Dijo que sintio el escozor en la palma antes de darse cuenta de lo que habia hecho; y despues se tapo la boca con las manos, tan sobresaltada y asustada como si la hubieran golpeado a ella. Rod se callo bruscamente y se cubrio la cara. La senora Ayres le miraba, con los hombros temblorosos mientras recuperaba el resuello. Caroline dijo, con voz vacilante:
– Creo que todos estamos un poco enloquecidos. Estamos un poco locos… ?Betty? ?Estas ahi?
La chica se aproximo, con los ojos muy abiertos y la cara palida y rayada, como un tigre, por unas franjas de hollin.
– ?Estas bien? -dijo Caroline.
Betty asintio.
– ?No te has quemado?
– No, senorita.
Lo dijo en un susurro, pero el sonido de su voz era sereno, y Caroline se tranquilizo.
– Buena chica. Te has portado muy bien, has sido muy valiente. El… no esta en sus cabales. Todos estamos desquiciados. ?No hay agua caliente? Enciende la caldera, por favor, y pon unas ollas en el fogon, las suficientes para preparar el te y calentar tres o cuatro jofainas. Nos quitaremos la mugre mas gruesa antes de subir al cuarto de bano. Madre, deberias sentarte.
La senora Ayres parecia distraida. Caroline rodeo la mesa para ayudarla a sentarse en una silla y la envolvio en una sabana de la cocina. Pero a ella tambien le temblaban los miembros, se sentia tan debil como si hubiera estado levantando unos pesos inmensos, y cuando su madre estuvo acomodada, cogio una silla y se desplomo en ella.
Durante los cinco o diez minutos siguientes, los unicos sonidos en la cocina fueron el rugido de la llama en el fogon, el borboteo creciente del agua que se calentaba y el tintineo de metal y loza mientras Betty trajinaba llenando palanganas y juntando toallas. Poco despues, la chica llamo en voz baja a la senora Ayres y la ayudo a llegar al fregadero, donde se lavo las manos, la cara y los pies. Hizo lo mismo con Caroline; despues miro dubitativa a Rod. El, sin embargo, se habia serenado lo suficiente para ver lo que querian que hiciera, y fue tambaleante al fregadero. Pero se movia como un sonambulo cuando sumergio las manos en el agua, dejo que Betty se las enjabonara y las secara, y luego, con lasitud, observo como ella le limpiaba las manchas de la cara. Su pelo alquitranado resistio todas las tentativas que hizo Betty de lavarlo; opto por pasarle un peine para recoger los residuos de aceite entreverado con ceniza en una hoja de periodico e hizo luego una bola que deposito en el escurridero. Cuando Betty termino, el se aparto en silencio para que ella tirase el agua sucia por el desague. Rod miro hacia el otro extremo de la cocina y vio los ojos de su hermana, y su expresion, dijo ella, era una mezcla tal de miedo y confusion que no pudo soportarlo. Se alejo de el y fue hacia su madre.
Entonces ocurrio una cosa muy extrana. Caroline acababa de dar un paso hacia la mesa cuando, por el rabillo del ojo, vio que su hermano hacia un movimiento, un gesto tan sencillo, penso en aquel momento, como llevarse la mano a la cara para morderse una una o frotarse la mejilla. En aquel momento, Betty tambien se movio: se aparto brevemente del fregadero para tirar una toalla dentro de un cubo que habia en el suelo. Pero al volverse la chica lanzo un grito ahogado: Caroline miro con atencion y, absolutamente atonita, vio mas llamas por detras de los hombros de su hermano. «?Roddie!», grito asustada. El se volvio, vio lo que ella habia visto y salio disparado. En el escurridor de madera, a unos centimetros de donde el habia estado, ardia un pequeno revoltijo de fuego y humo. Era el periodico que Betty habia utilizado para quitarle los rescoldos del pelo. Lo habia convertido en una especie de paquete que ahora, de algun modo, increiblemente, habia empezado a arder.
El fuego no era nada, por supuesto, comparado con el pequeno infierno aterrador que habian afrontado en la habitacion de Roderick. Caroline cruzo rapidamente la cocina y tiro el paquete al fregadero. El papel llameo y no tardo en apagarse; el papel ennegrecido, similar a una telarana, conservo su forma hasta un momento antes de deshacerse en pedazos. Lo pasmoso era como podia haberse originado aquel fuego. La senora Ayres y Caroline se miraron, nerviosisimas. «?Que has visto?», le preguntaron a Betty, y ella contesto, con ojos despavoridos:
– ?No lo se, senorita! ?Nada! Solo el humo y las llamas amarillas, que subian por detras del senor Roderick.
Parecia tan desconcertada como los demas. Despues de reflexionar, solo llegaron a la conclusion incierta de que una de las carbonillas que Betty habia retirado con el peine del pelo de Roderick todavia conservaba la llama, y el periodico seco le habia hecho recobrar vida. Naturalmente, era una idea inquietante. Empezaron a mirar alrededor nerviosos, casi esperando que resurgiese el fuego. Roderick, en especial, estaba angustiado y aterrorizado. Cuando su madre dijo que quiza ella, Caroline y Betty deberian ir a su habitacion para rastrillar de nuevo las cenizas, ?grito que no le dejaran solo! ?Tenia miedo de quedarse solo! ?No podia controlarlo! Se lo llevaron con ellas, sobre todo por miedo a que volviera a perder los estribos. Le buscaron una silla intacta y el se sento con las piernas recogidas, las manos en la boca, los ojos desorbitados, mientras ellas examinaban con cautela una por una las superficies negras. Pero todo estaba frio, negro y muerto. Abandonaron la busqueda justo antes del alba.
Desperte una o dos horas mas tarde, bastante fatigado por mis malos suenos, pero felizmente ignorante de la catastrofe que habia estado a punto de devorar Hundreds Hall por la noche; de hecho, no supe nada del incendio hasta que me lo dijo uno de mis pacientes de la tarde, a quien a su vez se lo habia contado un comerciante que habia estado en el Hall por la manana. Al principio no di credito a la historia. Me parecia imposible que la familia hubiera sufrido una calamidad semejante y no me lo hubieran notificado. Despues, otro hombre me hablo del incidente como si ya lo conociera todo el mundo. Todavia dudando, telefonee a la senora Ayres, y para mi asombro confirmo el entero episodio. Parecia tan ronca y tan cansada que me maldije por no haberla llamado antes, cuando habria podido presentarme en la casa, porque desde hacia poco pasaba una noche a la semana en los pabellones del hospital del condado, y esa noche me tocaba el turno y no podia ausentarme. La senora Ayres me prometio que ella, Caroline y Roderick estaban sanos y salvos, pero fatigados. Dijo que el fuego les habia dado a todos «un pequeno susto»: fue asi como lo expreso, y quiza debido a estas palabras me imagine que el percance habia sido relativamente leve. Recorde con absoluta claridad el estado en que se encontraba Roderick cuando le deje; recorde la terquedad con la que mezclaba bebidas, y que habia tirado una astilla encendida que ardio sin ser vista sobre la alfombra. Supuse que habia provocado un pequeno incendio con un cigarrillo… Pero sabia que hasta un fuego pequeno puede producir gran cantidad de humo. Sabia tambien que los peores efectos del humo inhalado se manifestaban con frecuencia uno o dos dias despues del incendio. Asi que me acoste preocupado por la familia y pase otra mala noche por su causa.
A la manana siguiente, fui en mi coche a la casa al final de mi ronda y, como me habia temido, todos estaban enfermos. En terminos puramente fisicos, Betty y Roderick eran los menos afectados. Ella se habia mantenido cerca de la puerta mientras rugia el incendio y habia corrido una y otra vez al cuarto de bano en busca de agua. Roderick habia estado tumbado en la cama, respirando superficialmente mientras el humo se acumulaba arriba, muy por encima de su cabeza. En cambio, la senora Ayres se encontraba devastada - sin aliento y debil, y mas o menos postrada en su habitacion-, y Caroline tenia un aspecto y una voz deplorables, la garganta hinchada, el pelo chamuscado y el rostro y las manos carmesies por las ascuas y chispas. Me recibio en la puerta principal cuando llegue, y la vi en un estado tan horrible, mucho peor de lo que habia esperado, que deposite mi maletin en el suelo para tomarla por los hombros y examinarle a conciencia el rostro.
– Oh, Caroline -dije.
Ella parpadeo, cohibida, y empezo a toser. Yo la apremie:
– Entre, por el amor de Dios, no vaya a coger frio.
Cuando recogi el maletin y me reuni con ella, la tos ya habia remitido, se habia enjugado la cara y habian desaparecido las lagrimas. Cerre la puerta, pero lo hice a ciegas, sobresaltado por el terrible olor a quemado que percibi en el vestibulo, y conmocionado por el aspecto del propio vestibulo, que parecia envuelto en velos funerarios, de tantas manchas negras, tiznes y hollin que cubrian cada superficie.
– Que desastre, ?verdad? -dijo Caroline roncamente, siguiendo mi mirada-. Y me temo que esto va a peor. Venga a ver. -Me condujo a lo largo de corredor norte-. El olor, no se como, ha invadido