Las tres, a mi juicio, sobrellevaban la nueva situacion con una entereza asombrosa. Betty estaba acostumbrada a quinques y velas; se habia criado con ellos. Ahora tambien parecia aclimatada al Hall, como si los dramas recientes hubieran servido para asentar su puesto en la familia, aun cuando hubieran desalojado a Roderick del suyo. Caroline afirmaba que le gustaba la oscuridad y senalaba que, de todos modos, la casa no habia sido concebida para el uso de electricidad; decia que ahora vivian por fin como estaba previsto. No obstante, yo creia ver mas alla de la jactancia de estos comentarios, y me apenaba muchisimo ver tan desposeidas a ella y a su madre. Mis visitas se habian espaciado durante la ultima y peor parte de la enfermedad de Roderick, pero de nuevo visitaba el Hall una y hasta dos veces por semana, y con frecuencia llevaba pequenos obsequios de comestibles y carbon; a veces fingia que los regalos procedian de pacientes. La Navidad se acercaba; era siempre un dia algo dificil para mi, un hombre soltero. Aquel ano se hablo de que lo pasara en Banbury, como habia hecho en ocasiones, en casa de un antiguo colega y su familia. Pero entonces la senora Ayres dijo algo que me dio a entender que, como una cosa normal, esperaba que cenase con ellas en Hundreds; asi que, conmovido, me disculpe con mis amigos de Banbury y la senora Ayres, Caroline y yo degustamos una cena mortecina en la larga mesa de caoba del comedor expuesto a las corrientes de aire y nosotros mismos nos servimos la carne, ya que Betty, por una vez, paso un dia y una noche con sus padres.
Aqui se noto otro efecto de la ausencia de Roderick. Reunidos los tres, no creo que ninguno pudiera evitar recordar la ultima vez que habiamos compartido aquella mesa, pocas horas antes del incendio, cuando Rod proyecto sobre la cena una sombra tan desagradable y perturbadora. En otras palabras, creo que los tres tuvimos una culpable sensacion de alivio de que aquella sombra se hubiera disipado. Sin lugar a dudas, la madre y la hermana anoraban a Rod, y muy intensamente. Algunas veces, el Hall cobraba un aspecto terriblemente mudo e inanime, con sus tres unicas ocupantes silenciosas. Pero tambien, indudablemente, la vida era menos tensa. Y en el aspecto material, a pesar de la obsesion de Rod por la finca, el hecho de que el ya no estuviera alli para dirigirla, por increible que pareciese -y tal como recorde que Caroline habia predicho un dia-, no representaba un gran cambio. Las cosas avanzaban a trancas y barrancas. A lo sumo, trastabillaban algo menos. La propia Caroline pidio informes de bancos y corredores de bolsa para sustituir los papeles que habia devorado el fuego, y descubrio hasta que punto eran calamitosas las finanzas de la familia. Tuvo una larga y franca conversacion con su madre y las dos decidieron adoptar nuevas y penosas economias con la luz y el combustible. Caroline emprendio una implacable busqueda por la casa de cualquier cosa que pudiera venderse, y cuadros, libros y muebles que en el pasado habian sido sentimentalmente conservados, mientras se desprendian de objetos menos valiosos, fueron a parar a manos de anticuarios de Birmingham. Reanudo con el condado negociaciones quiza mas drasticas sobre la venta de terrenos del parque de Hundreds. Llegaron a un acuerdo el primero de ano, y solo dos o tres dias mas tarde, cuando entre en el parque por las verjas del oeste, vi desolado que el constructor, Babb, llegaba al lugar con un par de topografos y delimitaba ya el terreno con estacas. Poco despues comenzaron las excavaciones, y enseguida se tendieron las primeras tuberias y cimientos. De la noche a la manana, al parecer, demolieron una parte del muro divisorio, y desde la carretera que discurria al lado del boquete se podia contemplar directamente el Hall a traves del parque. Pense que la casa parecia en cierto modo mas remota y, sin embargo, extranamente mas vulnerable que cuando el muro estaba todavia intacto.
Era evidente que Caroline pensaba lo mismo.
– Madre y yo nos sentimos horriblemente visibles -recuerdo que me dijo un dia en que las visite, a mediados de enero-. Es como si estuvieramos continuamente en camison, como en una pesadilla. Pero en fin, nos hemos hecho a la idea. Vera, esta manana hemos recibido noticias del doctor Warren, y Rod no mejora; tengo la impresion de que al contrario. Lo cierto es que nadie sabe cuando estara en condiciones de volver a casa. El dinero de esta venta nos permite vivir holgadamente durante el resto del invierno, y para la primavera estara instalada la caneria de agua hasta la granja. Makins dice que eso lo cambiara todo.
Se froto los ojos con el pulpejo de la mano, arrugandose los parpados.
– No lo se. Es todo tan incierto. ?Y en cuanto a todo esto…!
Estabamos en la salita, aguardando a que bajara su madre, y senalo con un gesto de desesperanza e impotencia el escritorio de la senora Ayres, que Caroline usaba ahora para la correspondencia relacionada con la finca, y que estaba atiborrado de cartas y mapas.
– Le juro que estos papelotes son como la hiedra -dijo-. ?Trepan! De cada carta que envio al condado me piden dos copias. He empezado a sonar por
– Habla como su hermano -le adverti.
Ella parecio sobresaltarse.
– ?No diga eso! Aunque pobre Roddie. Ahora entiendo mejor por que estos asuntos le consumian tanto. Es como los juegos de azar, en que la apuesta siguiente siempre parece que te traera suerte. Pero escucheme. -Se remango el puno del sueter y me enseno el antebrazo desnudo-. Pellizqueme, por favor, si otra vez me pilla hablando como Roddie.
Extendi la mano hacia su muneca y, en lugar de pellizcarla, la agite suavemente, porque no habia carne suficiente para pellizcarla; su brazo, pecoso y moreno, era tan delgado como el de un nino, y en consecuencia la bella factura de su mano parecia mas ancha, pero singularmente mas femenina. Al sentir contra mi palma el suave roce del hueso de su muneca, cuando Caroline la retiro tuve una extrana y pequena punzada de ternura hacia ella. Capto mi mirada y sonrio, pero yo le sujete unos segundos las yemas de los dedos y dije, con seriedad:
– Tenga cuidado, Caroline, ?me oye? No se exceda trabajando. O permitame ayudarla.
Ella libero los dedos, cohibida, y se cruzo de brazos.
– Ya nos ayuda bastante con lo que hace. A decir verdad, estos ultimos meses no se como me las habria arreglado sin usted. Conoce todos nuestros secretos. Usted y Betty. ?Que idea mas curiosa! Aunque supongo que es su oficio conocer secretos; y el de ella tambien, en cierto modo.
– Soy su amigo, espero, no solo su medico -dije.
– Oh, claro que lo es -respondio, automaticamente. Luego se lo penso y lo repitio, con mayor afecto y conviccion-. Es mi amigo. Aunque Dios sabe
– Me gustan esas molestias -dije, esbozando una sonrisa.
– Le mantienen activo.
– Algunas, sin duda, son buenas para mi profesion. Otras me gustan por si mismas. Pero no es eso lo que me preocupa. Me preocupa usted.
Hice un ligero hincapie en el «usted» y ella se rio, pero de nuevo parecio sorprendida.
– Dios mio, ?por que? Estoy bien. Siempre estoy bien. Es lo «bueno» de mi…, ?no lo sabia?
– Umm -dije-. Esas palabras serian mas convincentes si cuando las dice no pareciera usted tan cansada. ?Por que no, al menos…?
Ella ladeo la cabeza.
– ?Por que no que?
Llevaba semanas pensando en abordar este tema con ella, pero nunca encontraba el momento oportuno. Lo aborde ahora, de golpe y porrazo:
– ?Por que no se consigue otro perro?
Cambio de expresion al instante, como si se retrajera. Miro a otro lado.
– No quiero.
– Estuve en Pease Hill Farm el lunes -continue-. Su labrador esta prenada, es una perra preciosa. -Al ver su renuencia, dije suavemente-: Nadie pensaria que quiere reemplazar a Gyp.
Pero ella movio la cabeza.
– No es eso. Es que… no seria seguro.
La mire asombrado.
– ?Seguro? ?Para quien, para usted? ?Para su madre? No deje que lo que sucedio con Gillian…
– No me refiero a eso -dijo. Y anadio, a reganadientes-: Me refiero al