– Bueno, yo diria que un poco de brandy negro no nos hara ningun dano.

Le puse la mano en la parte inferior de la espalda para alejarla de la fila de gente que iba y venia del bar. La sala se estaba llenando.

Empezamos a buscar una mesa libre. Pero enseguida me abordo otro colega: esta vez un especialista, que resulto ser el hombre a quien habia enviado mi informe sobre el eficaz tratamiento de la pierna de Rod. No podia eludirle, y el peroro durante diez o quince minutos porque queria mi opinion sobre un proceso terapeutico suyo. No se esforzo mucho en incluir a Caroline y yo la miraba continuamente mientras el hablaba: ella miraba alrededor de la sala, dando rapidos sorbos de su vaso de papel, cohibida. Pero tambien me miraba a mi de vez en cuando mientras el otro hablaba, como si me viera de una forma ligeramente distinta.

– Aqui es usted un personaje -me dijo, cuando finalmente se marcho el especialista.

– ?Ja! -Di un trago de ponche-. Un perfecto don nadie, se lo aseguro.

– Pues entonces los dos somos un cero a la izquierda. Es agradable este cambio, comparado con mi casa. En los ultimos tiempos, no puedo entrar en un pueblo sin pensar que todo el mundo me observa y piensa: «Ahi va la pobre senorita Ayres, del Hall…». Y ahora mire. -Habia vuelto la cabeza-. ?Ha llegado el gran rebano de enfermeras, tal como me las habia imaginado! Como polluelos ruborizados. ?Sabe?, durante la guerra pense en hacerme enfermera. Tanta gente me dijo que tenia madera que me desanime. Por alguna razon, no consegui tomarlo como un cumplido. Por eso me aliste en la marina. Y acabe cuidando a Roddie.

Al detectar en su voz un toque de nostalgia, dije:

– ?Echaba de menos la vida militar?

Ella asintio.

– Mucho, al principio. Servia para eso, ya ve. Es una confesion vergonzosa, ?verdad? Pero me gustaba todo el trasiego de los barcos. Me gustaba su rutina. Me gustaba que hubiera una sola manera de hacer las cosas, un solo tipo de media, un solo tipo de calzado, un unico modo de llevar el pelo. Iba a seguir en la marina al final de la guerra, navegar a Italia o a Singapur. Pero en cuanto volvi a Hundreds…

Un hombre y una chica que pasaron deprisa por su lado le dieron un empujon en el brazo, se derramo la bebida y Caroline se llevo el vaso a la boca para lamer las gotas con la lengua, y a continuacion guardo silencio. Un cantante se habia sumado a la orquesta y la musica era mas fuerte y alegre. La gente que, algo excitada, salia a la pista nos dificultaba la conversacion.

Alce la voz por encima de la musica y dije:

– Vamonos de aqui. ?Y si le busco a alguien que la saque a bailar? Ahi esta Andrews, el cirujano de la casa…

Ella me toco el brazo.

– Oh, de momento no me presente a nadie mas. No a un cirujano, sobre todo. Cada vez que me mire pensare que me esta sujetando para clavarme el cuchillo. Ademas, los hombres detestan bailar con mujeres altas. ?Y si bailamos usted y yo?

– Por supuesto. Si quiere -dije.

Apuramos las bebidas, depositamos los vasos y caminamos hacia la pista. Hubo un momento de embarazo cuando nos movimos juntos con los brazos levantados, tratando de superar la artificiosa postura para unirnos al grupo hostil de bailarines que se empujaban unos a otros. Caroline dijo:

– Aborrezco esta pieza. Es como si tuvieras que subirte a uno de esos ascensores sin puertas.

– Cierre los ojos, entonces -le respondi, y la conduje a lo largo de un quickstep.

Al cabo de un momento, los talones y los codos de otras parejas dejaron de estorbarnos y rozarnos; nos acoplamos al ritmo general y lo seguimos con fluidez.

Ella abrio los ojos, impresionada.

– Pero ?como demonios saldremos de aqui?

– No se preocupe por eso todavia.

– Tendremos que esperar a las piezas lentas… Usted, por cierto, no baila nada mal.

– Usted tampoco.

– Parece sorprendido. Me encanta bailar. Siempre me ha encantado. En la guerra bailaba como una loca. Era lo mejor de todo: los bailes. Cuando era joven bailaba con mi padre. Era tan alto que no importaba que yo tambien lo fuera. Me enseno todos los pasos. Con Rod era un desastre. Decia que le daba tirones, que era como si estuviera bailando con un chico. Espero no estar haciendo lo mismo con usted…

– En absoluto.

– ?Y no estoy hablando demasiado? Se que a algunos hombres no les gusta. Supongo que porque pierden el compas.

Le dije que podia hablar cuanto quisiera. Lo cierto es que me complacia mucho verla de tan buen humor y sentirla tan relajada, tan flexible y ductil en mis brazos. Mantuvimos una distancia ligeramente formal entre ambos, pero de vez en cuando la presion de la gente la estrechaba mas fuerte contra mi y notaba en el pecho el impacto de su busto pleno, el solido empuje de sus caderas. Al hacer un giro, la carne musculosa de su region lumbar se tensaba y se movia debajo de mi palma y mis dedos extendidos. Su mano en la mia estaba pegajosa por las gotas de ponche que se le habian vertido; en una ocasion volvio la cabeza para mirar al otro extremo de la pista de baile y capte el olor a brandy de su boca. Comprendi que estaba algo bebida. Quiza yo tambien estaba algo borracho. Pero senti una rafaga de ternura hacia ella, tan subita y tan simple que esboce una sonrisa.

Ella echo hacia atras la cabeza para verme la cara.

– ?Por que sonrie asi? Parece un bailarin en un concurso. ?Le han prendido un numero en la espalda?

Miro por encima de mi hombro, fingiendo que lo buscaba; de nuevo sus pechos se estamparon contra el mio. Entonces me hablo al oido.

– ?Ahi esta el doctor Seeley! ?Demos la vuelta para que pueda verle la pajarita y la flor en el ojal!

Di un giro y vi al doctor, corpulento y con barbita, bailando con su mujer. La pajarita era de lunares y la flor una especie de orquidea carnosa; Dios sabe de donde la habria sacado. Demasiado engominado, el flequillo le caia sobre la frente. Dije:

– Cree que es Oscar Wilde.

– ?Oscar Wilde! -se rio Caroline. Note su risa en mis brazos-. ?Ojala lo fuera! Cuando yo era joven las chicas le llamaban «el pulpo». Era terriblemente aficionado a ofrecerte su coche. Y por muchas manos que tuviera puestas en el volante, siempre parecia tener otra mas… Lleveme a donde no pueda vernos. Todavia tiene que contarme todo el cotilleo, no se olvide. Quedese en el borde de la pista…

– Oiga, ?quien lleva a quien? Empiezo a pensar que entiendo lo que queria decir Roderick cuando decia que usted le daba tirones.

– Quedese en el borde -dijo ella, riendose otra vez-, y mientras damos vueltas digame quien es quien, y quien ha matado a mas pacientes y que medicos se acuestan con que enfermeras, y todos los escandalos.

Asi que seguimos en la pista durante otras dos o tres canciones, e hice lo que pude para indicarle quienes eran las personalidades del hospital mas importantes, y contarle algunos chismorreos benignos; despues, la musica ataco un vals y empezaron a escasear los bailarines. Fuimos al bar en busca de mas ponche. La sala se estaba caldeando. Al alzar la vista, vi a David Graham, que acababa de llegar con Anne y venia a nuestro encuentro a traves de la gente. Recordando la ultima vez que se habian visto -cuando Graham habia ido a Hundreds para emitir una segunda opinion sobre Roderick, la vispera de que el abandonara la casa-, me incline hacia ella y le dije, lo mas bajo que pude sin que lo acallara la musica:

– Graham viene hacia aqui. ?No le importa saludarle?

Ella no miro, pero imprimio a su cabeza una pequena y tensa sacudida.

– No, no me importa. Ya imaginaba que estaria aqui.

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