahora que lo ocupaba la familia de Standish. A medida que transcurria la velada, veia que hacian lo posible por admirarlo y que alababan los ornamentos estilo Regencia, la arana, el empapelado, el techo, y que la senora Baker-Hyde, en particular, lo recorria con una lentitud apreciativa, mirando una cosa tras otra. Pero la habitacion era espaciosa y llevaba tiempo sin ser caldeada: en la chimenea ardia un fuego suficiente, pero habia en el aire una humedad y un frio crecientes, que en un par de ocasiones le hicieron tiritar y frotarse los brazos desnudos. Por ultimo se aproximo al hogar diciendo que queria examinar mas de cerca un par de delicadas butacas doradas que habia a ambos lados; y cuando le informaron de que el tapizado de las butacas era el original de la decada de 1820, encargado junto con la construccion de la estancia octogonal, dijo:
– Ya me parecia a mi. ?Que suerte que haya sobrevivido! Habia en Standish unas tapicerias maravillosas cuando nos mudamos, pero estaban practicamente comidas por la polilla; tuvimos que deshacernos de ellas. Me parecio una lastima.
– Oh, claro que lo es -dijo la senora Ayres-. Aquellas tapicerias eran maravillosas.
La senora Baker-Hyde se volvio hacia ella con indiferencia.
– ?Las vio usted?
– Si, por supuesto -respondio la senora Ayres, pues ella y el coronel debieron de ser visitantes asiduos de Standish en los viejos tiempos.
Yo tambien habia estado en la mansion una vez, para atender a uno de los criados, y sabia lo que ella estaba pensando ahora, asi como todos los demas, de las hermosas habitaciones oscuras y los corredores de la casa, con sus alfombras y colgaduras antiguas, casi la mitad de las cuales, como Peter Baker-Hyde procedio a decirnos, habian revelado, tras una inspeccion minuciosa, que estaban infestadas de escarabajos, y hubo que retirarlas.
– Es horrible desprenderse de cosas -dijo su mujer, quiza en respuesta a nuestras caras graves-, pero el apego que les tienes no puede ser eterno, y salvamos lo que pudimos.
– Bueno -dijo el-, unos anos mas y todo Standish habria sido completamente insalvable. Los Randall parecian pensar que estaban haciendo un servicio al pais quedandose de brazos cruzados y sin modernizar la casa; pero, en mi opinion, si no tenian dinero para mantenerla deberian haberse marchado hace siglos y haberla vendido a un hotel o un club de golf. -Hizo un gesto de simpatia hacia la senora Ayres-. Aqui se las arreglan muy bien, ?no? Me han dicho que han vendido la mayor parte de la tierra de labranza. No se lo reprocho; estamos pensando en hacer lo mismo con las nuestras. Pero nos gusta el parque. -Llamo a su hija-. ?Verdad, gatito?
La nina estaba sentada al lado de su madre.
– ?Voy a tener un poni blanco! -nos dijo, radiante-. Voy a aprender a montarlo.
Su madre se rio.
– Y yo tambien. -Extendio la mano para acariciar el pelo de la nina. Llevaba en la muneca unos brazaletes de cadenas que tintineaban como cascabeles-. Aprenderemos juntas, ?verdad?
– ?No sabe montar aun? -pregunto Helen Desmond.
– En absoluto, me temo.
– A no ser que hablemos de motocicletas -salto Morley, desde su sitio en el sofa. Acababa de dar un cigarrillo a Caroline, pero ahora se distancio de ella, con el encendedor en la mano-. Un amigo nuestro tiene una. ?Tendrian que ver a Diana embalada encima! Es como una valquiria.
– ?Callate, Tony!
Se rieron los dos de lo que obviamente era una broma entre ellos. Caroline se llevo una mano al pelo y desplazo ligeramente su peineta de estras. Peter Baker-Hyde le dijo a la senora Ayres:
– Tiene caballos, supongo. Al parecer, por aqui todo el mundo tiene.