– ?Que es, madre? ?Que estas mirando? ?Que ves?

La senora Ayres meneo la cabeza y no contesto. Entonces Caroline se levanto y cruzo con cautela el dormitorio hasta el vestidor. Mas tarde me dijo que no sabia si lo que mas temia era la perspectiva de descubrir algo horrible en el cuartito o la posibilidad -que en aquel momento, debido al comportamiento de su madre, parecia muy grande- de que no hubiese nada anomalo dentro. De hecho, lo unico que vio al principio fue un revoltijo de cajas que obviamente su madre habia sacado de su lugar habitual con intencion de quitarles el hollin que se habia acumulado sobre ellas. Despues le llamo la atencion lo que en la penumbra creyo que era una mancha mas espesa de hollin en la parte inferior de una pared que al retirar las cajas habia quedado al descubierto. Se acerco y, a medida que sus ojos se acostumbraban a la luz, la mancha resulto ser un conjunto de oscuras letras tiznadas y escritas por una mano infantil, exactamente iguales que las que poco antes habia visto en el piso de abajo:

SSU SS SU

SSU

SSUCKY

SUCKeY

Al principio le sorprendio la edad de las marcas. Evidentemente, eran mas antiguas de lo que nadie habia pensado hasta entonces, y no debia de haberlas hecho la pobre Gillian Baker-Hyde, sino algun otro nino, anos antes. ?Las habria hecho ella misma? ?O Roderick? Penso en unos primos, en amigos de la familia… Y luego, con un pequeno y extrano vuelco del corazon, miro otra vez lo que estaba escrito y comprendio de pronto las lagrimas de su madre. Para su propio asombro, se ruborizo. Tuvo que quedarse unos minutos en el cuartito en penumbra para que el sonrojo disminuyera.

– Bueno -dijo, cuando finalmente se reunio con su madre-, al menos ahora sabemos seguro que no fue la hija de los Baker-Hyde.

La senora Ayres respondio simplemente:

– Nunca he pensado que fuera ella.

Caroline se puso a su lado.

– Perdona, madre.

– ?Que tengo que perdonarte, carino?

– No lo se.

– Entonces no lo digas. -La senora Ayres suspiro-. Como le gusta a esta casa sorprendernos, ?verdad? Como si conociese nuestras debilidades y las tantease una por una… ?Dios, que cansada estoy!

Hizo una bola con el panuelo y se lo apreto contra la frente, cerrando fuerte los ojos.

– ?Quieres que haga algo, que te traiga algo? -pregunto Caroline-. ?Por que no te acuestas un rato?

– Me siento cansada incluso en la cama.

– Pues quedate en la butaca y duerme. Voy a encender el fuego.

– Otra vez como una anciana -rezongo la senora Ayres.

Pero cansinamente se acomodo en la butaca mientras Caroline se ocupaba del fuego; y cuando prendieron las llamas, su madre ya habia reclinado la cabeza y parecia que dormitaba. Caroline la miro un momento, admirada por las arrugas de la edad y la tristeza en su rostro, y de repente la vio -como cuando somos jovenes y hay ocasiones en que nos asombra ver a nuestros padres- como a un individuo, una persona con impulsos y experiencias de los que ella nada sabia, y con un pasado y una tristeza impenetrables…, y penso que lo unico que podia hacer por su madre en aquel momento era procurar que se sintiera mas comoda, y deambulo sigilosamente por la habitacion para correr parcialmente las cortinas, cerrar la puerta del vestidor y anadir una manta al chal extendido sobre las rodillas de la senora Ayres. Despues fue abajo. No menciono el incidente a Betty ni a la senora Bazeley, pero descubrio que deseaba compania y se invento un quehacer para estar con ellas en la cocina. Cuando mas tarde volvio al dormitorio vio a su madre profundamente dormida, sin que aparentemente hubiera cambiado de postura.

Pero la senora Ayres debio de despertarse en algun momento, porque ahora la manta yacia hecha un rebujo en el suelo, como si la hubieran cepillado o arrastrado; y Caroline advirtio que la puerta del vestidor, que ella habia cerrado con suavidad pero firmemente, estaba de nuevo abierta.

Yo seguia en Londres mientras sucedia todo esto. Volvi a mi casa la tercera semana de febrero, con un estado de animo algo agitado. Mi viaje habia sido un gran exito en muchos aspectos. La conferencia me habia ido bien. Habia pasado la mayor parte del tiempo en el hospital y me habia hecho amigo del personal; la ultima manana, uno de los medicos me habia llevado aparte para proponerme que en algun momento del futuro quiza me interesase considerar la idea de trabajar con ellos en los pabellones. Al igual que yo, era un hombre de origenes humildes que habia estudiado medicina. Dijo que estaba decidido a «mover los hilos» y que preferia trabajar con medicos que «procedian de fuera del sistema». En otras palabras, era de esos hombres que yo habia imaginado ingenuamente que yo mismo podria llegar a ser; pero lo cierto era que el tenia treinta y tres anos y ya era jefe de su unidad, mientras que yo, varios anos mayor que el, no habia prosperado nada. En el trayecto de tren hasta Warwickshire medite sobre sus palabras, y me pregunte si estaria a la altura de su aprecio por mi y si podria pensar seriamente en abandonar a David Graham; tambien me pregunte, con cierto cinismo, que me ataba a la vida de Lidcote y si alguien me echaria de menos si me marchaba.

El pueblo tenia un aire sumamente limitado y pintoresco cuando fui caminando a mi casa desde la estacion, y como la lista de llamadas que me esperaban era la ronda habitual de dolencias rurales -artritis, bronquitis, reumatismos, resfriados-, tuve de repente la sensacion de que habia estado luchando en vano contra enfermedades de este tipo durante toda mi carrera. Habia uno o dos casos distintos, desalentadores de una forma diferente. Una chica de trece anos se habia quedado embarazada y su padre, jornalero, le habia propinado una paliza tremenda. El hijo de un campesino habia contraido neumonia: fui a visitarle a la casita familiar y lo encontre terriblemente enfermo y consumido. Tenia siete hermanos, todos ellos enfermos de algo; el padre se habia lesionado en el trabajo y estaba de baja. La madre y la abuela habian tratado al chico con remedios anticuados, como atarle al pecho pieles de conejo recien muerto para «sacarle la tos». Recete penicilina y practicamente pague yo el preparado. Pero dude de que llegaran a usarlo. Miraron el frasco con desconfianza, porque «no les gustaba aquel color amarillo». Me dijeron que su medico de cabecera era el doctor Morrison, y que su medicamento era de color rojo.

Sali de la casa con el animo por los suelos y en el camino a la mia tome el atajo a traves de Hundreds Hall. Al cruzar la verja tenia intencion de visitar el Hall; hacia ya tres dias que habia regresado de Londres y no habia contactado todavia con las Ayres. Pero al acercarme a la casa y ver sus fachadas deterioradas y devastadas senti un ramalazo de frustracion furiosa, y pise el acelerador y pase de largo. Me dije que estaba demasiado atareado, que no tenia sentido aparecer solo para disculparme y marcharme precipitadamente…

Me dije algo parecido la siguiente vez que atravese el parque, y de nuevo la vez siguiente. Asi que no tenia noticias del ultimo cambio de humor de la casa hasta que unos dias mas tarde recibi una llamada de Caroline para preguntarme si no me importaria pasar a verlas y, segun dijo ella misma, «ver si a mi juicio todo estaba en orden».

Rara vez me llamaba por telefono y no esperaba que me llamase ahora. El sonido de su voz baja, clara, bonita, me transmitio un escalofrio de sorpresa y de placer que casi al instante se transformo en un soplo de inquietud. ?Algo andaba mal?, le pregunte, y ella respondio vagamente que no, que no ocurria nada malo. Habian tenido «problemas con las goteras», pero «ya estaba arreglado». ?Y ella estaba bien? ?Y su madre? Si, las dos estaban muy bien. Solo habia «un par de cosas» que queria consultar conmigo, si «podia dedicarle un momento».

Fue todo lo que dijo. Me asalto un sentimiento de culpa y fui mas o menos derecho a la casa, postergando a un paciente para ello; me preocupaba lo que encontraria; me imagine que Caroline tenia cosas mas graves que decirme que no se podian comunicar por telefono. Pero cuando llegue a la

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