Como lo sabe, cada vez pone mas empeno.

Lo dijo todavia sin resuello y con un tono desdichado, pero con mesura, y la mezcla de angustia y raciocinio en sus palabras y su expresion era turbadora. Volvi a mi silla, y, una vez sentado, repeti en voz baja:

– ?Que ocurre? Se que ocurre algo. ?Por que no me lo dice?

Alzo la vista hacia mi sin levantar la cabeza.

– Quiero decirselo -dijo, con una simplicidad desventurada-. Pero sera mejor para usted que no lo haga.

– ?Por que?

– Podria… infectarle.

– ?Infectarme! No olvide que me ocupo de infecciones a diario.

– No son como esta.

– Vaya, ?como es esta?

Bajo la mirada.

– Es… algo sucio.

Lo dijo con una expresion y un gesto de asco; y la combinacion concreta de palabras -«infeccion», «sucio»- me inspiro una idea embrionaria sobre la naturaleza de su dolencia. Yo estaba tan sorprendido y consternado y a la vez tan aliviado de que su problema fuese tan prosaico, que casi sonrei.

– ?Es eso, Rod? Dios santo, ?por que no vino a verme antes?

Me miro sin comprender, y cuando exprese mas claramente lo que queria decir, solto una risa espantosa.

– Dios mio -dijo, enjugandose la cara-. ?Si fuera tan sencillo como eso! Y si le digo mis sintomas… -Su semblante se torno sombrio-. Si se los digo no me creera.

– Intentelo, por favor -le apremie.

– ?Ya le he dicho que quiero hacerlo!

– Bueno, ?cuando aparecieron esos sintomas?

– ?Cuando? ?Cuando cree? La noche de aquella maldita fiesta.

Yo ya lo habia intuido.

– Su madre dijo que le dolia la cabeza. ?Asi empezo?

– El dolor de cabeza no fue nada. Solo lo dije para ocultar lo otro, lo verdadero.

Yo veia sus esfuerzos. Dije:

– Digamelo, Rod.

Se llevo una mano a la boca, para empujarse el labio entre los dientes.

– Si se supiera…

Lo malinterprete.

– Le doy mi palabra de que no se lo dire a nadie.

Esto le alarmo.

– ?No, no debe hacerlo! ?No debe decirselo a mi madre ni a mi hermana!

– No, si usted no quiere.

– Ha dicho que usted era como un cura, ?se acuerda? Un cura guarda secretos, ?no? ?Prometamelo!

– Se lo prometo, Rod.

– ?Lo dice en serio?

– Por supuesto.

Aparto la mirada y se toco otra vez el labio, y guardo silencio durante tanto rato que pense que se habia ensimismado y estaba ausente. Pero despues dio una calada vacilante del cigarrillo e hizo un gesto con la copa.

– Muy bien. Dios sabe que sera un alivio compartirlo con alguien. Pero antes tiene que darme otro jerez. No puedo decirselo sobrio.

Le escancie una buena cantidad -las manos le temblaban todavia demasiado para servirse la bebida el solo-, la apuro de un golpe y me pidio otra copa. Y cuando se la hubo bebido empezo, despacio y titubeando, a contarme exactamente lo que le habia sucedido la noche en que Gyp ataco a la hija de los Baker-Hyde.

Como yo ya sabia, el habia dudado desde el principio en asistir a la fiesta. Dijo que no le caian bien los Baker-Hyde; le molestaba la idea de hacer de «anfitrion» y se sintio ridiculo al vestir ropa de gala que no se habia puesto desde hacia unos tres anos. Pero habia accedido por Caroline y por complacer a su madre. Era verdad que la noche en cuestion se habia retrasado en la granja, aunque sabia que todos supondrian que «simplemente se habia estado entreteniendo». Le retuvo una pieza de una maquinaria que fallaba, porque tal como Makins llevaba semanas prediciendo, la bomba de Hundreds estaba finalmente a punto de reventar, y era imposible solucionar sin ayuda el problema de la granja. Rod sabia tanto de aquellas cosas como un mecanico, gracias a haber servido en la RAF; el y el hijo de Makins repararon la bomba y siguieron trabajando, pero terminaron bastante despues de las ocho. Cuando cruzo el parque y entraba deprisa en el Hall por la puerta del jardin, los Baker-Hyde y el senor Morley ya estaban llegando a la casa. Rod vestia todavia la ropa de la granja y estaba sucio de polvo y grasa. Penso que no le daria tiempo a subir a lavarse debidamente al cuarto de bano de la familia; penso que bastaria con sumergir la cabeza en el agua caliente de su lavabo. Llamo a Betty, pero estaba en el salon, atendiendo a los invitados. Aguardo y volvio a pulsar el timbre; finalmente bajo a la cocina en busca del agua.

Dijo que entonces ocurrio la primera cosa extrana. La ropa de la fiesta estaba extendida y lista encima de su cama. Como muchos ex soldados, era ordenado y pulcro con la ropa, y ese dia temprano el mismo habia cepillado las prendas y las habia preparado. Cuando volvio de la cocina, se lavo rapidamente y se puso el pantalon y la camisa, y luego busco el cuello… y no lo encontro. Levanto la chaqueta y miro debajo. Miro debajo de la cama -busco en todas partes, en cada lugar probable e improbable-, y el condenado cuello no aparecia por ningun lado. Era tanto mas exasperante porque el cuello era, por supuesto, el que debia acompanar a la camisa que se habia puesto. Era uno de los pocos sin remendar ni voltear que le quedaban, asi que no podia ir al cajon y sacar otro.

– Parece una estupidez, ?verdad? -me dijo, abatido-. Ya entonces sabia que lo era. En primer lugar, no queria ir a la punetera fiesta, pero yo, el supuesto anfitrion, el amo de Hundreds, ?estaba haciendo esperar a todo el mundo, revolviendo todo el cuarto como un imbecil porque solo tenia un cuello alto decente!

Fue en aquel momento cuando llego Betty, enviada por la senora Ayres para averiguar la causa del retraso. El le explico lo que ocurria y le pregunto si ella habia cambiado el cuello de sitio; ella le dijo que no lo habia visto desde la manana, cuando se lo llevo a su cuarto con las demas prendas lavadas. El dijo: «Bueno, por lo que mas quieras, ayudame a buscarlo», y ella estuvo un minuto buscando, mirando en todos los lugares donde el ya habia mirado, y no lo encontro, hasta que Rod se sintio tan frustrado por aquel contratiempo que le dijo, «creo que de malos modos», que no buscara mas y que volviera con la madre. Cuando ella se fue abandono la busqueda. Fue al cajon para intentar improvisar un cuello de noche con uno de los cotidianos. No se habria preocupado tanto si hubiera sabido que los Baker-Hyde habian llegado informalmente vestidos. Asi las cosas, lo unico en que pensaba era en la cara de decepcion que pondria su madre si se presentaba en el salon «vestido como un punetero colegial astroso».

Entonces sucedio algo mucho mas extrano. Mientras revolvia furioso en los cajones, oyo un sonido a su espalda, en la habitacion vacia. Era una salpicadura, suave pero inequivoca, por lo que supuso en el acto que algo en la repisa del lavabo habia caido de algun modo en la pila. Se volvio para mirar… y no dio credito a sus ojos. Lo que habia caido en el agua era el cuello perdido.

Automaticamente corrio a rescatarlo; luego se quedo con el cuello en la mano, intentando entender como habria ocurrido una cosa semejante. Estaba segurisimo de que el cuello no estaba en la repisa. No habia cerca ninguna otra superficie de la que pudiera haber resbalado… y ningun motivo, de todos modos, para que resbalase. No habia nada encima del lavabo donde podria haber estado antes de caerse -ni un

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