suavidad y firmeza, como haria un medico. Apreto los dedos en torno a los mios y poco a poco se fue calmando. Le ofreci mi panuelo y ella se enjugo los ojos, avergonzada.
– ?Si entrara ahora uno de mis hijos! -dijo, mirando con inquietud por encima del hombro-. ?O Betty! No soportaria que me viesen asi. Nunca vi llorar a mi madre; ella despreciaba a las mujeres que lloran. Perdoneme, doctor Faraday. Ya se lo he dicho, lo que pasa es que apenas he dormido esta noche, y el insomnio siempre me sienta muy mal… Y ahora debo de estar espantosa. Apague esa lampara, ?quiere?
Hice lo que me pedia y apague la lamparilla de caireles sobre la mesa junto a su butaca. Cuando se difuminaron los contornos de la lampara, dije:
– No tiene nada que temer de la luz, ?sabe? No tiene por que temerla.
Ella se estaba enjugando de nuevo la cara, pero me miro con una cansina sorpresa.
– No sabia que fuese tan galante, doctor.
Note que me sonrojaba un poco. Pero antes de que pudiera responder, ella suspiro y siguio hablando.
– Oh, pero los hombres aprenden galanteria del mismo modo que a las mujeres les salen arrugas. Mi marido era muy galante. Me alegro de que no este vivo para verme como soy ahora. Su galanteria se veria sometida a una dura prueba. Creo que envejeci diez anos el invierno pasado. Seguramente este envejecere otros diez.
– Entonces aparentara unos cuarenta -dije, y ella se rio, como era propio, y me alegro que su cara recobrase la vida y el color.
Despues hablamos de cosas corrientes. Me pidio que le sirviera una bebida y le llevase un cigarrillo. Y solo cuando me levante para marcharme intente recordarle la causa de mi visita mencionando a Peter Baker-Hyde.
Su reaccion fue levantar la mano, como exhausta por la idea.
– Hoy ese nombre ya se ha oido demasiadas veces en esta casa -dijo-. Si quiere hacernos dano, dejaremos que lo intente. No ira muy lejos. ?Como iba a hacerlo?
– ?De verdad cree eso?
– Lo se. Este asunto horrible coleara dos o tres dias y despues se olvidara. Ya lo vera.
Parecia tan segura como su hija y no volvi a abordar la cuestion.
Pero ella y Caroline se equivocaban. El asunto no quedo olvidado. El dia siguiente mismo, Baker-Hyde fue en su coche al Hall para comunicar a la familia que se proponia informar del caso a la policia si no estaban dispuestos a sacrificar a Gyp. Se entrevisto con la senora Ayres y con Roderick durante media hora; al principio se mostro absolutamente razonable, me dijo mas tarde la senora Ayres, y en consecuencia creyo por un momento que podria disuadirle.
– Nadie lamenta mas que yo el accidente de su hija, senor Baker-Hyde -le dijo, con un sentimiento que el debio de considerar sincero-. Pero matar a Gyp no remediara la desgracia. En cuanto a la probabilidad de que el perro muerda a otro nino…, bueno, ya ve lo aislados que vivimos aqui. Simplemente no hay ninos que le hagan rabiar.
Quiza fue una manera desafortunada de decirlo, y me imagino facilmente que sus palabras debieron de endurecer la expresion y la actitud de Peter Baker-Hyde. Lo peor de todo fue que en aquel momento aparecio Caroline, con Gyp pisandole los talones. Habian dado un paseo por el parque y supongo que estaban como yo les habia visto muchas veces: Caroline acalorada, robusta, astrosa, y Gyp satisfecho y cubierto de barro, con la boca rosa abierta. Al verlos, Baker-Hyde debio de acordarse de su hija, desoladoramente postrada en su casa con la cara destrozada. Mas tarde le dijo al doctor Seeley, quien a su vez me lo conto despues a mi, que si en aquel momento hubiera tenido una escopeta en la mano habria «matado de un tiro al maldito perro y a toda la punetera familia».
La visita pronto degenero en maldiciones y amenazas, y Baker-Hyde se fue en su coche envuelto en un estrepito de gravilla. Caroline le miro marcharse con las manos en jarras; despues, temblando de disgusto y de rabia, se dirigio a zancadas a uno de los edificios anexos y saco unas cadenas y un par de candados viejos. Atraveso todo el parque, primero hasta una verja y despues a la otra, y las cerro con llave.
Me lo conto mi ama de llaves; a ella se lo habia contado un vecino que era primo de Barrett, el factotum de Hundreds. Del caso se hablaba todavia libremente en todos los pueblos de la comarca, y habia gente que expresaba comprension por los Ayres, pero la mayoria, al parecer, pensaba que la obcecacion de la familia respecto a Gyp solo servia para empeorar la situacion. Vi a Bill Desmond el viernes, y parecia pensar que ya solo era cuestion de tiempo el que los Ayres «hicieran lo decente» y mandasen sacrificar al pobre perro. Pero despues hubo un par de dias de silencio y realmente empece a preguntarme si las aguas no estarian volviendo a su cauce. Luego, al principio de la semana siguiente, una paciente mia de Kenilworth me pregunto como estaba «esa pobrecilla nina Baker-Hyde»; lo pregunto como de pasada, pero con un tono de admiracion en la voz, diciendo que se habia enterado de mi intervencion en el caso y de que practicamente habia salvado la vida de la nina. Cuando le pregunte asombrado quien le habia dicho semejante cosa, me tendio el ultimo numero de un semanario de Coventry; lo abri y encontre una cronica de todo el suceso. Los Baker-Hyde habian ingresado a su hija en un hospital de Birmingham para someterla a un nuevo tratamiento, y de alli habian sacado la historia. Decian que la nina habia sufrido una «agresion salvaje», pero que estaba mejorando mucho. Los padres estaban decididos a lograr que sacrificasen al perro y habian pedido asesoramiento juridico sobre el mejor modo de conseguirlo. Decian que era imposible obtener declaraciones de la viuda del coronel Ayres, su hijo Roderick y su hija Caroline, los duenos del animal.
Que yo supiera, en Hundreds no recibian los periodicos de Coventry, aun cuando se distribuian ampliamente en todo el condado, y me parecio bastante preocupante que el semanario hubiera publicado la cronica del caso. Telefonee al Hall y pregunte si la habian leido; como me dijeron que no, les lleve un ejemplar en el trayecto a mi casa. Roderick lo leyo en un adusto silencio antes de pasarselo a su hermana. Ella leyo el articulo y, por primera vez desde que el asunto habia empezado, perdio el aplomo y vi miedo autentico en su rostro. La senora Ayres se quedo francamente horrorizada. El articulo mostraba cierto interes por la herida de Roderick durante la guerra y creo que ella tuvo una especie de miedo morboso a que se supiera, porque en cuanto les deje me acompano al coche para poder hablar sin que nos oyeran sus hijos.
Me hablo en voz baja, alzando el panuelo para protegerse el pelo:
– Tengo algo mas que decirle. Todavia no se lo he dicho a Roderick ni a Caroline. El inspector Allam me ha llamado hace un rato para comunicarme que Baker-Hyde tiene intencion de seguir adelante y presentar una denuncia. Queria avisarme; vera, el y mi marido sirvieron en el mismo regimiento. Me ha dejado bien claro que en un caso como este, en el que hay un nino, tenemos muy pocas posibilidades de ganar. He hablado con Hepton -era el abogado de la familia- y opina lo mismo. Me ha dicho tambien que puede haber algo mas que pagar una multa; podria haber danos y perjuicios… No puedo creer que hayamos llegado a esto. Aparte de todo lo demas, ?no tenemos dinero para ir a juicio! He intentado preparar a Caroline para lo peor, pero no quiere escucharme. No la comprendo. Esta mas alterada de lo que estaba cuando el accidente de su hermano.
Yo tampoco la entendia, pero dije:
– Bueno, siente un gran carino por Gyp.
– ?Nos tiene mucho afecto a todos! Pero en definitiva es un perro, y esta viejo. Creame que no podria comparecer con mi familia ante un juez. Si no ya en mi misma, tengo que pensar en Roderick. Dista mucho de estar bien. Es lo ultimo que le faltaba.
Me puso la mano en el brazo y me miro directamente a la cara.
– Usted ya ha hecho mucho por nosotros, doctor, dificilmente puedo pedirle algo mas. Pero no quiero mezclar a Bill Desmond ni a Raymond Rossiter en nuestros problemas. Cuando llegue el momento, con Gyp…, ?nos ayudaria usted?
Dije, ingratamente sorprendido:
– ?Sacrificarle, quiere decir?
Ella asintio.