Le ofrecio su mano compacta. Caroline no la necesitaba -era medio palmo mas alta que el-, pero obsequiosamente le dejo que la ayudara a franquear la zanja y recorrimos la obra hasta un punto donde estaba mas avanzada. Explico de nuevo el lugar exacto que ocuparia cada vivienda en relacion con las vecinas y, entusiasmandose con el asunto, nos llevo a uno de los espacios cuadriculados y bosquejo las habitaciones que pronto contendria: el «salon», la cocina ajustada, con sus fuegos de gas y sus enchufes, el cuarto de bano interior, con su banera empotrada… La superficie entera me parecio apenas mas grande que un ring de boxeo, pero al parecer ya habia ido a visitar el emplazamiento gente que queria saber donde apuntarse para adquirir una vivienda. Babb nos dijo que incluso le habian ofrecido dinero y «todos los cigarrillos y carne» que quisiera para que «moviese algunos hilos».

– ?Les he dicho que no depende de mi! ?Que vayan al ayuntamiento! -Bajo la voz-. Escuchen, que esto quede entre nosotros: por mucho que se desganiten en el municipio, la lista esta ya cerrada desde hace seis meses. Dougie, el hijo de mi hermano, y su mujer se apuntaron para una vivienda y espero que se la den, porque ?sabe donde viven ahora mismo, senorita Ayres? En Southam, en una casa de dos habitaciones, con la madre de la chica. Bueno, no pueden seguir asi. Una casa de estas les vendria de perlas. Aqui tendran un jardincito trasero, con un sendero y una alambrada. Y el autobus de Lidcote pasara por aqui…, ?se ha enterado, doctor? Pasara por Bam Bridge Road. Creo que inauguran la linea en junio.

Prosiguio hablando un rato hasta que le llamo el capataz y se disculpo, me tendio la mano regordeta y nos dejo. Caroline siguio andando para ver como trabajaba otro obrero, pero yo me quede en el espacio de cemento cuadriculado, mas o menos en el sitio donde supuse que pondrian la ventana de la cocina, mirando al Hall a traves del parque. El edificio era claramente visible a cierta distancia, sobre todo porque los arboles de delante estaban pelados; comprendi que, de hecho, seria muy visible desde la planta superior de la vivienda. Tambien vi perfectamente que las endebles alambradas que instalarian en la parte trasera de las casas no servirian para impedir que los ninos de veinticuatro familias salieran al parque…

Me reuni con Caroline al borde del cemento, y hablamos un minuto con el operario al que ella habia visto trabajar, un hombre al que yo conocia muy bien; de hecho, era una especie de primo mio por parte de madre. El y yo compartiamos pupitre en la escuela del condado, que tenia dos aulas, donde estudie de nino; en aquel tiempo eramos buenos amigos. Mas tarde, cuando yo ingrese en Leamington College, la amistad se enfrio y durante una temporada el y su hermano mayor, Coddy, me habian hostigado: me acechaban con punados de grava cuando yo volvia a casa en bicicleta a ultima hora de la tarde. De esto hacia ya mucho. Despues el se habia casado dos veces. Su primera mujer y su hijo habian muerto, pero ahora tenia dos hijos mayores que recientemente se habian trasladado a Coventry. Caroline pregunto que tal les iba y el nos dijo, con el fuerte acento de Warwickshire que me costaba creer que antano hubiese tenido yo mismo, que habian encontrado empleo en una fabrica y entre los dos llevaban a casa un sueldo semanal de mas de veinte libras. Ya me habria gustado a mi ganar ese salario; y probablemente era superior al dinero que los Ayres gastaban en vivir un mes. Aun asi, el hombre se quito la gorra para hablar con Caroline, aunque a mi me miraba con mas timidez y me hizo un torpe gesto de despedida cuando nos marchamos. Yo sabia que incluso al cabo de tanto tiempo se le hacia raro llamarme «doctor», pero asimismo estaba excluido que me llamase por mi nombre de pila o me tratara de «senor».

Dije, con toda la soltura que pude: «Adios, Tom». Y Caroline dijo, con autentica efusion: «Hasta luego, Pritchett. Ha sido agradable charlar con usted. Me alegro de que a sus chicos les vaya tan bien».

De pronto, sin que supiera exactamente por que, desee que ella no llevara aquel sombrero ridiculo. Nos volvimos y emprendimos el regreso al Hall, y me fije en que Pritchett hacia una pausa en su trabajo para observarnos, y quiza para echar un vistazo a alguno de sus companeros.

Atravesamos la hierba en silencio, siguiendo la linea de nuestras huellas oscuras, los dos pensativos a causa de la visita. Cuando por fin ella hablo, lo hizo con vivacidad, aunque sin mirarme a los ojos.

– Babb es un personaje, ?no cree? Y las casas parecen maravillosas, ?verdad? Estupendas para sus pacientes mas pobres, me figuro.

– Si, estupendas -respondi-. Se acabaron los suelos humedos y los techos bajos. Excelentes servicios sanitarios. Habitaciones separadas para los chicos y las chicas.

– Un buen comienzo en la vida para los hijos, y todo eso. Y una maravilla para Dougie Babb, si se propone abandonar a su horrible suegra… Y, ah, doctor… -Me miro por fin y despues miro tristemente por encima del hombro-. Preferiria mudarme a una cajita de ladrillo como esas, con un salon y una cocina ajustada, que vivir en nuestro viejo establo. -Se agacho para recoger una rama que habia volado por el parque, y empezo a fustigar el suelo con ella-. A proposito, ?que es una cocina ajustada?

– La que no tiene huecos molestos ni rincones sobrantes -dije.

– Y ningun encanto, juraria. ?Que hay de malo en los huecos y los rincones sobrantes? ?Quien quisiera vivir sin ellos?

– Bueno -dije, evocando algunas de las viviendas mas sordidas de mi ronda-, al fin y al cabo es posible tener demasiados. -Y anadi, casi como si fuera una idea posterior-: A mi madre le habria encantado una casa asi. Si yo hubiera sido un nino distinto, ahora podria vivir con mi padre en una parecida.

Caroline me miro.

– ?Que quiere decir?

Y yo le hable, brevemente, de las estrecheces que habian sufrido mis padres para mantenerse al dia con las becas y subvenciones que me habian conseguido a traves de Leamington College y la facultad de medicina: las deudas que habian contraido, las penosas economias que habian hecho, mi padre trabajando horas extraordinarias, mi madre aceptando encargos de costura y de lavanderia cuando apenas tenia fuerza para trasladar la ropa mojada desde el caldero hasta el cubo.

Note que mi voz adquiria un tono amargo, y no pude reprimirlo.

– Invirtieron todo lo que tenian en que yo fuera medico, y ni siquiera supe nunca que mi madre estaba enferma. Pagaron una pequena fortuna por mi educacion, y lo unico que aprendi fue que mi acento no era el correcto, mi ropa no era la apropiada, mis modales en la mesa…, todo era inadecuado. De hecho, aprendi a avergonzarme de mis padres. Nunca llevaba amigos a casa para presentarselos. Un dia asistieron al acto del discurso academico; me daban un premio en ciencias. Me basto con ver la expresion de la cara de los otros alumnos. No volvi a invitarlos. Una vez, cuando tenia diecisiete anos, llame idiota a mi padre delante de un cliente suyo…

No termine la frase. Ella aguardo un momento y despues dijo, tan delicadamente como permitia el tiempo borrascoso:

– Pero debian de estar muy orgullosos de usted.

Me encogi de hombros.

– Quiza. Pero el orgullo no sustituye a la felicidad, ?no? Habrian vivido mejor, en realidad, si yo hubiera sido como mis primos…, como el Tom Pritchett de alli. Quiza yo tambien habria tenido una vida mas comoda.

Vi que fruncia el ceno. Azoto de nuevo el suelo.

– Todo este tiempo -dijo, sin mirarme-, pense que debia de odiarnos un poco a mi, a mi madre y a mi hermano.

– ?Odiarles? -pregunte, atonito.

– Si, por el recuerdo de sus padres. Pero ahora parece casi como si…, bueno, como si se odiara a si mismo.

No respondi y de nuevo caminamos en silencio, cada vez mas incomodos. Sabiendo que el dia se deslizaba hacia el crepusculo, nos esforzamos en acelerar el paso. Pronto dejamos el oscuro sendero, en busca de un terreno mas seco, y nos dirigimos hacia la casa por un itinerario distinto y llegamos a un punto donde la verja del jardin daba acceso a una antigua valla divisoria con los lados deshechos y cubiertos de maleza; yo pregunte si se trataba de urinarios y Caroline sonrio al oir mi comentario, que nos rescato del abatimiento. No sin trabajo cruzamos la intrincada zanja y accedimos a un campo de hierba anegado y, al igual que antes, lo atravesamos con dificultad y de puntillas. Mi calzado de suela lisa no estaba hecho para aquellos trotes, y una vez estuve a punto de caer en una de las zanjas. Se rio al verme, como no podia ser menos, y la sangre que le subia por la garganta le abrillanto las mejillas ya rosadas.

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