– Dios -dijo ella, cerrando los ojos.
– Caroline, es viejo.
– ?Eso cambia las cosas?
– Le doy mi palabra de que no sufrira.
Se quedo tensa un momento; luego dejo caer los hombros, respiro y toda la amargura parecio abandonarla. Dijo:
– Oh, hagalo. Todo lo demas ha desaparecido, ?por que no tambien el? Estoy harta de luchar.
Lo dijo con un tono tan desolado que finalmente vi a traves de su obstinacion otras perdidas y congojas, y pense que la habia juzgado mal. Mientras hablaba puso una mano en la cabeza del perro y el animal, comprendiendo que estaba hablando de el, pero tambien percibiendo la angustia de su tono, alzo hacia ella una mirada confiada y a la vez inquieta y despues se incorporo sobre las patas delanteras y avanzo el hocico hacia la cara de su ama.
– ?Perro idiota! -dijo ella, dejandole que la lamiera. Luego lo aparto-. ?No ves que te reclama el doctor Faraday?
– ?Lo hago aqui? -dije.
– No. Aqui no. No quiero verlo. Lleveselo a algun sitio, abajo. Vete, Gyp.
Y le empujo hacia mi casi con rudeza, de tal forma que el perro cayo trastabillando de la otomana al suelo.
– Vete -repitio ella, y como el vacilo, dijo-: ?Estupido! Te he dicho que el doctor Faraday te llama. ?Vete!
Entonces Gyp se me acerco fielmente y, tras dirigir una ultima mirada a Caroline, lo saque de la habitacion y cerre la puerta sin hacer ruido. Me siguio por la casa hasta la cocina, le lleve a la trascocina y le hice tumbarse en una alfombra vieja. El sabia que aquello era algo inusual, porque Caroline era muy estricta en sus costumbres; con todo, debia de intuir que habia un trastorno en la casa y quiza hasta intuia que el era la causa. Me pregunte que ideas se le estarian pasando por la cabeza: que recuerdos de la fiesta, y si era consciente de lo que habia hecho y se sentia culpable o avergonzado. Pero cuando le mire a los ojos vi que en ellos solo habia confusion; y despues de haber abierto mi maletin y sacado lo que necesitaba, le toque la cabeza y le dije, como le habia dicho otra vez: «La que has armado, Gyp. Pero ya no importa. Eres un buen perro». Y segui murmurando tonterias parecidas, le coloque el brazo debajo del espinazo, para que cuando la inyeccion hiciera efecto cayera sobre mi mano, y senti como se le debilitaba el corazon contra mi palma y a continuacion note que se paraba.
La senora Ayres me habia dicho que Barrett lo enterraria y por tanto lo cubri con la alfombra, me lave las manos y volvi a la cocina. Alli encontre a la senora Bazeley: acababa de llegar y se estaba atando el delantal. Cuando le dije lo que habia hecho sacudio la cabeza, consternada.
– ?No es una pena? -dijo-. La casa no parecera la misma sin ese viejo animal. ?Lo comprende, doctor? Lo he visto por aqui toda su vida, y declararia bajo juramento que no habia mas maldad en el que en los pelos de mi cabeza. Le habria confiado a mi propio nieto.
– Y yo tambien, si tuviera uno, senora Bazeley -respondi, compungido.
Pero la mesa de la cocina estaba alli para recordarme aquella horrible noche. Y tambien estaba Betty: hasta entonces no la habia visto. Estaba medio escondida por una puerta que llevaba a los corredores de la cocina; tenia un monton de trapos recien secados y los estaba plegando. Pero se movia con extranas sacudidas, como si sus hombros delgados le diesen tirones, y al cabo de unos segundos comprendi que estaba llorando. Volvio la cabeza y al ver que la observaba arrecio su llanto. Dijo, con una violencia que me asombro:
– ?Ese pobre perro viejo, doctor Faraday! ?Todo el mundo le culpa, pero no fue el! ?No es justo!
La voz se le quebro y la senora Bazeley se le acerco y la estrecho en sus brazos.
– Vamos, vamos -dijo, dando torpes palmadas en la espalda de Betty-. ?Ve como nos ha afectado esto, doctor? No hacemos nada a derechas. Betty tiene una idea en la cabeza… No se. - Parecia azorada-. Cree que hubo algo raro en el mordisco a esa nina.
– ?Algo raro? -dije-. ?A que se refiere?
Betty levanto la cabeza del hombro de la senora Bazeley y dijo:
– ?Hay algo malo en esta casa, eso es lo que pasa! ?Hay algo malo que hace que ocurran desgracias!
La mire atentamente un momento y despues levante la mano para frotarme la cara.
– Oh, Betty.
– ?Es verdad! ?Lo he notado!
Miro a la senora Bazeley. Sus ojos grises estaban muy abiertos y tiritaba ligeramente. Pero yo presentia, como habia presentido en otras ocasiones, que en el fondo disfrutaba del alboroto y la atencion. Dije, con menos paciencia:
– Muy bien. Todos estamos cansados y todos estamos tristes.
– ?No es cansancio!
– ?Muy bien! -dije, alzando la voz-. Esto es una pura estupidez y tu lo sabes. Esta casa es grande y solitaria, pero crei que ya te habias acostumbrado.
– ?Estoy acostumbrada! No es solo eso.
– No es nada. No hay nada malo aqui, ningun fantasma. Lo que paso con Gyp y esa pobre nina fue un accidente horrible, nada mas.
– ?No fue un accidente! Fue la cosa mala que le susurro algo a Gyp o… o le pellizco.
– ?Tu oiste un susurro?
– No -admitio, de mala gana.
– No. Y yo tampoco. Y nadie lo oyo, de todas las personas que habia en la fiesta. Senora Bazeley, ?ha visto usted algun indicio de esa «cosa mala» que dice Betty?
La asistenta nego con la cabeza.
– No, doctor. Nunca he visto nada raro aqui.
– ?Y desde cuando viene a esta casa?
– Pues desde hace casi diez anos.
– Ya ves -le dije a Betty-. ?No te tranquiliza eso?
– ?No! -contesto ella-. ?Que ella no lo haya visto no significa que no sea verdad! Podria ser… algo nuevo.
– ?Oh, por el amor de Dios! -exclame-. Venga, se una buena chica y secate los ojos. Y espero -anadi- que no menciones nada de esto a la senora Ayres ni a Caroline. Es lo que menos falta les hace en este momento. Han sido buenas contigo, ?recuerdas? ?Te acuerdas de cuando me llamaron para que te viera en julio, aquella vez que estabas enferma?
La mire a la cara mientras decia esto. Ella capto lo que queria decir y se ruborizo. Pero su expresion, a pesar del rubor, se torno testaruda. Dijo, en un susurro:
– ?Hay una cosa mala! ?La hay!
Despues escondio la cabeza contra el hombro de la senora Bazeley y rompio a llorar tan amargamente como antes.
Capitulo 5
No era de extranar que en las semanas siguientes la vida en Hundreds Hall pareciese muy cambiada, desalentada y triste. En primer lugar, simplemente habia que acostumbrarse a la