– No, no me mire asi -dijo, al verme la cara-. He tenido a Caroline encima toda la manana, empenada en pegarme pedazos de beicon y no se que mas cosas.
Mire a su hermana -estaba sentada con el en su habitacion; creo que me habia estado esperando- y luego me acerque a Rod, le cogi la cabeza entre las manos y le volvi la cara hacia la luz de la ventana.
– ?Que demonios ha ocurrido?
– Una verdadera estupidez -dijo el, zafandose irritado-, y casi me da verguenza contarlo. Simplemente me he despertado por la noche y he salido al cuarto de bano dando tumbos, y algun imbecil, es decir, yo, habia dejado la puerta abierta de par en par y me he dado de narices contra el canto.
– Perdio el conocimiento -dijo Caroline-. Gracias a Betty no se ha…, no se, tragado la lengua.
– No seas tonta -dijo su hermano-. No perdi el conocimiento.
– ?Si lo perdiste! Estaba tirado en el suelo, doctor. Y grito tan fuerte que Betty se desperto abajo. Pobre chica, creo que penso que eran ladrones. Subio con mucho cuidado y le vio tumbado ahi, y tuvo la sensatez de venir a despertarme. Cuando llegue, todavia estaba inconsciente.
Rod torcio el gesto.
– No le haga caso, doctor. Esta exagerando.
– No exagero, creame -dijo Caroline-. Tuvimos que arrojarle agua en la cara para que volviera en si, y cuando lo hizo estuvo de lo mas ingrato y nos dijo con muy malas palabras que le dejaramos en paz…
– Muy bien -dijo su hermano-. Parece que ya hemos demostrado que soy un cretino. Aunque creo que esto ya te lo habia dicho yo mismo. ?Podemos dejarlo ya?
Lo dijo con acritud. Caroline parecio desconcertada por un momento y luego encontro el modo de cambiar de conversacion. El, no obstante, se mantuvo al margen y guardo un silencio malhumorado mientras ella y yo charlabamos, y por primera vez, cuando me dispuse a iniciar el tratamiento, se nego en redondo a permitirmelo, repitiendo que «estaba harto» y que «no servia para nada».
Su hermana le miro asombrada.
– ?Oh, Rod, sabes que no es cierto!
El contesto, de mal genio:
– Es mi pierna, ?no?
– Pero que el doctor Faraday se haya tomado tantas molestias…
– Pues si el doctor quiere molestarse por personas a las que apenas conoce, es su problema -dijo-. ?Se lo he dicho, estoy harto de pellizcos y tirones! ?O es que mis piernas son propiedad de la finca, como todo lo demas que hay por aqui? Hay que repararlas, tienen que durar un poco mas; da igual que las este reduciendo a munones. ?Es eso lo que piensa?
– ?Rod! ?Eres injusto!
– De acuerdo -dije, en voz baja-. Rod no tiene por que seguir el tratamiento si no quiere. Tampoco es como si lo estuviera pagando.
– Pero su informe… -dijo Caroline, como si no me hubiera oido.
– Ya lo tengo practicamente escrito. Y, como creo que Rod sabe, el maximo efecto ya se ha alcanzado. Lo unico que hago es mantener el musculo activo.
Rod, por su parte, se habia alejado y no nos hablaba. Al final le dejamos solo y fuimos a reunimos en la salita con la senora Ayres para un te taciturno. Pero antes de marcharme baje sigilosamente al sotano para hablar con Betty y ella me confirmo lo que Caroline me habia dicho de la noche anterior. Estaba profundamente dormida, dijo Betty, y la habia despertado un grito; aturdida de sueno, penso que alguno de la familia la llamaba, y habia subido al piso adormilada. Encontro abierta la puerta de Rod y a el tendido en el suelo, la cara ensangrentada, tan inmovil y blanco que por un segundo creyo que estaba muerto, y «poco me falto para gritar». Se repuso y corrio a buscar a Caroline, y entre las dos le hicieron volver en si. Rod habia despertado «maldiciendo y diciendo cosas raras».
– ?Que tipo de cosas? -pregunte.
Ella hizo una mueca, tratando de recordar.
– Solo cosas raras. Cosas sin sentido. Como cuando el dentista te pone gas.
Y esto fue todo lo que pudo decirme, y no tuve mas remedio que olvidar el asunto.
Pero unos dias mas tarde -cuando el ojo amoratado habia adquirido un tono precioso que Caroline describio como «un mostaza verdoso», pero mucho antes de que el color desapareciera- Rod se hirio otra vez levemente. Al parecer, habia vuelto a despertarse de noche y habia salido de su cuarto a trompicones. Esta vez habia topado con una banqueta que misteriosamente habia abandonado su lugar habitual para interponerse directamente en su camino, y el habia tropezado y al caerse se habia lastimado la muneca. Ante mi intento restarle importancia al incidente y me permitio que le vendase la muneca con un aire formidable de «seguirle la corriente al viejo». Pero supe que el esguince era serio por el aspecto del brazo y por la reaccion de Rod cuando se lo toque, y su actitud me dejo pasmado.
Mas tarde se lo conte a su madre. Ella se preocupo de inmediato y junto las manos para darles vueltas a sus anillos anticuados.
– ?Que piensa usted, sinceramente? -me pregunto-. El no quiere decirme nada; lo he intentado una y otra vez. Esta claro que no duerme. Bueno, no es que ninguno de nosotros duerma bien ultimamente… ?Pero esos paseos nocturnos! No pueden ser sanos, ?verdad?
– ?Usted cree que tropezo, entonces?
– ?Que otra cosa iba a ser? Todavia tiene la pierna tan rigida como cuando esta tumbado.
– Es cierto. Pero ?la banqueta?
– Bueno, su habitacion es una leonera. Siempre la ha tenido asi.
– Pero ?no la limpia Betty?
Capto la nota de inquietud en mi voz y la alarma le agudizo la mirada. Dijo:
– ?No creera que le ocurre algo grave? ?Que habra vuelto a tener aquellos dolores de cabeza?
Pero yo ya lo habia pensado. Habia interrogado a Rod sobre los dolores mientras le vendaba la muneca, y el me habia respondido que, aparte de las dos heridas leves, no sentia ninguna molestia fisica. Parecio decirlo con sinceridad, y aunque tenia un aspecto cansado no vi senales de una enfermedad real en el ni en sus ojos, su aspecto o su tez. Lo que seguia dejandome perplejo era aquel
Pero yo estaba lo bastante intrigado como para seguir indagando. Asi que invente un pretexto para ir al Hall unos dias mas tarde aquella misma semana y busque a Caroline para hablar con ella a solas.
La encontre en la biblioteca. Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas y una bandeja de libros encuadernados en piel delante de ella; limpiaba las cubiertas con lanolina. Para trabajar solo le llegaba una debil luz del norte, porque con el tiempo humedo reciente los postigos habian empezado a alabearse y no habia podido abrir mas que uno de ellos, y solo en parte. Sabanas blancas, como otros tantos sudarios, cubrian aun la mayoria de los anaqueles. No se habia molestado en encender un fuego y la habitacion estaba muy fria y triste.
Parecio agradablemente sorprendida de verme una tarde de entre semana.
– Mire que bonitas ediciones antiguas -dijo, ensenandome un par de libritos de piel curtida, con las tapas todavia lustrosas y humedas de lanolina, como castanas recien encontradas.
Corri un taburete y me sente a su lado; ella abrio un libro y empezo a pasar paginas.
– No he limpiado mucho, a decir verdad. Siempre es mas tentador leer que