– Tambien lo pense. Pero es muy dificil no verlo, ?no? Y no hay senales.
– ?No podria ser algo que interfiere con la funcion cerebral? ?Un tumor, por ejemplo?
– ?Dios, espero que no! Es posible, por supuesto. Pero no hay otros sintomas… No, tengo el presentimiento de que es puramente nervioso.
– Pues eso ya es bastante malo.
– Lo se -dije-. Y su madre y su hermana no saben nada. ?Crees que deberia decirselo? Es lo que mas me preocupa.
Movio la cabeza, inflando las mejillas.
– Ahora tu las conoces mejor que yo. Seguro que Roderick no te lo agradecera. Por otra parte, podria empujarle a una crisis.
– O que se vuelva totalmente inaccesible.
– Es un riesgo, ciertamente. ?Por que no te tomas un dia o dos para pensartelo?
– Y entretanto -dije, sombriamente- las cosas en Hundreds van paso a paso hacia el caos.
– Bueno, eso, al menos, no es tu problema -dijo Graham.
Lo dijo con bastante indiferencia: la recordaba de otras conversaciones nuestras sobre los Ayres, pero esta vez me irrito un poco. Termine mi bebida y volvi despacio a casa, agradecido de que me hubiera escuchado, aliviado por haber comunicado los detalles del caso, pero todavia sin saber que hacer. Y cuando entre en la consulta oscura y vi las dos sillas delante de la salamandra, y me parecio volver a oir la voz entrecortada y desesperada de Rod, su relato recobro toda su fuerza y comprendi que era mi deber para con la familia darles al menos, y cuanto antes, algunos datos sobre su estado.
Pero el viaje que hice a la casa al dia siguiente fue bastante deprimente. Se diria que mi relacion con los Ayres se limitaba ahora a avisarles de algo o a hacer alguna tarea penosa en su lugar. Ademas, al llegar el nuevo dia mi resolucion habia flaqueado un poco. Volvi a pensar en la promesa que habia hecho y conduje el coche como encogido y con desgana, si tal cosa es posible, esperando ante todo no encontrarme con Rod en el parque ni en la casa. Solo hacia unos dias de mi ultima visita, y no me esperaban ni la senora Ayres ni Caroline; las encontre en la salita, pero vi al instante que al presentarme asi, sin avisar, las habia desconcertado un poco.
– ?Caramba, doctor, nos mantiene usted alerta! -dijo la senora Ayres, llevandose a la cara una mano sin anillos-. No me habria puesto la ropa de estar por casa si hubiera sabido que vendria a vernos. Caroline, ?tenemos algo en la cocina para ofrecerle al doctor con el te? Creo que hay pan y mantequilla. Mejor que llames a Betty.
Yo no habia querido telefonear antes por miedo a alarmar a Roderick, y estaba tan habituado a ir y venir de Hundreds que no se me habia ocurrido pensar que mi visita pudiera importunarles. La senora Ayres hablo educadamente, pero con un deje quejumbroso en su voz. Nunca la habia visto tan descompuesta; era como si la hubiese sorprendido sin su amuleto, asi como sin sus polvos y anillos. Pero el motivo de su arranque de mal humor se puso de manifiesto en otro momento, porque para sentarme tuve que retirar del sofa varias cajas planas y combadas: eran cajas con albumes de fotos de la familia que Caroline acababa de desenterrar de un armario del cuarto donde pasaban las mananas, y que una vez examinadas resulto que estaban manchadas de humedad, recubiertas de moho y practicamente estropeadas.
– ?Que tragedia! -dijo la senora Ayres, mostrandome las hojas que se desmenuzaban-. Aqui debe de haber ochenta anos de fotos, y no solo de la familia del coronel, sino tambien de la mia, los Singleton y los Brooke. Y fijese que llevo meses pidiendo a Caroline y a Roderick que buscaran estas fotografias para ver si estaban intactas. No sabia que estuviesen en el armario de ese cuarto; creia que estaban guardadas bajo llave en uno de los desvanes.
Mire a Caroline, que habia vuelto despues de salir corriendo en busca de Betty y pasaba las paginas de un libro con un aire distante y paciente. Sin levantar la vista de la pagina dijo:
– Me parece que no habrian estado mas a salvo en los desvanes. La ultima vez que puse los pies alli fue para echar una ojeada a unas goteras. Habia cestas de libros de cuando Roddie y yo eramos ninos, todos comidos por el moho.
– Pues ojala me lo hubieras dicho, Caroline.
– Estoy segura de que te lo dije en su momento, madre.
– Se que tu hermano y tu teneis muchas cosas en que pensar, pero esto es una decepcion inmensa. Mire, doctor. -Me tendio una antigua
– Si -dije, distraido. Pero aguardaba nervioso la ocasion de hablar-. A proposito, ?donde esta Roderick?
– Oh, en su habitacion, supongo. -Cogio otra foto-. Esta tambien esta estropeada… Y esta… Recuerdo que esta otra…, ?oh, que horror! ?Esta destrozada! Mi familia, justo antes de la guerra. Aqui estan todos mis hermanos, mire, apenas se les distingue: Charlie, Lionel, Mortimer, Frank; y mi hermana, Cissie. Yo llevaba casada un ano y habia vuelto a casa con el bebe, y entonces no lo sabiamos, pero la familia no volveria a reunirse nunca, porque seis meses despues empezaron los combates y dos de los chicos perdieron la vida casi de inmediato.
Una nota de autentica pena le empano la voz, y esta vez Caroline alzo los ojos y nuestras miradas se cruzaron. Llego Betty y le mandaron que trajera el te -que a mi no me apetecia, ni tenia tiempo para tomarlo-, y la senora Ayres continuo mirando fotos borrosas, con un semblante triste y ausente. Pense en lo que habia sufrido en los ultimos tiempos y en la horrible noticia que habia venido a darle; observe los movimientos nerviosos de sus manos, que sin los anillos parecian desnudas y de anchos nudillos. Y de repente la idea de abrumarla con una congoja mas me parecio demasiado. Recorde la conversacion que habia tenido con Caroline la semana anterior sobre su hermano; se me ocurrio que quiza deberia hablar con ella, al menos antes que con su madre. Pase unos minutos intentando llamar su atencion en vano; despues, cuando Betty volvio con la bandeja del te, me levante para ayudarla y le pase su taza a Caroline mientras Betty le entregaba la suya a la senora Ayres. Y cuando Caroline me miro, algo sorprendida, al extender la mano para tomar el platillo, me incline hacia ella y susurre:
– ?Podemos hablar a solas?
Ella retrocedio, asustada por estas palabras, o simplemente por el soplo de mi aliento sobre su mejilla. Me miro a la cara, miro a su madre y me hizo una senal de asentimiento. Volvi al sofa. Dejamos transcurrir cinco o diez minutos mientras tomabamos el te y las rebanadas delgadas y secas del bizcocho que lo acompanaban.
Luego se inclino hacia delante, como si se le hubiera ocurrido una idea.
– Madre -dijo-, iba a decirtelo. He reunido algunos libros viejos para darselos a la Cruz Roja. Quiza el doctor Faraday pueda llevarlos a Lidcote en su coche. No quiero pedirselo a Rod. Perdone que le moleste, doctor, pero ?le importaria? Estan en la biblioteca, embalados y listos.
Lo dijo sin un parpadeo de cohibicion y sin la menor traza de rubor en la cara, pero debo confesar que a mi me latia fuertemente el corazon. La senora Ayres, a reganadientes, dijo que suponia que podria soportar nuestra ausencia durante unos minutos, y siguio revisando los albumes mohosos.
– No le retendre mucho tiempo -me dijo Caroline, todavia con su voz normal, cuando abri la puerta; pero indico el pasillo con un gesto de los ojos y fuimos rauda y silenciosamente a la biblioteca, donde se dirigio a la ventana para abrir el unico postigo que no estaba inservible.
Cuando irrumpio la luz invernal, parecio que los libros envueltos recobraban vida a nuestro alrededor, irguiendose como fantasmas. Di unos pasos para salir de la penumbra mas densa y Caroline se alejo de la ventana y se reunio conmigo.
– ?Ha ocurrido algo? -me pregunto, gravemente-. ?Se trata de Rod?
– Si -dije.
Y entonces le conte, lo mas brevemente posible, todo lo que su hermano me habia confesado la noche anterior en la consulta. Me escucho con un horror creciente, pero tambien, pense, como