sobre la grava crujiente y se perdio de vista.
Todo esto ocurrio, como ya he dicho, en domingo, y en ausencia de la senora Bazeley. No se lo que ella sabia del estado de Roderick; lo que habria deducido por su cuenta o lo que le habria dicho Betty. La senora Ayres le informo de que Roderick se habia ido del condado «a casa de unos amigos»; fue la version que ella divulgo, y si algun lugareno me preguntaba yo me limitaba a decir que, tras haber visto a Rod despues del incendio, le aconseje que se tomara unas vacaciones por el bien de sus pulmones. Al mismo tiempo adopte la actitud contradictoria de minimizar la importancia del incendio. No queria que los Ayres fueran objeto de una curiosidad especial, y hasta a gente como los Desmond y los Rossiter, que conocian bien a la familia, les conte una mezcla de mentiras y medias verdades, con la esperanza de desviarles de los hechos. No soy un hombre de natural artero, y la tension de contener las habladurias era en ocasiones fatigosa. Pero en otros aspectos mis jornadas eran muy laboriosas, pues -ironicamente, en parte gracias al exito de mi informe sobre el tratamiento de Rod- recientemente me habian pedido que formase parte de un comite del hospital y tenia muchas tareas nuevas. De hecho, el aumento de trabajo fue para mi una distraccion beneficiosa.
Durante el resto del mes, una vez por semana lleve a la senora Ayres y a Caroline a visitar a Roderick en la clinica de Birmingham. Era un viaje muy triste, no solo porque la clinica estaba en un extrarradio de la ciudad que habia sufrido intensos bombardeos durante la guerra: en Lidcote no estabamos habituados a las ruinas y a las carreteras destrozadas, y siempre nos deprimia ver las casas medio derruidas, con las ventanas melladas y sin cristales, que se alzaban misteriosas a traves de lo que parecia ser una perpetua niebla urbana. Pero las visitas eran mas bien infructuosas por otras razones. Roderick estaba nervioso y poco comunicativo, y parecia avergonzarle el supuesto privilegio de que le permitieran mostrarnos el lugar, llevarnos de paseo por el desnudo jardin ventoso y sentarse con nosotros a la mesa del te en una sala llena de otros hombres apaticos o de ojos vesanicos. Una o dos veces, en las primeras visitas, pregunto por la finca y se intereso por como iban las cosas en la granja; sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, parecio perder el interes por los asuntos de Hundreds. Limitabamos la conversacion, en la medida de lo posible, a temas neutros del pueblo, pero algunas cosas que decia me demostraron -y tambien su madre y su hermana debieron de darse cuenta- que su comprension de las cosas de que hablabamos era sorprendentemente exigua. En una ocasion pregunto por Gyp. Caroline dijo, con tono asustado:
– Pero si Gyp murio. Ya lo sabes, Rod.
Al oir esto el entorno los ojos, como si se esforzara en recordar, y dijo vagamente:
– Ah, si. Hubo algun problema, ?no? Y Gyp lo paso mal, ?eh? Pobre muchacho.
Tan lentos y nebulosos eran sus pensamientos que podria haberse quedado en el hospital anos, en lugar de semanas; y despues de nuestra tercera visita, en visperas de Navidad, cuando al llegar a la clinica la encontramos engalanada con guirnaldas y tiras de papel de colores, y a los internos con absurdas coronas de carton en la cabeza, y a Roderick mas ensimismado y abulico que nunca, me alegre de que el ayudante del doctor Warren me llevara aparte para informarme de sus progresos.
– No va muy mal, en conjunto -dijo. Era mas joven que Warren, y con un enfoque un poco mas dinamico-. De todos modos, parece que se ha liberado de casi todas las alucinaciones. Hemos conseguido administrarle un poco de bromuro de litio, y el efecto ha sido bueno. Duerme mejor, desde luego. Ojala pudiera decir que el suyo es un caso aislado pero, como supongo que habra notado, tenemos muchos internos de una edad parecida a la suya: dipsomanos, enfermos nerviosos, hombres que todavia dicen que padecen «neurosis de guerra»… En mi opinion, todo forma parte de un malestar posbelico general; todos tienen esencialmente el mismo problema, aunque afecta a las personas de un modo distinto, segun su caracter. Si Rod no hubiera sido el chico que era, con sus antecedentes, podria haberse entregado al juego, o a las mujeres… o haberse suicidado. Todavia quiere que le encierren en su habitacion por la noche; confiamos en que abandone esa mania. Usted no le ha visto muy cambiado pero, bueno -parecio azorado-, el motivo de que le haya llamado es que creo que las visitas de ustedes le estan perjudicando. Sigue convencido de que a su familia la amenaza algun peligro; piensa que debe tenerlo controlado, y el esfuerzo le extenua. Aqui, donde nadie le recuerda su casa, es un hombre distinto, mucho mas despierto. Las enfermeras y yo le hemos observado y coincidimos al respecto.
Estabamos de pie en su despacho, con una ventana que daba al patio de la clinica, y vi a la senora Ayres y a Caroline caminando hacia el coche, encorvadas y abrigadas del frio. Dije:
– Bueno, estas visitas tambien suponen un gran esfuerzo para su madre y su hermana. Podria convencerlas de que no vinieran, desde luego, si usted quiere, y venir solo.
Me ofrecio un cigarrillo de una pitillera de su escritorio.
– Para serle sincero, creo que a Rod le gustaria que
– Pero en mi caso… -dije, con la mano suspendida sobre la pitillera-. Soy su medico. Y, aparte de eso, el y yo somos buenos amigos.
– Lo cierto es que Rod ha pedido expresamente que todos ustedes le dejen solo algun tiempo. Lo siento.
No cogi el cigarrillo. Me despedi del adjunto y atravese el patio para reunirme con la senora Ayres y Caroline y llevarlas a casa; las semanas siguientes, aunque escribimos regularmente a Roderick y recibimos ocasionales respuestas anodinas, en ninguna de sus cartas nos alentaba a visitarle. Su habitacion de Hundreds, con las paredes calcinadas y el techo ennegrecido, fue simplemente cerrada. Y como la senora Ayres a menudo despertaba por las noches sin resuello y tosiendo, y necesitaba medicinas o un inhalador, cedieron a Betty el antiguo dormitorio, justo a la vuelta del rellano, que Rod ocupaba en su epoca escolar.
– Es mucho mas practico que ella duerma aqui arriba, con nosotras -me dijo la senora Ayres, jadeando-. ?Y Dios sabe que la chica se lo merece! Ha sido muy bondadosa y leal en todos nuestros apuros. Ese sotano es demasiado solitario para Betty.
No era de extranar que la chica estuviese encantada con el cambio. Pero a mi me incomodo ligeramente, y cuando eche un vistazo al cuarto, poco despues de que ella se mudara, me crispo mas que nunca. Habian retirado las cartas de navegacion aerea, los trofeos y los libros juveniles, y las escasas pertenencias de Betty -las enaguas y los calcetines zurcidos, el cepillo de los almacenes Woolworth y las horquillas dispersadas por el cuarto- de algun modo bastaban para transformarlo. Entretanto, practicamente nadie visitaba la fachada norte del Hall, que Caroline una vez me habia descrito como «el lado de los hombres». Yo merodeaba a veces por alli y las habitaciones parecian muertas, como miembros paraliticos. Pronto se convirtio en un lugar fantasmagorico, como si Rod nunca hubiera sido el amo de la casa; como si hubiese desaparecido sin dejar rastro, mas aun que en el caso del pobre Gyp.
Capitulo 8
Tras la partida de Roderick, era evidente que para todos nosotros Hundreds Hall habia entrado en una fase nueva y distinta. En terminos puramente practicos, los cambios se produjeron casi de inmediato, porque los honorarios de la clinica mermaban la economia ya exigua de la finca, y para sufragarlos hubo que hacer ahorros mas drasticos. Por ejemplo, el generador estaba ahora apagado durante dias enteros, y, al subir a la casa aquellas noches de viento, muchas veces yo encontraba el lugar sumergido en una oscuridad casi total. Me dejaban un viejo farol de laton en una mesa contigua a la entrada principal, y con el en la mano recorria la casa -recuerdo que las paredes olorosas a humo de los corredores parecian introducirse bailando en la tenue luz amarilla y retroceder de nuevo hacia la sombra segun yo iba avanzando-. La senora Ayres y Caroline estaban en la salita, leyendo, cosiendo o escuchando la radio a la luz de unas velas o unas lamparas de queroseno. Las llamas eran tan tenues que les obligaban a amusgar los ojos, pero la habitacion parecia una especie de capsula radiante comparada con las tinieblas circundantes. Si llamaban a Betty ella se presentaba con una palmatoria vetusta y con los ojos muy abiertos, como un personaje de una cancion infantil.