estabamos hablando, y que un momento antes habia parecido tan palpable, en cierro modo empezo a alejarse. Vi que Caroline me miraba, por primera vez con una duda en los ojos; avance un paso y dije, apremiante:

– Rod, tiene que comprender que estamos preocupadisimos. Esto no puede seguir asi.

– No quiero hablar de eso -dijo, firmemente-. Es inutil.

– Creo de verdad que esta enfermo, Rod. Debemos descubrir que enfermedad es para poder curarla.

– ?Lo que me enferma es usted y su intromision! Si me dejara tranquilo, si los dos me dejaran en paz… Pero al parecer siempre se confabulan contra mi. Toda aquella estupidez sobre mi pierna, cuando decia que yo le estaba haciendo un favor al hospital.

– ?Como puedes decir eso, despues de lo amable que ha sido el doctor Faraday? -dijo Caroline.

– ?Te parece que ahora lo es?

– Rod, por favor.

– Ya lo he dicho, ?no? ?No quiero hablar de eso!

Se volvio para abrir la vieja y pesada puerta y salio de la biblioteca. Y al salir dio tal portazo que una hilera de polvo descendio como un velo de una grieta en el techo, y dos de las sabanas se deslizaron de las librerias y aterrizaron en el suelo como un monticulo de moho.

Caroline y yo intercambiamos una mirada de impotencia y despues lentamente recogimos las sabanas y las dejamos en su sitio.

– ?Que podemos hacer? -pregunto ella, mientras las volviamos a colocar-. Si de verdad esta tan mal como usted dice, y si no nos permite ayudarle…

– No lo se -respondi-. La verdad es que no lo se. Como he dicho antes, solo podemos vigilarle y esperar que recupere la confianza en si mismo. Me temo que esta tarea recaera en gran parte sobre usted.

Ella asintio y me miro a la cara. Y tras una ligera vacilacion pregunto:

– ?Esta seguro? ?Seguro de lo que el le conto? Parece tan… tan cuerdo.

– Si, lo se. Si le hubiera visto ayer no pensaria lo mismo; y, sin embargo, tambien ayer hablaba tan razonablemente… Se lo juro, es la mezcla mas extrana de cordura y delirio que he visto nunca.

– ?Y no cree…, no podria haber, en realidad, alguna verdad en lo que el dice?

De nuevo me sorprendio que pudiera pensar eso.

– Lo siento, Caroline -dije-. Es muy penoso que a un ser querido le suceda algo asi.

– Si, me figuro.

Lo dijo dubitativa y luego junto las manos y se paso el pulgar de una de ellas por los nudillos de la otra, y la vi estremecerse.

– Tiene frio -dije.

Pero ella nego con la cabeza.

– No es frio…, es miedo.

Con un movimiento inseguro, le puse mis manos encima de las suyas. Al instante, sus dedos, agradecidos, vinieron al encuentro de los mios.

– No queria asustarla -dije-. Lamento mucho cargarla con todo esto. -Mire alrededor-. ?Esta casa es lugubre, un dia como hoy! Seguramente influye en el trastorno de Rod. ?Ojala el no hubiera dejado que las cosas llegaran tan lejos! Y ahora…, maldita sea. -Contrariado, habia visto la hora que era-. Tengo que irme. ?Estara usted bien? Y si hay algun cambio, ?me lo dira?

Me prometio que lo haria.

– Buena chica -dije, apretandole los dedos.

Sus manos permanecieron otro segundo en las mias y luego se retiraron. Fuimos hacia la salita.

– ?Han tardado siglos! -dijo la senora Ayres cuando entramos-. ?Y que demonios ha sido ese estrepito? ?Betty y yo pensabamos que se caia el techo!

Betty estaba a su lado; debia de haberla retenido cuando la chica fue a retirar la bandeja del te, o quiza la habia llamado a proposito; le estaba ensenando las fotos estropeadas -habia extendido media docena de fotos de Caroline y Roderick cuando eran ninos- y ahora empezo a recogerlas con impaciencia.

– Perdona, madre -dijo Caroline-. He dado un portazo. Creo que ahora hay polvo en el suelo de la biblioteca. Betty, tendras que ocuparte.

Betty bajo la cabeza e hizo una reverencia.

– Si, senorita -dijo, marchandose.

Como no podia entretenerme, me despedi educada pero velozmente -tope con la mirada de Caroline y procure infundir a mi semblante toda la comprension y el apoyo que pude- y sali casi pisandole los talones a Betty. Gane el vestibulo, eche un vistazo a traves de la puerta abierta de la biblioteca y la vi arrodillada con un recogedor y un cepillo, raspando sin entusiasmo la alfombra raida. Y hasta que vi como se alzaban y se hundian sus hombros estrechos no recorde aquel extrano arranque que tuvo la manana en que sacrifique a Gyp. Parecia una extrana coincidencia que su afirmacion de que en Hundreds habia «algo malo» hubiera hallado un eco en las alucinaciones de Roderick… Me acerque a ella y le pregunte en voz baja si habia dicho algo que pudiera haber metido en la cabeza de Rod el germen de una idea.

Juro que no habia dicho nada.

– Me dijo usted que no hablara, ?no? ?Pues no he dicho una palabra!

– ?Ni siquiera en broma?

– ?No!

Lo dijo con una gran seriedad, pero tambien, pense, con un levisimo asomo de deleite. Recorde de repente lo buena actriz que era: la mire a los ojos grises, superficiales, y por primera vez no supe con certeza si su mirada era astuta o candorosa.

– ?Estas completamente segura? -dije-. ?No has dicho ni has hecho nada? ?Solo para animar un poco? ?No has cambiado cosas de sitio? ?No las has puesto donde no tienen que estar?

– ?Yo no he hecho nada ni he dicho nada! -dijo ella-. De todos modos, no me gustar pensar en esa cosa. Me quedo helada si pienso en ella cuando bajo sola. Esa cosa no es mia; es lo que dice la senora Bazeley. Dice que si yo no la molesto, ella tampoco me molestara a mi.

Y tuve que conformarme con esto. Ella siguio recogiendo el polvo. Me la quede observando otro momento y despues abandone la casa.

Una o dos semanas mas tarde hable con Caroline varias veces. Me dijo que no habia habido grandes cambios, que Rod estaba tan hermetico como siempre, pero muy racional, aparte de esto; y en mi visita siguiente, cuando llame a la puerta de su habitacion, el mismo vino a abrirla exclusivamente para comunicarme con un tono sobrio que «no tenia nada que decirme, y que solo queria que le dejase en paz». Despues, de una forma sumamente categorica, me cerro la puerta en las narices. Mi intromision, en otras palabras, habia tenido por efecto precisamente lo que mas temia. Estaba descartado seguir tratandole la pierna: termine de escribir el informe del caso y lo envie, y sin este motivo para ir a la casa mis visitas se fueron espaciando. Descubri sorprendido que las anoraba enormemente. Echaba de menos a la familia; echaba de menos el propio Hundreds. Me preocupaba la pobre y agobiada senora Ayres y pensaba a menudo en Caroline, me preguntaba como se las arreglaria en una situacion tan dificil; evocaba la tarde en la biblioteca y recordaba con que cansancio y que a reganadientes ella habia separado sus manos de las mias.

Llego diciembre y el clima se torno mas invernal. Hubo un brote de gripe en la comarca: el primero de la estacion. Murieron dos de mis pacientes ancianos y algunos otros sufrieron graves contagios. El propio Graham contrajo la enfermedad; nuestro suplente, Wise, asumio la mayor parte de su carga de trabajo, pero el resto de sus rondas se sumaron a las mias y pronto empece a trabajar todas las horas que

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