– No se lo que es. Casi estoy segura de que ha salido de
– De
La senora Bazeley alzo un segundo la mirada hacia ella, sorprendida por su tono; luego vio el reloj, y chasqueo la lengua, disgustada.
– De aqui a diez minutos se acabo mi jornada. Betty, tendras que probar con sosa cuando yo me vaya. No demasiada, ojo, o saldran ampollas…
La senora Ayres se alejo. No habia dicho nada de las marcas, pero Caroline vio que caminaba abrumada, como si aquel recuerdo inesperado de la fiesta y de su desenlace hubiera puesto en el dia el definitivo sello siniestro. La madre recogio sus cosas con ademanes lentos e inseguros, dijo que estaba cansada y que queria descansar un rato arriba. Y puesto que el salon, real y verdaderamente, ya habia perdido su encanto, Caroline tambien decidio dejarlo. Recogio la caja de discos desechados y siguio a su madre hasta la puerta…, volviendose una sola vez para mirar la franja de panel restregado, con su enjambre indeleble de
Esto fue el sabado, probablemente hacia la misma hora en que yo estaba leyendo mi informe en la conferencia de Londres, aun reconcomido en el fondo de mi mente por toda la historia con Caroline. Al final de la tarde termino el trabajo en el salon, que otra vez fue precintado concienzudamente, cerrados con cerrojo sus postigos y cerrada la puerta; y los garabatos en la madera -que, al fin y al cabo, eran sinsabores minusculos en el censo mas amplio de los infortunios de la familia- quedaron mas o menos olvidados. El domingo y el lunes transcurrieron sin percances. Los dos dias fueron frios, pero secos. De modo que a Caroline, cuando la tarde del martes pasaba por delante de la puerta del salon, le asombro oir en la habitacion contigua unos golpecitos debiles y continuos, que ella atribuyo a la caida de agua de lluvia. Desazonada por la idea de que debia de haber aparecido una nueva gotera en el techo, abrio la puerta y miro dentro. Entonces ceso el sonido. Se quedo inmovil, conteniendo la respiracion, y atisbo en la habitacion a oscuras, pero solo vislumbro las tiras de papel desgarrado de las paredes y los extranos bultos que formaban los muebles enfundados, y no oyo nada mas. Asi que cerro la puerta y siguio su camino.
Al dia siguiente volvio a pasar por el salon y oyo de nuevo el ruido. Esta vez era un rapido tamborileo o palmeteo, tan inconfundible que entro decidida en la habitacion y abrio una contraventana. Al igual que el dia anterior, el ruido ceso en cuanto abrio la puerta de par en par: inspecciono los cubos y palanganas que habian dejado para recoger las gotas que caian del techo, y examino deprisa la alfombra cubierta con una estera, pero todo estaba seco. Desconcertada ya estaba a punto de desistir cuando se repitio el ruido. Esta vez le parecio que no procedia del interior del salon, sino de una de las habitaciones contiguas. Dijo que ahora era un suave pero agudo
Encontro a su madre alli, leyendo un periodico de la semana anterior. La senora Ayres no habia oido nada.
– ?Nada? -pregunto Caroline-. ?Estas segura? -Y acto seguido-: ?Ahora! ?No lo oyes?
Levanto la mano. Su madre se paro a escuchar y un momento despues convino en que si, sin duda se oia algun tipo de sonido. «Un golpeteo», lo llamo, en contraposicion a los «golpecitos» de Caroline; sugirio que quiza fueran el aire o el agua atrapados en las tuberias de la calefaccion central. Nada convencida, Caroline fue a mirar el antiguo radiador de la salita. Estaba templado al tacto y totalmente inerte, e incluso cuando retiro la mano de el los golpes sonaron cada vez mas fuertes y claros: ahora parecian venir de encima de su cabeza. Era un sonido tan nitido que ella y su madre pudieron «observar» su avance por el techo y las paredes: se desplazaba desde un extremo de la habitacion al otro, «como una pelotita dura que rebota».
Esto fue en algun momento de la tarde, despues de que la senora Bazeley se hubiese ido a su casa; pero ahora, naturalmente, pensaron en Betty y se preguntaron si no estaria trabajando en una de las habitaciones de arriba. Sin embargo, cuando la llamaron, subio directamente del sotano: dijo que estaba alli, preparandoles el te, desde hacia media hora. La retuvieron en la salita durante casi diez minutos, tiempo en el cual la casa estuvo perfectamente silenciosa y quieta; pero en cuanto Betty las dejo volvieron a sonar los golpes. Esta vez sonaban en el pasillo. Caroline fue rapidamente a la puerta y al asomarse descubrio a Betty desconcertada e inmovil sobre el suelo de marmol mientras se oia un tamborileo suave y seco, procedente de uno de los lienzos de pared, encima de su cabeza.
Caroline dijo que no se asusto ninguna de las tres, ni siquiera Betty. El sonido era extrano, pero no amenazador; de hecho, parecia guiarlas de un lugar a otro, casi como si fuera un juego, hasta que la persecucion por el pasillo empezo a convertirse en «una pequena juerga». Lo siguieron hasta el mismo vestibulo. Siempre era el lugar mas frio de la casa, y aquel dia parecia un congelador. Caroline se froto los brazos y miro hacia arriba de la escalera expuesta a las corrientes de aire.
– Si quiere subir -dijo-, que suba solo. No me importa tanto ese ruido idiota.
Los golpes volvieron a sonar, mas fuertes que antes. Ella dio un salto hacia atras, alarmada pero riendose.
– ?Es ahi! -dijo, sacudiendo los brazos como para desprenderse de alfileres y agujas-. ?Lo he sentido en la pared! Es como una manita que da golpecitos. Deben de ser escarabajos, o ratones, o algo parecido. Betty, ven aqui y ayudame con esto.
Agarro un costado del armario. Ahora Betty parecia asustada.
– No quiero, senorita.
– ?Vamos, que no te van a morder!
Entonces la chica avanzo hacia ella. El armario era liviano pero no se movia, y les costo un minuto levantarlo. Los golpes cesaron en cuanto lo posaron, por lo que Caroline oyo muy claramente a su madre cuando la senora Ayres contuvo la respiracion, asombrada por algo que habia visto en la pared recien descubierta; y la vio hacer un movimiento: extender la mano y despues replegarla hacia su pecho, en un gesto de temor.
– ?Que ocurre, madre? -dijo, todavia forcejeando para asentar sobre sus patas al armario.
La senora Ayres no contesto. Caroline afianzo el mueble y despues fue hacia su madre y vio lo que la habia asustado.
En la pared habia mas garabatos de aquella letra infantil:
– No me lo creo. ?Esto es sencillamente demasiado! Ella no habria podido… No es posible que la nina…, ?verdad?
Miro a su madre; esta no respondio. Se volvio hacia Betty.
– ?Cuando fue la ultima vez que movisteis este armario?
Ahora Betty parecia realmente aterrada.
– No lo se, senorita.