dudara. La escalera del fondo estaba debilmente iluminada, pero durante un segundo, despues de haber apagado yo la llama, nos quedamos mas a oscuras de lo que habiamos estado en la tiniebla absoluta. Cuando mis ojos se habituaron, vi que ella tenia la cara vuelta hacia la mia, pero con la vista gacha. Dijo, en voz baja y despacio:

– He sido una estupida, antes. Y ademas la noche habia sido muy agradable. Me han gustado nuestros bailes.

Alzo los ojos y, quiza iba a anadir algo, no lo se. En aquel momento la escalera se ilumino como debia y ella se apresuro a decir:

– Es Betty, que baja a buscarme. Tengo que irme.

Se inclino y me beso en la mejilla, al principio pudicamente; despues, como la comisura de su boca coincidio con la comisura de la mia, levanto una mano hasta mi sien y torpemente me atrajo la cara. Durante solo un segundo, cuando nuestros labios se juntaron, senti que una especie de temblor le recorria las facciones, que la boca le temblaba y que cerraba muy fuerte los ojos. Despues se alejo de mi.

Entro en la casa como si se colara entre una desgarradura de la noche que inmediatamente volvio a cerrarse tras ella. Oi girar su llave en la cerradura y capte el sonido cada vez mas tenue de sus tacones contra la desnuda escalera de piedra. Y por alguna razon la ausencia de Caroline me impulso a desearla, clara y fisicamente, mas que su anterior cercania: me acerque a la puerta y me apoye en ella, frustrado, ansioso de que volviera. Pero no volvio. La casa silenciosa me estaba vedada, el jardin intrincado estaba silencioso. Espere un minuto y luego otro; despues, lentamente, regrese al coche a traves de la oscuridad casi impenetrable.

Capitulo 9

No volvi a verla durante mas de una semana; estaba muy atareado. Y, para ser sincero, agradecia esa dilacion. Pense que eso me daba la oportunidad de clarificar mis sentimientos; de recuperarme de los errores cometidos esa noche; de decirme que, al fin y al cabo, no habia ocurrido gran cosa entre nosotros; de culpar de todo ello a la bebida, la oscuridad y el atolondramiento causado por el baile. Vi a Graham el lunes y me cuide de mencionar el nombre de Caroline, diciendole que se habia quedado dormida en el viaje de regreso desde Leamington y que habia dormido «como una nina» en el coche hasta que llegamos a la verja de Hundreds; y despues cambie de tema. Como creo que ya he dicho, no soy un hombre de natural mentiroso. En la vida de mis pacientes he visto muchisimas de las complicaciones a las que conducen las mentiras. Pero en este caso considere que mas valia tratar de poner fin tajantemente a cualquier conjetura relacionada con Caroline y conmigo; lo pense tanto por el bien de ella como por el mio. Confiaba en encontrarme con Seeley. Planeaba pedirle osadamente que hiciera todo lo que estuviese en su mano para acallar los rumores de los que me habia hablado y que daban a entender que yo estaba sentimentalmente interesado en alguna de las dos mujeres Ayres. Despues hasta empece a preguntarme si realmente habria habido rumores. ?No podria haber sido simplemente una maldad por parte de un Seeley achispado? Decidi que quiza si, y cuando por fin nos cruzamos no mencione el baile ni el tampoco lo hizo.

No obstante, a medida que discurria la semana de trabajo pensaba en Caroline a menudo. Las heladas depararon nuevas lluvias, pero sabia que la lluvia rara vez la disuadia de salir a pasear: una vez que tome el atajo por el parque cai en la cuenta de que la estaba buscando. Tambien lo hice por las carreteras que circundaban Lidcote y era consciente de que no verla me producia cierta decepcion. Y, sin embargo, cuando surgio, no aproveche la ocasion de dejarme caer por el Hall… Comprendi, casi con sorpresa, que estaba nervioso. Varias veces descolgue el telefono con idea de llamarla; siempre colgue el auricular sin hacerlo. Pronto mi tardanza empezo a parecer anormal. Se me ocurrio pensar que su madre quiza considerase extrano que yo me mantuviera alejado. Y fue la perspectiva de despertar inadvertidamente las sospechas de la senora Ayres, asi como todo lo demas, lo que al final me movio a visitarlas, porque descubri que casi las temia.

Fui al Hall una tarde de miercoles, en una hora libre entre un caso y otro. No habia nadie en la casa, exceptuando a Betty, que alegremente, con la radio encendida, limpiaba objetos de laton en la mesa de la cocina. Me dijo que Caroline y su madre estaban en alguna parte de los jardines, y tras una breve busqueda las encontre haciendo un agradable recorrido por los cespedes. Estaban inspeccionando los efectos de los recientes aguaceros torrenciales sobre los arriates ya maltrechos. La senora Ayres estaba bien abrigada de la humedad y el frio, pero parecia mucho mejor que la ultima vez que la habia visto. Me vio antes de que me viera su hija y cruzo la hierba para recibirme, sonriendo. Caroline, como cohibida, se agacho para recoger del suelo una ramita de lustrosas hojas pardas. Cuando se incorporo siguio a su madre y me miro sin ruborizarse, y una de las primeras cosas que me dijo fue:

– ?Asi que ya se ha recuperado de los bailes? Los pies me estuvieron matando la semana pasada. ?Deberias haber visto como castigamos el parque, madre! Estuvimos fantasticos, ?verdad, doctor?

Volvia a ser la hija del hacendado, con su tono ligero, intencionado, perfecto.

– Si -dije, y tuve que dar media vuelta, incapaz de mirarla, porque solo fue en aquel momento, al sentir la subita y virulenta caida o erupcion de algo en mi interior, cuando supe lo que ella significaba para mi.

Comprendi que todos mis razonamientos minuciosos de los diez dias anteriores eran una especie de farsa, de ceguera generada por mi propio corazon trastornado. Ella misma habia producido el trastorno, habia provocado una nebulosa conmocion entre nosotros, y la idea de que ahora pudiera contener aquellas emociones -sellarlas como, por ejemplo, habia reprimido su afliccion por la perdida de Gyp- era muy dificil de sobrellevar.

La senora Ayres se habia separado de mi para examinar otro parterre. Fui hacia ella y le ofreci mi brazo y Caroline se le unio por el otro lado, y los tres pasamos lentamente de un cesped a otro, Caroline agachandose cada cierto tiempo para arrancar la parte mala de las plantas maltratadas, o para hundir de nuevo en el suelo a las menos lastimadas. No se si me miro en algun momento. Cuando yo la mire ella miraba hacia delante o hacia abajo, por lo que vi sobre todo su perfil mas bien aplanado, y como la senora Ayres caminaba entre los dos, su cara me tapaba parcialmente o me ocultaba por completo la de Caroline. Recuerdo que hablaron largo y tendido de los jardines. Las lluvias habian derribado una cerca y estaban discutiendo si habia que reponerla o no. Tambien se habia roto una jardinera ornamental, y hubo que trasplantar a otro sitio el gran arbusto de romero que albergaba. La jardinera era antigua y la habian traido de Italia, para completar una pareja, los bisabuelos del coronel. ?Opinaba yo que podria repararse? Nos paramos a contemplar el aire triste del recipiente, con su fondo mellado y perforado, que dejaba al descubierto una masa de raices enredadas. Caroline se acuclillo a su lado y empujo con la mano las raices. «Casi parece que va a saltar», dijo, con los ojos fijos en el romero de arriba. La senora Ayres tambien se acerco, paso las manos enguantadas por las ramas verdes y plateadas, como si peinara mechones de pelo, y se llevo los dedos a la cara para aspirar su fragancia.

– Que delicia -dijo, extendiendo la mano para que yo tambien la oliera, y automaticamente incline la cabeza hacia sus dedos y sonrei; aunque lo unico que alcance a oler, recuerdo, fue el aroma acre de sus guantes humedos de gamuza.

Mi pensamiento estaba concentrado en Caroline. La vi azuzar otra vez las plantas y luego incorporarse y lavarse las manos. La vi ajustarse el cinturon del abrigo, la vi frotarse suavemente un pie contra el otro para despegar del tacon un terron de tierra. La vi hacer todo esto sin mirarme siquiera una vez, como si tuviera un ojo nuevo y secreto que ella misma habia creado y que ahora, con su indiferencia, se propusiera hacer dano, igual que una pestana que se ha desprendido.

La senora Ayres nos llevo al cesped del oeste. Queria inspeccionar la fachada de ese lado, porque Barrett le habia dicho que uno de los bajantes podria estar obstruido y causar goteras. Efectivamente, cuando nos volvimos para mirar atras vimos la gran mancha irregular por donde el agua salia de una juntura en la caneria. La mancha estaba justo encima del techo del salon y se perdia en la grieta entre el ladrillo y el plomo, en donde la mitad exterior de la habitacion sobresalia de la fachada trasera, plana, de la casa.

Вы читаете El ocupante
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ОБРАНЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату