ningun peso alcanzaba a explicarlo. Tenia que haber algo mas en la raiz del trastorno, alguna pista o indicio que yo no captaba.

Volvi a la cama y le mire la cara, pero al final aparte la mirada, derrotado.

– Tengo que dejarle, Rod -dije-. Ojala no tuviera que hacerlo. ?Quiere que le diga a Caroline que le haga compania?

El meneo la cabeza.

– No, no le diga nada.

– Bueno, ?quiere que haga alguna otra cosa?

Me miro, pensandolo. Y cuando volvio a hablar su voz habia cambiado, era de repente tan educada y contrita como la del nino que yo me habia imaginado un momento antes.

– Dejeme fumar un cigarrillo, por favor -dijo-. No me dejan fumar cuando estoy solo. Pero si usted se queda conmigo, no habra ningun problema.

Le di un cigarro y se lo encendi -el no quiso hacerlo con sus propias manos, y entrecerro los ojos y se cubrio la cara mientras yo encendia una cerilla-, y me quede con el hasta que, resollando, termino de fumarlo. Me dio la colilla para que me la llevara.

– No se habra dejado las cerillas sin darse cuenta, ?verdad? -pregunto azorado cuando me levante. Antes de que me permitiera irme, tuve que ensenarle la caja y hacer una especie de pantomima al guardarla en el bolsillo.

Y lo mas patetico fue que se empeno en acompanarme a la puerta, para cerciorarse de que al salir de la habitacion la cerraba con llave. Sali dos veces, la primera para llevar el orinal al cuarto de bano, donde lo vacie y lo enjuague; pero incluso en este breve trayecto insistio en que le encerrara, y al volver le encontre rondando al otro lado de la puerta, como si le molestaran mis idas y venidas. Antes de dejarle por segunda vez le tome de la mano, pero de nuevo mi demora solo parecio agitarle, senti sus dedos inanimes en los mios y note que sus ojos eludian nerviosamente mirarme. Cuando finalmente cerre la puerta lo hice con mucha firmeza y gire la llave lentamente, para que no quedase la menor duda, pero cuando me alejaba sin hacer ruido oi el chasquido de la cerradura, y al mirar atras vi que el picaporte se movia y que la puerta se estremecia en su quicio.

Rod estaba asegurandose de que no podria salir. El picaporte se movio dos o tres veces antes de inmovilizarse. Creo que fue esto lo que mas me turbo.

Devolvi la llave a su madre. Ella advirtio lo impresionado y consternado que yo estaba. Guardamos silencio un momento y despues, en voz baja y triste, hablamos de los preparativos para trasladar a Rod.

Al final fue bastante sencillo. Primero lleve al Hall a David Graham, para confirmar que Rod necesitaba algo mas que una ayuda medica normal, y despues el director de la clinica -un tal doctor Warren- vino de Birmingham para realizar su propio examen y aportar los documentos necesarios. Esto fue el domingo de aquella semana, cuatro dias despues de la noche del incendio: Rod habia permanecido insomne durante todo este plazo, rechazando violentamente todas mis tentativas de sedarle, y se habia sumido en un estado casi histerico que creo que incluso impresiono a Warren. Yo no sabia como reaccionaria Rod ante la noticia de que proyectabamos internarle en lo que efectivamente era un hospital psiquiatrico; para gran alivio mio -pero tambien, en cierto sentido, para mi desazon-, lo agradecio de un modo casi conmovedor. Aferro desesperadamente la mano de Warren y dijo:

– Alli me vigilara, ?verdad? Si usted me vigila, nada saldra de mi. Y si se escapa, no sera culpa mia si ocurre algo, si a alguien le sucede algo malo, ?verdad?

Su madre estaba en la habitacion cuando el farfullaba estas palabras. Aun estaba debil y muy jadeante, pero se habia levantado y vestido para recibir al doctor Warren. La lleve abajo al ver cuanto la afectaba el estado de Roderick. Nos reunimos con Caroline en la salita y Warren bajo unos minutos mas tarde.

– Es tristisimo -dijo, moviendo la cabeza-. Tristisimo. Veo en el historial que a Roderick le trataron de una depresion nerviosa en los meses siguientes al accidente aereo, pero ?no hubo indicios en aquella epoca de un grave desequilibrio mental? ?Y no ocurrio nada que lo causara? ?Alguna perdida? ?Otro shock?

Yo ya le habia facilitado por carta un informe bastante minucioso del caso. Estaba claro que pensaba -como yo, en el fondo- que faltaba algo, que un joven tan saludable como Roderick no podia haber sufrido un deterioro tan grave y tan rapido sin que hubiera una causa. Le hablamos otra vez de las alucinaciones de Rod, de sus panicos, de las siniestras marcas en las paredes de su cuarto. Le describi las penosas obligaciones que se habia impuesto ultimamente como terrateniente y dueno de la finca.

– Bueno, quiza nunca lleguemos a la raiz del problema -dijo al final-. Pero usted, como su medico de cabecera, ?esta absolutamente dispuesto a confiarme a su paciente?

Respondi que si.

– Y usted, que es su madre, senora Ayres, ?tambien desea que me lo lleve?

Ella asintio.

– En este caso, creo que lo mejor que puedo hacer es llevarmelo de inmediato. No pensaba hacerlo. Mi intencion era solo venir a examinarle y volver al cabo de unos dias con la ayuda adecuada. Pero mi chofer es un hombre capaz y estoy seguro de que no les importara que les diga que no es nada bueno que Roderick siga aqui. Es evidente que parece muy dispuesto a irse.

El doctor Warren y yo nos ocupamos del papeleo mientras la senora Ayres y Caroline subian entristecidas a preparar el equipaje de Rod y a recogerle. Cuando le trajeron donde estabamos nosotros, bajo la escalera con un paso tan titubeante como un viejo. Le habian puesto su topa ordinaria y el abrigo de tweed, pero estaba tan encogido y tan delgado que las prendas parecian tres tallas mas grandes. Su cojera era muy acusada; casi tanto como seis meses antes, y pense con desazon en todas las horas de tratamiento inutiles. Caroline se habia esforzado en afeitarle y lo habia hecho torpemente: Rod tenia cortes en la barbilla. Sus ojos oscuros lanzaban miradas a su alrededor, y se llevaba continuamente las manos a la boca para pellizcarse los labios.

– ?Es verdad que me voy con el doctor Warren? -me pregunto-. Madre dice que si.

Le dije que asi era y le lleve a una ventana para mostrarle el hermoso Humber Snipe negro de Warren aparcado fuera, y su chofer al lado, fumando un pitillo. Miro el automovil con tanto interes, de una manera tan normal en un chico -incluso se volvio para hacerle al doctor Warren una pregunta sobre el motor-, que por un segundo volvio a ser el que no habia sido desde hacia semanas, y tuve un vertiginoso atisbo de duda sobre todo aquel penoso asunto.

Pero era demasiado tarde. Los papeles estaban firmados y el doctor Warren listo para partir. Y Roderick se puso nervioso cuando nos acercamos para despedirle. Respondio con carino al abrazo de su hermana, y a mi me permitio estrecharle la mano. En cambio, cuando su madre le beso en la mejilla volvio a lanzar miradas alrededor. Dijo:

– ?Donde esta Betty? ?No tengo que despedirme tambien de Betty?

Mostro tanta agitacion que Caroline bajo corriendo a la cocina en busca de Betty. La chica se detuvo timidamente delante de Rod y el le dirigio un rapido y vacilante gesto de saludo.

– Me voy por un tiempo, Betty -dijo-, asi que tendras menos quehaceres. Pero ?mantendras mi habitacion limpia y ordenada mientras estoy fuera?

Ella parpadeo, miro rapidamente a la senora Ayres y dijo:

– Si, senor Roderick.

– Buena chica.

Le temblo el parpado, en un amago de guino. Se palmeo los bolsillos un momento y comprendi que, grotescamente, buscaba una moneda. Pero la madre dijo, suavemente: «Puedes irte, Betty» y, obviamente agradecida, la chica se retiro. Rod la miro marcharse, todavia rebuscando en los bolsillos con la frente fruncida. Temiendo que se agitase de nuevo, Warren y yo nos acercamos y le llevamos al coche.

El se subio a la trasera casi docilmente. El doctor Warren me estrecho la mano. Volvi a los escalones y permaneci al lado de la senora Ayres y Caroline hasta que el Snipe se puso en marcha

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