Por un segundo pense que habia oido mal. Despues vi en su cara que no. El tambien vio mi expresion. Habia fruncido los labios, para expulsar un penacho de humo, pero se rio y el humo se hizo jirones.

– ?Oh, vamos! No es ningun secreto, ?no?, la cantidad de tiempo que dedica a esa familia. No me importa decirle que hay un pequeno debate local sobre en cual de las mujeres ha puesto los ojos: en la hija o la madre.

Lo dijo como si fuera un asunto divertidisimo; como si jocosamente me empujara a cometer una travesura ambiciosa, como un monitor que aplaude a un colegial por tener las agallas de espiar por la ventana a la enfermera del colegio.

Dije friamente:

– Menuda diversion para todos ustedes.

Pero el volvio a reirse.

– ?No se lo tome asi! Ya sabe como es la vida de un pueblo. Casi tan mala como la de un hospital. Todos somos unos puneteros presos; uno tiene que entretenerse como pueda. Personalmente no se por que no se lanza. Puedo asegurarle que la senora Ayres fue una mujer guapa en su epoca. Pero si yo fuera usted, me decidiria por Caroline…, simplemente, le dire, porque a ella le quedan muchos anos buenos por delante.

Tal como las recuerdo ahora, sus palabras me parecen tan ofensivas que me asombra pensar que le permitiera pronunciarlas sin sentir el impulso de soltarle un punetazo en la cara roja, ebria y lasciva. Sin embargo, lo que mas me sorprendio en aquel momento fue aquel deje de condescendencia. Senti que me tomaba por un zopenco, y pense que pegarle solo habria servido para darle la satisfaccion de comprobar que, en el fondo, yo era lo que el suponia que era: una especie de majadero pueblerino. Asi que me quede en tension y no dije nada, con ganas de taparle la boca pero sin saber muy bien como. Vio mi confusion y me asesto un codazo.

– Le he dado que pensar, ?eh? Bueno, ?lancese esta noche, amigo mio! -Senalo con un gesto la pista de baile-. Antes de que se le adelante ese imbecil de gafas con montura de carey. Al fin y al cabo, hay un largo y oscuro camino de regreso a Hundreds.

Por fin desperte.

– Creo que veo a su mujer -dije, senalando hacia la gente por encima de su hombro.

El parpadeo y se volvio, y yo me aleje por una ruta tortuosa y obstruida por mesas y sillas. Me dirigi hacia la puerta, con intencion de respirar durante unos minutos el frio aire de la noche. Pero en el camino pase cerca de la mesa que habia compartido con los Graham, y la pareja de Stratford, que me vio pasar con una expresion tan absorta, naturalmente penso que no encontraba el camino de regreso a mi silla, y me llamaron. Parecian tan contentos de que hubiera vuelto -la mujer caminaba con ayuda de un baston y no podia bailar- que no tuve animos para pasar de largo y me sente a su mesa y me quede charlando con ellos durante el resto de la velada. No tengo ni idea de lo que hablamos. Tan trastornado estaba por lo que me habia dicho Seeley, y de formas tan diversas, que apenas era capaz de poner orden en mis pensamientos.

De pronto me parecio increible haber invitado a Caroline al baile sin considerar lo que pensaria la gente. Supongo que me habia acostumbrado a la idea de hacerle compania en el aislamiento de Hundreds; y si alguna que otra vez habia sentido algo por ella…, bueno, era una de esas cosas que depara la simple proximidad entre un hombre y una mujer: como cerillas que chispean cuando estan apretujadas en su caja. ?Pensar que todo aquel tiempo la gente nos habia estado observando, haciendo cabalas…, frotandose las manos! En cierto modo hacia que me sintiera ridiculizado; que me sintiera expuesto. Lamento decir que una parte de mi disgusto era la mera verguenza, una basica renuencia masculina a que vincularan mi nombre romanticamente con el de una chica notoriamente fea. Una parte era verguenza, al descubrir este hecho. Otra, contradictoria, tambien era orgullo, porque, si me apetecia, ?por que demonios no iba yo, me preguntaba, a llevar a Caroline Ayres a una fiesta? ?Por que demonios no iba yo a bailar con la hija del hacendado, si ella queria bailar conmigo?

Y mezclado con todo esto habia, con respecto a Caroline, una especie de nervioso sentido de propiedad que parecia haber surgido de la nada. Recorde la sonrisita de Seeley cuando la observaba moverse por la pista. «Sabe que tiene caderas, y sabe usarlas… Supongo que la habra visto montar a caballo.» Deberia haberle atizado cuando tuve la ocasion, pense enfurecido. Sin duda le habria golpeado ahora, si hubiera venido a decirme lo mismo. Incluso le busque con la mirada por la sala, con la idea descabellada de ir a su encuentro… No le vi. No estaba bailando ni estaba mirando. Tampoco vi a Caroline ni al chico con gafas de carey. Aquello empezo a molestarme. Segui hablando educadamente con la pareja de Stratford y compartiendo con ellos tabaco y vino. No obstante, mientras hablabamos mis ojos debian de mirar a todas partes. El baile me parecia absurdo ahora, y los bailarines lunaticos gesticulantes. Lo unico que queria era que Caroline surgiera de la multitud acalorada y convulsa para ponerle el abrigo y llevarla a su casa.

Por ultimo, justo despues de la una, cuando la musica se habia terminado y las luces se habian encendido, reaparecio en la mesa. Vino con Brenda, las dos recien salidas de la pista, con los ojos y la boca borrosos. Se quedo a medio metro de mi, bostezando, y se tiro del corpino del vestido para despegarlo de la piel humeda de debajo, descubriendo en la axila un ribete del tirante del sujetador; se le vio la propia axila, un hueco musculoso sombreado por un vello fino y ligeramente veteado de talco. Y aunque yo habia deseado que volviera, cuando nuestras miradas se cruzaron y ella me sonrio, senti, inexplicablemente, una punzada de algo que casi era colera, y tuve que mirar a otro lado. Con bastante sequedad, le dije que iria a recoger nuestras cosas del guardarropa, y ella y Brenda se fueron otra vez a los lavabos de senoras. Cuando volvieron, todavia bostezando, me alivio comprobar que se habia arreglado el pelo y acicalado la cara con una mascara limpia y convencional de polvos y pintura de labios.

– ?Dios, estaba hecha una facha! -dijo, cuando la ayudaba a ponerse el abrigo. Miro alrededor de la sala y hacia arriba, a las vigas con las banderitas, que habian mostrado sus deslucidos colores de la victoria en la guerra-. Un poco como este sitio. ?No es horrible que desaparezca el encanto en cuanto encienden las luces? Aun asi, ojala no tuvieramos que irnos… Habia una chica llorando en los servicios. Supongo que le habra roto el corazon alguno de los suyos, un medico asqueroso.

Sin mirarla a los ojos, le senale el abrigo, que ella no habia abotonado.

– Deberia abrigarse. Fuera hara mucho frio. ?No ha traido bufanda?

– Se me ha olvidado.

– Pues cierrese las solapas, ?quiere?

Se cino el abrigo con una mano y deslizo la otra a traves de mi brazo. Lo hizo con ligereza, pero habria preferido que no lo hubiera hecho. Nos despedimos de los Graham, de la pareja de Stratford y de la rubia y ramplona Brenda, y me senti terriblemente cohibido, imaginando que veia regocijo en todas las miradas, y suponiendo lo que estarian pensando al vernos salir juntos para el -como habia dicho Seeley- «largo y oscuro camino de regreso a Hundreds». Entonces recorde lo que habia dicho Anne Graham riendose cuando le pregunte por Caroline: que esta tendria que «acostumbrarse a que la abandonaran», como si pronto fuera a convertirse en la esposa de un medico… Lo cual me cohibio aun mas. Despues de darles las buenas noches, al cruzar la sala vacia me las arregle para que Caroline caminara delante y nuestros brazos no estuvieran enlazados.

En el aparcamiento, el suelo estaba tan helado y el frio, instantaneamente, era tan cortante que ella volvio a agarrarme.

– Le he advertido que se helaria -dije.

– O eso o me rompo una pierna -respondio ella-. No olvide que llevo tacones. ?Oh, socorro!

Trastabillo, riendose, y me agarro del brazo con las dos manos, para aproximarse aun mas.

El gesto me irrito. Ella habia bebido brandy al principio de la fiesta y despues un par de vasos de vino, y yo me habia alegrado -segun mi modo de verlo entonces- de que se desfogase. Si bien, en los primeros bailes, habia estado realmente descocada y achispada en mis brazos, ahora me parecia que en su aturdimiento habia algo ligeramente forzado. Repitio: «?Oh, que pena que tengamos que marcharnos!», pero lo dijo con excesiva vehemencia. Era como si quisiera de la noche algo mas de lo que le habia dado y estuviese

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