Conscientes de nuestras huellas sucias, rodeamos la casa hasta la puerta del jardin. El Hall, como era costumbre ahora, no estaba iluminado y, aunque no era un dia soleado, avanzar hacia la casa era como adentrarse en la sombra, como si sus escarpados muros erguidos y sus ventanas vacias atrajeran la ultima luz de la tarde. Caroline hizo una pausa cuando se hubo limpiado los zapatos en el felpudo de cerdas, alzo los ojos y me apeno ver que en su cara resurgian las lineas de cansancio y que la piel en torno a sus ojos se arrugaba como la superficie de la leche al calentarse.

Mientras examinaba la casa, dijo:

– Los dias son ahora muy cortos. Los odio, ?usted no? Hacen mas dificiles las dificultades. Ojala Roderick estuviese aqui. Ahora solo estamos madre y yo… -Bajo la mirada-. Bueno, madre es un encanto, por supuesto. Y no tiene la culpa de encontrarse indispuesta. Pero no se, a veces da la impresion de que cada dia se vuelve mas tonta, y me temo que no siempre conservo la paciencia. Rod y yo nos divertiamos con tonterias. Antes de que enfermara, me refiero.

– No tardara mucho en volver -dije, en voz baja.

– ?Lo dice en serio? Ojala pudieramos verle. ?Se me hace tan raro que el este alli, enfermo y solo! No sabemos que le pasa. ?No cree que deberiamos visitarle?

– Podemos ir, si quiere -dije-. La llevare con mucho gusto. Pero el propio Rod no ha dado muestras de querer que le visitemos, ?no?

Ella meneo la cabeza, descontenta.

– El doctor Warren dice que le gusta el aislamiento.

– Bueno, el doctor Warren tiene que saberlo.

– Si, supongo que si…

– Dele mas tiempo -dije-. Como he dicho antes: pronto llegara la primavera y ya vera como todo parecera distinto.

Ella asintio, vehementemente, queriendo creerlo. Luego pateo otra vez el felpudo y, con un suspiro de reticencia, entro en la casa fria y lugubre para reunirse con su madre.

Recorde aquel suspiro uno o dos dias despues, cuando estaba haciendo mis preparativos para el baile del hospital de la comarca. El baile era un acto anual, destinado a recaudar fondos; nadie, salvo los mas jovenes, se lo tomaban muy en serio, pero a los medicos del lugar les gustaba asistir, acompanados de sus mujeres e hijos mayores. Los doctores de Lidcote nos turnabamos para ir, y aquel ano nos toco el turno a Graham y a mi, mientras nuestro suplente, Frank Wise, y Morrison, el socio del doctor Seeley, se quedaban de guardia. Siendo soltero podia tomarme la libertad de invitar a una o dos personas, y unos meses antes, pensando en la fiesta, habia considerado la idea de invitar a la senora Ayres. La descarte, porque seguia estando relativamente enferma, pero se me ocurrio que quiza Caroline quisiera acompanarme para pasar una velada fuera de Hundreds. Pense, por supuesto, que era igualmente posible que la horrorizase, en el ultimo minuto, mi invitacion a lo que era esencialmente un «acto de beneficencia», y dude a la hora de proponerselo. Pero habia olvidado la vena ironica de Caroline.

– ?Un baile de medicos! -dijo, entusiasmada, cuando por fin la llame para invitarla-. Oh, me encantaria.

– ?Esta segura? Es una extrana y vieja costumbre. Y es mas un baile de enfermeras que de medicos. Suele haber muchas mas mujeres que hombres.

– ?Ya me figuro! Todas sonrosadas e histericas para que les dejen salir de los pabellones, igual que las mujeres soldado en las fiestas de la marina. ?Y la enfermera jefe bebe mas de la cuenta y se desprestigia con los cirujanos? Oh, digame que si.

– Calmese -dije-, o no habra sorpresas.

Ella se rio, y hasta a traves de la deficiente linea telefonica capte en su voz un tono de autentico placer, y me alegre de haberla invitado. No se si, al aceptar mi invitacion, ella tendria algun otro proposito en mente. Supongo que seria extrano que una mujer soltera de su edad acudiese a un baile sin pararse a pensar en los solteros que asistirian a el. Pero si sus pensamientos iban en esta direccion, los oculto bien. Quiza su pequena humillacion con Morley la habia ensenado a ser cauta. Hablo del baile como si ella y yo fueramos un par de viejos espectadores en la fiesta. Y cuando fui a buscarla la noche senalada, la encomie vestida de un modo muy sencillo, con un vestido sin mangas de color oliva, el pelo suelto y liso, el cuello y las manos desnudos, como de costumbre, y su cara tosca casi sin maquillaje.

Dejamos a la senora Ayres en la salita, evidentemente nada molesta por disponer de una noche para ella sola. Con una bandeja sobre el regazo, revisaba viejas cartas de su marido y las colocaba en fajos limpios y ordenados.

No obstante, me incomodaba la idea de dejarla sola en casa.

– ?Estara bien su madre? -pregunte a Caroline, cuando nos ibamos.

– Oh, no olvide que tiene a Betty -dijo ella-. Estara horas sentada a su lado. ?Sabia que han empezado a jugar juntas? Madre encontro unos tableros viejos cuando estabamos recorriendo la casa. Juegan a las damas y al halma.

– ?Betty y su madre?

– Lo se, es raro, ?no? No recuerdo que madre haya jugado nunca a juegos de mesa con Roddie y conmigo. Pero parece que ahora le gustan. Y a Betty tambien. Apuestan medio penique, y madre la deja ganar… No creo que Betty, la pobre, se divirtiera mucho en su casa en Navidad. Su madre es un espanto y no me extrana que prefiera la mia. Y a la gente le gusta mi madre, eso es lo malo…

Bostezo al decir esto y se arropo con el abrigo. Y al cabo de un rato, arrullados por el sonido y el movimiento del coche -porque el trayecto a Leamington duraba casi treinta minutos por las gelidas carreteras rurales-, nos sumergimos en un cordial silencio.

Revivimos en cuanto llegamos a los terrenos del hospital y al bullicio de automoviles y gente. El baile se celebraba en una sala de conferencias, una habitacion espaciosa y con suelo de parque; por la noche habian retirado los pupitres y los bancos y apagado las crudas luces centrales, y habian colgado bonitas lamparas de colores y banderitas desde una viga a otra. Una orquesta de tres al cuarto tocaba una pieza instrumental cuando entramos. El suelo resbaladizo habia sido profusamente sembrado de tiza, y varias parejas solicitas ya estaban bailando. Otras personas sentadas a las mesas alrededor de la pista se animaban a imitarlas.

Unos largos caballetes servian de mostrador para el bar. Ibamos hacia el cuando, al cabo de pocos metros, me saludaron un par de colegas: Bland y Rickett, el uno cirujano y el otro un medico de Leamington. Les presente a Caroline y se entablo la tipica charla en estos casos. Tenian vasos de papel en las manos y, al ver que yo miraba hacia el bar, Rickett dijo:

– ?Vas a pedir el ponche de cloroformo? No te fies del nombre; es como aguachirle. Alto ahi, un segundo. Aqui viene nuestro hombre.

Extendio el brazo por detras de Caroline para atrapar el de alguien: el hombre era un camillero, «nuestro vivales de turno», explico Bland a Caroline, mientras Rickett murmuraba algo al oido del hombre. El camillero se fue y volvio un minuto despues con cuatro vasos llenos hasta el borde del aguado liquido rosa que estaban sirviendo en el bar con un cucharon de la ponchera, pero todos, como enseguida pudimos comprobar, bastante cargados de brandy.

– Cuanto ha mejorado -dijo Rickett, tras catar la bebida y chasquear los labios-. ?No le parece, senorita…?

Habia olvidado el nombre de Caroline.

El brandy era fuerte y el ponche habia sido edulcorado con sacarina. Cuando Bland y Rickett se fueron, le dije a Caroline:

– ?Puede beber esta pocima?

Ella se estaba riendo.

– No voy a desperdiciarla, despues de todo esto. ?De verdad es brandy negro?

– Probablemente.

– Que espanto.

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