podriamos pagar nuestras deudas…
Departimos con desaliento sobre el tema hasta que Betty vino con la bandeja del te y guardamos silencio, cada cual enfrascado en sus pensamientos. La senora Ayres seguia forcejeando un poco con su respiracion y o bien suspiraba o tosia de vez en cuando en el panuelo. Caroline tenia la mirada fija en el escritorio, pensando probablemente en la decadencia de la finca. Yo tenia la taza de loza en las manos, liviana y caliente contra los dedos, y sin saber por que miraba de un lado a otro de la habitacion, pensando en mi primera visita a la casa. Me acorde del pobre Gyp, tendido en el suelo como un viejo encorvado mientras Caroline le acariciaba negligentemente la piel de la panza con los dedos del pie. Recorde a Rod, inclinandose con indiferencia para recoger la bufanda caida de su madre. «Mi madre parece que juegue a la caza del papel. Vaya a donde vaya, deja detras una estela de cosas…» Ahora ni el ni Gyp estaban. La puertaventana, que entonces habia estado abierta, ahora estaba cerrada contra la cruda intemperie; delante de ella habian colocado un biombo bajo para impedir la entrada de las peores corrientes, y tambien impedia la de la luz natural; en las paredes con molduras de yeso habia sombras de aspecto grasiento, alli donde el hollin se habia amontonado durante el incendio. La salita olia tambien ligeramente a lana humeda, porque habian puesto a secar unas prendas de abrigo de Caroline, empapadas de lluvia, delante de la chimenea, sobre un antiguo galan de noche. Seis meses antes me habria parecido inconcebible que la senora Ayres permitiera que la salita se utilizase como una lavanderia. Evoque entonces a la mujer hermosa y bronceada que aquel dia de julio habia subido del jardin con aquellos zapatos tan vistosos, y al mirarla ahora, tosiendo y suspirando con sus chales disparejos, comprendi lo mucho que ella tambien habia cambiado.
Mire a Caroline, y la vi mirar a su madre con una expresion inquieta, como si pensara lo mismo que yo. Nuestras miradas se cruzaron y ella parpadeo.
– ?Que aburridos estamos todos hoy! -dijo, al terminar su te, y se levanto. Fue a asomarse a una ventana, con los brazos cruzados contra el frio y la cara alzada hacia el bajo cielo gris-. Esta escampando por fin, al menos. Ya es algo. Creo que bajare a la obra antes de que anochezca. Oh, bajo casi todos los dias -anadio, al volverse y ver mi cara de sorpresa-. Babb me ha dado una copia del calendario de trabajo, y lo estoy siguiendo. Nos hemos hecho grandes amigos.
– Crei que querian vallar la obra, ?no? -dije.
– Si, al principio queriamos vallarla. Pero tiene algo horriblemente fascinante. Es como una herida truculenta: no puedes evitar levantar la venda. -Volvio de la ventana, cogio el abrigo, el sombrero y la bufanda del galan de noche y empezo a ponerselos. Mientras lo hacia me dijo, como de pasada-: Venga conmigo, si quiere. Si tiene tiempo.
Yo, en efecto, disponia de tiempo, porque mi lista del dia era ligera. Pero me habia acostado tarde la noche anterior y me habia levantado muy temprano, y notaba el peso de mi edad; no me apetecia realmente la idea de un paseo por el frio y mojado terreno del parque. Tampoco me parecio muy cortes que Caroline propusiera que dejasemos sola a su madre. Sin embargo, cuando mire en direccion a ella, la senora Ayres dijo:
– Oh, si, vaya usted, doctor. Me gustaria mucho tener una opinion masculina sobre la obra.
Despues de lo cual dificilmente podia decir que no. Caroline llamo de nuevo a Betty y la chica trajo mi ropa de abrigo. Atizamos el fuego de la chimenea y nos aseguramos de que la senora Ayres tenia todo lo que necesitaba. Al salir de la casa, para ganar tiempo saltamos directamente sobre el biombo de la salita para acceder a la puertaventana y bajar los escalones de piedra, y despues cruzamos el cesped del lado sur. La hierba humeda, que se nos adheria al calzado, me empapo al instante el dobladillo de los pantalones y oscurecio las medias de Caroline. Pasamos de puntillas por las zonas de cesped aun mas mojadas, cogidos torpemente de la mano, y nos separamos al llegar a la superficie mas seca de un sendero de grava que atravesaba el terreno desigual situado mas alla de la valla del jardin.
El viento era alli tan solido como una cortina de terciopelo; casi tuvimos que hacer esfuerzos para avanzar. Pero caminabamos a paso ligero, Caroline encabezaba la marcha, visiblemente contenta de haber salido de casa, y se movia con desenvoltura gracias a sus piernas largas y gruesas, y su zancada superaba con creces la mia. Llevaba las manos profundamente hundidas en los bolsillos y su abrigo, bien cenido por sus brazos, revelaba la turgencia de sus caderas y busto. El azote del viento le habia sonrosado las mejillas; el pelo, que ella habia recogido inexpertamente dentro de un sombrero de lana bastante feo, se le escapaba por los lados, y la fusta de las brisas le formaba mechones secos y alocados. Empero, no parecia en absoluto sin aliento. A diferencia de su madre, se habia desprendido rapidamente de los efectos posteriores del incendio, y en su rostro habian desaparecido los signos de cansancio que yo habia visto en el unos minutos antes. En conjunto, emanaba un aire de salud y de fortaleza; como si no pudiera evitar ser robusta, pense, con un asomo de admiracion, de igual manera que una mujer hermosa no podia evitar su belleza.
El placer que le producia el paseo era contagioso. Empece a entrar en calor y finalmente a disfrutar de las rafagas de aire vigorizante, frio. Era tambien una novedad recorrer el parque a pie, en vez de cruzarlo en coche, pues el terreno que se veia desde la ventanilla como una intrincada marana uniforme de verdor era muy distinto visto de cerca: encontramos recodos de campanillas, animosamente encorvadas en la hierba agitada, y aqui y alla, donde la hierba raleaba, pequenos brotes coloreados y prietos de azafranes emergian de la tierra como avidos de aire y luz solar. Durante todo el paseo, sin embargo, veiamos mas alla, en el extremo mas lejano del parque, el boquete en el muro, y delante, la extension de tierra enfangada donde se movian seis o siete hombres con carretillas y palas. Y a medida que nos acercabamos y advertia mas detalles, empece a comprender la verdadera magnitud de la obra. El antiguo y encantador campo de las culebras habia desaparecido totalmente para siempre. En su lugar, una parcela de unos cien o mas metros de largo habia sido despojada de su cesped y allanada, y la aspera tierra cruda ya estaba dividida en secciones por estacas, canales y muros en construccion.
Caroline y yo nos acercamos a una de las zanjas. Todavia estaban en el proceso de rellenarla, y al apostarnos al borde vi consternado que los escombros que estaban utilizando para los cimientos de las casas nuevas eran sobre todo pedazos de piedra rojiza arrancados del muro demolido del parque.
– ?Que lastima! -dije, y Caroline contesto rapidamente:
– Lo se. Es horrible, ?verdad? Por supuesto, la gente tiene que tener viviendas, pero es como si se estuvieran tragando Hundreds…, solo para escupirlo despues entero en terroncitos repugnantes.
Su voz se torno mas grave al decir esto. El propio Maurice Babb estaba al borde de la obra, hablando con el capataz junto a la portezuela abierta de su coche. Nos vio llegar y, sin apresurarse, vino hacia nosotros. Era un hombre en la cincuentena, bajo y bastante fornido: propenso a la jactancia, pero inteligente; un buen empresario. Al igual que yo, procedia de la clase trabajadora y se habia abierto camino en la vida, y lo habia hecho sin la ayuda de nadie, como me recordo una o dos veces en el curso de los anos. Saludo a Caroline levantandose el sombrero. A mi me tendio la mano. A pesar del dia frio, su mano estaba caliente, y sus dedos regordetes, unidos y compactos, parecian salchichas a medio cocer.
– Sabia que vendria, senorita Ayres -dijo, afablemente-. Mis hombres decian que la lluvia la disuadiria, pero yo les he dicho que la senorita Ayres no es de las que se asustan por un poco de mal tiempo. Y aqui la tenemos. ?Ha venido a supervisarnos, como de costumbre? La senorita Ayres ha puesto en evidencia a mi capataz, doctor.
– Le creo -dije, sonriendo.
Caroline se ruborizo muy levemente. Mecidos por el viento, unos mechones le taparon los labios, y ella se los aparto para decir, no del todo verazmente:
– El doctor Faraday queria saber como les iba, senor Babb. Le he traido para que vea la obra.
– Bueno -respondio el-, ?encantado de ensenarsela! Sobre todo a un medico. Wilson, el inspector de sanidad, estuvo aqui la semana pasada. Dijo que nada superara a estos terrenos en materia de aire y desagues, y creo que usted estara de acuerdo. ?Ha visto el trazado? -Hizo un ademan con su brazo grueso y corto-. Aqui habra seis casas, despues un espacio vacio en la curva de la carretera, y otras seis mas alli. Dos viviendas por casa, adosadas. Ladrillo rojo, se habra fijado -senalo a nuestros pies los ladrillos cardenos, de aspecto brutal, fabricados por una maquina-, a juego con los del Hall. ?Una bonita propiedad! Vengan por aqui, si les apetece, y se lo muestro todo. Cuidado con esas cuerdas, senorita Ayres.