– Tengo mi maletin en el coche -dije-. Senor Desmond, ?iria usted…?

– Si, por supuesto -dijo Bill Desmond, sin aliento, y salio corriendo de la habitacion.

A continuacion llame a Betty. Habia retrocedido cuando todo el mundo se habia precipitado hacia la nina, y observaba la escena como aterrada; estaba casi tan palida como Gillian. Le dije que bajara a hervir una olla de agua y que buscara mantas y un almohadon. Y, entonces -con suavidad, y con la senora Baker-Hyde a mi lado, comprimiendo torpemente el ovillo de panuelos contra la cara de su hija, con una mano tan temblorosa que los brazaletes de plata resbalaban tintineando en su muneca-, cogi a la nina en brazos. Note que estaba helada incluso a traves de la chaqueta y la camisa. Tenia los ojos apagados y oscuros y sudaba por la impresion.

– Tenemos que bajarla a la cocina -dije.

– ?La cocina? -dijo su padre.

– Necesitare agua.

Entonces comprendio.

– ?Quiere decir que lo haremos aqui? ?No habla usted en serio! Sin duda un hospital…, un consultorio… ?No podemos telefonear?

– El hospital mas cercano esta a quince kilometros -dije-, y hay mas de ocho hasta mi consulta. Hagame caso, no deberia lanzarme a la carretera con este tipo de herida, en una noche como esta. Tanto mejor cuanto antes la atendamos. Y tambien hay que pensar en la perdida de sangre.

– Dejale hacer al doctor, ?por el amor de Dios, Peter! -dijo la senora Baker-Hyde, rompiendo a llorar de nuevo.

– Si -dijo la senora Ayres, que avanzo unos pasos y le toco el brazo-. Ahora hay que dejar que el doctor Faraday se ocupe de ella.

Creo que en aquel momento adverti que el hombre apartaba la cara de la senora Ayres y rehuia asperamente su contacto, pero estaba tan ocupado con la nina que no pense mucho en el gesto. Tambien ocurrio una cosa que apenas me afecto entonces, pero que al recordarla mas tarde comprendi que habia marcado la pauta de muchos de los sucesos que ocurririan los dias siguientes. La senora Baker-Hyde y yo habiamos transportado con todo cuidado a Gillian hasta el umbral del salon, donde encontramos a Bill Desmond con mi maletin en la mano. Helen Desmond y la senora Ayres nos miraron salir con el semblante inquieto, mientras la senora Rossiter y la senorita Dabney, en su distraccion, se agacharon para recoger de la chimenea los anicos del vaso; la senorita Dabney, por cierto, se hizo un buen corte en el dedo que anadio manchas de sangre fresca a la alfombra ya ensangrentada. Peter Baker-Hyde me seguia de cerca, seguido a su vez por su cunado, pero este ultimo, al pasar, debio de descubrir a Gyp, que todo este tiempo habia estado encogido debajo de una mesa. Morley se encamino rapidamente hacia el perro y, soltando una maldicion, le propino una patada; el puntapie debio de ser fuerte, porque Gyp aullo. Para sorpresa de Morley, me figuro, Caroline se abalanzo hacia el y le aparto de un empujon.

– ?Se puede saber que hace? -grito.

Recuerdo su voz: estridente y forzada, y totalmente distinta de la habitual.

El se enderezo la chaqueta.

– ?No se ha enterado? ?Su maldito perro acaba de desgarrarle a mi sobrina la mitad de la cara!

– Pero asi lo empeora mas -dijo ella, arrodillandose para atraer a Gyp hacia ella-. ?Le ha dado un susto de muerte!

– ?Mas que un susto me gustaria darle! ?Como demonios le deja suelto por la casa cuando hay ninos presentes? ?Deberia estar encadenado!

– Es totalmente inofensivo cuando no se le provoca -dijo ella.

Morley ya se alejaba, pero volvio atras.

– ?Que diablos quiere decir con eso?

Ella movio la cabeza.

– Deje de gritar, ?quiere?

– ?Que deje de gritar? ?Ha visto lo que le ha hecho?

– Bueno, nunca ha mordido a nadie. Es un perro domestico.

– Es una fiera. ?Habria que pegarle un tiro!

La discusion prosiguio, pero solo tuve una debil conciencia de la misma, preocupado como estaba por maniobrar sin peligro con la nina rigida en mis brazos a traves de la puerta, y despues mientras doblaba varias esquinas hasta la escalera del sotano. Y en cuanto empece a bajarla, el vocerio fue perdiendo fuerza. Encontre a Betty en la cocina, hirviendo el agua que le habia pedido. Trajo tambien mantas y almohadones, y siguiendo mis instrucciones, con las manos temblorosas, despejo la mesa de la cocina y puso capas de papel de estraza encima. Deposite a Gillian envuelta en las mantas y abri el maletin para sacar mi instrumental. Tan absorto estaba en la tarea que cuando me quite la chaqueta para remangarme y lavarme las manos, me percate con asombro de que era una chaqueta de gala. Me habia olvidado de donde estaba y pense que llevaba puesta la de tweed ordinaria.

Lo cierto es que a menudo me veia obligado a realizar este tipo de pequena operacion, bien en mi consulta o en casa de mis pacientes. Un dia, siendo todavia un veinteanero, me llamaron desde una granja para que visitara a un joven con una pierna terriblemente destrozada por una trilladora: tuve que amputar la pierna a la altura de la rodilla en la mesa de la cocina, una mesa igual que aquella. La familia me invito a cenar con ellos unos dias mas tarde, y nos sentamos a la misma mesa, entonces lavada de manchas: el joven estaba sentado con nosotros, palido, pero comiendo alegremente su empanada y bromeando sobre el dinero que se habia ahorrado en cuero para las botas. Pero eran gente de campo, habituada a las penalidades; a los Baker-Hyde tuvo que resultarles espantoso verme empapar la aguja y el hilo en acido fenico y restregarme los nudillos y las unas con un cepillo vegetal. Creo que la propia cocina les alarmo, con sus romos accesorios Victorianos, sus baldosas, su monstruosa cocina economica. Y, despues del salon resplandeciente, la habitacion parecia horriblemente oscura. Tuve que pedir a Baker-Hyde que trajera de la despensa una lampara de aceite y la pusiera cerca de la cara de su hija para alumbrarme mientras la cosia.

Si la nina hubiera sido mayor me habria bastado un aerosol de cloruro etilico para helar la herida. Pero tenia miedo de sus contorsiones y, tras haberla lavado con agua y yodo, le administre un anestesico general que la sumio en un sueno ligero. Aun asi, sabia que la operacion le doleria. Dije a su madre que se reuniera arriba en el salon con los demas invitados y, como yo habia previsto, la pobre nina emitio un debil lloriqueo durante todo el tiempo que estuve trabajando, y lagrimas incesantes se le saltaban de los ojos. Era una bendicion que no hubiese arterias cortadas, pero la carne desgarrada hacia la tarea mas peliaguda de lo que habria querido; mi principal preocupacion era minimizar las cicatrices que quedarian, porque sabia que serian grandes aun despues de la operacion mas minuciosa. El padre de la nina, sentado a la mesa, la agarraba fuertemente del brazo y hacia una mueca de dolor cada vez que yo insertaba la aguja, pero me observaba trabajar como si temiera apartar los ojos, como si aguardase un desliz mio para remediarlo. Minutos despues de haber yo comenzado, aparecio su cunado, con la cara colorada por su discusion con Caroline. «Esta punetera gente -dijo-. ?Esa chica es una demente!» Entonces vio lo que yo estaba haciendo y el color se le esfumo de las mejillas. Encendio un cigarrillo y se sento a fumarlo a cierta distancia de la mesa. Poco despues -fue lo unico sensato que hizo en toda la noche- pidio a Betty que preparara una tetera y distribuyese tazas.

Los demas seguian arriba, tratando de consolar a la madre de la nina. La senora Ayres bajo una vez a la cocina para preguntar como iban las cosas: se quedo un minuto y me observo trabajar, inquieta por la pequena y claramente turbada por la vision de la sutura. Me fije en que Peter Baker-Hyde evito volver la cabeza hacia ella.

La tarea me llevo casi una hora, y cuando hube acabado y mientras la nina aun seguia atontada, le dije a su padre que se la llevara a casa. Tenia pensado seguirles en mi coche, pasar a recoger un par de cosas en mi consulta y reunirme con ellos en Standish en el momento en que la acostaran. No habia mencionado a los padres la posibilidad, porque era muy pequena, pero existia el riesgo de tener que prevenir una infeccion de la sangre o septicemia.

Mandaron a Betty a avisar a la madre y Baker-Hyde y Morley subieron la escalera

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