algo… anormal. A Rod le ocurre algo. Es como si le hubieran hecho un maleficio. Apenas sale ya, ni siquiera va a la granja. Se queda aqui y dice que esta revisando sus papeles. ?Pero mirelos! -Indico el escritorio con un gesto y la mesa al lado de la silla, ambas casi sepultadas por grandes montones de cartas, libros de contabilidad y hojas muy finas mecanografiadas. Dijo-: Se esta asfixiando con todo ese papeleo. Pero no me deja que le ayude. Dice que tiene un metodo y que yo no lo entenderia. ?A usted le parece un metodo esto? Practicamente la unica persona a la que ahora deja entrar aqui es Betty. Ella al menos barre la alfombra y vacia los ceniceros… Ojala Rod se tomara una temporada de vacaciones. Pero no se ira. No dejara la finca. ?Y que se quede no es que cambie mucho las cosas! La finca esta condenada, haga lo que haga. -Se dejo caer pesadamente en la otomana marcada y apoyo la barbilla en las manos-. A veces pienso que Rod deberia tirar la toalla.

Lo dijo con voz cansada pero con naturalidad, con los ojos casi cerrados, y de nuevo adverti la singular desnudez de sus parpados ligeramente hinchados. La mire, turbado.

– No lo dira en serio, Caroline. No soportaria perder Hundreds, ?verdad?

Ahora su tono fue casi de indiferencia.

– Oh, pero me han educado para perderlo. Me refiero a cuando Rod se case. La nueva senora Ayres no querra en la casa a una cunada solterona; tampoco a una suegra, por cierto. Eso es lo mas estupido de todo. Mientras Rod consiga mantener la finca, demasiado cansado y distraido para buscar una esposa, y seguramente matandose entretanto…, mientras la situacion siga asi, mi madre y yo tenemos que quedarnos. Y Hundreds nos desgasta tanto que apenas vale la pena…

Se le apago la voz, y no volvimos a hablar hasta que el silencio en la habitacion aislada empezo a ser opresivo. Mire otra vez las tres extranas marcas chamuscadas: comprendi de pronto que eran como las quemaduras en la cara y las manos de Rod. Era como si a la casa le estuvieran saliendo cicatrices propias, en respuesta a la desdicha y la frustracion de su dueno -o a las de Caroline y su madre-, o quiza a las aflicciones y desilusiones de toda la familia. La idea era horrible. Comprendi a que se referia Caroline cuando habia dicho que las paredes y los muebles marcados eran «espeluznantes».

Debi de estremecerme. Caroline se levanto y dijo:

– Oiga, perdone por haberle contado todo esto. En realidad no es de su incumbencia.

– Oh, si lo es, en cierto sentido -dije.

– ?Si?

– Bueno, si se tiene en cuenta que soy practicamente el medico de Rod.

Esbozo una sonrisa apenada.

– Si, bueno, pero en realidad no le incumbe, ?no? Como dijo usted el otro dia, Rod no le paga para que venga a verle. Usted dira lo que quiera, pero yo se que en realidad le esta tratando por hacerle un favor. Es muy bondadoso por su parte, pero que no le arrastren mas nuestros problemas. ?Se acuerda de lo que le dije de esta casa, cuando se la ensene? Es glotona. Te absorbe todo tu tiempo y tu energia. Le robara los suyos, si se lo permite.

Tarde un segundo en responder. Habia tenido una vision, no de Hundreds Hall, sino de mi propia casa, con sus habitaciones ordenadas, sencillas, comodas, totalmente anodinas. Mas tarde volveria a ellas, regresaria para una cena de soltero consistente en fiambres, patatas cocidas y media botella de cerveza sin gas. Dije, firmemente:

– Estoy contento de ayudarles, Caroline. De veras.

– ?Lo dice en serio?

– Si. Desconozco igual que usted lo que sucede aqui. Pero me gustaria ayudarla a descubrirlo. Descuide, asumire el riesgo de la casa hambrienta. Soy bastante indigesto, ?sabe?

Ella sonrio, como era de rigor, y luego volvio a cerrar los ojos brevemente.

– Gracias -dijo.

A partir de ese momento no nos entretuvimos mas. Empezamos a temer que Rod volviera y nos sorprendiese alli. Asi que regresamos sigilosos a la biblioteca, para que Caroline la pusiera en orden y cerrase los postigos. Despues, procurando ahuyentar nuestra inquietud, fuimos a reunimos con su madre en la salita.

Pero los dias siguientes segui cavilando sobre el estado de Rod; y debio de ser una tarde a principios de la semana siguiente cuando todas la piezas por fin encajaron, o, segun como se mire, se desperdigaron. Yo regresaba a casa, a eso de las cinco, y me sorprendio ver a Rod en la calle mayor de Lidcote. En otro tiempo, su presencia alli habria pasado inadvertida, porque entonces iba con frecuencia por asuntos de la granja. Pero, como Caroline habia dicho, ahora rara vez salia de Hundreds, y aunque todavia conservaba en gran parte el aspecto de joven hacendado, con su abrigo, su gorra de tweed y una cartera de piel en bandolera, algo en el revelaba inequivocamente a un hombre descontento y abrumado: su modo de andar, con el cuello subido y los hombros encogidos, como si afrontara algo mas que las brisas frias de noviembre. Cuando me detuve en la acera de enfrente y, despues de bajar la ventanilla, grite su nombre, se volvio hacia mi con una expresion de sobresalto; y, por un segundo, habria jurado que parecia asustado, perseguido.

Se acerco lentamente al coche y le pregunte que le habia traido al pueblo. Me dijo que habia ido a ver a Maurice Babb, el importante constructor local. El ayuntamiento habia comprado recientemente la ultima parcela disponible de la granja Ayres; proyectaba construir en ella viviendas de alquiler, y Babb seria el contratista. El y Rod acababan de revisar el acuerdo definitivo.

– Me ha recibido en su despacho como si yo fuera un comerciante -dijo, amargamente- ?Imaginese que ese hombre le hubiera propuesto a mi padre una cosa semejante! Sabe que aceptare, por supuesto. Sabe que no tengo alternativa.

Se junto las solapas del abrigo y de nuevo parecio infeliz y agobiado. No pude ofrecerle muchas palabras de consuelo por la venta de la tierra. De hecho, me complacia la construccion de nuevas viviendas, que en la zona hacian mucha falta. Pero, pensando en su pierna, dije:

– ?Ha venido andando?

– No, no -respondio-. Barrett ha podido conseguirme un poco de gasolina y he cogido el coche.

Senalo con la barbilla calle arriba y vi el inconfundible automovil de los Ayres, un Rolls-Royce negro y marfil, viejo y desvencijado, aparcado un poco mas lejos. Dijo:

– Crei que en el trayecto estaba dando las ultimas boqueadas. Habria sido el remate. Pero se ha portado.

Ahora parecia el mismo Rod de siempre. Dije:

– ?Bueno, esperemos que le lleve de vuelta a casa! No tiene prisa en volver, supongo. Venga conmigo un momento para entrar en calor.

– Oh, no puedo -dijo al instante.

– ?Por que no?

Aparto la mirada.

– No quiero distraerle de su trabajo.

– ?Tonterias! Tengo casi una hora hasta la consulta de la tarde, y para mi es un tiempo muerto. Hace tiempo que no le veo. Venga.

Era evidente que se mostraba reacio, pero segui insistiendo ligera aunque resueltamente, y al final accedio a acompanarme «solo cinco minutos». Aparque el coche y me reuni con el en la puerta de mi casa. Como arriba no habia ningun fuego encendido, le lleve a la consulta; saque una silla de detras del mostrador y la puse al lado de otra, cerca de la antigua salamandra de la habitacion, que aun tenia rescoldos. Dedique unos minutos a avivarlos hasta que broto la llama, y cuando me enderece Rod ya se habia quitado la gorra, habia dejado la cartera y deambulaba despacio por la consulta. Miraba las estanterias donde yo guardaba los pintorescos bocales viejos y los instrumentos que habian pertenecido al doctor Gill.

Me alegro ver que su estado de animo habia mejorado un poco. Dijo:

– Aqui esta el asqueroso tarro de sanguijuelas que me daba pesadillas de nino. Probablemente el doctor Gill nunca tuvo bichos dentro, ?no?

– Lo mas probable es que si, me temo -dije-. Era justamente el tipo de hombre que tenia fe en las sanguijuelas. En ellas, en el regaliz y en el aceite de higado de bacalao. Quitese el abrigo, por

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