Mozart que la senora Ayres habia visto por primera vez en su luna de miel, en 1912.

– ?Vaya, recuerdo el vestido que llevaba! -dijo, dejando el disco en su regazo para sumergirse dulcemente en el recuerdo-. Uno de chiffon azul, de mangas con volantes. Cissie y yo discutimos sobre cual de las dos se lo pondria. Te sentias como si flotaras llevando un vestido asi. Bueno, con dieciocho anos flotas, o nosotras lo haciamos en aquel entonces, eramos unas ninas… Y tu padre, con su traje de etiqueta…, ?y caminaba con un baston! Se habia torcido el tobillo. Simplemente torcido al desmontar de un caballo, pero uso el baston durante quince dias. Creo que lo consideraba elegante. Era un nino, tambien: solo tenia veintidos anos, era mas joven que Roderick ahora…

Obviamente le apenaba pensar en Roderick, una evocacion surgida entre los demas recuerdos, y su expresion era tan nostalgica que, tras observarla un momento, Caroline le quito con suavidad el disco de las manos, abrio el gramofono y levanto la aguja. El disco era viejo y la aguja pedia a gritos que la cambiaran: al principio lo unico que oyeron fue el silbido y la crepitacion del acetato. A continuacion, ligeramente caotico, se oyo el estruendo de la orquesta. La voz de la cantante parecia luchar contra ella, hasta que al final la soprano se elevo, pura «como una criatura fragil, encantadora», me dijo Caroline mas tarde, «que se libera de espinas».

Debio de ser un momento extranamente conmovedor. La lluvia volvio a ensombrecer el dia y el salon estaba sumido en penumbras. El fuego y el ronroneo de los calentadores arrojaban una luz casi romantica, y durante un par de minutos el salon -a pesar del techo abultado y del papel que colgaba de sus paredes- parecio llenarse de encanto. La senora Ayres sonrio, de nuevo con la mirada ausente, moviendo la mano y levantando y bajando los dedos al compas de las ondas musicales. Hasta Betty y la senora Bazeley estaban sobrecogidas. Siguieron trabajando por la habitacion, pero tan sigilosamente como los artistas de una pantomima, y sin hacer ruido desenrollaban esteras sobre las ultimas franjas de alfombra que aun no estaban cubiertas y descolgaban con suavidad espejos de las paredes.

El aria se acercaba a su fin. La aguja del gramofono se encallo en un surco y emitio un aspero chasquido repetitivo. Caroline se levanto a retirarla, y en el silencio que siguio resurgio el goteo regular del agua que caia del techo estropeado en los cubos y barrenos. Vio que su madre miraba hacia arriba pestaneando, como si despertara de un sueno; y para disipar la melancolia puso otro disco, una antigua y dinamica cancion de music-hall que ella y Roderick ponian para desfilar cuando eran ninos.

– «?Que buena estrella la de la chica con un novio soldado!» -canturreo-. «?Os ha ocurrido, chicas?»

La senora Bazeley y Betty, aliviadas, empezaron a moverse con mas libertad, acelerando el ritmo del trabajo para adaptarse al fragmento musical.

– Esa cancion si que es bonita -dijo la senora Bazeley, con un gesto de aprobacion.

– ?Le gusta? -grito Caroline-. ?A mi tambien! ?No me dira que oyo cantarla a Vesta Tilley en su luna de miel!

– ?Luna de miel, senorita? -La senora Bazeley adelanto la barbilla-. ?No tuve ninguna! Solo una noche en Evesham, en casa de mi hermana. Ella y su marido durmieron con los ninos, para dejarnos la habitacion a nosotros. Despues nos fuimos directamente a casa de mi suegra, donde nunca tuvimos ni siquiera una cama propia… durante nueve anos, hasta que murio la pobre anciana.

– ?Valgame Dios! -dijo Caroline-. Pobre senora Bazeley.

– Oh, a el nunca le importo. Tenia una botella de ron al lado de la cama y un tarro de melaza negra; le daba a su madre una cucharada todas las noches y ella dormia como una muerta. Se buena chica, Betty, pasanos esa vieja caja de hojalata.

Caroline se rio y, todavia sonriente, miro como Betty le pasaba la caja a la senora Bazeley. Contenia una serie de estrechos sacos de arena, que se utilizaban en la casa para evitar las corrientes y que la familia denominaba «culebras»: Caroline los conocia muy bien desde la infancia, y observo con un toque de nostalgia como la senora Bazeley se acercaba a las ventanas y empezaba a colocarlos en los alfeizares y en las rendijas entre los marcos. Finalmente incluso fue a la caja en busca de un saco sobrante y se lo llevo a la pila de discos, para manosearlo mientras examinaba los papeles y las placas que quedaban.

Caroline tuvo una vaga conciencia, en aquel momento, de que la senora Bazeley lanzaba una suave exclamacion de fastidio y llamaba a Betty para que le llevara agua y un trapo. Pero transcurrieron unos minutos hasta que se le ocurrio mirar de nuevo por la ventana. Cuando lo hizo, vio a las dos sirvientas arrodilladas una junto a otra, frunciendo el ceno por turnos y restregando con precaucion algun punto de los paneles de madera. Grito, con cierta indiferencia:

– ?Que es eso, senora Bazeley?

– No lo se muy bien, senorita -respondio la sirvienta-. Solo se me ocurre que es alguna marca que dejo la pobre nina cuando la mordieron.

A Caroline se le encogio el corazon. Comprendio que el hueco de la ventana que estaban mirando era donde Gillian Baker-Hyde se habia sentado cuando Gyp le lanzo una dentellada. El panel y las tablas del suelo habian quedado salpicados de sangre, aunque habian limpiado a conciencia toda aquella zona, asi como el sofa y la alfombra. Ahora supuso que alguna mancha habria pasado inadvertida.

Sin embargo, le intrigo algo en la voz o la actitud de la senora Bazeley. Dejo caer el saco de entre los dedos y fue a reunirse con ella en la ventana.

Su madre levanto la vista cuando Caroline se alejo.

– ?Que es, Caroline?

– No lo se. Nada, supongo.

La senora Bazeley y Betty retrocedieron para que ella lo viera. La marca que habian estado frotando no era una mancha, sino una serie de garabatos infantiles en la madera: un revoltijo de eses, en apariencia trazados con un lapiz y escritos al azar, y tosca o apresuradamente dibujados. Era algo asi:

S S SSSS

SS S

SSSSS

– ?Dios! -dijo Caroline, entre dientes-. ?Como si la nina no se hubiera conformado con atormentar a Gyp! -anadio, al captar la mirada de la senora Bazeley-: Lo siento. Fue espantoso lo que le sucedio, y daria cualquier cosa por que no hubiera ocurrido. Debia de tener un lapiz aquella noche. A no ser que cogiera uno nuestro. Me figuro que fue la hija de los Baker-Hyde, ?no? ?Le parece que las marcas son recientes?

Se movio ligeramente mientras hablaba: sus palabras habian atraido la atencion de su madre, que cruzo la habitacion y se coloco a su lado. Caroline penso que miraba los garabatos con una expresion extrana, a medias con una gran consternacion y a medias como si quisiera acercarse mas, pasar quiza los dedos por la madera.

La senora Bazeley retorcio el trapo mojado y empezo a restregar de nuevo las letras.

– No se lo que parecen, senorita -dijo, resoplando mientras frotaba-. ?Se que es mas dificil de lo normal borrarlas! Pero no estaban aqui cuando limpiamos el salon dias antes de la fiesta, ?verdad, Betty?

Betty miro con nerviosismo a Caroline.

– Creo que no, senorita.

– Se que no estaban -dijo la senora Bazeley-. Porque yo misma me ocupe de la pintura, centimetro a centimetro, mientras Betty limpiaba las alfombras.

– Bueno, entonces debio de ser la nina -dijo Caroline-. Fue una travesura; una gran travesura, por cierto. Hagan lo que puedan para borrarlo, por favor.

– ?Lo estoy intentando! -dijo la senora Bazeley, indignada-. Pero voy a decirle algo. Si esto es de lapiz, yo soy el rey Jorge. Esta pegado, eso es lo que esta.

– ?Pegado? ?No es tinta ni lapiz de color?

Вы читаете El ocupante
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ОБРАНЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату