perro.

– ?Al perro!

– Parezco una tonta, me figuro. -Miraba a otra parte-. Es solo que a veces no puedo evitar pensar en Roddie y en las cosas que dijo de esta casa. Le mandamos a esa clinica, ?no? Le mandamos alli porque era mas comodo que prestarle la debida atencion. ?Sabe que aquellas semanas casi llegue a odiarle? Pero… ?y si enfermo porque le odiabamos, o porque no le escuchabamos? ?Y si…?

Se habia bajado los punos del jersey, que casi le cubrieron los nudillos. Tiro de ellos mas todavia, nerviosa, y los palpo con los dedos hasta que los pulgares descubrieron un punto debil en la lana y la perforaron. Dijo, en voz baja:

– A veces esta casa me parece cambiada, ?sabe? No se si es solo la sensacion que ella me da o la que le doy yo a ella, o… -Capto mi mirada y se le mudo la voz-. Debe de pensar que estoy loca.

– Nunca la creeria loca -dije, al cabo de un segundo-. Pero entiendo que en su estado actual la casa y la granja la depriman.

– Me depriman -repitio, sin dejar de juguetear con los punos-. ?Usted cree que eso es todo?

– Lo se. Estoy seguro de que se sentira muy distinta cuando llegue la primavera y Roderick mejore y la finca recupere el equilibrio.

– ?Y cree realmente que vale la pena… perseverar con Hundreds?

La pregunta me sorprendio.

– ?Por supuesto! ?Usted no?

Ella no contesto; y un momento despues se abrio la puerta de la salita y su madre se reunio con nosotros y no pudimos seguir hablando. La senota Ayres entro tosiendo y Caroline y yo nos acercamos a ella para ayudarla a sentarse en su butaca. Ella me cogio del brazo y dijo:

– Gracias, estoy bien. De verdad. Pero he estado tumbada una hora, lo que es una insensatez en este momento, porque ahora siento los pulmones como si tuvieran dentro el fondo de un estanque de patos.

Volvio a toser contra su panuelo y luego se enjugo los ojos acuosos. Llevaba varios chales encima de los hombros y la cabeza envuelta en su mantilla de encaje. Tenia un aspecto palido y delicado, como una esbelta flor envainada: el estres de las semanas anteriores la habia envejecido, el incendio habia debilitado ligeramente sus pulmones y la debilidad habia ocasionado un brote de bronquitis invernal. Hasta la habia fatigado el breve trayecto que acababa de hacer por la fria casa. La tos remitio, pero la dejo jadeante. Dijo:

– ?Como esta usted, doctor? ?Le ha dicho Caroline que hemos tenido noticias del doctor Warren? -Sacudio la cabeza, con los labios cerrados-. Me temo que no son buenas.

– Si, lo lamento.

Los tres hablamos un rato al respecto y luego abordamos el otro tema triste del momento: la obra de construccion. Pero a la senora Ayres enseguida empezo a fallarle la voz y su hija y yo reanudamos la conversacion y la continuamos mas o menos por nuestra cuenta: ella nos escucho durante unos minutos, sentada en la butaca como frustrada por su propio silencio, y moviendo inquieta en el regazo las manos enjoyadas con anillos. Por ultimo, mientras seguiamos hablando, recogio sus chales, se dirigio al escritorio y empezo a revolver los documentos.

Caroline la siguio con la mirada.

– ?Que buscas, madre?

La senora Ayres examinaba el contenido de un sobre, como si no la hubiera oido.

– ?Que estupido es el condado! -Su voz era ahora como una telarana-. ?No dice el gobierno que escasea el papel?

– Si, ya lo se. Es una pesadez. ?Que estas buscando?

– Busco la ultima carta de tu tia Cissie. Quiero ensenarsela al doctor Faraday.

– Pues me temo que esa carta ya no esta ahi. -Caroline se levanto mientras hablaba-. Tuve que ponerla en otro sitio. Sientate y te la traigo.

Cruzo la salita hasta un armario, saco la carta de un compartimento y se la dio a su madre. La senora Ayres volvio con ella a su asiento, y uno de los chales se le resbalo y empezo a arrastrar su largo y nudoso fleco. Se lo puso bien un momento antes de abrir la hoja. Entonces descubrio que no encontraba sus gafas de lectura.

– Oh, santo Dios -susurro, cerrando los ojos-. ?Lo que faltaba!

Empezo a buscar a su alrededor. Caroline y yo la imitamos al cabo de un momento.

– Bueno, ?donde las dejaste la ultima vez? -pregunto Caroline, levantando un cojin.

– Las tenia aqui -respondio su madre-. Estoy segura. Las tenia en la mano cuando Betty ha traido esta manana la carta del doctor Warren. ?No las has tocado?

Caroline fruncio el ceno.

– Yo no las he visto.

– Pues alguien ha tenido que cambiarlas de sitio. Oh, disculpeme, doctor. Se que es un gran fastidio para usted.

Pasamos cinco minutos largos buscando por la habitacion, levantando papeles y abriendo cajones, mirando debajo de las sillas y por todas partes, pero no las encontramos. Finalmente Caroline llamo a Betty y -a pesar de las continuas protestas de su madre de que llamarla no serviria de nada, puesto que recordaba muy bien donde habia utilizado las gafas por ultima vez, y era alli mismo, en la salita- la mando a buscar en el piso de arriba.

Betty regreso casi de inmediato, tras haber encontrado las gafas en una de las almohadas de la cama del ama.

Las sostuvo en el aire, con aire de disculpa. La senora Ayres las miro un segundo y luego las cogio de la mano de Betty y giro la cabeza, con un gesto indignado.

– Esto es lo que significa ser vieja, Betty -dijo.

Caroline se rio. Su risa se me antojo algo forzada.

– ?No seas tonta, madre!

– No, en serio. No me extranaria acabar como la tia de mi padre, Dodo. Perdia tantas cosas que uno de sus hijos le regalo un monito indio. Ato un cesto a la espalda del animal y Dodo guardaba dentro las tijeras, los dedales y las cosas de la costura, y lo llevaba por la casa con una cinta.

– Bueno, seguro que si quisieras podrias encontrar un mono.

– Oh, estas cosas ya no son posibles hoy -dijo la senora Ayres, al ponerse las gafas-. Las prohibiria una sociedad u otra, o pondria objeciones el senor Gandhi. Probablemente los monos votan en la India ahora. Gracias, Betty.

La racha de resuellos ya habia pasado y su voz volvio a ser casi la misma. Abrio la hoja, encontro el pasaje que buscaba y lo leyo en voz alta. Resulto ser una serie de consejos que, transmitidos por su hermana, habia impartido un diputado conservador muy preocupado por la division de las fincas antiguas; y de hecho no hacia mas que confirmar lo que ya sabiamos, que solo habria multas y restricciones para los terratenientes mientras estuviese en el poder el actual gobierno, y lo mejor que podian hacer los hacendados era «sentarse muy tiesos y apretarse el cinturon» hasta las proximas elecciones.

– Si, bueno -dijo Caroline, cuando su madre hubo acabado-. Eso esta muy bien para los que tienen cinturon, pero ?y sini siquiera tienes una hebilla? Seria bastante justo que uno pudiera hacer con una finca una especie de bosque de La Bella Durmiente, a la espera de que aparezca dentro de unos pocos anos un gobierno conservador galante. Pero si tuvieramos que esperar sentadas en Hundreds, sin mover un dedo durante solo un ano mas, estariamos perdidas. Casi no me importaria que el condado quisiera comprarnos mas tierras. Si construyeran unas cincuenta viviendas mas, seguramente

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