– De nuevo el municipio -dijo la senora Ayres, al ver que Rod no respondia-, y el constructor sera el mismo, Maurice Babb. Proyectan edificar otras veinticuatro viviendas. ?Se imagina? Crei que lo prohibian las ordenanzas; por lo visto, prohiben todo lo demas. Pero parece que este gobierno esta encantado de conceder permisos a quienes planean destruir parques y fincas para que veinticuatro familias se apretujen en algo mas de una hectarea de terreno. Esto significa abrir un boquete en el muro, instalar tuberias y demas…

– ?En el muro? -dije, sin comprender.

Caroline intervino.

– Rod les ofrecio tierra de labranza -dijo con voz suave- y no la quisieron. Solo les interesa el campo de las culebras, que esta hacia el oeste. Vera, al final tomaron una decision sobre el agua y la electricidad: dicen que no alargaran las canerias hasta Hundreds solo para nuestro uso, pero que las tenderan si son para las viviendas nuevas. Segun parece, asi podremos conseguir el dinero necesario para llevar hasta la granja las tuberias y los cables.

Por un momento, la consternacion me impidio contestar. El campo de las culebras -como sabia que Caroline y Roderick lo llamaban de ninos- estaba justo dentro del muro del parque, a cosa de un kilometro de la casa. En pleno verano quedaba oculto a la vista, pero tras la caida de las hojas en otono se veia desde las ventanas del Hall orientadas al sur y al oeste, una lejana extension verde, blanca y argentea, ondulada y hermosa como el tacto del terciopelo. La idea de que Roderick estuviera seriamente dispuesto a cederles aquel terreno me disgusto sobre manera.

– No lo dira en serio -le dije-. No puede permitir que destrocen el parque. Debe de haber alguna alternativa, ?no?

Y de nuevo respondio su madre.

– Ninguna, al parecer, aparte de vender la casa y el parque enteros; y hasta Roderick opina que esto es impensable, al menos despues de haber cedido tanto con el fin de conservar lo que queda. En la venta impondremos la condicion de que Babb levante una valla alrededor de la obra; asi, por lo menos, no tendremos que verla.

Roderick hablo ahora. Dijo, con la voz pastosa:

– Si, habra una valla para alejar a la chusma. Pero no la contendra, se entiende. Pronto estaran escalando las paredes de la casa por la noche, con sables entre los dientes. ?Mas te valdra dormir con una pistola debajo de la almohada, Caroline!

– No son piratas, zoquete -murmuro ella, sin levantar la vista del plato.

– ?No? Yo no estoy tan seguro. Creo que nada les gustaria mas que colgarnos del palo mayor; lo unico que esperan es que Attlee les de luz verde. Probablemente lo hara, ademas. La gente corriente ahora odia a los de nuestra clase, ?no lo ves?

– Por favor, Roderick -dijo la senora Ayres, incomoda-. Nadie nos odia. No en Warwickshire.

– ?Oh, sobre todo en Warwickshire! En el condado limitrofe, Gloztershire, en el fondo siguen siendo feudales. Pero la gente de Warwickshire siempre ha hecho buenos negocios, desde los tiempos de la guerra civil. Entonces fueron partidarios de Cromwell, no lo olvideis. Ahora van hacia donde sopla el viento. ?No se lo reprocharia si decidieran cortarnos la cabeza! -Hizo un gesto torpe-. Basta con vernos a Caroline y a mi, el toro premiado y la novilla premiada. ?No hacemos casi nada en favor del rebano! Cualquiera pensaria que hacemos todo lo posible por extinguirnos.

– Rod -dije, viendo la expresion en la cara de su hermana.

Se volvio hacia mi.

– ?Que? Usted deberia alegrarse. Usted es de una estirpe de piratas, ?no? ?De lo contrario no le habriamos invitado esta noche! Mi madre esta tan avergonzada que no permite que nuestros autenticos amigos nos vean en este estado. ?No se habia dado cuenta?

Note que me ponia colorado, pero mas de ira que de otra cosa; y como no queria darle la satisfaccion de mostrarle ningun otro signo de malestar, mantuve los ojos clavados en los suyos mientras comia, mirandole de hombre a hombre. Creo que la tactica dio resultado, porque al mirarme pestaneo, y solo por un momento parecio avergonzado y en cierto modo desesperado, como un nino fanfarron secretamente amilanado por su propia bravata.

Caroline habia agachado la cabeza y siguio cenando. La senora Ayres no dijo nada durante unos minutos y despues poso el cuchillo y el tenedor. Y cuando volvio a hablar fue para preguntarme por otro paciente mio, como si nuestra conversacion no se hubiera interrumpido. Sus gestos eran tranquilos y su voz muy suave; no volvio a mirar a su hijo despues de esto. Por el contrario, dio la impresion de que le expulsaba de la mesa; de que le arrojaba a la oscuridad, como si estuviese extendiendo la mano y apagando una tras otra las velas que tenia delante.

Para entonces la cena ya no tenia remedio. El postre fue un pastel de frambuesas envasadas, ligeramente agrio y servido con nata artificial; al fin y al cabo, la habitacion estaba fria y humeda, el viento gemia en la chimenea, la mesa no era como las de antes de la guerra, en las que podias demorarte, aun cuando hubiera reinado un talante mejor. La senora Ayres le dijo a Betty que sirviera el cafe en la salita, y ella, Caroline y yo nos levantamos y dejamos las servilletas sobre la mesa.

Solo Rod se quedo. En la puerta dijo, taciturno:

– No voy con ustedes, seguro que no les importa. Tengo que examinar unos papeles.

– Seran papeles de liar cigarrillos -dijo Caroline, precediendo la marcha en el pasillo para abrirle a su madre la puerta de la salita.

Roderick la miro enfurecido, y de nuevo tuve la sensacion de que estaba atrapado en su propio enfado y secretamente abochornado por ello. Le vi alejarse y emprender el breve trayecto lugubre hasta su habitacion, y senti por el una rafaga de piedad furiosa; parecia brutal por nuestra parte permitir que se fuera. Pero me reuni con su madre y hermana y las encontre anadiendo lena al fuego.

– Le pido disculpas por mi hijo, doctor -dijo la senora Ayres al sentarse. Se llevo el reverso de la muneca a la sien, como si le doliera la cabeza-. Su conducta esta noche ha sido imperdonable. ?No ve lo desgraciados que nos hace a todos? Si ahora, para colmo, se propone darse a la bebida, tendre que pedirle a Betty que esconda el vino. Nunca vi a su padre borracho en la mesa… Espero que sepa que es usted muy bienvenido en esta casa. ?Quiere sentarse ahi, enfrente de mi?

Me sente durante un rato. Betty nos trajo el cafe y hablamos nuevamente de la venta de la tierra. Volvi a preguntarles si no habia alternativa, senalando el trastorno y el impacto inevitable que la obra causaria en la vida del Hall. Pero ya lo habian pensado y era evidente que se habian resignado a la idea. Incluso Caroline parecia indiferente a todo ello. Asi que pense que intentaria reanudar el tema de Roderick. Ademas, me molestaba imaginarle solo y triste en el otro extremo de la casa. En cuanto termine el cafe deje la taza y dije que iria a ver si podia serle de alguna ayuda en su trabajo.

Como sospechaba, el trabajo era un puro embuste: cuando entre estaba sentado casi a oscuras, sin mas luz que la del fuego en el cuarto. Esta vez entre sin llamar, para que no tuviera ocasion de despedirme, y volvio la cabeza y dijo hoscamente:

– Suponia que vendria.

– ?Puedo quedarme un momento?

– ?Que cree usted? Ya ve lo ocupadisimo que estoy… ?No, no encienda la luz! Me duele la cabeza. -Le oi posar un vaso y adelantar el cuerpo-. Mejor avivar esto. Hace un frio que pela.

Cogio un par de lenos del cesto junto a la chimenea y los arrojo torpemente a las llamas. Volaron chispas hacia el tiro y saltaron cenizas desde la rejilla, y por unos instantes la lena anadida humedecio el fuego y oscurecio aun mas la habitacion. Cuando llegue a su lado y acerque la otra butaca, las llamas empezaban a lamer y crepitar alrededor del leno humedo, y vi a Rod claramente. Se habia arrellanado en la butaca y estirado las piernas. Aun vestia la ropa de la cena, el chaleco de lana y los mitones, pero se habia aflojado la corbata y soltado un boton del cuello, de tal forma que por un lado se erguia como el de un borracho de comedia.

Era la primera vez que visitaba su cuarto desde que me conto aquella historia fantastica en mi consulta, y ya sentado empece a mirar alrededor, inquieto. Lejos de la lumbre, las sombras eran tan espesas y cambiantes que casi resultaban impenetrables, pero pude vislumbrar las mantas arrugadas de la

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