tenia libres. A primeros del mes, lo mas cerca que estuve del Hall fue la granja de Hundreds, donde la mujer y la hija de Makins estaban postradas en cama, y su ausencia se notaba en las labores de ordeno. Makins, a su vez, se mostraba grunon y agrio, y hablaba de dejarlo todo en la estacada. Me dijo que a Roderick Ayres no le habia visto el pelo desde hacia tres o cuatro semanas, desde el dia en que fue a cobrar el dinero del arrendamiento.
– Eso es lo que se llama un hacendado -dijo-. Cuando brilla el sol, todo va sobre ruedas. En cuanto aparecen los primeros nubarrones, se queda en su casa tumbado a la bartola.
Habria seguido rezongando de este modo, pero yo no tenia tiempo para pararme a escucharle. Tampoco lo tuve para acercarme al Hall, como habria hecho en otra epoca. Pero me inquieto lo que me habia dicho Makins, y aquella noche telefonee a la casa. Contesto la senora Ayres, con la voz fatigada:
– Oh, doctor Faraday -dijo-, ?que agradable oirle! Hace siglos que no nos visita nadie. Este tiempo lo hace todo tan penoso. La casa, ahora mismo, no es nada confortable.
– Pero ?estan todos bien? -pregunte-. ?Todos? ?Caroline? ?Rod?
– Estamos… bien.
– He hablado con Makins…
Habia interferencias en la linea.
– ?Tiene que venir a vernos! -grito, a traves de los parasitos-. ?Vendra? ?Venga a cenar! Le haremos una autentica cena a la antigua. ?Le apeteceria?
Respondi que si, que mucho. La linea funcionaba tan mal que no pudimos seguir. Fijamos una fecha, entre el chisporroteo, para dos o tres noches mas tarde.
En este breve plazo, el clima no hizo mas que empeorar. La noche en que volvi a Hundreds llovia y soplaba el viento, no habia luna ni estrellas. No se si seria culpa de la oscuridad y la humedad, o si, al no haberla visto durante una temporada, habia olvidado lo destartalada y descuidada que estaba en realidad la casa, pero cuando entre en el vestibulo percibi de inmediato su tristeza. Algunas de las bombillas de los apliques se habian fundido y la escalera se adentraba en las sombras, al igual que la noche de la fiesta; el efecto ahora desmoralizaba extranamente, como si la inclemencia de la noche hubiera encontrado un modo de filtrarse por las junturas del enladrillado y se hubiera congregado para gravitar como humo o moho en el corazon mismo de la casa. El frio tambien era cortante. Algunos radiadores antiguos borboteaban encendidos, pero su calor se perdia tan pronto como se elevaba. Recorri el pasillo pavimentado de marmol y encontre a la familia reunida en la salita, con las butacas directamente colocadas delante del fuego, a fin de mantenerse calientes, y unos atuendos excentricos: Caroline con una capa corta de piel de foca pelada encima del vestido; la senora Ayres, con uno rigido de seda y un collar de esmeraldas y anillos y dos mantones alrededor de los hombros, de unos colores que desentonaban entre si, y la mantilla negra en la cabeza; y Roderick con un chaleco de lana de color hueso debajo de su chaqueta de etiqueta, y un par de mitones en las manos.
– Perdonenos, doctor -dijo la senora Ayres, saliendo a recibirme-. ?Me averguenza pensar en nuestro aspecto!
Pero lo dijo con ligereza, y de su porte deduje que, de hecho, no se hacia una idea del aspecto realmente estrafalario que ella y sus hijos tenian. Esto me incomodo un poco. Supongo que les veia igual que como habia visto la casa, igual que lo haria un desconocido.
Mire mas de cerca a Rod; y lo que vi me consterno no poco. Cuando su madre y su hermana vinieron a recibirme, el, deliberadamente, se abstuvo de hacerlo. Y aunque al final me estrecho la mano, la senti flacida y no dijo nada, y apenas alzo la mirada hacia mis ojos, por lo que pude ver que se limitaba a realizar los meros gestos de recibimiento, quiza en atencion a su madre. Pero todo esto ya me lo esperaba. Habia algo mas, que me turbo mucho. Su actitud habia cambiado totalmente. A diferencia de antes, en que se comportaba de esa manera tensa y acosada de quien se arma de valor contra el desastre, ahora parecia repantigado, como si le trajera sin cuidado que ocurriese o no una desgracia. Mientras la senora Ayres, Caroline y yo, tratando de aparentar normalidad, charlabamos de asuntos del condado y de habladurias locales, el permanecio todo el tiempo sentado, observandonos por debajo de las cejas, pero sin decir nada. Se levanto una sola vez y fue para ir a la mesa de bebidas y llenarse su vaso de ginebra. Y por la forma en que manejaba las botellas, y por el fuerte coctel que se preparo, comprendi que debia de llevar algun tiempo bebiendo asiduamente.
Era un espectaculo horrible. Poco despues Betty vino a anunciarnos que la cena estaba lista, y en el movimiento que siguio me acerque a Caroline y le murmure: «?Todo bien?».
Ella miro a su madre y a su hermano y luego sacudio con energia la cabeza. Entramos en el pasillo y ella se cino el cuello de la capa para protegerse del frio que parecia elevarse del suelo de marmol.
Ibamos a cenar en el comedor, y la senora Ayres, supongo que para cumplir su promesa de «una autentica cena a la antigua», habia ordenado a Betty que preparase la mesa primorosamente, con porcelana china a juego con el empapelado oriental de la habitacion, y con cuberteria de plata antigua. Los candelabros de similor estaban encendidos y la corriente de las ventanas inclinaba alarmantemente las llamas de sus velas. Caroline y yo nos sentamos frente a frente, y la senora Ayres tomo asiento en un extremo de la mesa; Roderick se dirigio a la silla del dueno en la cabecera: supongo que la antigua silla de su padre. Nada mas sentarse se sirvio una copa de vino, y cuando Betty llevo la botella al otro extremo de la mesa y se le acerco con la sopera, el cubrio el plato con la mano.
– ?Oh, llevate esa sopa asquerosa! ?No quiero sopa esta noche! -dijo, con una voz crispada y estupida. Y despues anadio-: ?Sabes lo que le pasaba al nino travieso en aquel poema, Betty?
– No, senor -dijo ella, insegura.
– No fue asi -dijo Caroline, intentando sonreir-. Se consumio. Que es lo que haras tu, Rod, si no tienes cuidado. Aunque bien sabe Dios que no creo que nos importara. Toma un poco de sopa.
– ?Te he dicho que hoy no
Se lleno la copa. Lo hizo torpemente, y el cuello de la botella choco contra el vidrio y produjo un tintineo. Era un hermoso cristal estilo Regencia, sacado de algun trastero, me imagino, junto con la porcelana y la plata, y al oir el pequeno impacto la sonrisa de Caroline se le borro de los labios y miro de repente a su hermano con un autentico fastidio, tanto que casi me asusto el destello de desagrado en sus ojos. Conservo la mirada severa durante el testo de la cena, y me parecio una lastima, porque la luz de las velas suavizaba sus facciones toscas y estaba mas atractiva que nunca, y los pliegues de su capa le ocultaban las lineas angulosas de las claviculas y los hombros.
Tambien a la senora Ayres le favorecia aquella luz artificial. No dijo nada a su hijo, pero mantuvo una conversacion ligera y fluida conmigo, al igual que habia hecho en la salita. Al principio considere que era solo un signo de buena educacion; supuse que le avergonzaba la conducta de Rod y que hacia lo posible por encubrirla. Sin embargo, poco a poco fui captando cierta crispacion en su tono y recorde lo que Caroline me habia dicho aquella vez en la biblioteca de que su madre y su hermano habian «empezado a pelearse». Y empece a pensar -lo que no recordaba haber pensado nunca en Hundreds-, empece a pensar que ojala no hubiera ido, y a desear que la cena terminara. Pense que la casa no merecia sus malas vibraciones, y yo tampoco. Poco despues, la senora Ayres y yo trabamos conversacion sobre un paciente al que yo habia atendido poco antes, un viejo arrendatario de Hundreds que vivia a medio kilometro de las verjas del oeste. Dije que para mi era una suerte poder atravesar la carretera del parque para ir a su casa; que el atajo era muy beneficioso para mi ronda. Ella asintio y luego anadio, cripticamente:
– Espero realmente que siga siendo asi.
– ?Si? -pregunte, sorprendido-. Bueno, ?acaso ha cambiado algo?
Ella senalo directamente a su hijo, como si esperase que el hablara. Rod no dijo nada, se limito a mirar su copa de vino, y ella se enjugo la boca con la servilleta de lino y prosiguio:
– Me temo, doctor, que Roderick me ha comunicado hoy una mala noticia. El hecho es que, al parecer, pronto nos veremos obligados a vender mas tierras.
– ?De verdad? -dije, volviendome hacia Rod-. Crei que no quedaba nada que vender. ?Quien es el comprador ahora?