favor. Vuelvo ahora mismo.
Diciendo esto entre en mi consulta, en la habitacion contigua, y abri un cajon de mi escritorio para sacar una botella y dos copas.
– No quiero que piense -dije, mostrando la botella- que tengo por costumbre beber antes de las seis. Pero creo que usted necesita alegrar esa cara, y es solo un viejo jerez. Lo tengo a mano para las embarazadas. Ya ve, o quieren celebrarlo… o necesitan algo para reponerse del susto.
Sonrio, pero la sonrisa se le borro enseguida de los labios.
– Babb acaba de invitarme a un trago. ?En su caso nada de jerez, se lo aseguro! Ha dicho que debiamos brindar por la firma del contrato; que de lo contrario traeria mala suerte. Me ha faltado poco para decirle que yo ya la llevo encima; una prueba es la venta de la parcela. En cuanto al dinero que me reporta, ?me creeria si le dijera que practicamente ya esta todo gastado?
Cogio, no obstante, la copa que yo le ofrecia y la choco contra la mia. Para mi sorpresa, el licor temblo en su mano y, quiza para ocultarlo, dio un sorbo rapido y luego empezo a girar de un lado para otro el pie del vaso entre los dedos. Al dirigirnos hacia las sillas le observe mas atentamente. Vi la manera tensa, pero extranamente inanime, con que tomo asiento. Era como si llevara dentro unas pesas pequenas que se balanceaban de una forma imprevisible. Dije, suavemente: -Parece agotado, Rod.
Levanto una mano para enjugarse el labio. Tenia todavia la muneca vendada, con el crespon ya sucio y deshilachado en la palma.
– Debe de ser por el asunto de la venta -dijo.
– No deberia tomarselo tan a pecho. Probablemente hay en Inglaterra cien terratenientes en la misma situacion y que estan haciendo lo mismo que usted.
– Probablemente hay mil -respondio el, pero sin mucha energia-. Todos mis companeros de colegio y todos mis camaradas de vuelo: cada vez que se algo de alguno me cuentan la misma historia. La mayoria ya han despilfarrado el dinero. Algunos buscan trabajo. Sus padres viven en constante tension… Esta manana he abierto un periodico: un obispo pontificaba sobre «la verguenza de los alemanes». ?Por que nadie escribe un articulo sobre «la verguenza de los ingleses»? ?Sobre el trabajador ingles normal, que desde la guerra ha visto esfumarse como humo sus bienes y sus ingresos? Entretanto medran los pequenos negociantes mugrientos como Babb, y hombres sin tierra, sin familia, sin que el condado les eche la vista encima…, hombres como ese maldito Baker-Hyde…
La voz se le habia tensado, y no termino la frase. Recosto la cabeza y se trago el resto de jerez, y luego empezo a girar el vaso vacio entre los dedos, aun mas nervioso que antes. De repente su mirada se habia vuelto ausente, parecia alarmantemente inalcanzable. Hizo un movimiento y tuve de nuevo la sensacion de que llevaba dentro pesas sueltas que le sacudian y desequilibraban.
Me consterno tambien su referencia a Peter Baker-Hyde. Pense que era un atisbo de lo que podria haberle trastornado durante todo aquel tiempo. Era como si hubiera convertido en un fetiche a Peter, con su dinero, su hermosa mujer y su buen historial de guerra. Me incline hacia el.
– Escuche, Rod. No debe seguir asi. Esa fijacion, o lo que sea, con Baker-Hyde, ?no puede deshacerse de ella? Concentrese en lo que tiene en vez de pensar en lo que le falta. Usted sabe que muchos hombres le envidiarian.
Me miro con una expresion extrana.
– ?Envidiarme?
– ?Si! Para empezar, mire la casa donde vive. Se que cuesta mucho trabajo mantenerla, pero ?valgame Dios! ?No ve que aferrandose a esa especie de rencor no facilita la vida, que digamos, a su madre y su hermana? No se lo que le pasa ultimamente. Si hay algo en su cabeza…
– ?Dios! -dijo el, enardeciendose-. Si tanto le gusta la punetera casa, ?por que no intenta gobernarla? Me gustaria verle. ?No se hace idea! ?No sabe que si yo dejase solo un momento de…?
Trago saliva y la nuez le brinco penosamente en el cuello flaco.
– ?Si dejase de que?
– De frenar su avance. De mantenerla a raya. ?No sabe que cada segundo de cada dia esa maldita casa corre peligro de derrumbarse y de arrastrarnos con ella a mi, a mi madre y a mi hermana? ?Dios, no tienen ni idea, ni ellas ni usted! ?Me esta matando!
Puso una mano en el respaldo de la silla e hizo un movimiento como si quisiera coger impulso para levantarse, pero se lo penso mejor y se sento bruscamente. Ahora su temblor era visible; no se si temblaba de disgusto o de rabia, pero mire hacia otra parte un momento para darle tiempo a que se repusiera. La salamandra no funcionaba bien: me puse a forcejear con el tiro. Al hacerlo me percate de que Rod se agitaba; enseguida estuvo tan agitado que resultaba anormal. «?Mierda!», le oi decir, con una voz desesperada y baja. Le mire atentamente y vi que estaba palido, sudaba y se estremecia como si tuviera fiebre.
Me levante, alarmado. Por un momento pense que debia de haber acertado en lo de la epilepsia; que iba a tener un ataque alli mismo, en mi presencia.
Pero el se tapo la cara con la mano.
– ?No me mire! -dijo.
– ?Que?
– ?No me mire! Quedese donde esta.
Entonces comprendi que no estaba enfermo, sino que era presa de un panico atroz, y la verguenza de que yo le viera asi empeoraba su estado. Le di la espalda, por tanto, me acerque a la ventana y mire fuera a traves de los visillos polvorientos. Incluso ahora recuerdo su olor acre y cosquilloso.
– Rod… -dije.
– ?No me mire!
– No le estoy mirando. Estoy mirando a la calle, a la calle mayor. -Oia su respiracion rapida y trabajosa, el temblor de lagrimas en su garganta. Serene mucho mi tono y dije-: Veo mi coche. Me temo que le hace falta una buena limpieza y un poco de brillo. Veo el suyo, mas abajo, que aun esta peor… Por ahi pasa la senora Walker y su nino. Ahi veo a Enid, la de los Desmond. Esta furiosa, por lo que parece; se ha puesto el sombrero torcido. Y el senor Crouch ha salido a la acera a sacudir un trapo… ?Puedo mirarle ya?
– ?No! Quedese ahi. Siga hablando.
– Muy bien, sigo hablando. Es curioso lo que cuesta seguir hablando cuando alguien te pide que empieces y no pares. Y estoy mas acostumbrado a escuchar, naturalmente. ?Lo ha pensado alguna vez, Rod? ?En lo mucho que tengo que escuchar en mi trabajo? A menudo pienso que los medicos de familia somos como curas. La gente nos cuenta sus secretos porque saben que no vamos a juzgarla. Sabe que estamos habituados a mirar a los seres humanos como si estuvieran desnudos… A algunos medicos no les gusta eso. He conocido a uno o dos que a fuerza de ver flaquezas han desarrollado una especie de desprecio por la humanidad. He conocido medicos, muchos medicos, mas de los que se imagina, que se han dado a la bebida. Otros nos volvemos humildes. Vemos lo extenuante que resulta el simple hecho de vivir. Solo vivir, por no hablar de ir a la guerra y demas calamidades, y tener que dirigir fincas y granjas… ?Sabe?, casi todo el mundo, al final, sale adelante a trancas y barrancas…
Me volvi lentamente. El me miro con una expresion descompuesta, pero no protesto. Se mantenia increiblemente tenso, respiraba por la nariz y con la boca fuertemente apretada. No le circulaba la sangre por la cara. Hasta la piel tirante y lisa de sus cicatrices habia perdido el color. El unico era el verdoso amarillento, ya atenuado, de la moradura en el ojo; y tenia las mejillas mojadas de sudor y quiza de lagrimas. Pero habia pasado lo peor y se estaba calmando mientras yo le observaba. Fui a su lado, saque un paquete de tabaco y agradecio que le ofreciera un cigarrillo, aunque tuvo que sostenerlo con las dos manos mientras yo se lo encendia.
Cuando expelio la primera voluta irregular de humo, le dije en voz baja:
– ?Que ocurre, Rod?
El se enjugo la cara y agacho la cabeza.
– No ocurre nada. Ya estoy bien.
– ?Bien? ?Mirese!
– Es la tension de… superarlo. Quiere doblegarme, es todo. No me rendire.