excluia a ella, pero que naturalmente suponia que ibamos a aclararle de inmediato. Como no aclaramos nada -nos quedamos parados, sonrojados e incomodos-, su expresion cambio. Fue como una luz que se desplaza velozmente por un paisaje: la interrogacion dio paso a un subito centelleo de comprension atonita, que rapidamente se transformo en una tensa sonrisa de autocritica.
Se volvio hacia la mesa a su lado y extendio la mano como si buscara algo, absorta, y luego se puso de pie.
– Creo que hoy he estado un poco pesada -dijo, envolviendose en sus chales.
Yo dije, nervioso:
– ?Por Dios, usted nunca lo es!
Ella no me miro. Miro a Caroline.
– ?Por que no acompanas al doctor Faraday al coche?
Caroline se rio.
– Creo que, a estas alturas, el doctor es capaz de encontrarlo solo.
– ?Pues claro que si! -dije-. No se moleste.
– No -dijo la senora Ayres-, soy yo la que ha causado molestias. Ahora lo veo. Parloteando… Doctor, quitese el abrigo y quedese un rato mas. No se vaya corriendo por mi culpa. Tengo cosas que hacer arriba.
– Oh, madre -dijo Caroline-. Por favor. ?Que mosca te ha picado? El doctor Faraday tiene que visitar a unos pacientes.
La senora Ayres seguia recogiendo sus cosas. Dijo, como si Caroline no hubiera hablado:
– Tengo la impresion de que vosotros dos teneis mucho de que hablar.
– No -dijo Caroline-. ?Te lo aseguro! De nada en absoluto.
– Tengo que irme, de verdad -dije.
– Bueno, Caroline le acompanara.
Caroline volvio a reirse, endureciendo la voz.
– ?No, Caroline no le acompanara! Perdone, doctor. ?Esto es un disparate! Y todo por un boton. Ojala fuera usted mas diestro con la aguja. Ahora madre no me dejara en paz… Madre, vuelve a sentarte. Pienses lo que pienses, te equivocas. No hace falta que salgas de la habitacion. Yo tambien me voy arriba.
– Por favor, no se vaya -dije rapidamente, alargando la mano hacia ella; y el tono sentimental que broto de mi voz y de mi impulso debieron de ser mas que suficientes para delatarnos.
Ella ya habia empezado a cruzar resueltamente la salita; ahora hizo un gesto casi de impaciencia…, moviendo hacia mi la cabeza. Y un momento despues se habia ido.
Vi como la puerta se cerraba tras ella y me volvi hacia la senora Ayres.
– ?Es un disparate? -me pregunto.
Dije, desamparado:
– No lo se.
Ella respiro y hundio los hombros al expulsar el aire. Volvio a su butaca, se sento pesadamente y me indico que me sentara en la mia. Me sente en el borde, con el abrigo puesto y el sombrero y la bufanda en la mano. No dijimos nada durante un momento. Vi que ella recapitulaba. Cuando por fin hablo, su voz tenia una falsa vivacidad, como un metal mate, excesivamente abrillantado.
– ?Naturalmente, muchas veces he pensado en que usted y Caroline formen una pareja! -dijo-. Creo que lo pense el primer dia que vino usted aqui. Existe la diferencia de edad, pero eso no significa nada para un hombre, y Caroline es una chica demasiado sensata para preocuparse por ese tipo de consideraciones… Pero usted y ella parecian ser solo buenos amigos.
– Lo seguimos siendo, espero -dije.
– Y algo mas que amigos, evidentemente. -Miro a la puerta y fruncio el ceno, perpleja-. ?Que reservada es! No me habria dicho nada, ?sabe? ?Y soy su madre!
– Es que apenas hay nada que decir.
– Oh, pero estas cosas no son de las que se hacen paulatinamente. Uno cruza la puerta, por asi decirlo. En este caso, no preguntare cuando la cruzaron.
Me removi, incomodo.
– En realidad, hace muy poco.
– Caroline es mayor de edad, por supuesto. Y siempre ha sabido lo que quiere. Pero, muerto su padre y con su hermano tan enfermo, supongo que yo deberia preguntarle algo a usted. Cuales son sus intenciones y esas cosas. ?Que eduardiano suena esto! No se hara ilusiones sobre nuestra economia; lo cual es una bendicion.
Otra vez cambie de postura.
– Oiga, vera, esto es un poco penoso. Seria mejor que usted hablase con Caroline. No puedo hablar por ella.
Ella se rio, sin sonreir.
– No, no le recomendaria que lo intente.
– Si le digo la verdad, preferiria que dejasemos este asunto. Creame, tengo que irme.
Ella bajo la cabeza.
– Por supuesto, como quiera.
Pero luche contra mis sentimientos durante un rato mas, azorado por el sesgo que habia tomado mi visita, entristecido de que aquello -que aun se me antojaba que habia surgido mas o menos de la nada- hubiera establecido una distancia obvia entre nosotros. Por fin me levante, bruscamente. Me acerque a su butaca y ella echo hacia atras la cabeza para mirarme, y me asombro y alarmo ver que a sus ojos asomaban las lagrimas. La piel en torno a ellos parecia haberse oscurecido y ablandado, y adverti que tenia el pelo -por una vez, sin su panuelo de seda o mantilla- veteado de gris.
La vivacidad artificial tambien se habia esfumado. Dijo, con un filo de autocompasion burlona:
– Oh, ?que va a ser de mi, doctor? Mi mundo se vuelve tan pequeno como un alfiler. ?No me abandonaran del todo, usted y Caroline?
– ?Abandonarla? -Retrocedi, meneando la cabeza, intentando quitarle la idea de la cabeza. Pero mi tono sono en mis oidos tan falso como el suyo unos minutos antes-. Todo esto es absurdamente precipitado. Nada ha cambiado. Nada ha cambiado y nadie va a abandonarla. Se lo prometo.
Y la deje y, bastante confundido, recorri el pasillo, mas trastornado que nunca por el giro de los acontecimientos y por la rapidez con que, en tan poco tiempo, las cosas parecian haber dado un salto hacia delante. Creo que ni siquiera pense en buscar a Caroline. Me limite a caminar hacia la puerta, poniendome sobre la marcha el sombrero y la bufanda.
Pero al cruzar el vestibulo me alerto algun sonido o movimiento: mire hacia lo alto de la escalera y la vi alli, en el primer rellano, justo detras de la curva de la barandilla. La boveda de cristal iluminaba su figura y su pelo castano casi parecia rubio a la luz suave y dulce, pero tenia la cara en la sombra.
Me descubri de nuevo y me acerque al pie de la escalera. Como ella no bajo, la llame en voz baja.
– ?Caroline! Lo siento mucho, no puedo quedarme. Hable con su madre, ?quiere? Se… se le ha metido en la cabeza que estamos a punto de fugarnos o algo asi.
Ella no contesto. Aguarde y luego anadi en voz mas baja:
– No vamos a fugarnos, ?verdad?
Ella se agarro con la mano a una de las balaustradas y sacudio ligeramente la cabeza.
– Dos personas sensatas como nosotros -murmuro-. Parece improbable, ?no?